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Los 'Estados del Obispo de Roma', fueron territorios b�sicamente centro italianos, que se mantuvieron como Estado independiente entre los a�os 752 y 1870. La 'Ciudad del Vaticano' actual (El Vaticano) fue creada el 11 de Febrero de 1929, cuando P�o XI y Benito Mussolini
suscribieran los
Pactos de Letr�n.
Denegado el auxilio bizantino, el Obispo de Roma pidi� al rey franco Pipino el Breve una intervenci�n urgente. El rey realiz� dos incursiones, forz� a los lombardos a abandonar el asedio de Roma y los oblig� a devolver sus conquistas.
Finalizado el conflicto, los territorios situados en la Roma�a y las Marcas fueron conferidos al Obispo de Roma (donaci�n de Pipino), en el a�o 756.
La intervenci�n de los francos apacigu� a Astolfo, quien acept� traspasar R�vena a la Rep�blica Romana. Pero retirados aquellos, el rey lombardo incumpli� su compromiso y puso sitio a Roma.
El Obispo de Roma llam� al reciente
protector franco y realiz� este una nueva acci�n en su auxilio.
De ese modo, sometidos por fin los lombardos, el rey franco entreg� al Obispo de Roma R�vena, la Pent�polis y la regi�n de Roma. Al poco tiempo de ocupar el solio, Esteban vio en peligro la libertad de Roma a la llegada de Astolfo (749-756) tras la conquista de R�vena.
Astolfo hab�a prometido una tregua de 40 a�os, pero no la respet� sino que decidi� exigir impuestos anuales de cada habitante de Roma, a la que consideraba su feudo.
La formaci�n de los
Estados Pontificios.
por el Tratado de Quierzy (Trait� de Quierzy o Donaci�n de Quierzy), al Papa Esteban II, en el a�o 756.
Al mismo tiempo, rechaz� diversas peticiones que le hizo un emisario de Bizancio, acompa�ado, por Pablo, hermano del Obispo de Roma, para que restituyera los territorios imperiales de los que se hab�a adue�ado.
Ante tantos fracasos, el Obispo de Roma pidi� ayuda al emperador Constantino V (741-775), pero tampoco logr� mucho, de suerte que opt� por dirigirse finalmente a Pipino III, rey de los francos (751-768).
Pipino dio una respuesta afirmativa y al mismo tiempo envi� dos emisarios al Obispo de Roma para escoltarlo. El 6 de enero del 754 Esteban II fue acogido obsequiosamente por Pipino en Ponthi�n.
Esteban volvi� a suplicar al rey para que liberara al pueblo de los
longobardos. El resultado de este encuentro fue el compromiso de Pipino de proteger las prerrogativas del Obispo de Roma, al que
prometi� por escrito que garantizar�a como leg�timas las posesiones
de San Pedro, adem�s del ducado de Roma, R�vena, y otras ciudades.
Pipino derrot� dos veces al
rey longobardo, en agosto del 754 y en junio del 756. Seguidamente
don� perpetuamente R�vena las ciudades del exarcado, la pent�polis,
la Emilia a "San Pedro".
El rey Desiderio invadi� los Estados Pontificios. Adriano I, Obispo de Roma a la saz�n (774), invoc� de nuevo en este trance a los francos para que le dispensasen su protecci�n. Carlomagno acudi� ahora en ayuda. El resultado fue la restituci�n de los bienes de la Iglesia y la promesa, no cumplida, de anexi�n de otros territorios.
En todo caso, la mayor parte de la Italia central qued� constituida en un estado independiente bajo el gobierno de los sucesores del ap�stol Pedro.
El Obispo de
Roma Juan XII requiri� el amparo de Ot�n el Grande, quien
dobleg� al hostigador y entr� triunfante en Roma. All�, en la
Bas�lica de San Pedro, el Obispo restableci� la dignidad imperial,
coronando a Ot�n como emperador del Sacro Imperio Romano Germ�nico
el 2 de febrero de 962,1 mientras que Ot�n, por su parte, ratific�
la potestad del Obispo de Roma sobre los Estados Pontificios
mediante el "Privilegium
Othonianum".
Como contrapartida a la unci�n episcopal con que se vieron dignificados, se compromet�an �stos a prestar vasallaje al sumo pont�fice en todo momento.
