Siglo XVI - Edad Moderna


Historia de la Iglesia

Siglo XVI - Edad Moderna


Autor: P. Antonio Rivero
Fuente: Catholic net

 

INTRODUCCI�N

Comenzamos la edad moderna, que inicia en 1453 con la ca�da del imperio de oriente a manos de los turcos otomanos, y termina con la revoluci�n francesa de 1789 que puso fin al antiguo r�gimen.

En este per�odo de la edad moderna se pueden distinguir f�cilmente tres momentos: el Renacimiento del siglo XVI, que coincide con la hegemon�a espa�ola, con la renovaci�n cultural del humanismo y con la reforma protestante; el siglo XVII, siglo de las monarqu�as absolutas y del mercantilismo , siglo del barroco y de la reforma cat�lica; y el siglo XVIII que en Francia es el siglo de la luces, y que se caracteriza por la aparici�n y difusi�n del liberalismo econ�mico y pol�tico que acabaron con el antiguo r�gimen.

Las caracter�sticas generales de la edad moderna son la consolidaci�n de las nacionalidades, la formaci�n de los grandes imperios coloniales �como consecuencia de los descubrimientos geogr�ficos y de la fuerza pol�tica del absolutismo-, la lucha contra toda potencia que quisiera imponer su hegemon�a �hasta llegar al equilibrio europeo del siglo XVIII-, la aparici�n y desarrollo de las ideas liberales.

�Y la Iglesia? A partir del siglo XVI la historia de la Iglesia reviste algunas caracter�sticas nuevas. La iglesia latina y la iglesia de Oriente segu�an ya caminos distintos desde hac�a siglos. Con la reforma protestante, la iglesia latina se divide a su vez en varias confesiones rivales: luteranismo, calvinismo y anglicanismo. Al mismo tiempo, como consecuencia de los grandes descubrimientos, el evangelio se anuncia en el mundo entero. En un per�odo en que los estados se afirman y triunfa el absolutismo, la historia de la Iglesia se convierte a menudo, incluso en el catolicismo, en la historia de las iglesias nacionales.

Este siglo XVI es muy importante: es el siglo del Renacimiento literario y art�stico, el siglo de la reforma protestante, el siglo del concilio de Trento, de la Compa��a de Jes�s y la reforma cat�lica, de los descubrimientos, de la misi�n en Asia y Am�rica, de los avances cient�ficos.


 

I.SUCESOS

De la Edad Media a la Edad Moderna

Dios era el centro en la Edad Media. Ahora, el centro es el hombre; el hombre que penetra en los secretos de la naturaleza y por eso se entrega al arte y a los descubrimientos; el hombre que se mete a fondo en el comercio y la industria, creando ya el r�gimen capitalista. El hombre, como en el per�odo de los cl�sicos, vuelve a constituirse en �medida de todas las cosas�. Al hombre inculto y aferrado a la tierra, propio de la Edad Media, le suceden el mercader y el viajante.

Este hombre moderno es m�s independiente, todo lo pasa por el tamiz de su libre examen del subjetivismo y de la cr�tica. Este hombre est� m�s expuesto al indiferentismo religioso y al ate�smo materialista. La religi�n se fue considerando como algo privado de la conciencia de cada cual, que no cae bajo la jurisdicci�n del estado y ni siquiera de la Iglesia.

La Iglesia tambi�n sufre el influjo de esta modernidad. Ya se hab�a debilitado mucho la autoridad papal, por las causas que ya hemos visto: la doctrina conciliarista que se iba abriendo campo en el campo teol�gico, el papado en Avi��n y el cisma de occidente, que entristecer�a a la cristiandad en tantos a�os. Se inicia la vida mundana de algunos papas, que m�s parecen pr�ncipes terrenales que pastores de la Iglesia; m�s preocupados del arte y de embellecimiento exterior, que del bien de las almas. Tambi�n muchos personajes del alto clero frecuentaban m�s los salones de fiestas que el confesionario, dej�ndose llevar del bienestar y del lujo.

Decae, pues, el prestigio de la Iglesia, a la que ahora se intenta subordinar a los intereses del estado.

Como consecuencia de todo esto, aparecen los primeros librepensadores, se abre el culto a la raz�n que hace su entrada en las universidades por medio del averro�smo y de las ideas pante�stas; la literatura paganizante de Boccaccio, del Arcipreste de Hita, y de otros m�s atrevidos, sirve de solaz a damas y caballeros. El tema del rid�culo, aplicado a las cosas y a la personas eclesi�sticas, se agudiza cada vez m�s, dando materia inflamable a los primeros reformadores.

La Italia de los papas...

Los papas, como soberanos de unos territorios que buscan proteger, se inmiscuyen cada vez m�s en los asuntos de una Italia que se ha convertido en campo de rivalidades entre Francia y los Habsburgo. Algunos papas enriquecen a su familia, a sus sobrinos y a sus hijos naturales . Las fiestas de la corte romana son dispendiosas.

El Papa Julio II (1503-1513), armado de casco y coraza, se lanza al asalto de las ciudades enemigas. Por otro lado estos papas son art�fices del Renacimiento, como mecenas o protectores de artistas y literatos. Esta Iglesia no responde a las esperanzas de los cristianos. Por eso, ante esta situaci�n penosa, vino la famosa reforma de Mart�n Lutero. El monje agustino Mart�n Lutero fue el protagonista de un doloroso cisma en la Iglesia de occidente. Cuando el Papa Julio II comenz� la construcci�n de la nueva bas�lica de San Pedro en Roma, los fieles de todo el mundo fueron invitados a contribuir con donaciones. Para animarlos, se concedi� indulgencias a quienes, junto con otras obras buenas, contribuyeran con dinero. Esto dio ocasi�n a un escandaloso comercio de indulgencias. Contra esos abusos se levant� Lutero publicando 95 proposiciones acerca de la doctrina de las indulgencias.

Veremos m�s adelante todo el drama de Lutero.

Renovaci�n de las letras, las artes y las ciencias

El Renacimiento vuelve a descubrir la antig�edad bajo todas sus formas. Esa literatura antigua duerme en los monasterios. Algunos prototipos del Renacimiento:

Nicol�s Maquiavelo, historiador, literato y pol�tico nacido en Florencia. Escribi� �El Pr�ncipe�, donde describe c�mo debe ser un gobernante: d�spota, refinado, astuto, sin escr�pulos, asesino o clemente seg�n su inter�s, el cual ser�a la �nica norma moral de sus actos. Para �l el fin justifica cualquier medio, aunque sea malo. Seg�n �l, el hombre es esencialmente malo e incapaz de reformarse por s� mismo. �nicamente las leyes aplicadas de manera desp�tica pueden someterlo. Como el que gobierna es quien dicta las leyes, los actos de los gobernantes son buenos. El pr�ncipe, por tanto, debe gozar de poder ilimitado. La guerra es necesaria para vigorizar la naci�n porque la paz causa la ociosidad, el desorden y la ruina de los estados. En adelante, se llamar� maquiavelismo a la pol�tica de car�cter doble e inmoral.

Nicol�s Cop�rnico: can�nigo polaco que revolucion� los conocimientos cient�ficos de la �poca. Afirm� que el centro del sistema planetario no era la tierra �como se cre�a-, sino el sol.

Rafael Sanzio: es el pintor de los estados suaves del alma. Por orden del Papa Julio II trabaj� los frescos llamados �La disputa del Santo Sacramento�, �La Escuela de Atenas�, �El Parnaso�, �Atila detenido por el Papa Le�n�. Le�n X le encarg� que pintara las logias del Vaticano. En 52 frescos represent� las grandes p�ginas de la Biblia. Despu�s termin� �El pasmo de Sicilia� y la �Transfiguraci�n�.

Leonardo da Vinci: artista y cient�fico de insaciable ansia de sabidur�a, destac� en pintura, escultura, arquitectura, m�sica, ingenier�a, f�sica, geolog�a, astronom�a, matem�ticas. Intuy� la posibilidad de la aviaci�n y de la navegaci�n submarina. Sus obras pict�ricas principales son: �La Cena�, �La Virgen con Santa Ana�, �la Gioconda�.

Miguel �ngel: genial escultor, pintor y arquitecto. Esculpi� �La Piedad�, �David�, �Mois�s�. En la Capilla Sixtina dej� los frescos que representan �La Creaci�n�, �El Diluvio�, �El Juicio Final�. Construy� la c�pula de san Pedro en el Vaticano.

Erasmo de R�tterdam: es el pr�ncipe de los humanistas. Hijo ileg�timo de un sacerdote. Sin vocaci�n, entra en el monasterio de can�nigos regulares de Steyn, donde profesa en 1488. M�s que a la piedad se dedica al estudio. Se ordena sacerdote en 1492. Cada vez se le va haciendo m�s intolerable la vida mon�stica. El claustro le parece una c�rcel. Apasionado por la literatura antigua, dej� su convento y sus h�bitos para circular por toda Europa al encuentro de los humanistas y en busca de manuscritos. Vivi� en Francia; en Inglaterra, donde se hace amigo de Tomas Moro; en Italia y Alemania. Muri� en Basilea. Se alimenta de la �devoci�n moderna�, de la que ya hablamos en el siglo XIV, sobre todo en estos aspectos: af�n de reforma, desprecio de la escol�stica y amor a la Escritura; pero a�ade un esp�ritu nuevo: la tendencia human�stica y el amor a la antig�edad grecorromana. Ya no mira al cristianismo bajo el aspecto medieval, sino grecorromano. As� lo dice �l mismo: �He ense�ado a hablar de Cristo a las letras griegas y latinas�. Su obra principal fue �El elogio de la locura�, donde da la palabra a la locura que dirige el mundo y hace una s�tira mordiente de todas las categor�as sociales, incluida la eclesi�stica. En toda su obra, se propone regenerar al hombre purificando la religi�n y bautizando la cultura. Desea restaurar la teolog�a volviendo a las fuentes, es decir, al texto original de la Escritura y a los santos padres de la iglesia que permiten una buena interpretaci�n de la Escritura. Hay que volver- dice- a una religi�n interior purificada de sus numerosos aditamentos y que acoja todo lo bueno que hay en los autores antiguos.

