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[En M. Mendizabal Ituarte Hizkuntzen Berdintasun Komunikatiboa: Mitoa ala
Errealitatea?, Donostia: Utriusque Vasconiae, 2014: 59-106.]
[Nota: por razones editoriales el artículo fue reducido. En el presente documento
aparece completo junto con las réplicas a las demás contribuciones del libro, que
tampoco han aparecido en él.]
Juan Carlos Moreno Cabrera
Universidad Autónoma de Madrid
¿Qué es para ti el lenguaje? ¿Cómo lo definirías?
El lenguaje es una capacidad específica del ser humano al desarrollar la cual, es capaz de
transmitir señales orales y gestuales que funcionan como indicios de una determinada
intención y contenido comunicativos. Estas señales se pueden analizar como articuladas
en dos niveles: un primer nivel significativo y un segundo nivel no significativo
compuesto de un pequeño conjunto de elementos sin contenido con cuya combinación se
puede obtener un número ilimitado de unidades del primer nivel. A su vez, las unidades
significativas de primer nivel pueden combinarse entre sí de una serie de formas definidas
de antemano a través de las cuales se puede producir un número ilimitado de señales
complejas que pueden provocar la construcción de un determinado mensaje complejo de
forma más o menos inequívoca, gracias a que esa combinatoria se atiene a una serie de
estipulaciones que limitan y a la vez dan sentido a los productos de la actividad lingüística
que poseen forma gramatical. Esto es lo que se denomina habitualmente doble
articulación del lenguaje humano (Moreno Cabrera 2014, 2.1).
Para entender la contestación de las preguntas que siguen es necesario hacer una
distinción crucial, que paso a explicar a continuación.
El lenguaje humano se manifiesta en una serie potencialmente ilimitada de lenguas
naturales. Esas lenguas naturales son las que se usan habitualmente en las interacciones
lingüísticas espontáneas y más o menos automáticas de la vida cotidiana, en las que la
propia lengua no es la protagonista del acto comunicativo, es decir, no se habla sobre la
misma lengua sino sobre otros temas. Ese uso es inadvertido y está casi completamente
automatizado, de modo que el hablante no piensa de antemano en cómo ha de construir
las frases, sino que simplemente las construye sin prestar la más mínima atención a y sin
ser consciente de los complejos mecanismos gramaticales que hay que poner en marcha
y aplicar para construir el producto de esa actividad lingüística. Es la lengua que tenemos
interiorizada porque la hemos adquirido en nuestra infancia. Estas lenguas naturales o,
mejor, las competencias lingüísticas naturales de cada individuo que la habla, son
adquiridas por los infantes de modo totalmente espontáneo, sin ningún tipo de acción
educativa intencional específica y sin que el niño tenga que realizar ningún esfuerzo
consciente de atención sostenida, ni ningún intento de memorización consciente ni
pretendido. El infante aprende de modo espontáneo y sin estudiar decenas de reglas
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sintácticas y miles de palabras en los primeros años de su vida, sin que haga falta ningún
tipo de instrucción educativa ni ninguna actividad pedagógica dirigida conscientemente
por los adultos.
Todo lo anterior nos lleva a hablar de lenguas naturales. A modo de resumen, diremos
que son aquellas que hablamos de adulto de forma automática, sin ser conscientes de sus
complejas reglas gramaticales y fonéticas y que los niños adquieren de forma espontánea,
sin que tenga que mediar actuación específica pedagógica alguna. El adjetivo natural
deriva en este caso del hecho de que los seres humanos estamos programados o
predispuestos genéticamente para adquirir y emplear automáticamente sin esfuerzo
aparente alguno las lenguas de uso espontáneo que se usan en las situaciones informales
de todos los días.
Pero hay otro tipo de lenguas que no son naturales, porque se derivan de las naturales o,
si se quiere para ser más preciso, de las actividades lingüísticas naturales derivadas de
nuestra competencia lingüística interiorizada, a partir de una serie de modificaciones
conscientes realizadas con un determinado propósito. Se trata de lo que se puede
denominar lenguas cultivadas o, si se quiere, elaboradas culturalmente. Todas las
sociedades humanas conocidas elaboran o cultivan sus lenguas naturales con
determinados fines: sociales, mágicos, rituales, religiosos, estéticos, lúdicos, comerciales,
literarios, pedagógicos, políticos, judiciales, militares, científicos y un sinfín de aspectos
más, típicos de las sociedades humanas.
Una vez modificadas en una de las líneas anteriores, las lenguas naturales dejan de serlo
y pasan a convertirse en lenguas artificiales. Estas lenguas, a diferencia de las naturales,
no se adquieren espontáneamente por parte de los niños, sino que deben ser enseñadas a
estos por los adultos mediante instrucción programada de antemano. Por otro lado, los
que aprenden estas lenguas cultivadas obtendrán un dominio mayor o menor de ellas
según sus aptitudes y actitudes y el tiempo y la dedicación que hayan invertido en su
estudio y asimilación. A diferencia de lo que ocurre con las lenguas naturales, los
resultados no serán nunca uniformes. Unos individuos dominarán mejor que otros esas
lenguas cultivadas.
