El ratón de ciudad y el ratón de pueblo

50 fábulas de Esopo Volumen 6

Amor y amistad Animales Fábulas Valores morales

50 fábulas de Esopo que intentan dar una enseñanza práctica mediante la personificación de animales irracionales, objetos o ideas abstractas

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50 fábulas de Esopo Volumen 6

251. El murciélago y las comadrejas

Un murciélago que había caído al suelo fue capturado por una comadreja y, cuando esta le iba a matar, le suplicó por su salvación. Al decirle la comadreja que no podía liberarle, pues por naturaleza combatía a todos los voladores, él le dijo que no era un pájaro, sino un ratón, y así le dejó libre. Más tarde cayó de nuevo al suelo y lo cogió otra comadreja, a la que también pidió que no lo devorara. Como esta dijese que odiaba a todos los ratones, él repuso que no era ratón, sino murciélago, y de nuevo fue liberado. Y así ocurrió que, por cambiar dos veces de nombre, logró su salvación.

La fábula muestra que tampoco nosotros debemos permanecer siempre en lo mismo, pensando que los que se acomodan a las circunstancias muchas veces evitan los peligros.

252. Los árboles y el olivo

En cierta ocasión los árboles vinieron a elegir un rey para ellos y optaron por el olivo: «Reina sobre nosotros». Y el olivo les dijo: «¿Voy a ir a mandar sobre los árboles dejando mi aceite que el dios y los hombres estiman en mí?». Y los árboles dijeron a la higuera: «Aquí, reina sobre nosotros». Y dijo la propia higuera: «¿Me voy a poner en camino para reinar sobre los árboles dejando mi dulzor y mi buen fruto?». Y dijeron los árboles al espino: «Aquí, reina sobre nosotros». Y el espino dijo a los árboles: «Si en verdad vosotros me ungís como rey vuestro, vamos, poneos bajo mi protección; y si no, que salga fuego del espino y devore a los cedros del Líbano».

253. El leñador y Hermes

Un hombre que cortaba leña junto a un río perdió su hacha. Así pues, sin saber qué hacer, se quejaba sentado a la orilla. Hermes, comprendiendo el motivo y compadecido del hombre, se sumergió en el río, sacó un hacha de oro y le preguntó si era esa la que había perdido. Como aquel dijera que no, Hermes bajó de nuevo y sacó una de plata. Al decir él que tampoco era la suya, bajó por tercera vez y sacó la suya. Cuando dijo él que esa sí era la que había perdido, Hermes, acogiendo con agrado su honradez, le regaló las tres. El leñador volvió junto a sus compañeros y les contó lo sucedido. Y uno de ellos quiso que le ocurriera lo mismo; se fue al río y luego de dejar caer adrede su hacha a la corriente, se sentó llorando. Pues bien, Hermes se le apareció también y comprendiendo el motivo del llanto, se sumergió igualmente, sacó un hacha de oro y le preguntó si esa era la que había perdido. Él dijo con agrado: «Sí, sin duda, esta es». Y el dios, aborreciendo tal desvergüenza, no solo se quedó con aquella, sino que tampoco le devolvió la suya.

La fábula muestra que la divinidad se opone a los injustos tanto como ayuda a los justos.

254. Los caminantes y la osa

Dos amigos caminaban juntos. Apareciéndoseles una osa, uno subió apresuradamente a un árbol y allí se ocultó; el otro, a punto de ser atrapado, se echó al suelo y se hizo el muerto. Cuando la osa le acercó el hocico y husmeó a su alrededor, él contuvo la respiración, pues dicen que este animal no toca a un muerto. Al retirarse la osa, el otro bajó del árbol y le preguntó qué le había dicho la osa al oído. Este dijo: «Que no camine de ahora en adelante en compañía de amigos que no permanecen al lado en los peligros».

La fábula muestra que las desgracias prueban los auténticos amigos.