Roberto Guiscardo se mostr� imparable en sus conquistas y
en pocos a�os ocup� toda Sicilia y tomando a los musulmanes Palermo
y Mesina, y a los bizantinos directamente Bari y Brindisi, y bajo su
soberan�a te�rica Amalfi y Salerno. Cuando en 1080 Gregorio VII
precis� el auxilio militar del normando le otorg� su apost�lico
benepl�cito a las conquistas a cambio de una formal declaraci�n de
vasallaje hacia la Santa Sede sobre todos los territorios ganados.
El sucesor de Inocencio, Lucio II intent� restablecer por las armas el orden anterior y atac� el Capitolio al frente de un ej�rcito, pero el Senado le infligi� una severa derrota. Arnaldo de Brescia se puso al frente de la revoluci�n popular y senatorial romana. Bajo su liderazgo se pidi� que el Obispo de Roma depusiera todo poder temporal, y que �l mismo y el resto del clero entregasen sus posesiones territoriales.
Roma se apart� de la obediencia civil al Obispo de Roma y se declar� nueva rep�blica.
Federico Barbarroja devolvi� al Obispo de Roma Adriano IV el gobierno de los Estados Pontificios cuando, deseando ser coronado emperador en Roma de manos del pont�fice, entr� en 1155 en la ciudad con un potente ej�rcito y apres� y ejecut� a Arnaldo de Brescia.
No obstante, fue el propio
Federico quien, en aras de una pol�tica expansionista que aspiraba
al control de toda Italia, puso a�os despu�s a los sucesores del
ap�stol Pedro en grave riesgo de perder sus posesiones.
Por la fuerza de las armas precedida de la excomuni�n eclesi�stica se incaut� de los territorios en litigio que hab�an constituido las posesiones de la condesa Matilde de Toscana y que, presumiblemente, hab�an sido legados como herencia a la Santa Sede, pero que permanec�an en posesi�n de vasallos del emperador.
De esta forma obtuvo el reconocimiento por parte de las
ciudades de Toscana de su soberan�a, y con ello el norte de Italia
sacud�a el dominio germ�nico y ca�a bajo la �rbita de la autoridad
pontificia.
March� sobre Roma, de donde se vio obligado a huir el Obispo de Roma Gregorio IX, se pase� desafiante y sin oposici�n por toda Italia, nombr� gobernador del territorio peninsular a su hijo Enzio y �l mismo se erigi� en se�or de los Estados Pontificios.
El a�o 1253, dos despu�s de la muerte del
emperador, el Obispo de Roma Inocencio IV pudo regresar a Roma desde
su exilio franc�s y retomar el gobierno de la ciudad y del resto de
los dominios eclesi�sticos.
As� lo pon�an de manifiesto casos como,
Era precisa una actuaci�n resuelta y aplastante contra todos aquellos rebeldes si se quer�a reunificar el patrimonio de San Pedro.
Aprovechando la presencia en Avi��n del espa�ol Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo y avezado militar, que hab�a participado con las huestes de Alfonso XI de Castilla en la Batalla del Salado y en el sitio de Algeciras, Clemente VI le elev� al cardenalato y le confi� la misi�n de reclutar un ej�rcito.
Dos a�os despu�s (1353), entronizado ya Inocencio VI, portando una bula por la que se le nombraba legado plenipotenciario del Obispo de Roma para los Estados Pontificios, se aplic� Gil de Albornoz a la misi�n encomendada, consiguiendo militarmente todos sus objetivos.
Recuper� cuantos territorios hab�an sido usurpados y dobleg� a los altivos cabecillas de la insubordinaci�n italiana; los estados de la Iglesia volv�an, agrupados, a la obediencia del Obispo de Roma.
Albornoz tambi�n redact� y puso en pr�ctica el primer marco jur�dico espec�fico para los Estados Pontificios, las Constitutiones Aegidianae (las Constituciones Egidianas - por Egidio, esto es, por Gil) que siguieron en funcionamiento hasta los Pactos de Letr�n (1929) que fundan la Ciudad del Vaticano.
A cada pr�ncipe italiano, y al Obispo de Roma como otro m�s de los jefes de estado, s�lo le hubiera satisfecho ser �l el l�der unificador de toda la pen�nsula en torno a sus dominios.
Pero la iglesia, por su talante ecum�nico y su tradici�n teocr�tica universal, estaba en mejores condiciones que sus posibles competidores para llevar a cabo aquel cometido.