Pero hay que decir que hay un abismo entre la devoci�n del Kempis, tambi�n perteneciente a la �devoci�n moderna�, y la doctrina soberbia pero elegant�sima de Erasmo. En lo espiritual queda el alma fr�a con la lectura de Erasmo. Es muy intelectual, su Cristo es puramente moral, fr�o y abstracto, personificaci�n de la virtud en s� y s�mbolo de todas ellas. En cambio, el alma se inflama con la lectura del Kempis, pues presenta a un Cristo familiar y amigo de nuestra alma.

Caracter�sticas de sus escritos son: teolog�a antiescol�stica, libertad de pensamiento, acerada cr�tica y desenfado, acusado antijuda�smo y antimonaquismo. Quiere un cristianismo m�s interior y espiritual, que no consista en ceremonias exteriores, ni apegado a las prescripciones de la Ley; un cristianismo espiritual y moral que quiere instaurar en todo el mundo y mediante �l reformar la Iglesia. No lo logr�, porque propone una reforma abstracta y erudita, demasiado cr�tica y negativa, y por tanto, ineficaz. Tal vez, la reforma la deber�a haber comenzado en �l mismo: era honrado, s�, pero no ferviente; m�s bien era tibio; habla de caridad fraterna y no duda en calumniar a los monjes y a sus adversarios. �Si no tengo caridad, no soy nada� (1 Cor 13, 1ss).

Se ha dicho que Erasmo fue precursor de Lutero. Pero realmente Erasmo, aunque fue un descontento dentro de la Iglesia, nunca fue un rebelde ni atac� los dogmas de la Iglesia . Era m�s bien amigo de la paz, de las medias tintas, de la tolerancia, y enemigo de las afirmaciones rotundas, de las precisiones. Hombre m�s erudito que genial, trabajador, talento cr�tico, c�ustico y con cierta timidez. En el fondo era un hombre bueno, que tuvo m�s admiradores que amigos. Para esto le faltaba afectividad y entusiasmo.

La Reforma protestante de Lutero

La Reforma protestante tuvo l�gicamente un caldo de cultivo. Dicha Reforma naci� de la piedad de finales de la Edad Media, sobre todo, de la �devoci�n moderna�, donde se favorec�a una b�squeda apasionada de Cristo en el evangelio; pues las deficiencias y defectos de algunos hombres de la iglesia romana cada d�a eran m�s palmarios y evidentes, debido al ambiente renacentista en lo que ten�a de mundano, y del que no se sustrajeron algunos papas, obispos y monasterios.

Pero tambi�n naci� en el momento en que comenzaba a surgir una nueva civilizaci�n europea y cristiana. La cultura medieval se juntaba con el Renacimiento y del consorcio de los dos se pod�a esperar un mundo nuevo. Todo parec�a confluir a esta visi�n primaveral: el invento de la imprenta, el descubrimiento del mundo antiguo en las obras de los cl�sicos, el del mundo americano por Crist�bal Col�n y las naves de Espa�a, el de oriente por los marinos portugueses; florecen ciencias nuevas; la aparici�n en la historia de la clase media.

La reforma de la Iglesia ya ven�a exigi�ndose desde tiempo atr�s. Lutero no hizo m�s que acercar la llama a la pira de le�os secos y dispuestos...La hoguera fue colosal.

�Cu�les son las causas m�s remotas y generales del protestantismo de Lutero?

La primera causa es sin duda la decadencia de la autoridad pontificia, agudizada durante el per�odo de Avi��n. All� los papas multiplicaron los casos y beneficios reservados a la curia para aumentar las rentas pontificias, lo cual fue ocasi�n de innumerables protestas. Disminuye todav�a m�s el prestigio del papado con motivo del cisma de occidente, cuando el pueblo no sabe d�nde est� la verdadera cabeza de la iglesia. Se acostumbran a no obedecer al Papa romano. La doctrina de los te�logos y de la universidad sobre la preeminencia del concilio sobre el pontificado supone una profunda herida en el prestigio y la autoridad del sucesor de Pedro. A esto se a�ade que durante el siglo XV y XVI, los papas se preocupan m�s de lo temporal y pol�tico que de lo religioso. Se convierten en pr�ncipes seculares e intentan crear un reino para s� y sus familiares, como los dem�s pr�ncipes de Italia.

Una segunda causa hay que descubrirla en la decadencia de la teolog�a escol�stica, junto con el falso misticismo. De aqu� nacen errores radicales. Los humanistas desprecian a los te�logos, y se preocupan m�s por la forma externa, que por el fondo y contenido. Los protestantes no s�lo desprecian a los te�logos, sino tambi�n a la misma teolog�a, pues la consideran opuesta al cristianismo. El falso misticismo influye en el fide�smo protestante y se convierte en m�dula de la piedad calvinista. La teolog�a ha derivado en dial�ctica ociosa. Pero la m�stica sin el fundamento de la teolog�a puede terminar en un misticismo peligroso .

Una tercera causa est� en los abusos y corruptelas de los cl�rigos y en la avidez de recursos de la curia romana. Esto, aunque grave, no deber�a causar un rompimiento, pero s� exig�a una reforma. Los abusos no son una causa propiamente dicha, s� lo es el ambiente de fastidio que ellos crean, y el odio contra la jerarqu�a y el clero que provocan. Desde el concilio de Vienne (1311-1312) resuena el grito de reforma. Ni los concilios de Constanza (1414-1418) y Basilea (1431-1447) consiguieron �xito alguno en materia de reforma. Y, �de qui�n vendr� la reforma? Reina la m�xima confusi�n. O est� cerca ya el fin del mundo �piensan algunos-, o es la hora del Anticristo, o Dios prepara un gran castigo.

Todo esto indica que el campo estaba preparado. Bast� que Lutero lanzase su consigna de reforma y de vuelta al primitivo cristianismo, para que muchos le siguiesen.

Y una cuarta causa: la condici�n pol�tico-social de Europa y especialmente de Alemania, donde se acent�a un acusado nacionalismo frente a la pol�tica imperial de Carlos V. Muchos pr�ncipes y nobles alemanes ser�n de los primeros en adherirse a la causa revolucionaria de Lutero.

�Qui�n fue el protagonista de esta Reforma?

El monje agustino Mart�n Lutero fue el protagonista de este doloroso cisma en la Iglesia cat�lica . Qu� duda cabe que en un inicio Lutero se movi� por una actitud verdaderamente religiosa, pues quer�a una iglesia m�s pura y acorde al evangelio. Pero con el paso del tiempo las pasiones irascibles le hicieron explotar y desobedecer a la autoridad papal, pues Lutero era violento e intransigente. Se orden� de sacerdote, no tanto por vocaci�n sincera, sino por el deseo de no condenarse, dado que �l sent�a dentro de s� muy fuerte la concupiscencia.

�Cu�l fue la chispa que provoc� el incendio?

El pr�ncipe Alberto compr� al Papa Le�n X el arzobispado de Maguncia. Para que Alberto pagara, Le�n X le concedi� publicar una indulgencia para recabar dinero destinado a la construcci�n de la catedral de Maguncia y de la bas�lica de san Pedro en Roma . Indignado Lutero public� 95 proposiciones acerca de la doctrina de las indulgencias, mezclando reproches contra la autoridad eclesi�stica, y las clav� en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg. Lutero rechazaba la falsa seguridad que daban las indulgencias, pues el cristiano no puede comprar la gracia de Dios. Lutero en estos primeros momentos se mostraba moderado en su ataque al papado y no pensaba en romper con Roma. Sus tesis tuvieron un enorme �xito a trav�s de Alemania y de toda Europa. Erasmo las aprob� con entusiasmo.

�C�mo reaccion� la Iglesia con Lutero?

Durante tres a�os, los miembros de su orden y algunos enviados de Roma intentaron persuadirle a corregir sus afirmaciones. Pero la disputa despert� el nacionalismo alem�n. Lutero se present� como el campe�n de un pueblo cansado de los procedimientos fiscales de la corte romana y de la acumulaci�n de los bienes eclesi�sticos en Alemania. Lutero, enardecido por esto, apel� a la reuni�n de un concilio y comenz� a criticar duramente al Papa y la autoridad eclesi�stica.

En junio de 1520, la bula pontificia �Exsurge, Domine� condenaba 41 proposiciones de Lutero. Ten�a dos meses para obedecer y enmendarse. Lutero quem� solemnemente la bula el 10 de diciembre de 1520. En enero de 1521 fue excomulgado. Convocado a la dieta de Worms para que explicara su pensamiento, ante la asamblea de los pr�ncipes del imperio y ante el emperador Carlos V, rey de Espa�a y emperador de Alemania, Lutero afirm� que se sent�a obligado �nicamente por la Escritura y por su conciencia, y mantuvo sus posiciones. Fue desterrado del imperio y tuvo que ocultarse en mayo de 1521. En su retiro tradujo la Biblia al alem�n. En la ciudad de Espira se llev� a cabo una asamblea con el fin de apagar el incendio que ocasion� Lutero; pero los luteranos descontentos, protestaron ante la Dieta de Espira (1529). Desde entonces quedaron con el nombre de �protestantes�.

Estos son los puntos doctrinales de Lutero que contrastaban con la doctrina de la Iglesia cat�lica:

S�lo la Escritura: ni Tradici�n ni Magisterio son necesarios. La �nica fuente de la verdad revelada es la Escritura , y cada quien la interpreta a su manera (libre examen).

S�lo la fe, sin obras: nuestras obras est�n corrompidas, porque estamos empecatados desde la punta de la cabeza hasta los pies; por tanto, nuestras obras no merecen nada. S�lo hay que creer en Cristo que nos tiende su manto de misericordia. La salvaci�n, dice, proviene de la fe, no de las obras ni de la recepci�n de los sacramentos. Para Lutero no existe el libre albedr�o, sino que la concupiscencia es invencible, pues el hombre, despu�s del pecado original, qued� incompleto, sin fuerzas ni libertad. Por tanto, si nuestras obras no valen para Lutero, tampoco valen nuestras oraciones y misas por los difuntos. Nuestros actos �sigue diciendo- son pecaminosos. S�lo la fe le salva . Para Lutero, Dios lo hace todo, el hombre no hace nada.

S�lo el bautismo y la eucarist�a: niega los dem�s sacramentos. Pero, aunque admit�a la eucarist�a y una cierta presencia de Cristo en ella, negaba su car�cter sacrificial y la transubstanciaci�n. Para �l el orden sagrado no era un sacramento y negaba toda diferencia entre sacerdotes y laicos. Y no admit�a la confesi�n hecha a un sacerdote. Tampoco el matrimonio para �l era sacramento y por lo mismo admiti� el divorcio. M�s tarde el disc�pulo de Lutero, Melanchton, redacta en lat�n y alem�n un documento que ser� la cartamagna del luteranismo y toma el nombre de �Confesi�n de Augsburgo�..