255. Los caminantes y el cuervo

Un cuervo mutilado de uno de sus ojos salió al encuentro de unos que iban de viaje de negocios. Ellos se volvieron y uno era partidario de retroceder, pues eso señalaba el presagio; el otro, respondiendo, dijo: «¿Y cómo nos puede predecir el porvenir este que ni previo su propia mutilación para evitarla?».

Así también, los hombres que se despreocupan de sus propios asuntos también están desacreditados para dar consejos al prójimo.

256. Los caminantes y el hacha

Dos hombres caminaban juntos. Habiendo encontrado uno un hacha, el otro le dijo: «La hemos encontrado». El primero le corrigió: «No debes decir “la hemos encontrado”, sino “la has encontrado”». Al cabo de un rato, al acercárseles los que habían perdido el hacha acusaron al que la tenía en su poder. Y dijo este a su acompañante: «Estamos perdidos». Entonces el amigo replicó: «No digas estamos perdidos, sino estoy perdido, pues cuando encontraste el hacha tampoco la compartiste conmigo».

La fábula muestra que los que no comparten los sucesos afortunados, tampoco en las desgracias son leales.

257. Los caminantes y el plátano

Un verano, hacia el mediodía, unos caminantes, agotados por el calor, vieron un plátano, se acercaron a él y se echaron a descansar tumbados a su sombra. Levantando la vista hacia el plátano le decía el uno al otro que ese árbol infructuoso no era muy útil para los hombres. Y el plátano, respondiendo, dijo: «Desagradecidos, aún estáis gozando de un beneficio procedente de mí y me llamáis inútil e infructuoso».

Así también algunos hombres son tan desagradecidos que se muestran incapaces de reconocer el beneficio que otros les proporcionan.

258. Los caminantes y el matojo

Unos caminantes que iban por la costa llegaron a un mirador y, al ver desde allí un matojo flotando a lo lejos, pensaron que era una gran nave. Por ello aguardaban a que fuese a fondear. Cuando el matojo, llevado por el viento, estuvo más cerca, ya no les parecía ver una nave, sino una barca. Pero, al comprobar que se trataba de un matojo, le dijo uno al otro: «En vano esperábamos nosotros lo que no era nada».

La fábula muestra que algunos hombres que a primera vista parecen ser terribles, cuando llegan a la prueba, se muestran dignos de nada.

259. El caminante y la Verdad

Caminaba un hombre por un desierto y encontró a una mujer sola, muy afligida, y le dijo: «¿Quién eres?». Ella contestó: «La Verdad». «¿Y por qué has dejado la ciudad y vives en el desierto?». Ella dijo: «Porque la mentira en tiempos antiguos vivía solo con unos pocos; ahora está con todos los hombres, si es que quieres estar enterado».

La vida es muy mala y difícil para los hombres cuando la mentira prevalece sobre la verdad.

260. El caminante y Hermes

Un caminante que recorría un largo camino prometió, si encontraba algo, darle a Hermes la mitad de ello. Al hallar una alforja en la que había almendras y dátiles, la cogió pensando que había dinero. La sacudió, vio lo que había dentro, se lo comió y, cogiendo las cascaras de las almendras y los huesos de los dátiles, los puso sobre un altar diciendo: «Recibe, Hermes, la promesa, pues te he dejado lo de dentro y lo de fuera de lo que encontré».

La fábula es oportuna para un avaro que, por ambición, trata de engañar con argucias incluso a los dioses.

261. El caminante y la Fortuna

Un caminante que ya llevaba un largo trecho, rendido por la fatiga, se echó a dormir tumbado junto a un pozo. Estaba ya casi a punto de caerse y la Fortuna se le apareció, lo despertó y le dijo: «¡Eh tú!, si te hubieras caído no culparías a tu propia insensatez, sino a mí».

Así, muchos hombres, cuando son desafortunados por sí mismos, culpan a los dioses.

