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Contador, el silencio y el rey sargento

Contador, el silencio y el rey sargento

martes 31 de mayo de 2011, 22:24h
Federico Guillermo I de Prusia, conocido como el rey sargento porque siempre vestía de uniforme militar, solía hacer regalos extraños y espléndidos. Al zar Pedro I el Grande le regaló en 1711 la famosísima Cámara de ámbar –en agradecimiento a lo cual el zar regaló al rey Sargento 55 de sus mejores soldados, todos con una altura mínima de 1,85 m- y para su sobrina y ahijada María Amalia de Sajonia ordenó componer una marcha militar con motivo de su boda con el futuro Carlos III.     La Cámara de ámbar, considerada la 8ª maravilla del mundo, fue robada por los nazis en 1941 y trasladada a la antigua Koenigsberg de donde desaparece inexplicablemente en 1945 y permanece perdida aun hoy.     La marcha militar corrió mejor suerte, aunque no menos avatares. Rebautizada como la Marcha de Granaderos fue declarada Marcha de Honor por el rey Carlos III y acabaría consiguiendo tal arraigo popular que fue erigida como himno nacional sin que hubiera disposición alguna en tal sentido. Tras la Gloriosa, Prim convocó un concurso nacional para encontrar un himno definitivo, pero fue declarado desierto. Se acordó entonces mantener el de Granaderos y, finalmente, Isabel II lo declara oficialmente himno nacional. La Marcha, en su tiempo, resultaba muy “marchosa”, pegadiza diríamos hoy. Lo sorprendente es que no tuviera letra y que a pesar de esta rareza los españoles la adoptaran como seña diferenciadora. O tal vez por eso. Y se ha mantenido hasta hoy con las obvias interrupciones del Trienio Liberal y las dos Repúblicas.     Nunca tuvo letra –excepto los ripios de Pemán, pisuerguísticamente tan malos como el resto de su poesía, y los de Eduardo Marquina- y así debería permanecer. Podríamos, si no, cambiarlo definitivamente por otro ex novo. Incluso uno de Joaquín Sabina o el Canto a la Libertad de José Antonio Labordeta tampoco serían un error, pero sí lo es intentar poner letra a la música del actual. La “Liturgia Civil” es necesaria. Sirve para cohesionar y reconocerse como miembro de una determinada tribu y los himnos sueles ser eficaces elementos para esta anagnórisis colectiva, desde el Como brotes de Olivo hasta el Cant del Barça. A mí el himno que me gusta es La Marsellesa por lo que tiene de bienvenida a la modernidad. Tampoco me desagradan el Star spangled banner o Els segadors con su emocionante Bon cop de falç. Suelen parecerme sencillamente abochornantes casi todos los demás, puede que algo menos el Deütschlandlied o Deütschland über alles con los versos del Hoffmann que fuera amigo de los hermanos Grimm. Nuestro problema, como tribu, es que no hemos sido capaces de ver la espléndida rareza que nos regalara Federico Guillermo y nos empeñamos en que tenga letra para poder vociferar en los estadios. En realidad, nuestro himno es el mejor del mundo precisamente porque al no tener letra tiene todos los sentimientos posibles que con las palabras se pudieran expresar sin tener que caer en la sensiblería patriotera de los demás himnos. Una imagen vale más que mil palabras: imagina por un momento a todos los españoles  presentes en Johannesburgo cuando ganó La Roja. O a todos los españoles presentes en Sepang (Malasia) cuando Alonso conquistó el campeonato del mundo. O a todos los españoles en Dubai cuando Nadal batió a Federer y se convirtió en el Nº 1 del mundo. Imagínalos allí, de pie, marciales, con el ánimo henchido, metiendo tripa, la mirada en ticoscopia, posición de firmes y en completo y absoluto silencio. Absoluto silencio. Nada tan sobrecogedor como el silencio de las masas. En un mundo de ruidos, de gritos, de murmullos, de ecos, de voces anónimas, una radio en silencio, una televisión en silencio, un estadio en silencio es una imagen tan pavorosa que la anagnórisis colectiva nos haría sentir poderosos y los que quedaran fuera del rito tribal se impresionarían ante nuestro dominio del silencio y nunca, nunca, nunca más se atrevería ninguna federación deportiva del planeta a ponerle a contador un himno equivocado. Lea también: Contador podrá 'desenfundar' sus mejores armas en el Tour de Francia El vergonzoso error italiano con el himno de Franco para Contador
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