S�lo Cristo: por tanto, rechaz� los intermediarios, pues cre�a que toda mediaci�n humana era negar la mediaci�n �nica de Cristo y hacer depender del hombre su propia salvaci�n. Por lo mismo rechaz� el culto a la Virgen y a los santos, y neg� que la iglesia tuviera poder de alcanzar la remisi�n de las culpas a base de indulgencias.

S�lo la iglesia invisible: �l acepta la iglesia, pero la concibe como la comunidad interior e invisible de los creyentes; en consecuencia rechaza su estructura visible y jer�rquica.

�Qu� consecuencias trajo la reforma de Lutero?

Alemania se dividi�, unos a favor y otros en contra de Lutero. Los nobles se lanzaron al asalto de las tierras eclesi�sticas, en nombre de la igualdad de los hombres ante Dios. Los campesinos pobres se sublevaron contra los se�ores que los explotaban. Y todo en nombre de la Palabra de Dios. Lutero invit� a los se�ores a matar a los revoltosos, al no poder aplacar a los campesinos. �Fue una guerra atroz!

Despu�s del cisma de Lutero vinieron muchas otras separaciones en la iglesia. Hagamos un recuento de ellas.

Los anabaptistas predicaban la necesidad de un nuevo bautismo, que deb�an recibirse en edad adulta; por lo mismo no admit�an el bautismo de los ni�os. Coincid�an con los luteranos en afirmar que s�lo la fe salva y en decir que la eucarist�a s�lo tiene valor de memorial. Pero se diferenciaban de ellos en que rechazaban toda autoridad, no s�lo eclesi�stica sino tambi�n civil, pues los vueltos a bautizar formaban una comunidad de iguales. De esta corriente fue Thomas M�nzer que promovi� la guerra de los campesinos, y Jan Bochelson que se proclam� rey de M�nster y permit�a la poligamia.

Calvino , laico franc�s, se adhiri� a las nuevas ideas reformistas, pero desarroll� una doctrina propia sobre la predestinaci�n, seg�n la cual Dios ya tiene predestinados a unos para el cielo y a otros para el infierno, independientemente de sus obras.

�Zwinglio, fascinado por las ideas de Lutero, defendi� la Escritura como �nica fuente de la verdad en la iglesia, critic� el culto a las im�genes, el celibato impuesto a los sacerdotes, y lleg� hasta a negar el sacramento de la eucarist�a. En Zurich seculariz� los conventos y promovi� la liturgia en alem�n.

�Juan Knox, sacerdote cat�lico escoc�s, se dej� seducir por las ideas reformistas y fund� la iglesia presbiteriana. Perseguido en su tierra, se refugi� junto a Calvino.

�Enrique VIII, rey de Inglaterra, al no obtener del Papa la anulaci�n de su matrimonio con Catalina de Arag�n, sigui� el ejemplo de protesta de Lutero proclamando la independencia de la Iglesia anglicana, y constituy�ndose �l mismo en su cabeza. Santo Tom�s Moro, canciller del reino, siguiendo el dictamen de su conciencia prefiri� morir antes que aceptar las disposiciones separatistas y divorcistas del rey Enrique, que a toda costa quer�a del Papa Clemente VII el divorcio de Catalina de Arag�n para contraer matrimonio con Ana Bolena. As�, pues, Enrique VIII se autonombr� jefe espiritual de la iglesia inglesa y amenaz� con la pena de muerte a aquellos s�bditos que no lo reconociesen como tal. Tambi�n fue condenado a muerte el cardenal Juan Fisher y otros. La hija de Enrique VIII y de Catalina de Arag�n, Mar�a Tudor, al convertirse en reina, restableci� el catolicismo y procedi� a m�s de 200 ejecuciones de protestantes; hecho �ste que le vali� el nombre de Mar�a la sanguinaria. La reina Isabel (1558-1603), hija de Enrique y Ana Bolena, volvi� a borrar el catolicismo del reino ingl�s reduci�ndolo a las catacumbas y estableci� definitivamente el anglicanismo.

Europa, pues, qued� dividida religiosamente. Hubo luchas y guerras de religi�n que llenaron de sangre varias partes de Europa . Enrique IV de Borb�n, convertido al catolicismo public� en 1598 el tolerante edicto de Nantes que reconoci� la libertad religiosa; es decir, que cada pr�ncipe escogiera la religi�n para su territorio: �Cuius regio, eius religio� (cada regi�n tiene su religi�n). Los s�bditos tienen que seguir la opci�n de su pr�ncipe o marcharse al destierro.

�C�mo acab� el monje Lutero? Finalmente, en 1525, Lutero se cas� con una antigua religiosa, Catalina Bora, �para burlarse del diablo y de sus sat�lites... y de todos los que son lo bastante locos para prohibir casarse a los cl�rigos�.

�Qu� juicio podemos dar sobre la doctrina de Lutero y el luteranismo?

Lutero, al inicio, s�lo pretend�a volver al primitivo cristianismo del que se hab�a venido alejando la iglesia, y eso era bueno. No pretend�a en ese tiempo separarse de la Iglesia Cat�lica. Tambi�n era un elemento positivo el valor que conced�a a la Sagrada Escritura y su deseo de ponerla al alcance de todos los cristianos. Ya hemos dicho que la tradujo al alem�n. Tambi�n era bueno su af�n por recalcar el valor salv�fico de la fe, que hab�a quedado oscurecido por el tr�fico de indulgencias. Es asimismo de alabar la importancia que concedi� al bautismo y el haber puesto en evidencia la igual dignidad de todos los bautizados.

Pero la doctrina de Lutero puso en discusi�n y neg� muchas verdades fundamentales de la fe cat�lica. Poco a poco, lo que comenz� siendo una reforma de las costumbres termin� en una reforma de la fe cat�lica y de la estructura misma de la Iglesia. Sus buenos deseos terminaron en rebeld�a y herej�a, al negar el origen divino de la jerarqu�a, al entender la justificaci�n en un sentido que no ten�a suficiente cuenta de la cooperaci�n humana, al rechazar varios de los sacramentos. Eso fue lo triste, pues rompi� la t�nica incons�til de la Esposa de Cristo .

Adem�s de la escisi�n que produjo en la iglesia, su doctrina produjo otros males. El m�s vistoso es el subjetivismo tanto al interpretar la Escritura al defender el �libre examen�, como en el campo dogm�tico por negar el papel magisterial del papa y de los obispos. Algunos autores ven en este subjetivismo una de las ra�ces del racionalismo moderno.

Otra consecuencia negativa fue que, al aliarse con los nobles de la naci�n alemana, increment� la sujeci�n de las iglesias al estado. Si miramos este punto con imparcialidad, tendremos que recordar la frase de P�guy: �Todo comienza en m�stica y todo acaba en pol�tica�.

La brutalidad del saqueo de Roma (1527)

La necesidad de reforma era el grito que se escuchaba por todas partes. Y esa reforma ten�a que comenzar desde la cabeza, el Papa. Uno de los males en que cayeron algunos pont�fices de este siglo fue la frivolidad y el esp�ritu mundano.

Clemente VII fue una muestra. Como arzobispo de Florencia hab�a sido bueno, pero como Papa agrav� los males consintiendo algunos excesos. En pol�tica su gran yerro fue indisponerse con el emperador Carlos V, baluarte de la Iglesia, al apoyar a su rival el rey Francisco I de Francia. Este intent� hacerse por la fuerza del ducado de Mil�n, y fue vencido y capturado en Pav�a por el emperador (1525). Para recuperar su libertad firm� el tratado de Madrid, pero inmediatamente lo rompi� y volvi� a levantarse en armas contra el emperador. Es aqu� donde interviene Clemente VII, pues le ofreci� su apoyo para liberarse del influjo que el emperador ten�a en Italia. Este, tras consultar a sus te�logos y tranquilizar su conciencia, ataca militarmente con sus Lansquenetes la ciudad de Roma y la captura (1527).

Se hizo el ataque con una fuerza de veinte mil hombres integrados por italianos y espa�oles a quienes se agregaron diez mil j�venes luteranos cuyo jefe dec�a: �Quisiera ahorcar al Papa con mis propias manos�. El ataque fue brutal. La soldadesca arras� cuanto encontr� a su paso. �Saqueo de Roma� se denomin� este hecho. Su brutalidad caus� consternaci�n en toda Europa, tanto que el franciscano cardenal Qui�ones reproch� duramente al emperador Carlos V dici�ndole que no merec�a llamarse emperador sino m�s bien general de Lutero. Pero otros predicadores dec�an: �Roma, haz penitencia, esto es castigo de Dios�. Y todos clamaban por la reforma de la Iglesia. Clemente VII estuvo prisionero de Carlos V hasta fines de 1527.

Se empieza a pensar que ha llegado el momento de la reforma, y lo mismo que cuando la ca�da del Imperio romano, muchos se retiran a hacer penitencia.

Una de las ciudades italianas donde m�s se conserv� el fervor religioso fue Venecia, debido a que no sufri� por las guerras, el hambre o la peste. Preclaros venecianos eran Contarini y san Jer�nimo Emiliano. All� estuvo fuerte el Oratorio del Divino Amor, cuyo primer intento era renovar la propia alma por medio de la oraci�n, la predicaci�n, la pr�ctica de los sacramentos y la caridad cristiana.

Como siempre, la reforma fue obra de santos.

Contin�a la gran haza�a evangelizadora de Am�rica

Como en el cap�tulo anterior ya hablamos de esto m�s extensamente, quiero hacer un brev�simo resumen en este apartado.

El com�n denominador en la gesta civilizadora de Espa�a aparece siempre en todos los escritos de ese tiempo: �La conversi�n de los infieles...que todos conozcan a Dios Nuestro Se�or...que se implante la santa fe cat�lica�.

Cort�s y Pizarro entregaron al imperio espa�ol los inmensos territorios de los imperios azteca (1521) e inca (1532) respectivamente. Almagro explora Chile y Pedro de Mendoza funda Buenos Aires (1535); su hermano Pedro se dirige al Paraguay (1538). Vasco N��ez de Balboa descubri� el Oc�ano Pac�fico en 1513. Magallanes y Elcano dieron la vuelta al mundo durante el trienio de 1519 a 1522.