262. Los burros ante Zeus

En cierta ocasión, unos burros, contrariados y fatigados por llevar continuamente pesadas cargas, enviaron emisarios a Zeus pidiéndole cierta liberación de sus trabajos. Este quiso hacerles ver que eso era imposible y les dijo que se liberarían de sus sufrimientos si al mear hacían un río. Y aquellos lo tomaron en serio, y desde entonces hasta el día de la fecha, donde ven una meada de otros, allí se paran también ellos y mean.

La fábula muestra que lo que el destino ha asignado a cada uno es irremediable.

263. El que compró un burro

Un hombre que iba a comprar un burro se lo llevó a prueba y lo puso en el establo, metiéndolo entre los suyos. El burro se puso junto al más perezoso y voraz, apartándose de los demás. Y, como no hacía nada, el hombre lo ató, se lo llevó y se lo devolvió a su dueño. Cuando este le preguntó si le había hecho una prueba conveniente, le respondió diciendo: «No necesito más pruebas, pues sé que es como el que de entre todos eligió por compañero».

La fábula muestra que se supone que uno es igual que los amigos con los que se siente a gusto.

264. El asno salvaje y el burro doméstico

Un asno salvaje, al ver un burro doméstico en un lugar soleado, se le acercó y le felicitaba por el vigor de su cuerpo y por el buen provecho de su comida. Pero, más tarde, al verlo cargado y al arriero que iba detrás pegándole con un palo, dijo: «No te considero feliz, pues veo que tienes abundancia, no sin grandes males».

Así, no son envidiables las ganancias que se logran con peligros y desgracias.

265. El burro que transportaba sal

Un burro atravesaba un río cargado de sal. Resbaló y al caerse al agua se disolvió la sal, por lo que se levantó más ligero. Complacido por ello, cuando en otra ocasión llegó cargado de esponjas a un río, pensó que, si de nuevo se caía, se levantaría más ligero y así resbaló voluntariamente. Pero le ocurrió que, al no poder levantarse porque las esponjas habían absorbido el agua, se ahogó allí.
Así también, algunos hombres, sin darse cuenta, se meten en desgracias por sus

propios designios.

266. El burro que cargaba con una imagen

Un hombre que había cargado a un burro con una imagen lo llevaba a la ciudad. La gente con que se encontraba se arrodillaba a adorar la imagen y el burro interpretó que lo adoraban a él, por lo que rebuznaba orgulloso y ya no quería seguir adelante. Y el arriero, dándose cuenta de lo que ocurría, mientras le pegaba con la vara, le dijo: «¡Qué mala cabeza, solo faltaba que los hombres se arrodillasen a adorar a un burro!».

La fábula muestra que los que se ufanan con los bienes ajenos se exponen a la risa de los que los conocen.

267. El burro revestido con piel de león y la zorra

Un burro revestido con la piel de un león iba de un lado a otro asustando a los animales. Y en esto que, al ver a una zorra, intentó también atemorizarla. Esta —pues casualmente le había oído antes rebuznar— dijo al burro: «Sabe bien que también yo me habría asustado de ti, si no te hubiera oído ahuecarte».

Así, algunos ignorantes que parecen ser alguien por los humos que se dan se ponen en evidencia por su prurito de hablar.

268. El burro que consideraba dichoso al caballo

Un burro consideraba dichoso a un caballo porque era alimentado generosa y cuidadosamente, en tanto que él mismo no tenía siquiera paja suficiente, y era muy desgraciado. Al estallar la guerra, el soldado armado montó al caballo, llevándolo a todas partes, e incluso lo condujo por entre las filas enemigas. Y el caballo resultó herido. El burro, al verlo, cambiando de opinión compadeció al caballo.

La fábula muestra que no se debe envidiar a los que mandan y a los ricos, sino amar la pobreza, considerando qué se envidia en aquellos y sus riesgos.

