Virtudes de “doña Virtudes”, la regente María Cristina

Virtudes de “doña Virtudes”, la regente María Cristina

Monarquía

Llegó para contraer matrimonio con Alfonso XII, cuya primera esposa se había convertido en leyenda. Le esperaban mucho trabajo y pocas alegrías

María Cristina junto a sus tres hijos.

María Cristina de Habsburgo junto a sus tres hijos.

Dominio público

No lo tuvo fácil María Cristina de Habsburgo-Lorena al llegar a España. La recibió un pueblo dolorido aún por la muerte de una reina de leyenda, María de las Mercedes; un rey que buscaba consuelo a su viudez prematura en los brazos de amantes; y un país que le era ajeno en costumbres, lengua y modos de vida. Sin embargo, acabó por convertirse en una de las soberanas españolas más respetadas.

Una princesa segundona

María Cristina había nacido en 1858 en Moravia (actual Chequia), parte del Imperio austríaco. Sus padres, los archiduques Carlos Fernando e Isabel de Austria, eran tíos del emperador Francisco José, y pertenecía a una rama que solo participaba de los fastos de la corte de Viena en ceremonias o acontecimientos importantes.

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María Cristina pudo crecer en un ambiente sin intrigas palaciegas, dedicada a su educación. Recibió la misma que sus hermanos, algo insólito en una mujer de su época. A los dieciocho años hablaba, además del alemán, italiano, francés e inglés, conocía en profundidad materias como filosofía y economía y era una virtuosa del piano.

En el Theresianum vienés, internado donde se educaban los varones de la alta nobleza europea, su hermano Federico coincidió con el entonces príncipe Alfonso de Borbón. Tuvieron que pasar diez años para que, tras la muerte de la reina Mercedes en 1878, Alfonso XII recordara a la hermana de su antiguo compañero.

El camino hacia el trono

La monarquía española, recién restaurada, necesitaba un heredero. Pero Alfonso, hundido por la desaparición de su primera mujer, no parecía predispuesto a casarse de nuevo. Buscaba consuelo en los brazos de Elena Sanz, una de las voces líricas más cotizadas del momento. Ante la insistencia del jefe de gobierno, Antonio Cánovas del Castillo, claudicó.

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De entre las candidatas presentadas por Cánovas, Alfonso XII reparó en la hermana de su compañero de estudios. Además de por sus lazos familiares con el emperador austríaco, María Cristina venía avalada por su fama de mujer discreta, culta y prudente.

Se convocó un primer encuentro en Arcachon en 1879, en la costa atlántica francesa. Durante una semana los prometidos compartieron paseos y conversaciones. De regreso a Madrid, el enlace estaba concertado. Alfonso XII lo había zanjado como uno más de los negocios de Estado. María Cristina, en cambio, no tardaría en ver crecer su afecto por él.

La reina enamorada

Tras la boda comenzó para ella un auténtico calvario. El rey se mostraba cortés, pero nunca apasionado; el pueblo les deseaba toda clase de venturas, pero sin excesivos alardes de alegría. Luchar contra el fantasma de una reina muerta en plena juventud y contra la sensualidad de una diva que, se decía, esperaba un hijo del rey eran duras batallas para una joven de 21 años. Sin embargo, obtendría al menos el afecto de su marido y el respeto de su pueblo.

Fue complicado. En 1880, Elena Sanz dio a luz a un hijo natural de Alfonso XII al que, para despejar dudas, puso el nombre de su padre. Le siguió un segundo varón que fue bautizado Fernando. Poco después la diva se instaló en París, dando por terminado el romance. Desde allí vendería a la Corona cartas y documentos que podían utilizarse a favor del reconocimiento de la filiación real de sus hijos.

María Cristina junto a Alfonso XII.

María Cristina junto a Alfonso XII.

Dominio público

La sustituyó otra cantante, Adelina Borghi, la Biondina, coqueta, exigente e indiscreta. Tanto que no dudó en vanagloriarse de su relación. Fue la gota que colmó el vaso. María Cristina no toleró que se la pusiera públicamente en evidencia. Amenazó a Cánovas con regresar a su tierra si la Borghi no salía de inmediato del país. Evidentemente, la cantante fue conducida hasta la frontera.

Entretanto, María Cristina había dado a luz dos hijas, María de las Mercedes y María Teresa. Parecía una buena época para los reyes. Alfonso comenzó a valorar las cualidades de María Cristina, y lo mismo sucedía con el pueblo, que apreciaba su intensa labor de caridad.

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Pero Alfonso XII contemplaba con preocupación el empeoramiento de la tuberculosis que arrastraba desde hacía tiempo. En 1885, cuando el monarca falleció, dejó una viuda desconsolada, dos hijas pequeñas y una esperanza: la reina estaba embarazada de tres meses.