Los papas Inocencio VIII en 1482, Alejandro VI en 1493 y Julio II en 1508 hab�an concedido a los reyes espa�oles una serie de privilegios para el gobierno de la iglesia tanto en Espa�a como en Indias : formaci�n de di�cesis y nombramiento de obispos, recaudaci�n de los diezmos, aprobaci�n de documentos pontificios, construcci�n de iglesias, control de religiosos, etc.

Resumamos un poco lo que ya dijimos en el siglo anterior. Desde sus inicios en Am�rica, la Iglesia qued� estrechamente sujeta al poder civil. En este descubrimiento, es verdad, hubo abusos y explotaci�n por parte de algunos conquistadores; incluso disminuyeron poblaciones aut�ctonas, debido a los duros trabajos a los que los somet�an y a las enfermedades. Los espa�oles se hab�an distribuido las tierras y las poblaciones (sistema de encomienda), lo cual llevaba a una esclavitud disimulada de los indios, por parte de algunos espa�oles. En 1551, el dominico Montesinos protesta en un serm�n contra la explotaci�n de los indios ante el furor de los colonos, que llevaron el asunto ante la corte de Espa�a. Las leyes de Burgos (1512) mantuvieron la encomienda, pero exigiendo que los indios fueran tratados como hombres libres y que los amos se preocupasen de su vida cristiana. Esta evangelizaci�n americana es llamada �gesta evangelizadora�, �epopeya religiosa�, �empresa singular�.




II.RESPUESTA DE LA IGLESIA


Todos esperaban la respuesta de la Iglesia en todo este desbarajuste.

�Reforma! �Ser�a capaz la Iglesia de poner los cimientos de esta reforma deseada? El Esp�ritu Santo otra vez m�s no abandon� la Iglesia.

Todav�a pululaban en el aire las ideas conciliaristas del siglo pasado. El quinto concilio de Letr�n (1512-1517), bajo el papado de Le�n X , conden� el conciliarismo y la Pragm�tica Sanci�n de Bourges, que quer�a la independencia con respecto a Roma. Este concilio quiso responder al rey franc�s Luis XII que, al igual que Felipe IV el Hermoso al Papa Bonifiacio VIII, priv� al Papa de subsidios, reuni� un concilio nacional en Tours y apoy� otro �ecum�nico� en Pisa (1511), de corte galicano el primero y conciliarista el segundo.

Mucho se habl� de la reforma en este concilio V de Letr�n, pero sus resultados no tuvieron la importancia proporcionada a su larga duraci�n.

La gran Reforma cat�lica: El Concilio de Trento

Dios hizo surgir la reforma cat�lica , no s�lo para combatir al protestantismo, sino para lanzar con m�s claridad la doctrina de la Iglesia cat�lica.

La antigua cristiandad europea explot� en m�ltiples iglesias opuestas a Roma. Seriamente amputada, la Iglesia romana reaccion� intentando reformarse. Incluso algunos pr�ncipes cat�licos se lanzaron incluso a una reconquista armada. A todo esto es a lo que se da a veces el nombre de contrarreforma. No es exacta la expresi�n contrarreforma porque parecer�a que aprobase la de reforma de Lutero, que en realidad no fue reforma sino un complejo dogm�tico, disciplinar y moral, no siempre bien aclarado. Adem�s, para reformar la Iglesia no es necesario destruirla ni separarse de ella, como hizo Lutero, sino permanecer fiel a ella. Tampoco es exacto ese t�rmino de contrarreforma porque dar�a la impresi�n de que la restauraci�n de la Iglesia cat�lica ser�a una mera reacci�n contra el protestantismo, siendo as� que la Reforma de la Iglesia cat�lica es eminentemente constructiva, vital y positiva.

La Iglesia cat�lica convoc� el concilio de Trento (1545-1563), bajo los papas Paulo III , Julio III y P�o IV.

El fin y el objeto de Trento fue salvar la ortodoxia de las costumbres, mantener la unidad de la Iglesia, reanimar la santidad en el clero y el pueblo. El papa se ayud�, para la reforma de obispos y di�cesis, de los teatinos, fundados por san Cayetano Thiene y Pedro Caraffa.

Trento abri� una nueva era a la iglesia y sus decretos empezaron a practicarse por toda la cristiandad. El concilio adem�s de abocarse a la reforma de las costumbres , se centr� sobre todo en aclarar la doctrina cat�lica, negada por Lutero.

En la primera etapa del concilio (1545-1547), siendo papa Paulo III, se reconoci� el valor de la tradici�n apost�lica, igual al de la Escritura como fuente de fe; se defini� el canon de los libros inspirados; se declar� el significado de la Vulgata, no en el sentido filol�gico (ausencia de errores de traducci�n), sino en el dogm�tico ; se proclam� como norma de interpretaci�n de la Escritura la opini�n com�n de los santos padres y el juicio de la Iglesia; se publicaron los decretos dogm�ticos sobre el pecado original y sobre la justificaci�n, ; se llev� a examen y se defini� la doctrina sobre los sacramentos en general y del bautismo y de la confirmaci�n en particular, y se dio una serie de decretos de reforma respecto a la predicaci�n, la obligaci�n de residencia y el c�mulo de beneficios.

En la segunda etapa (1551-1552), siendo Papa Julio III, prosiguieron los decretos relativos a la eucarist�a, a la penitencia y a la extremaunci�n, adem�s de los concernientes al ejercicio de la autoridad episcopal, las costumbres del clero y la colaci�n regular de los beneficios eclesi�sticos.

En la tercera etapa (1561-1563), siendo Papa P�o IV, se promulgaron los decretos sobre la comuni�n bajo las dos especies, que declararon no necesaria; sobre el car�cter sacrificial de la misa; sobre los sacramentos del orden y del matrimonio; sobre el purgatorio, la veneraci�n de los santos, de las im�genes y reliquias. Simult�neamente se dieron cuarenta y dos art�culos, que pueden ser considerados como la esencia de la reforma tridentina, concernientes a los m�s importantes sectores de la vida eclesi�stica: acerca de la residencia de los obispos, las condiciones para la colaci�n de las �rdenes por parte de los obispos, el uso del lat�n en la celebraci�n de la misa y administraci�n de sacramentos, sobre la disciplina del clero, la formaci�n eclesi�stica, etc.

El 15 de julio de 1563 se aprob� el importante decreto sobre la erecci�n de los seminarios; solamente por �l se pod�an dar por bien empleados todos los trabajos del concilio. Igualmente, se legisl� sobre diversos aspectos de la vida en la Iglesia: el matrimonio que invalidaba los matrimonios clandestinos, las indulgencias, los ayunos, las visitas pastorales, la observancia de los d�as festivos, la acumulaci�n de beneficios, la reforma de las �rdenes religiosas... Y propici�, adem�s, que m�s tarde se publicara el misal y el breviario, el Catecismo Romano y del �ndice de libros prohibidos.

En esta �ltima etapa asistieron 225 Padres: seis cardenales, tres patriarcas, 193 arzobispos y obispos, siete abades y siete superiores generales de �rdenes religiosas, 39 procuradores de otros tantos prelados ausentes.

Hab�an pasado dieciocho a�os desde su inauguraci�n. P�o IV confirm� los decretos conciliares mediante la bula �Benedictus Deus� (1564) e instituy� la Congregaci�n del Concilio para la mejor interpretaci�n de los mismos y su ejecuci�n. Tales decretos fueron aceptados sin reserva por la mayor parte de los soberanos y de los Estados cat�licos. S�lo Francia admiti� los dogm�ticos, pero no los disciplinares.

Aqu� est�n resumidos los principales puntos doctrinales del concilio de Trento :

�Declar� que las fuentes de la revelaci�n son las Escrituras y la tradici�n de la Iglesia. De esta manera la Iglesia contestaba la doctrina de Lutero que todo lo cifraba en la sola Escritura.

�Fij� los libros de la Biblia o canon: son 73 libros; 46 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento. Los protestantes aceptan 39 libros del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento; en total, 66 libros; siete menos que los cat�licos. Los protestantes no aceptan Tob�as, Judit, Sabidur�a, Eclesiast�s, Baruc, 1 y 2 de Macabeos.

�Explic� la doctrina del pecado original, la gracia y los sacramentos, que en pocas palabras se resume as�: El hombre nace herido con el pecado original, pero no corrompido. Dicho pecado se borra totalmente con el bautismo, aunque queda la concupiscencia o la tendencia o inclinaci�n al pecado. El bautismo nos santifica y el hombre con la gracia del bautismo y de los sacramentos puede hacer obras buenas y meritorias a los ojos de Dios. As� daba contestaci�n al protestantismo que dec�a que el hombre estaba totalmente corrompido y era incapaz de hacer el bien, aunque haya recibido el bautismo. Para ellos el bautismo hace justo al hombre, pero no porque lo regenere, sino porque Dios ya no le imputa el pecado, en virtud de los m�ritos de Cristo.

�Reafirm� la existencia de los siete sacramentos.

�Afirm� que s�lo la fe en Jesucristo salva, pero que las obras buenas son necesarias. Los protestantes dec�an que s�lo la fe salva, pues todas las obras hechas por el hombre son obras empecatadas y no agradables a Dios.

�Volvi� a ense�ar, conforme a la tradici�n, el valor de las indulgencias, el culto a los santos, el celibato, la vida religiosa, la existencia del purgatorio. Para ganar las indulgencias se necesita, adem�s de la obra de caridad a la que est� ligada, tener un coraz�n contrito, que rechaza el pecado. Ese esp�ritu penitencial se debe manifestar confes�ndose, recibiendo la comuni�n y rezando por las intenciones del Papa. Si no hay este esp�ritu penitencia, la indulgencia ser�a una compraventa, que es lo que Lutero ech� en cara a la Iglesia.

�Public� el catecismo romano, destinado a los p�rrocos, para ayudarles en su predicaci�n y en la ense�anza del catecismo a los ni�os.

Los papas aplicaron el concilio, organizaron la iglesia, instituyeron seminarios, universidades. Roma se embelleci� y adquiri� su fisonom�a de capital del mundo cat�lico. La c�pula de la bas�lica de san Pedro se acab� en 1590. Los a�os santos de 1575 y 1600 tuvieron un gran �xito.