269. El burro, el gallo y el león

En cierta ocasión un gallo comía juntamente con un burro. Al acercarse un león al burro, el gallo gritó; y el león —pues dicen que este teme la voz del gallo— se puso a huir. El burro, creyendo que huía por él, echó a correr en pos del león. Lo persiguió un buen trecho hasta donde ya no llegaba la voz del gallo, y el león se volvió y lo devoró. Este, mientras moría, gritó: «¡Desdichado de mí e insensato!, pues no siendo de padres luchadores ¿qué me impulsó a luchar?».

La fábula muestra que muchos hombres a propósito se enfrentan a los enemigos cuando están en condiciones de inferioridad y así mueren a manos de aquellos.

270. El burro, la zorra y el león

Un burro y una zorra, después de establecer una sociedad entre sí, salieron de caza. Un león los encontró y la zorra, viendo que amenazaba peligro, se acercó al león y le prometió entregarle el burro si le garantizaba su seguridad. Al decirle el león que quedaría libre, la zorra llevó al burro a una trampa y le hizo caer en ella. Y el león, al ver que este no podía huir, en primer lugar atrapó a la zorra y así luego se volvió contra el burro.

Así, los que maquinan contra sus socios muchas veces, sin darse cuenta, también se pierden a sí mismos.

271. El burro y las ranas

Un burro atravesaba una charca llevando una carga de leña. Se cayó por haber resbalado y no pudo levantarse, por lo que se lamentaba y gemía. Al oírle las ranas de la charca quejarse, dijeron: «¡Eh tú!, ¿y qué habrías hecho si llevaras aquí tanto tiempo como nosotras, cuando, habiéndote caído hace un momento, te lamentas así?».

Uno podría servirse de esta fábula contra un hombre indolente que se aflige con los trabajos más insignificantes y él mismo se conforma fácilmente con los más grandes.

272. El burro y la mula cargados por igual

Un burro y una mula caminaban juntos. Y en esto que el burro, viendo que ambos tenían cargas iguales, se molestaba y se quejaba de que la mula, a la que se consideraba merecedora de doble cantidad de comida, no llevara una carga mayor. Pero, cuando habían avanzado un poco en su camino, el arriero, al ver que el burro no podía aguantar, le quitó parte de la carga y la colocó sobre la mula. Un poco más adelante, viendo el arriero que el burro estaba aún más cansado, de nuevo le cambió parte de su carga, hasta que quitándosela toda se la puso encima a la mula. Y entonces esta miró al burro y le dijo: «¡Eh tú!, ¿acaso no te parece que con razón merezco el doble de comida?».
Así pues, también conviene que nosotros juzguemos la disposición de cada uno

no desde el principio, sino desde el final.

273. El burro y el hortelano

Un burro que prestaba servicio a un hortelano, puesto que comía poco y trabajaba mucho, pidió a Zeus que lo librara del hortelano y lo vendiese a otro amo. Zeus le atendió y le ordenó trabajar para un alfarero. Y de nuevo lo llevaba mal y estaba más afligido que antes, ya que cargaba la arcilla y las vasijas. Así pues, de nuevo suplicó que le cambiara el amo, y lo vendió a un curtidor. Pues bien, habiendo ido a dar en un amo peor que los anteriores y viendo lo que se hacía en su casa, dijo entre gemidos: «¡Ay de mí desdichado!, mejor era para mí permanecer junto a mis anteriores amos, pues este, según veo, me sacará hasta la piel».

La fábula muestra que los siervos anhelan más a los anteriores amos cuando toman experiencia de los posteriores.

274. El burro, el cuervo y el lobo

Un burro que tenía una herida en el lomo pacía en un prado. Al posarse sobre él un cuervo le golpeó la herida, entonces el burro al sentir dolor se encogió y dio un brinco. El arriero que estaba alejado, sonrió; y un lobo que pasaba cerca lo vio y se dijo a sí mismo: «¡Desdichados de nosotros, que nos persiguen con solo vernos y, en cambio, cuando esos se acercan, se ríen!».