Con
este �nimo de potenciales monarcas absolutos de una Italia unida y
centralista ejercieron los sucesores del ap�stol Pedro renacentistas
su jefatura de estado.
A tal efecto, decidi� subyugar a los tiranos locales, vasallos nominales de Roma pero que gobernaban a su antojo sus respectivos feudos. Con su hijo Juan de Borja y Cattanei, II duque de Gand�a, a la cabeza de los ej�rcitos pontificios fueron cayendo los castillos de Cervetri, Anguillara, Isola y Trevignano, acciones por las que le nombr� duque de Benevento y se�or de Terracina y Pontecorvo.
Cuando Juan muri� asesinado, el Obispo de Roma encomend� la capitan�a de sus ej�rcitos a otro de sus hijos: C�sar Borgia.
Con la ayuda militar francesa, Cesar tomaba en 1499 las ciudades de Imola y Forl� gobernadas por Catalina Sforza, y luego la de Cesena.
M�s tarde se apoder� de,
De todo ello pasaba a ser
due�o el hijo del sucesor del ap�stol 'Pedro' a quien �ste hab�a
nombrado soberano de la Roma�a, Marcas y Umbr�a.
Perusa y Bolonia quedaron reintegradas en los Estados Pontificios de esta manera en 1506. Venecia amenazaba con competir con el Vaticano por el dominio de Italia.
Para atajar este peligro, Julio II form� la Liga de Cambrai con la intervenci�n de
Venecia no pudo oponer resistencia a tan potente enemigo y result� derrotada en la batalla de Agnadello en 1509, dejando al Obispo de Roma sin rival. Con la ayuda de Espa�a trat� luego de desembarazarse de la presencia en suelo italiano de los franceses, due�os de G�nova y Mil�n.
Lo consigui� tras dura lucha, pero lo que nunca lograr�a es liberar a Italia del dominio espa�ol que perdurar�a intensa y prolongadamente, en especial durante los reinados de Carlos I y Felipe II, aunque �stos nunca acrecentaron sus posesiones a costa de los Estados Pontificios.
Por el contrario, Felipe II, si bien contra sus deseos, no impidi� que el Obispo de Roma Clemente VIII anexionase a los bienes de la Iglesia la ciudad de Ferrara en 1597.
mostrando los Estados Pontificios antes de las guerras Napole�nicas
que cambiaron el mapa
de Italia.
Unidos a los franceses, los revolucionarios italianos exigieron del Obispo de Roma la renuncia a su soberan�a temporal. El 7 de marzo de 1798 se declar� la Rep�blica Romana y el Obispo de Roma fue apresado y deportado a Francia. Napole�n Bonaparte quiso regularizar las relaciones con la Iglesia, lo que qued� plasmado en el Concordato que Francia y la Santa Sede firmaron en 1801.
El Obispo de Roma - lo era entonces P�o VII - regres� a Roma, de donde retorn� a Par�s para coronar emperador a Napole�n en 1804.
Pero pronto el Obispo de Roma supuso un estorbo en los planes del emperador, quien en 1809 se adue�� de los Estados Pontificios, los incorpor� al Imperio franc�s y retuvo a P�o VII como prisionero en Savona.
Tras las derrotas de Napole�n, el Obispo de Roma pudo retomar sus posesiones en 1814, siendo reconocida en el Congreso de Viena de 1815 la pervivencia de los Estados Pontificios dentro del nuevo orden europeo, aunque con una ligera merma territorial que fue a parar a poder del Imperio austr�aco.
En 1831, el mismo a�o en que era nombrado Obispo de Roma Gregorio XVI, estall� un levantamiento en M�dena, seguido de otro en Reggio y poco despu�s en Bolonia, donde se arri� la bandera episcopal y se iz� en su lugar la tricolor. En cuesti�n de semanas todos los Estados Pontificios ard�an en la hoguera revolucionaria y se proclamaba un gobierno provisional.
En torno a la Marca se creaba el "Estado de las Provincias Unidas" de la Italia central.
Gregorio XVI no contaba con efectivos militares suficientes para contener un movimiento de aquellas proporciones; necesit� de la ayuda extranjera, que en esta ocasi�n le vino de Austria.