La aplicaci�n del concilio en los pa�ses cat�licos dependi� en parte de la voluntad de los soberanos. Felipe II de Espa�a recibi� muy pronto las decisiones conciliares. En Alemania, a los emperadores les habr�a gustado obtener el matrimonio de los sacerdotes. En Francia, por considerar que el concilio atentaba contra el poder real, los reyes negaron su publicaci�n.

Grandes hombres de Iglesia dieron un impulso al concilio: Pedro Canisio, jesuita holand�s, recorri� incansablemente Europa y especialmente los pa�ses germ�nicos para poner en pr�ctica la reforma cat�lica. En Mil�n, Carlos Borromeo representa el modelo de obispo seg�n el concilio de Trento: llev� una vida austera, reuni� s�nodos diocesanos, fund� colegios y seminarios.

En consecuencia, el concilio de Trento imprimi� un nuevo rumbo a la Iglesia; afirm� la ortodoxia y devolvi� al pueblo la confianza en sus pastores. Desde Trento, el obispo y el p�rroco deber�n vivir con el pueblo.

Ante el saqueo de Roma

El Papa Clemente VII debi� aceptar rendici�n incondicional exigida por el vencedor. El vencedor se incaut� �como bot�n de guerra- de las ciudades papales de Civit� Vecchia, Ostia, Civit� Castellana, Piacenza, Parma y M�dena, que integraban el poder temporal del papado.

Para hacer frente a otros gastos, Clemente VII debi� recurrir a empr�stitos de banqueros genoveses y catalanes, hipotecando la ciudad de Benevento y las rentas eclesi�sticas de N�poles. Rendido y humillado, despojado y enfermo, regresa a Roma (1528).

Por disposici�n de la divina Providencia, es por esta �poca l�gubre cuando el Papa apoya a un grupo de franciscanos que desean vivir vida erem�tica y que el pueblo llamar� capuchinos. La bula est� firmada el 3 de julio de 1528.

Nuevas �rdenes e instituciones

El concilio de Trento impuls� una serie de �rdenes e instituciones para llevar a cabo esa reforma tan anhelada por la Iglesia. Estas �rdenes est�n vinculadas al Papa Paulo III.

�Cu�les son?

Oratorio del Divino Amor: surgi� en Roma en tiempos de Le�n X. Era una hermandad de cl�rigos y seglares fervorosos cuyo fin principal era difundir la devoci�n eucar�stica y la comuni�n frecuente, cosa desconocida hasta entonces. Estos grupos de oraci�n se extendieron por G�nova, Vicenza y Venecia. Impulsaron este oratorio los cardenales Pedro Caraffa, Sadoleto y san Cayetano Thiene. M�s que orden es un movimiento de espiritualidad.

Los teatinos son ya una orden. Sus fundadores fueron el cardenal Pedro Caraffa y san Cayetano Thiene. Se llamaron teatinos porque as� los llamaba el pueblo, dado que Caraffa era obispo de Theate. Esta orden estaba constituida por cl�rigos reformados; no adoptaban normas monacales y se consagraban al pastoreo de la grey alejada. Su vida sacerdotal santa se extendi� r�pidamente, a tal punto que santa Teresa de Jes�s dice: �Sed amigos de los teatinos�.

Barnabitas: su fundador fue san Antonio Mar�a Zaccaria (1502-1539). Es orden de cl�rigos regulares. Su finalidad era la instrucci�n religiosa del pueblo y la educaci�n juvenil. Fueron aprobados por Clemente VII en 1533. Desarrollaron su actividad en el norte de Italia, donde en donaci�n recibieron el antiguo monasterio de san Bernab� (B�rnabas) de Mil�n. Se acrecent� el prestigio de los barnabitas con la figura de san Alejandro S�uli, superior general de la congregaci�n, obispo de Aleria y consejero de san Carlos Borromeo.

Capuchinos: la orden franciscana ven�a sufriendo trastornos disciplinarios en el siglo XV. Con la intervenci�n del Papa Le�n X se lleva a cabo la escisi�n franciscana: unos ser�n observantes y otros conventuales (1517). Propulsor de la observancia en Italia hab�a sido san Bernardino de Siena. En Espa�a, san Pedro Regalado y san Pedro de Alc�ntara. Fray Mateo de Bascio (Da Bassi) encabeza el grupo de los conventuales para vivir la estricta regla de san Francisco (1525). Integran el grupo fray Luis y Rafael de Fossombrone, con apoyo de Pedro Caraffa.

Obtiene la aprobaci�n del Papa Clemente VII en 1526. Se les denomin� en un inicio �ermita�os franciscanos� y m�s tarde �capuchinos� porque usaban h�bitos burdos con capucha grande. Viven en pobreza y en oraci�n. Esta nueva rama franciscana sufri� mucho de parte de sus mismos hermanos franciscanos; incluso, el primer vicario general, Mateo, y el segundo, Luis Fossombrone se volvieron a los observantes. El tercer vicario, Bernardino Ochino, descuid� su vida erem�tica y contemplativa por darse a una actividad asombrosa; termin� pas�ndose al protestantismo y huyendo a Suiza.

Pero estos contratiempos no detienen el crecimiento de los capuchinos que, pese a todo, contaban con el apoyo de los cardenales Contarini, Sanseverino y del reformador obispo de Verona, Juan Mateo Giberti. Se extienden r�pidamente por toda Europa en la segunda mitad del siglo XVI y se constituyen desde los albores, en los predicadores y confesores de Europa, y en su apostolado entre la gente sencilla y en las misiones. �Dem�stenes del pueblo� los llamar� Lacordaire.

Pasadas las tormentas, se consolid� la tierna rama y el Papa Paulo V les dio plena independencia de los conventuales (1619). Forman desde entonces una nueva rama franciscana junto a los observantes y conventuales. Corr�a un verso que reza as�: �Mateo de Bascio les dio el h�bito. Luis de Fossambrone la barba. Bernardino de Asti el esp�ritu. El pueblo les puso nombre�.

Santa �ngela de Merici funda las Ursulinas en 1537, dedicadas a obras de educaci�n. Quer�a salvar a la sociedad, formando a las madres de familia y a los educadores.

San Felipe Neri, el oratorio, en 1563. Constaba de laicos y sacerdotes que se dedicaban, sin estructura ni constituciones, a rezar, cantar, comentar las Escrituras, estudiar la historia de la iglesia y dedicarse al servicio de los enfermos y peregrinos.


Un ej�rcito a las �rdenes del papa: La Compa��a de Jes�s

Menci�n aparte merece la Orden de cl�rigos regulares llamada Compa��a de Jes�s, fundada por san Ignacio de Loyola y aprobada por el papa Paulo III en 1540. Colabor� enormemente en este esfuerzo de la Iglesia por preservar y defender la fe cat�lica, contra el virus protestante. Fue realmente un baluarte firme y seguro del catolicismo. Gracias a ella, Trento se llev� adelante.

Su lema lo dec�a todo: �Ad maiorem Dei Gloriam� (para la mayor gloria de Dios).

Su fin: ser un ej�rcito a las �rdenes del Papa para la defensa y la explicaci�n de la doctrina cat�lica. Mediante un cuarto voto de obediencia rigurosa al Papa, adem�s de los cl�sicos de pobreza, castidad y obediencia, san Ignacio puso a su grupo en manos del pont�fice. Con este voto los jesuitas significan su voluntad de responder a todas las necesidades de la Iglesia de su tiempo, a donde les mandara el Papa.

Los medios para llevar a cabo su apostolado: los ejercicios espirituales destinados a la conversi�n del hombre; la ense�anza en universidades y colegios, las misiones, la investigaci�n cultural y la pastoral en general.

Caracter�sticas de la orden: Ignacio agrega un a�o de noviciado y aumenta la autoridad del superior general: ser� vitalicia. Suprime la oraci�n coral, vigente en todas las �rdenes, pero hace hincapi� en la obediencia absoluta . Obediencia y disciplina, autocontrol e incansable energ�a de acci�n en el servicio de Dios. Las constituciones, que empez� a escribir el mismo san Ignacio entre 1546-1550, fueron confirmadas por la primera congregaci�n general de 1558 como norma definitiva. La espiritualidad est� plasmada en los ejercicios espirituales, que han hecho m�s santos que letras contiene, seg�n san Francisco de Sales. No crean, sin embargo, una espiritualidad nueva; trazan el �principio y fundamento� del cristiano . La Compa��a de Jes�s quedaba organizada bajo una constituci�n r�gidamente mon�rquica y centralizada: el general de la orden, elegido de por vida e investido de una autoridad casi ilimitada, distribuye los oficios y nombra los provinciales y a los rectores de los distintos colegios; todos quedan sometidos a la entera disponibilidad que determine la obediencia.

No tard� en difundirse la nueva Compa��a. A la muerte del fundador contaba ya con doce provincias que se extend�an desde el Brasil al Jap�n, con m�s de cien casas y cerca de mil miembros. La Compa��a fue de los primeros adalides de la restauraci�n cat�lica europea, de las misiones y de la ense�anza cristiana en la sociedad. Los jesuitas fundaron gimnasios, colegios, seminarios y escuelas superiores. Su programaci�n de estudios �la Ratio Studiorum- es un modelo de la nueva pedagog�a que ya entonces se presagiaba.

Los grandes m�sticos

Este siglo vio tambi�n nacer a los grandes m�sticos espa�oles, santa Teresa de �vila y san Juan de la Cruz, adem�s de otras obras de espiritualidad riqu�simas de san Juan de �vila, san Francisco de Borja, fray Luis de Le�n, fray Luis de Granada, san Pedro de Alc�ntara.

Es curioso este dato: mientras en el resto de Europa se originaban movimientos de rebeld�a contra la Iglesia, surge en Espa�a una floraci�n de autores espirituales, que tiene en los franciscanos su primera representaci�n. Francisco de Osuna escribe su Tercer abecedario espiritual, cuyo influjo se har� sentir en santa Teresa de �vila y en otros m�sticos posteriores.

Pero donde la m�stica y la asc�tica espa�olas alcanzan su punto culminante es en las obras de los dos grandes santos y escritores carmelitas santa Teresa de Jes�s y san Juan de la Cruz.