La fábula muestra que los hombres que obran mal se ponen en evidencia por su propio aspecto y a primera vista.

275. El burro y el perrito o El perro y el amo

Un hombre que tenía un perro maltés y un burro pasaba el tiempo jugando siempre con el perro. Y, si en alguna ocasión comía fuera, le llevaba algo, y, cuando se acercaba y movía el rabo, se lo echaba. El burro, lleno de envidia, corrió hacia él y dando saltos le dio una coz. Y él, irritado, ordenó que lo sacasen a golpes y lo atasen al pesebre.

La fábula muestra que no todos han nacido para todo.

276. El burro y el perro que caminaban juntos

Un burro y un perro caminaban juntos. Encontraron en el suelo una carta sellada, el burro la recogió y, roto el sello y desenrollada, la leyó de modo que el perro pudiera oírle. La carta hablaba casualmente de alimentos, es decir, de heno, cebada y paja. Así pues, el perro se encontraba a disgusto mientras el burro leía eso; y de aquí que le dijera al burro: «Lee un poco más abajo, queridísimo, a ver si encuentras, en otro párrafo, algo sobre carnes y huesos». El burro leyó la carta entera y no encontró nada de lo que el perro buscaba, y de nuevo el perro volvió a decir: «Tírala al suelo porque, amigo, no resulta nada interesante».

277. El burro y el arriero

Un burro conducido por un arriero se adelantó a su dueño abandonando el camino y se dirigió a un precipicio. Cuando estaba a punto de despeñarse, el arriero, cogiéndole del rabo, intentaba hacerlo volver atrás. Pero, al resistirse el burro con fuerza, lo soltó y dijo: «Vence, pues mala victoria logras».

La fábula es oportuna para un hombre pendenciero.

278. El burro y las cigarras

Un burro, al oír cantar a unas cigarras, se complació con su grato son y, envidiándoles su buena voz, les preguntó qué comían para tener tal voz. Como estas dijeran: «Rocío», el burro, aguardando al rocío, murió de hambre.

Así también, los que desean algo en contra de la naturaleza, además de no conseguirlo, sufren también las mayores desgracias.

279. El burro que se pensaba que era un león

Un burro que se había puesto una piel de león era considerado león por todos y causaba el pánico de hombres y rebaños. Pero como al soplar el viento la piel se le quitó y el burro quedó desnudo, entonces todos se lanzaron contra él y lo golpearon con palos y estacas.

Siendo pobre y un cualquiera, no imites a los más ricos, no seas entonces objeto de burlas y corras peligro. Pues lo extraño no es apropiado.

280. El burro que comía cambrones y la zorra

Un burro comía la aguda cabellera de unos cambrones. Una zorra lo vio y, burlándose, dijo: «¿Cómo con una lengua tan delicada y suave ablandas y comes una comida dura?».
La fábula es para los que profieren con su lengua palabras duras y peligrosas.

281. El burro que fingía estar cojo y el lobo

Un burro que pastaba en un prado, cuando vio que un lobo se precipitaba contra él, fingió estar cojo. Acercándosele el lobo le preguntó por qué cojeaba; él le dijo que al atravesar un seto había pisado una espina, y le pidió que primero le quitase la espina y luego lo devorase, para que no se le clavase al comer. Cuando el lobo le hizo caso y le levantó la pata, prestando toda su atención al casco, el burro de una coz a la boca le saltó los dientes. Y el lobo, maltrecho, dijo: «Es justo lo que me pasa, pues ¿por qué, si mi padre me enseñó el oficio de carnicero, yo mismo he cogido el de médico?».

Así también, los hombres que se dedican a cosas que en nada les convienen es natural que resulten desdichados.