Dos días después de la muerte del soberano se hacía pública la condición de regente de María Cristina. Al cabo de un mes, de luto riguroso, prestó juramento ante las Cortes. Se comprometía a guardar fidelidad al titular de la Corona, fuese su hija mayor o –en caso de que naciera varón– el hijo que esperaba.

Entraba en escena “doña Virtudes”, como el pueblo, atónito ante su sobriedad de costumbres y sentido del deber, la motejó.

La regente

María Cristina no vivió más que para la Corona. Se levantaba muy temprano y, tras leer la prensa, se reunía con el presidente del gobierno y luego recibía a los ministros. A ello seguían las audiencias, el trato de la correspondencia, el estudio de proyectos... Había escasos momentos libres.

Con el nacimiento de su hijo Alfonso, María Cristina se convertía en regente de una Corona cuyo depositario era un rey-niño. Sus pilares serían Cánovas, como jefe de los conservadores, y Práxedes Mateo Sagasta, que encabezaba las filas progresistas. Ambos se comprometieron a mantener el Pacto de El Pardo, un acuerdo de alternancia política durante el tiempo que durara la regencia, a fin de no hacer tambalear la monarquía.

Retrato de María Cristina en el año 1906.

Retrato de María Cristina en el año 1906.

Dominio público

Esta, por otra parte, se veía afianzada por el nacimiento de un varón. Por el hecho de serlo eliminaba la mayor y más peligrosa de las amenazas a la Corona: el carlismo. De haber nacido otra niña, podría haberse repetido lo acontecido durante la minoría de edad de Isabel II.

Tras el parto, María Cristina reemprendió sus tareas de gobierno. Fue ganándose el respeto de las fuerzas políticas. Sabía reinar sin inmiscuirse en las tareas gubernativas, observando estrictamente el sistema constitucional. No era tarea fácil. En los dieciséis años en que desempeñó la regencia, hubo de tratar directamente con 84 políticos –entre ministros y jefes de gobierno– y superar 24 crisis de gobierno.

España se vio abocada a una guerra que se zanjó con la Paz de París, donde se liquidó el imperio colonial

Precisamente el retraimiento del Estado en relación con la Europa de las alianzas tendría nefastas consecuencias en el orden colonial. En 1898, bajo un gobierno presidido por Sagasta, Estados Unidos acusó a los españoles de la explosión del acorazado Maine en La Habana y manifestó su propósito de declarar la guerra a España.

María Cristina, perfecta conocedora de la desigualdad de los medios bélicos de ambos países, y sabiendo que solo podía contar con el apoyo del Imperio austrohúngaro, intentó por todos los medios evitar el enfrentamiento. Fue en vano. España se vio abocada a una guerra que se zanjó con la Paz de París, donde se liquidó el imperio colonial tras la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

Apenas unos meses antes había tenido que afrontar la muerte de Cánovas, asesinado por un anarquista.

¿Un poder en la sombra?

Su último acto como regente tuvo lugar el 16 de mayo de 1902, la víspera de que Alfonso XIII cumpliera los 16 años, fuera declarado mayor de edad y se hiciera cargo del gobierno. La unión entre madre e hijo fue tan estrecha que algunos historiadores han querido ver a la regente como la inspiradora de ciertas decisiones políticas del rey. Sin embargo, parece que no fue así. María Cristina asumió su papel de reina madre y se retiró a un segundo plano.

Lo que sí es cierto es que, a nivel personal, su ascendiente sobre su hijo fue siempre muy grande. Tanto que se puede asegurar que la profunda depresión en que cayó Alfonso XIII a la muerte de la reina madre en 1929 le impidió hacerse con las riendas del poder al término de la dictadura del general Primo de Rivera.

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Alfonso XIII tuvo una gran dependencia emocional de su madre. 

Otras Fuentes

En el ámbito privado, María Cristina permaneció entre bastidores. Tras la boda de Alfonso XIII con la princesa británica Victoria Eugenia de Battenberg, esta la relevó de su papel en palacio. La muerte de las infantas María de las Mercedes y María Teresa la sumió en el dolor. Impotente, veía además la degradación progresiva del matrimonio de su hijo y cernirse sobre sus nietos el fantasma de la hemofilia (Victoria Eugenia, nieta de la reina Victoria, era transmisora de la enfermedad).

Los últimos veinte años de su vida transcurrieron entre sus habitaciones del Palacio Real de Madrid y sus largas estancias en la residencia de Miramar en San Sebastián, un palacete que había mandado construir y que consideraba su hogar. Contaba con la proximidad de sus nietos. La madrugada del 6 de febrero de 1929, tras sentirse mal, falleció. La muerte le evitaba un último dolor: el de ver caer dos años después la monarquía a la que había consagrado su vida.

Este artículo se publicó en el número 443 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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