Santa Teresa se decide a llevar a cabo la reforma de su orden y, superando grandes dificultades, y despu�s de conseguir un Breve favorable de P�o IV, en marzo de 1563, establece el convento de san Jos�, en la misma �vila, el primero de la reforma. El papa confirma la nueva fundaci�n dos a�os m�s tarde, y el general de los carmelitas, Juan B. Rossi (P. Rubeo) le da permiso para fundar nuevas casas y aun de establecer la reforma de los varones, junto con san Juan de la Cruz.

En su libro de la Vida, en el Camino de perfecci�n, Las Fundaciones, el Castillo interior o Las Moradas, modelos inigualables de la lengua espa�ola que pertenecen al tesoro m�s apreciado de la m�stica del mundo cristiano, santa Teresa describe los estados m�sticos a que el alma puede ser elevada, la suerte y las caracter�sticas de la vida espiritual. Lo mismo hace san Juan de la Cruz en sus conocidas obras Subida al Monte Carmelo, Noche oscura del alma, C�ntico espiritual, Llama de amor vivo, en las que, al par de una sana y profunda teolog�a y con gran belleza literaria, describe el proceso interior del alma hasta llegar a los grados m�s elevados de perfecci�n.

Fuera de Espa�a, el exponente m�s significativo de esta literatura espiritual es san Francisco de Sales, doctor melifluo y santo amable a la manera de san Bernardo. Sus tratados de la Introducci�n a la vida devota o Filotea, el del Amor divino o Te�timo y sus Conversaciones espirituales, pasan por modelos de la ciencia del esp�ritu, que llenan de dulzura la virtud y la asc�tica cristianas.

El sue�o dorado de muchos misioneros: Oriente

A ra�z de los nuevos descubrimientos de espa�oles y portugueses se abre el per�odo de grandes misiones, que se ir�n extendiendo por los inmensos territorios de Am�rica, Asia y Ocean�a. Tanto los reyes de Espa�a como los de Portugal tomaron muy en serio su deber cristiano de proveer a la propagaci�n del Evangelio en las tierras reci�n descubiertas y a ello les ayuda el despertar misionero de las �rdenes religiosas y de no pocos miembros del clero secular.

Ser�, pues, este siglo XVI, el siglo de las misiones en Oriente, con san Francisco Javier, jesuita, a la cabeza, que fue a Goa (1542), Malaca (1545), Jap�n (1549), lleg� a la frontera de China (1552) y convirti� a numerosos asi�ticos mediante su apostolado audaz e incansable. Otros jesuitas llegaron al Congo en 1547, a Marruecos en 1549, y a Etiop�a en 1555. Cien disc�pulos de Ignacio llegaron a la India. Paralelamente fueron form�ndose las respectivas di�cesis en territorios asi�ticos. Jap�n contaba con 150 mil conversiones cuando Taikosama barri� en este mismo siglo con aquella comunidad cat�lica.

Am�rica cristiana

Debemos la predicaci�n del evangelio en el continente americano a los franciscanos, dominicos y agustinos principalmente. M�s tarde llegaron los jer�nimos y los mercedarios que cooperaron a la conversi�n de los naturales. Los jesuitas predicaron a partir de 1571 en Per� y en 1572 en Nueva Espa�a.

Estos jesuitas se establecieron tambi�n en Brasil y fundaron en Paraguay las llamadas reducciones, territorios en que florecieron las nuevas cristiandades a salvo de los posibles desmanes de los conquistadores, y adem�s eran un medio eficaz para la promoci�n humana y cristiana de los ind�genas.

La primera reducci�n data de 1610. Lleg� a haber hasta treinta, donde se agrupaban unos 150.000 habitantes. Se organiz� una vida totalmente comunitaria sobre bases cristianas. Cada reducci�n estaba dirigida por dos o tres jesuitas. Todo era com�n. Se ha llamado la rep�blica comunista cristiana de los guaran�es. El tratado de los l�mites (1750) hizo pasar las reducciones del dominio espa�ol al portugu�s. Los guaran�es resistieron alg�n tiempo. La supresi�n de los jesuitas, por presi�n del gobierno portugu�s, dio el golpe de gracia a las reducciones (1768).

El clero diocesano, especialmente cuando la Compa��a de Jes�s lo educ� en sus aulas, se encarg� de proseguir el asentamiento de la nueva cristiandad.

La organizaci�n eclesi�stica americana fue calcada de la espa�ola y de la Iglesia universal: instituci�n de cabildos, seminarios, inquisici�n. Durante el siglo XVI quedaron erigidas 38 di�cesis a lo largo del continente.

Algunos evangelizadores sobresalientes fueron los siguientes: Fray Juli�n de Garc�s, defensor de la racionalidad de los naturales; Bartolom� de las Casas , defensor ac�rrimo de la dignidad de �stos, enemigo inquebrantable de la encomienda y de la conquista; fray Toribio de Benavente o Motolin�a, muy amado de los naturales; fray Bernardino de Sahag�n, tesonero estudioso de su pasado; el obispo don Vasco, organizador e impulsor de la sociedad tarasca; Pedro de Gante, educador.

Varios m�rtires regaron con su sangre el territorio americano; entre ellos el obispo fray Antonio de Valdivielso, dominico, muri� a manos de espa�oles por defender a los ind�genas. Sobresalieron tambi�n por su labor evang�lica: Francisco Solano, Antonio de Montesinos, Juan de Zum�rraga, Juan del Valle, Pedro Delgado, Domingo Navarrete, Jos� de Anchieta, y Manuel de N�brega.

La Virgen de Guadalupe y san Juan Diego

La Virgen de Guadalupe se apareci� en 1531 a Juan Diego en el Tepeyac, para apoyar la evangelizaci�n. Ella es la esencia del alma mexicana, el motivo supremo de su alegr�a. La Se�ora del Tepeyac, la Madre del amor y de la santa esperanza, encomend� a Juan Diego llevar su maravilloso mensaje al obispo Fray Juan de Zum�rraga, cabeza visible de la Iglesia en M�xico, cuando le dijo: �Es necesario que t�, personalmente, vayas, ruegues, que por tu intercesi�n se realice, se lleve a efecto mi querer, mi voluntad� .

Juan Diego brilla como uno de los protagonistas de esta s�ntesis admirable: por un lado es ind�gena con los suyos, con una tradici�n que ven�a desde remotos antepasados y cuya permanencia en el tiempo era s�mbolo de la verdad; por otro lado, entra en contacto con el mundo de lo �nuevo� y que, por lo mismo, no ten�a garant�a de veracidad.

No obstante, aprende a dialogar con la fuente de los s�mbolos espa�oles, la Virgen Mar�a y el fruto bendito de su vientre, Jes�s, y lo asimila de manera excepcional en una experiencia religiosa que deja ver la fuerza de la gracia en el escogido. La historia de las apariciones es el testimonio vivo de la eficacia de Mar�a como Maestra de un laico ind�gena evangelizador. El �Nican Mopohua�(�Aqu� se narra�) del sabio y docto ind�gena Antonio Valeriano, es una relaci�n de alta escuela, donde aparecen �ntimamente relacionados los protagonistas: la Madre del Hijo de Dios, Juan Diego Cuahtlatoatzin, el obispo Fray Juan de Zum�rraga y Juan Bernardino.

La Virgen Mar�a proclama a Juan Diego un mensaje que de por s� comporta un nuevo nacimiento: ��No estoy yo aqu� que soy tu Madre? �No est�s bajo mi sombra y resguardo? �No soy yo la fuente de tu alegr�a? �No est�s en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? �Tienes necesidad de alguna cosas?� .Mar�a no s�lo est� dici�ndole a Juan Diego que ella es su �Madrecita�, sino que adem�s ella se siente honrada y agradecida por serlo.

Juan Diego es el macehual, instrumento de la gracia de Dios, a trav�s de Mar�a, conocedora de estos menesteres, pues ella misma se hab�a confesado como �la esclava del Se�or�(cf. Lc 1, 38). De ella recibe el encargo de subir a cortar variadas flores , de colocarlas en su ayate y de llevarlas a la presencia de la Soberana, quien las tomar� en sus manos y las volver� a colocar en la tilma de su embajador. �ste no desempe�a un papel de mero agente, sino tambi�n de sujeto libre y responsable en manos de Dios. Y este misionero est� llamado a la alt�sima vocaci�n de ser intermediario para que el mundo divino, el de las flores de Dios, llenas de vida, �de olor suav�simo, como perlas preciosas, como llenas de roc�o nocturno� se una al mundo humano del Tepeyac, que de por s� era �rido y adem�s se encontraba en la �poca de invierno.

Se anunciaba as� el comienzo de una nueva etapa en la historia del pueblo ind�gena, fidel�simo a sus dioses y que aparentemente hab�a sido traicionado por ellos; etapa que hab�a sido ya inaugurada definitivamente por la Encarnaci�n del Hijo de Dios, en el seno de Mar�a de Nazaret, por obra del Esp�ritu Santo.

El hijito menor de la celestial Se�ora se encuentra finalmente en el coraz�n de la encomienda. En frases claras y sencillas se le indica lo que tiene que decir, a qui�n se lo va a decir y c�mo tiene que hacerlo. Se le recuerda que no va en nombre propio y que no va a expresar su voluntad. El embajador emprende el camino. La fe le hace ir adelante, no obstante que ya ha tenido la experiencia de no ser cre�do por el Obispo, de ser investigado, de haberse topado con un enfermo terminal. La seguridad le llega porque ha recibido con mente y coraz�n bien dispuesto el ofrecimiento de la dulce Se�ora. Y va con toda la autoridad que ha recibido de ella. Lleva en su regazo las flores con tal cuidado, como un ministro lleva la Eucarist�a. La se�al no es s�lo para Juan Diego, sino que es para la cabeza de la Iglesia, que es Juan de Zum�rraga.

Las flores, que de por s� ya eran la expresi�n de algo sagrado, se convierten en instrumento para pintar en la tilma del embajador ind�gena la imagen de la Reina del Cielo, de la Madre del Hijo de Dios. Entregadas tilma y flores al obispo, tenemos la uni�n de dos autoridades, el macehual o embajador que llevaba la imagen de la Se�ora y el que es convertido en custodio de la Imagen.

La experiencia de toda una vida culminada con cantos y flores, encuentro con la Se�ora del Cielo, enfermedad y curaci�n del t�o Bernardino, entrevistas con el se�or obispo, llevaron a Juan Diego a pedir el honor de poder dedicarse por completo al servicio de la Morenita, viviendo a un lado del templo. Para ello solicit� la autorizaci�n del obispo Zum�rraga, dada la distancia que hab�a entre su casa y la ermita de Guadalupe. Obtenido el permiso del obispo, dej� todo y se retir� a la ermita para servir a la Virgen, cuidando de su casita.