282. El pajarero y las palomas silvestres y domésticas

Un pajarero extendió sus redes y en ellas ató unas palomas domésticas. Luego se apostó lejos y esperó con impaciencia el resultado. Cuando se les acercaron unas silvestres y se enredaron en las redes, el pajarero echó a correr e intentó cogerlas. Como estas culparan a las domésticas de que, siendo de la misma especie, no les hubiesen advertido de la trampa, aquellas, respondiendo, dijeron: «Pero para nosotras es mejor guardar a nuestros amos que agradar a nuestra familia».

Así también, entre los criados no son censurables cuantos, por amor a sus amos, faltan al afecto de sus parientes.

283. El pajarero y la cogujada

Un pajarero colocó redes para pájaros. Una cogujada que lo había visto de lejos le preguntó qué hacía. Este le dijo que construía una ciudad y a continuación se retiró lejos y se ocultó; la cogujada, creyendo en las palabras del hombre, se acercó y cayó en la red. Cuando el pajarero se aproximaba corriendo, aquella dijo: «¡Eh tú!, si construyes una ciudad así, no encontrarás a muchos que la habiten».

La fábula muestra que casas y ciudades se hallan desiertas principalmente cuando los gobernantes son severos.

284. El pajarero y la cigüeña

Un pajarero que había extendido unas redes para grullas, esperaba de lejos con impaciencia la caza. Como se posara una cigüeña junto con las grullas, echó a correr y también la capturó con aquellas. Al pedir esta que la soltara y decir que ella era no solo inofensiva para los hombres, sino también muy útil, pues cogía las serpientes y los demás reptiles y se los comía, el pajarero respondió: «Aunque no eres especialmente mala, al menos mereces castigo por haberte posado con malvados».

Por lo tanto, también nosotros debemos evitar el trato con los malvados, para que tampoco parezca que participamos de su maldad.

285. El pajarero y la perdiz

Un pajarero, al presentársele un huésped bastante tarde y no teniendo qué servirle, echó mano de una perdiz doméstica e iba a sacrificarla. Esta le acusó de desagradecido, ya que, aunque le había sido muy útil al llamar y entregarle a las de su misma especie, él estaba dispuesto a matarla; él dijo: «Por eso con más razón te voy a sacrificar, porque ni siquiera perdonas a las de tu especie».

La fábula muestra que los que traicionan a los suyos no solo son odiados por los perjudicados, sino también por aquellos a quienes su traición beneficia.

286. La gallina y la golondrina

Una gallina que había encontrado unos huevos de serpiente los empolló cuidadosamente y más tarde abrió los cascarones. Una golondrina que la vio dijo: «¡Necia!, ¿por qué crías eso que, si crece, comenzará por ti, la primera, a hacer daño?».

Así, la maldad es indomable aunque se le presten los mayores servicios.

287. La gallina que ponía huevos de oro

Un hombre tenía una hermosa gallina que ponía huevos de oro. Pensando que dentro de ella había cantidad de oro, la sacrificó y encontró que era igual que las restantes gallinas. Esperando encontrar una gran riqueza acumulada, quedó privado hasta de la pequeña ganancia.

Que uno se baste con lo que tiene a su disposición y evite la insaciabilidad.

288. La cola y el cuerpo de la serpiente

En cierta ocasión, la cola de una serpiente pretendía ir delante y avanzar la primera.

El resto del cuerpo decía: «¿Cómo me llevarás sin ojos y sin nariz, como tienen el resto de los animales?». Pero no la convenció, sino que incluso resultó vencida la sensatez. La cola iba la primera y conducía, arrastrando, ciega todo el cuerpo, hasta que, cayendo en una sima pedregosa, la serpiente se hirió el espinazo y todo el cuerpo. Moviéndose, la cola suplicaba a la cabeza: «Sálvanos si quieres, señora, pues he sufrido la experiencia de una mala disputa».

La fábula pone en evidencia a los hombres dolosos y malos y que se oponen a sus amos.

289. La serpiente, la comadreja y los ratones

Una serpiente y una comadreja luchaban en una casa. Los ratones, a los que perseguían ya la una, ya la otra, cuando las vieron luchar salieron de paseo. Ellas, al ver a los ratones, dejaron de luchar entre sí y se volvieron contra aquellos.