En febrero de 1831 las tropas austriacas entraban en Bolonia forzando la salida del "gobierno provisional" que se refugi� en Ancona; en dos meses la rebeli�n qued� de momento sofocada.
Con verdadera urgencia se dieron cita en Roma representantes de,
...las cinco grandes potencias del momento, para analizar la situaci�n y elaborar un dictamen sobre las reformas que a su juicio era necesario introducir en la administraci�n de los Estados Pontificios.
No todas las sugerencias realizadas en tal sentido
fueron aceptadas por Gregorio XVI, pero s� las suficientes como para
que los cambios en materia de justicia, administraci�n, finanzas y
otras fuesen palpables.
A finales de ese mismo a�o de 1831 la rebeli�n se propagaba otra vez por los estados de la Iglesia. Las tropas austriacas, cuya presencia constitu�a una garant�a de estabilidad y orden, hab�an regresado a sus bases de origen; fue preciso pedir de nuevo su intervenci�n, cosa que llev� a cabo sol�citamente el general Radetzky.
Unidas sus fuerzas a las del Obispo de Roma fue tarea f�cil tomar Cesena y Bolonia, focos de la protesta revolucionaria. Francia, por su parte, despleg� algunos destacamentos en Italia y ocup� Ancona que fue desalojada en 1838.
Despu�s de unos a�os de calma la agitaci�n revolucionaria se hizo notar en 1843 en Roma�a y Umbr�a. En 1845 fuerzas sublevadas se apoderaron de la ciudad de R�mini.
Pudieron ser desalojadas aunque no reducidas, de forma que, si bien abandonaron R�mini, llevaron la revoluci�n a Toscana.
el �rea rojiza fue anexionada al Reino de Italia en 1860,
el resto (en color
gris) en 1870.
Los aires revolucionarios que soplaban con fuerza por toda Italia derivaron en corrientes impulsoras de la unidad nacional.
El rey sardo-piamont�s Carlos Alberto asumi� las iniciativas en pro de tal unidad y declar� la guerra a Austria. El Obispo de Roma P�o IX, no quiso unirse a la causa, actitud que no le perdon� el pueblo romano.
Estall� la rebeli�n y P�o IX tuvo que huir de Roma en noviembre de 1848.
Se aboli� el poder temporal del Obispo de Roma y se proclam� la II Rep�blica Romana. Se organiz� un contingente militar aportado por diversas naciones cat�licas y el 12 de abril de 1850 el sucesor del ap�stol Pedro regresaba a Roma, abolida la ef�mera rep�blica.
En el verano de 1859 algunas ciudades de la Roma�a se levantaron contra la autoridad del Obispo de Roma y adoptaron la plebiscitaria resoluci�n de anexionarse al Piamonte, lo que se llev� a efecto en marzo de 1860.
Ese mismo a�o, V�ctor Manuel solicit� formalmente del Obispo de Roma la entrega de Umbr�a y de Marcas, lo que P�o IX rehus� hacer. Las tropas piamontesas se enfrentaron a las del Obispo de Roma, que resultaron derrotadas en Castelfidardo (18 de septiembre) y en Ancona (30 de septiembre).
La Iglesia se vio despose�da de aquellas regiones que, en uni�n de la de Toscana, de Parma y de M�dena - �stas por voluntad propia expresada mediante plebiscitos - se anexionaron al creciente reino de Piamonte-Cerde�a (noviembre de 1860), que pasaba a denominarse reino de Italia del Norte.
Los Estados Pontificios quedaban
definitivamente desmembrados y reducidos a la ciudad de Roma y su
entorno, donde el Obispo de Roma, bajo la protecci�n de las tropas
francesas, sigui� por el momento ejerciendo su declinada autoridad
civil.
P�o IX reuni� ocho mil soldados en un desesperado intento de resistir, pero el insuficiente ej�rcito episcopal no pudo contener a las divisiones italianas que marcharon sobre Roma.
El 20 de septiembre de 1870
entraban en la capital del reino de Italia en cuyo palacio del
Quirinal establec�a su corte el rey V�ctor Manuel II.
El Obispo
de Roma P�o IX se autoproclam� prisionero en el Vaticano cuando el
reino episcopal en Roma acab� a la fuerza, los Estados Pontificios
se unieron al resto de Italia para formar el Reino de Italia
unificado bajo el rey V�ctor Manuel II y la ciudad de Roma se
convirti� en su capital.
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