Esta comuni�n diaria con los intereses de la Sant�sima Virgen desemboc� en una vida seg�n el Esp�ritu de Jesucristo: �A diario se ocupaba en cosas espirituales y barr�a el templo. Se postraba delante de la Se�ora del Cielo y la invocaba con fervor. Frecuentemente se confesaba y obtuvo la gracia de poder comulgar tres veces por semana, cosa excepcional para un laico de entonces. Ayunaba, hac�a penitencia, se disciplinaba, se ce��a cilicio de malla y buscaba la soledad para poder entregarse a solas a la oraci�n� .

De esta forma, el testimonio de una vida �ntegra alcanzada por Juan Diego, bajo la acci�n de la gracia divina, provoc� una fama de santidad reconocida por quienes entraban en contacto con �l. Marcos Pacheco, el primero de los siete indios ancianos, informantes de Cuauhtitl�n, que declararon en el proceso de 1666, nos ofrece una s�ntesis al respeto: �Era un indio que viv�a honesta y recogidamente, que era muy buen cristiano y temeroso de Dios y de su conciencia, y de muy buenas costumbres y modo de proceder, en tanta manera que, en muchas ocasiones le dec�a a este testigo la dicha de su t�a: Dios os haga como Juan Diego y su t�o; porque lo ten�a por muy buenos indios y muy buenos cristianos�.

Hoy la Iglesia ya lo venera como santo: �san Juan Diego, ruega por nosotros�. Fue el papa Juan Pablo II quien lo proclam� santo el 31 de julio de 2002, en su visita a M�xico.

Disputa teol�gica entre dominicos y jesuitas

Mientras ve�amos c�mo la gracia de Dios actu� en este indio Juan Diego y se prest� libremente a esa acci�n divina, en Europa se daba, miren por d�nde, una disputa acerca de c�mo act�a la gracia divina en relaci�n con la libertad humana.

Las afirmaciones de Lutero y de Calvino sobre la gracia y la justificaci�n estimularon a la teolog�a cat�lica a dedicar una atenci�n especial a los cap�tulos doctr�nales sobre el estado original del hombre en el para�so terrestre, el pecado original y la relaci�n entre la gracia y el libre albedr�o.

La disputa fue entre los dominicos, con una concepci�n m�s r�gida, y los jesuitas, una soluci�n m�s mitigada.

Luis Molina, jesuita, sosten�a que el hombre realiza libremente sus acciones, pues la gracia inclina a la libertad sin suprimirla; Dios act�a, a su vez, en la realizaci�n de los actos buenos dado que por su ciencia sabe que el hombre los habr� de realizar.

Domingo B��ez, dominico, le llamaba a Molina pelagiano, porque parec�a que todo lo realiza el hombre con su libertad. B��ez afirmaba que la gracia eficaz de Dios determina f�sicamente a la voluntad a obrar. Luis Molina llam� a B��ez calvinista, porque parec�a que suprim�a la libertad del hombre.

M�s tarde Miguel de Bayo llev� al extremo la posici�n de B��ez, diciendo que el libre albedr�o, desnaturalizado por el pecado, no pod�a obrar el bien, y s�lo la gracia de Cristo, ordenando al hombre a Dios, permit�a obrar bien y meritoriamente. M�s tarde, en el siglo XVII la Iglesia dar�a respuesta a este problema. Mientras tanto, el Papa Clemente VIII impuso silencio a las dos partes. No se pudo dar soluci�n definitiva. Y no pod�a ser de otro modo, ya que el misterio de la cooperaci�n de la gracia divina con el libre albedr�o del hombre, es, y seguir� siendo, un problema-misterio que trasciende cualquier argumento de raz�n: �Cu�nto act�a la gracia de Dios y cu�nto act�a mi libertad a la hora de hacer una acci�n...es un misterio�.

Una pista de este misterio podr�a ser �sta: Dios ilumina mi entendimiento e inclina mi voluntad para que yo libremente escoja el bien; pero de ninguna manera mueve mi voluntad f�sicamente hasta el punto que me obligue a obrar el bien, pues as� no ser�a yo libre. De esta manera se salva, por una parte la soberan�a y el dominio total de Dios, y, por otra, mi libertad que es quien escoge ese bien, sin coacci�n ni imposici�n.




CONCLUSI�N


El concilio de Trento dio a la Iglesia la fisonom�a que ha mantenido hasta un per�odo reciente. �Cat�lico� designa ahora a un grupo particular de cristianos frente a los protestantes y los ortodoxos. La iglesia cat�lica sali� del concilio estabilizada, jerarquizada, centralizada en torno a su cabeza el papa. El concilio integr� armoniosamente el pasado de la iglesia con su presente, pero guard� silencio ante muchos de los nuevos problemas, como las transformaciones econ�micas y sociales. Lo har� m�s tarde.




AP�NDICE
: Juan Diego y la Virgen de Guadalupe

Aqu� traigo a colaci�n la homil�a del Papa al canonizar al beato Juan Diego, y al mismo tiempo el mensaje de los obispos mexicanos con motivo de la canonizaci�n. Tambi�n me ha parecido interesante la entrevista que hicieron al doctor peruano Jos� Aste Tosmann, que lleva 22 a�os estudiando las retinas de la Virgen y experto de IBM en procesamiento digital de im�genes.

HOMIL�A DEL PAPA EN LA CANONIZACI�N DE JUAN DIEGO


* * *

1."�Yo te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has
revelado a la gente sencilla! �Gracias, Padre, porque as� te ha parecido bien!" (Mateo 11, 25).

Queridos hermanos y hermanas: Estas palabras de Jes�s en el evangelio de hoy son para nosotros una invitaci�n especial a alabar y dar gracias a Dios por el don del primer santo ind�gena del Continente americano. Con gran gozo he peregrinado hasta esta Bas�lica de Guadalupe, coraz�n mariano de M�xico y de Am�rica, para proclamar la santidad de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el indio sencillo y humilde que contempl� el rostro dulce y sereno de la Virgen del Tepeyac, tan querido por los pueblos de M�xico.

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3.�C�mo era Juan Diego? �Por qu� Dios se fij� en �l? El libro del Eclesi�stico, como hemos escuchado, nos ense�a que s�lo Dios "es poderoso y s�lo los humildes le dan gloria" (3, 20). Tambi�n las palabras de San Pablo proclamadas en esta celebraci�n iluminan este modo divino de actuar la salvaci�n: "Dios ha elegido a los insignificantes y despreciados del mundo; de manera que nadie pueda presumir delante de Dios"(1 Co 1, 28.29).

Es conmovedor leer los relatos guadalupanos, escritos con delicadeza y empapados de ternura. En ellos la Virgen Mar�a, la esclava "que glorifica al Se�or" (Lucas 1, 46), se manifiesta a Juan Diego como la Madre del verdadero Dios. Ella le regala, como se�al, unas rosas preciosas y �l, al mostrarlas al Obispo, descubre grabada en su tilma la bendita imagen de Nuestra Se�ora. "El Acontecimiento Guadalupano-como ha se�alado el Episcopado Mexicano-signific� el comienzo de la evangelizaci�n con una vitalidad que rebas� toda expectativa. El mensaje de Cristo a trav�s de su Madre tom� los elementos centrales de la cultura ind�gena, los purific� y les dio el definitivo sentido de salvaci�n" (14.05.2002, n. 8). As� pues, Guadalupe y Juan Diego tienen un hondo sentido eclesial y misionero y son un modelo de evangelizaci�n perfectamente
inculturada.

4."Desde el cielo el Se�or, atentamente, mira a todos los hombres" (Sal 32, 13), hemos recitado con el salmista, confesando una vez m�s nuestra fe en Dios, que no repara en distinciones de raza o de cultura. Juan Diego, al acoger el mensaje cristiano sin renunciar a su identidad ind�gena, descubri� la profunda verdad de la nueva humanidad, en la que todos est�n llamados a ser hijos de Dios en Cristo. As� facilit� el encuentro fecundo de dos mundos y se convirti� en protagonista de la nueva identidad mexicana, �ntimamente unida a la Virgen de Guadalupe, cuyo rostro mestizo expresa su maternidad espiritual que abraza a todos los mexicanos. Por ello, el testimonio de su vida debe seguir impulsando la construcci�n de la naci�n mexicana, promover la fraternidad entre todos sus hijos y favorecer cada vez m�s la reconciliaci�n de M�xico con sus or�genes, sus valores y tradiciones.

Esta noble tarea de edificar un M�xico mejor, m�s justo y solidario, requiere la colaboraci�n de todos. En particular es necesario apoyar hoy a los ind�genas en sus leg�timas aspiraciones, respetando y defendiendo los aut�nticos valores de cada grupo �tnico. �M�xico necesita a sus ind�genas y los ind�genas necesitan a M�xico! Amados hermanos y hermanas de todas las etnias de M�xico y Am�rica, al ensalzar hoy la figura del indio Juan Diego, deseo expresarles la cercan�a de la Iglesia y del Papa hacia todos ustedes, abraz�ndolos con amor y anim�ndolos a superar con esperanza las dif�ciles situaciones que atraviesan.

5.En este momento decisivo de la historia de M�xico, cruzado ya el umbral del nuevo milenio, encomiendo a la valiosa intercesi�n de San Juan Diego los gozos y esperanzas, los temores y angustias del querido pueblo mexicano, que llevo tan adentro de mi coraz�n.

�Bendito Juan Diego, indio bueno y cristiano, a quien el pueblo sencillo ha tenido siempre por var�n santo! Te pedimos que acompa�es a la Iglesia que peregrina en M�xico, para que cada d�a sea m�s evangelizadora y misionera. Alienta a los Obispos, sost�n a los sacerdotes, suscita nuevas y santas vocaciones, ayuda a todos los que entregan su vida a la causa de Cristo y a la extensi�n de su Reino.