Así también en las ciudades los que se inmiscuyen en las revueltas de los dirigentes populares, sin darse cuenta se convierten en víctimas de unos y otros.

290. La serpiente y el cangrejo

Una serpiente y un cangrejo vivían en el mismo sitio. Y el cangrejo se comportaba con la serpiente leal y amistosamente. Esta, en cambio, era pérfida y malvada. Aunque el cangrejo continuamente la animaba a obrar con rectitud con respecto a él y a imitar su buena disposición, aquella no le hacía caso. Por eso, irritado, cuando observó que dormía la cogió del cuello y la mató; y, al verla tiesa, dijo: «¡Eh tú!, no debías ahora ser recta, cuando has muerto, sino cuando te lo aconsejaba: y no estarías muerta».

Esta fábula naturalmente podría decirse contra aquellos hombres que, siendo malvados con sus amigos en vida, dejan sus buenas acciones para después de su muerte.

291. La serpiente pisoteada y Zeus

Una serpiente, pisoteada por unos hombres, se quejó a Zeus. Este le dijo: «Si hubieras mordido al primero que te pisoteó, el segundo no habría intentado hacerlo».

La fábula muestra que los que se enfrentan a los primeros que atacan se hacen temibles para los demás.

292. El niño que comía entrañas

Unos pastores que sacrificaban una cabra en el campo invitaron a los vecinos. Con ellos había también una mujer pobre, con la que estaba su hijo. En el transcurso del banquete, el niño, con la tripa hinchada por la carne y sintiéndose mal, dijo: «Madre, vomito mis entrañas». La madre le dijo: «No las tuyas, hijo, sino las que te has comido».

Esta fábula es para un hombre con deudas, que, habiendo tomado el dinero ajeno resueltamente, cuando se le reclama, se enfada como si lo diera de lo suyo.

293. El niño que cazaba saltamontes y el escorpión

Un niño cazaba saltamontes delante de un muro y había cogido muchos. Cuando vio un escorpión, pensando que era un saltamontes, ahuecó la mano e iba a ponérsela encima. Y este, levantando el aguijón, dijo: «¡Ojalá hubieras hecho eso antes, para que también se te hubieran escapado los saltamontes que cogiste!».

Esta fábula enseña que no se debe tratar por igual a todos, los buenos y los malos.

294. El niño y el cuervo

Una mujer consultó acerca de su propio hijo, que era muy pequeño, a unos adivinos, y estos predijeron que lo mataría un cuervo. Por eso, asustada, preparó una gran arca y en ella lo escondió, tratando de evitar que un cuervo lo matara. Y continuamente la abría a horas fijas y le proporcionaba los alimentos necesarios. Y en cierta ocasión, la abrió y dejó levantada la tapa. Y el niño descuidadamente asomó la cabeza. Así ocurrió que la aldabilla del arca le cayó en la mollera y lo mató.

295. El niño y el león pintado

Un anciano cobarde que tenía un hijo único, valeroso y apasionado por la caza, lo vio en sueños muerto por un león. Temiendo que el sueño se hiciese real y resultase verídico, preparó una vivienda muy hermosa y elevada, donde protegió a su hijo. Pintó también la vivienda por gusto con animales de todo tipo, entre ellos un león. El hijo, cuanto más lo veía, más pena tenía. Y un día, situado cerca del león, dijo: «¡Animal malísimo!, por ti y un sueño falso de mi padre fui encerrado en una cárcel propia de mujeres, ¿qué voy a hacerte?». Y tras decir eso, echó la mano a la pared para cegar al león. Se le metió bajo la uña una espina, que le produjo un dolor agudo, y se le hinchó hasta producirse una infección. Por eso le prendió una fiebre y al poco murió. El león, aunque era una pintura, le causó la muerte, sin que fuera útil para nada el ardid del padre.