�Dichoso Juan Diego, hombre fiel y verdadero! Te encomendamos a nuestros hermanos y hermanas laicos, para que, sinti�ndose llamados a la santidad, impregnen todos los �mbitos de la vida social con el esp�ritu evang�lico. Bendice a las familias, fortalece a los esposos en su matrimonio, apoya los desvelos de los padres por educar cristianamente a sus hijos. Mira propicio el dolor de los que sufren en su cuerpo o en su esp�ritu, de cuantos padecen pobreza, soledad, marginaci�n o ignorancia. Que todos, gobernantes y s�bditos, act�en siempre seg�n las exigencias de la justicia y el respeto de la dignidad de cada hombre, para que as� se consolide la paz. Amado Juan Diego, "el �guila que habla"! Ens��anos el camino que lleva a la Virgen Morena del Tepeyac, para que Ella nos reciba en lo �ntimo de su coraz�n, pues Ella es la Madre amorosa y compasiva que nos gu�a hasta el verdadero Dios. Am�n.


MENSAJE DE LOS OBISPOS MEXICANOS SOBRE LA CANONIZACI�N DE JUAN DIEGO


1.Despu�s de haber celebrado el misterio de la muerte y resurrecci�n de Jesucristo en la Pascua, los Pastores del Pueblo de Dios en M�xico queremos compartir con ustedes, hermanas y hermanos, nuestra alegr�a por la canonizaci�n del Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin el pr�ximo 31 de julio del presente a�o 2002 y la Beatificaci�n, el 1 de agosto, de Juan Bautista y Jacinto de los �ngeles, m�rtires oaxaque�os en los albores de la evangelizaci�n de nuestro pa�s. Exhortamos a todos a que nos preparemos en la oraci�n, la reflexi�n y la celebraci�n a vivir este tan importante acontecimiento de nuestra vida eclesial.

QUINTA VISITA DE JUAN PABLO II

2.Juan Pablo II nos visitar� por quinta vez. Reiteradamente ha manifestado su amor a M�xico, donde descubri�, a los pies de Nuestra Se�ora de Guadalupe, el matiz evangelizador e itinerante que habr�a de tener su pontificado, para iluminar a hombres y mujeres con la verdad de Jesucristo. Su ejemplo de entrega infatigable es para todos los miembros de la Iglesia un est�mulo y testimonio vivo de c�mo impulsar la Nueva Evangelizaci�n. Ser� una nueva oportunidad para que correspondamos con afecto y entusiasmo, reiterando nuestra fidelidad a Jesucristo y a su Iglesia en comuni�n con el sucesor de San Pedro en la C�tedra de Roma.

EL CAMINO DE JUAN DIEGO

3.Juan Diego es miembro de una cultura ind�gena con valores familiares y sociales que sirvieron de base para la vocaci�n recibida despu�s de haber sido bautizado.
4.Esta existencia adquiere un nuevo significado con lo sucedido en el mes de diciembre de 1531, en la colina del Tepeyac. Este acontecimiento es conocido como el Hecho Guadalupano, teniendo como protagonistas a la Madre del verdadero Dios por quien se vive, el mismo Juan Diego, el obispo Fray Juan de Zum�rraga y Juan Bernardino; desde entonces, el laico Juan Diego est� indisolublemente unido al Hecho Guadalupano.
5.Juan Diego es el embajador fiel, que, al contacto con la llena de gracia, reconoci� al Verdadero Dios por quien se vive y al Hijo que ella tra�a consigo; y, movido por la acci�n del Esp�ritu Santo, se puso al servicio de la obra anunciada por la Virgen Mar�a.
6.En diversas ocasiones y con diversos signos se present� ante Fray Juan de Zum�rraga, cabeza visible de la incipiente Iglesia en M�xico, transmiti�ndole a �l y nada m�s que a �l, el deseo de la "ni�a celestial", hasta lograr su encomienda.
7.El vidente y embajador se dej� envolver por el Esp�ritu divino y acept� convertirse en testigo de todo lo acontecido a favor de sus hermanos, cooperando de esta forma en el acercamiento del mundo ind�gena y el mundo espa�ol.
8.El Hecho Guadalupano signific� el comienzo de la evangelizaci�n con una vitalidad que rebas� toda expectativa. El mensaje de Cristo a trav�s de su Madre tom� los elementos centrales de la cultura ind�gena, los purific� y les dio el definitivo sentido de salvaci�n; as� se convirti� en un modelo de evangelizaci�n inculturada y un reto para todos los agentes de evangelizaci�n que trabajan por hacer presentes los valores del Evangelio en las culturas de la sociedad mexicana.

SIGNIFICADO PARA LA IGLESIA EN M�XICO

9.Un santo es patrimonio de la Iglesia universal y modelo de vida para toda persona abierta a la verdad. Juan Diego es un santo que se ofrece al ind�gena, al mestizo y al criollo, al ni�o, al joven y al adulto. "Todos los cristianos �como nos lo recuerda el Papa Juan Pablo II en su Carta Apost�lica Novo Millennio Ineunte n. 30- est�n llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfecci�n del amor". El profesionista, el ama de casa, y el cl�rigo pueden encontrar en Juan Diego una inspiraci�n para saber valorar lo que son y lo que est�n llamados a realizar en el ambiente en que viven, para sembrar semillas de justicia, amor y paz y ayudar a que fructifiquen.
10.Canonizar a un bautizado significa que la autoridad competente de la Iglesia declara, p�blica y solemnemente, que la existencia de dicha persona ha sido una forma aut�ntica de encarnar el Evangelio de Jesucristo. Por ello, el santo es digno de veneraci�n e invocaci�n, y su forma de vida un ejemplo inspirador para que otros vivan la propia vocaci�n en el seguimiento radical de Cristo hasta llegar al encuentro definitivo con el Padre en el reino de los cielos.
11.La canonizaci�n del Beato Juan Diego se levanta como nueva voz que llama a la santidad a todos los bautizados. Queremos presencia de cada uno de ellos en la conformaci�n de un tejido social m�s civilizado y m�s inspirado en la mentalidad de Santa Mar�a de Guadalupe: mostrar el amor y la ternura de Dios hacia todos los moradores de estas tierras, especialmente hacia los m�s pobres y desamparados. El reconocimiento oficial de la Iglesia de la santidad de vida de Juan Diego es, por otra parte, una forma de dignificar al ind�gena, tantas veces marginado y menospreciado en nuestra patria.
12.Hace patente adem�s el amor providencial de la Iglesia y del Papa por los ind�genas; y reitera nuevamente el firme repudio a las injusticias, violencias y abusos de que han sido objeto a lo largo de la historia. La Iglesia contempla e invita a contemplar los aut�nticos valores ind�genas con amor y esperanza... El Papa, con la canonizaci�n, alienta a los pueblos aut�ctonos de M�xico y Am�rica a que conserven con sano orgullo la cultura de sus antepasados y apoya a todos los ind�genas en sus leg�timas aspiraciones y justas reivindicaciones.
13.La vida de Juan Diego ha de ser un renovado est�mulo en la construcci�n de la naci�n mexicana en la que haya una reconciliaci�n con sus or�genes, con su historia, con sus valores y tradiciones. Naci�n en la que su progreso est� fundamentado en el valor de la persona humana con todos sus derechos inalienables. En donde la confluencia de la diversidad encuentre la comuni�n en una b�squeda creativa. Donde las leyes que salvaguarden la convivencia aseguren la justicia y la solidaridad. Donde los m�s d�biles encuentren salvaguardada su dignidad y los m�s favorecidos, cauces eficaces para la fraternidad.

CONCLUSI�N

14.La canonizaci�n de Juan Diego es el cumplimiento de la promesa que la Ni�a del Tepeyac hizo a su querido Juan Dieguito, se lo asegur� y se lo cumple: �Ten por seguro que mucho te lo agradecer� y te lo pagar�, que por ello te enriquecer�, te glorificar�, y mucho de all� merecer�s que yo te retribuya tu cansancio, con el que vas a solicitar el asunto al que te env�o" (Nic�n Mopohua). Le pedimos a esta dulce Madre de la Naci�n mexicana, patrona de Am�rica y de Filipinas nos ayude a similar su pedagog�a para realizar una evangelizaci�n inculturada en todos los territorios, ambientes y sectores de M�xico y de Am�rica e interceda para que los hombres aprendamos a amarnos y aceptarnos como hijos de un mismo Padre

M�xico, D. F. a 14 de mayo del 2002
Obispos de M�xico




ENTREVISTA


�LAS FIGURAS QUE APARECEN EN LOS OJOS DE LA GUADALUPANA NO EST�N PINTADAS�


P. Esas figuras, �no pueden ser obra humana?
R. Jos� Aste Tonsmann: No, por tres motivos. En primer lugar, no son visibles al ojo humano, salvo una: la del espa�ol, que es la m�s grande. Nadie podr�a haber pintado unas siluetas tan peque�as. En segundo lugar, los pigmentos de esas figuras no se sabe qu� origen tienen. Ocurre lo mismo con la imagen de la Virgen: no est� pintada, y nadie sabe a�n c�mo se estamp� sobre la tilma de Juan Diego.
P. �Y el tercero?
R. Jos� Aste Tonsmann: Las trece figuras se repiten en los dos ojos. �Qu� artista har�a eso? Adem�s, su tama�o var�a de un ojo al otro, dependiendo de lo cerca que estuviera el personaje del ojo izquierdo o derecho de la Virgen.
P. �Qu� proceso sigui� en su experimento?
R. Jos� Aste Tonsmann: Primero se toman unas fotograf�as de los ojos. Despu�s se digitalizan. Son le�das por el ordenador, y se realizan ampliaciones y filtrado de las im�genes.
P. �Qui�nes aparecen en los ojos?
R. Jos� Aste Tonsmann: Hay un sirviente casi desnudo; un anciano (el obispo Fray Juan de Zum�rraga); un joven (el traductor); un ind�gena con una tilma (Juan Diego); una mujer negra (una esclava); un espa�ol con barba; y por �ltimo, una familia ind�gena con padre, madre, tres hijos y dos adultos m�s, que pueden ser abuelos o t�os.
P. �C�mo sabe que el resto de figuras corresponde a la esclava, al traductor, etc.?
Jos� Aste Tonsmann: Hay constancia hist�rica. El anciano que aparece en los ojos de la Virgen guarda gran parecido con los cuadros del obispo Zum�rraga que hay de la �poca. Sobre la esclava negra, Zum�rraga dice en su testamento que le da la libertad, e incluso sabemos que se llamaba Mar�a. En el Archivo de Indias se conserva el acta de embarque del obispo cuando march� al Nuevo Mundo.