Que lo que le tenga que ocurrir a uno lo soporte con valentía y no recurra a ardides, pues no lo evitará.

296. El niño ladrón y su madre

Un niño que había sustraído de la escuela la tablilla de su compañero se la llevó a su madre. Ella no solo no lo reprendió, sino que incluso se lo alabó. Después robó un manto y se lo llevó a ella. Y aquella lo alabó aún más. Pasando el tiempo, cuando se convirtió en un joven, incluso intentó robar cosas más importantes. Cogido una vez in fraganti, lo llevaron al verdugo con las manos atadas a la espalda. Su madre lo acompañó dándose golpes de pecho, y el chico dijo que quería confesarle algo al oído; y tan pronto como se le acercó, le cogió la oreja y se la mordió. Al acusarle ella de impiedad, porque no contento con los delitos que ya había cometido, maltrató también a su madre, aquel, respondiendo, dijo: «Si me hubieras reprendido cuando por primera vez robé una tablilla y te la llevé, no habría llegado al extremo de ser conducido incluso a la muerte».

La fábula muestra que lo que no se castiga en un principio va a más.

297. El niño que se bañaba

En cierta ocasión un niño que se bañaba en un río estuvo en un tris de ahogarse. Al ver a un caminante, lo llamó para que lo socorriese. Este reprendió al niño por atrevido. El mozalbete le dijo: «Ahora ayúdame, luego, cuando esté a salvo, podrás reprenderme».

La fábula se dice contra los que, en su propio perjuicio, dan ocasión de que se les critique.

298. El hombre que tenía dinero en depósito y el Juramento

Un hombre que había tomado dinero prestado de un amigo pensaba quedarse con él. Y en esto que, al citarle este a que prestase juramento, se fue al campo para evitarlo. Llegado a las puertas de la ciudad vio que salía un cojo y le preguntó quién era y adónde iba. Al decir este que él era el Juramento y que iba contra los impíos, por segunda vez le preguntó cada cuánto tiempo acostumbraba a visitar las ciudades. Este dijo: «Cada cuarenta años, pero a veces incluso cada treinta». Y él, sin vacilar un momento, al día siguiente juró que no había recibido dinero en depósito. Pero al encontrarse con el Juramento este lo llevó a un precipicio; el otro le culpaba de que, aunque le había dicho antes que se marcharía durante treinta años, ni siquiera le había dado un solo día de garantía.

Él, respondiendo, dijo: «Entérate bien de que, cuando alguien tiene la intención de molestarme, acostumbro a visitarlo el mismo día».
La fábula muestra que el castigo del dios para los impíos no es a plazo fijo.

299. El padre y sus hijas

Un hombre que tenía dos hijas dio una en matrimonio a un hortelano, y la otra a un alfarero. Al cabo del tiempo, fue a ver a la del hortelano y le preguntó cómo estaba y qué tal les iban las cosas. Ella dijo que todo les iba bien, pero que solo pedía a los dioses que llegase el mal tiempo y la lluvia para que las hortalizas se regasen. No mucho después, fue a ver a la del alfarero y le preguntó cómo estaba. Al decir esta que de lo demás nada le faltaba, pero que solo pedía que permaneciese el cielo raso y un sol brillante para que las vasijas se secasen, le dijo: «Si tú pretendes el buen tiempo y tu hermana el malo ¿con cuál de vosotras voy a rogar?».

Así, los que intentan al mismo tiempo distintos asuntos es natural que fracasen en ambos.

300. La perdiz y el hombre

Un hombre que había cazado una perdiz iba a degollarla. Ella le suplicaba diciendo: «Deja que viva y, a cambio de mí, yo cazaré para ti muchas perdices». Él respondió: «Por eso mismo estoy decidido a sacrificarte, porque quieres tender trampas a tus parientes y amigos».

Que quien maquina artimañas insidiosas contra sus amigos caerá él mismo en sus trampas.

FIN