Las lenguas se pueden cultivar haciéndolas más complejas o simplificándolas con fines,
por ejemplo, esotéricos. Lo primero se produce habitualmente cuando se trata de
establecer ritos de carácter mágico o religioso, que solo pueden ser entendidos y llevados
a cabo por personas iniciadas previamente. Se recurre, por ejemplo, a un vocabulario
extraño o poco habitual y a palabras de idiomas desconocidos o poco o nada entendibles
por parte de la población no iniciada (por ejemplo, pocos cristianos conocen el significado
de palabras como haleluya u hosanna que puede que hayan repetido cientos de veces, si
son practicantes) y a todo tipo de figuras retóricas y de comparaciones y metáforas
oscuras y arcanas, que hacen que esa lengua sea difícilmente comprensible por parte del
no iniciado. Las lenguas escritas y las lenguas estándares típicas de los países occidentales
son ejemplos de lenguas cultivadas, es decir, de lenguas naturales que han sido
modificadas de modo artificial para ser convertidas en un tipo de lengua aparentemente
idéntico al de las lenguas naturales, pero que en realidad pertenecen a otro tipo muy
diferente, dado que carecen de las dos propiedades esenciales de las lenguas naturales: su
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uso espontáneo automático y no supervisado intencionalmente y su adquisición
espontánea por parte de los niños, sin que sea necesaria instrucción o actividad
pedagógica específica alguna.
Pero también puede producirse una simplificación con fines exotéricos, como, por
ejemplo, para intentar hacerse entender por comunidades que desconocen por completo
la lengua propia de la comunidad. En este caso, se reducirá el vocabulario, la morfología
y se recurrirá a una sintaxis sencilla y apoyada por medios paralingüísticos, como gestos
en el caso de las lenguas orales. Un ejemplo típico de esto son los sabires o pidgins, que
son modalidades lingüísticas reducidas y simples que se utilizan en los intercambios
comerciales entre comunidades que no comparten una lengua común o cuyas lenguas
resultan incomprensibles.
Tanto la complicación como la simplificación de una lengua natural con fines
determinados son ejemplos de cultivo de lenguas naturales, que producen lo que
denomino lenguas cultivadas. No se trata de lenguas naturales que se adquieran y usen de
modo espontáneo, sino de lenguas artificiales, culturalmente elaboradas en unos pocos o
muchos puntos. Naturalmente, cuando más elaborada tanto hacia la complejidad o hacia
la simplificación, esté una lengua natural, más artificial será y, por tanto, más
esencialmente distinta será de una lengua natural genuina.
En la contestación a cada una de las preguntas siguientes, es absolutamente
imprescindible tener en cuenta esta distinción, ya que las lenguas naturales y las lenguas
cultivadas son dos tipos esencialmente distintos de lenguas, aunque a muchos les
parezcan idénticas, y las propiedades de una no necesariamente son también propiedades
de la otra.
Es importante dejar claro desde el principio que si bien las lenguas cultivadas se derivan
de las naturales mediante una serie de intervenciones dirigidas por una determinada
finalidad, no es cierto que las lenguas naturales se deriven de las cultivadas, ni menos aún
que sean una especie de degeneración o realización imperfecta de ellas. Esta idea es típica
y tópica en la cultura occidental, en la que se toma la lengua escrita culta o estándar como
el modelo de lengua y la lengua oral espontánea, la lengua natural de la que se deriva por
elaboración esa lengua estándar, como una especie de realización imperfecta o defectiva
de aquella. Esta idea es claramente falsa. Es cierto que alguien que no domine la lengua
estándar puede, al intentar hablarla o escribirla, hacerlo de modo imperfecto o desviado
y, de hecho, es lo esperable, dado que la lengua estándar escrita no es una lengua natural.
Pero de ahí no puede deducirse que la lengua oral espontánea cotidiana, la que habla la
gente de modo descuidado y automático sea una versión empobrecida de la lengua
estándar escrita, dado que es ésta la que proviene de aquella por elaboración y no al revés.
Al realizar esa elaboración, al perfeccionar la lengua natural lo que se obtiene no es una
nueva lengua natural mejor o más perfecta, sino una lengua artificial, tanto más cuanto
más se aleje de la lengua natural en la que se basa, que carece de las características
esenciales de una lengua natural y que, por tanto, no es equiparable a ella.
Todo esto vale también para la distinción entre lengua hablada y lengua escrita. Hay
muchos tipos de lengua hablada. Un profesor, locutor, juez o político puede hablar la
lengua culta estándar haciendo un mayor o menor esfuerzo y con unos resultados más o
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menos correctos o adecuados. Este tipo de lengua hablada ocasional y circunstancial se
basa, en las sociedades occidentales, en el modelo de la lengua escrita, por lo que esta
lengua hablada en realidad es una variante de la lengua escrita.
Pero lo que la gente usa en su vida cotidiana de modo espontáneo y automático y con un
dominio total es la lengua hablada espontánea o coloquial, que es la auténtica lengua
natural. En este caso, a diferencia de lo que ocurre con la lengua escrita o estándar, no
cabe hablar de realización más o menos perfecta o adecuada, ni de dominio mayor o
menor de la lengua. Todos los hablantes normales de una comunidad lingüística dominan
esta lengua oral espontánea y solo los extranjeros o quienes han estudiado esa lengua de
adultos cometen errores o incorrecciones al usarla.
Por todo ello, es fundamental distinguir, tal como he sugerido de pasada anteriormente,
entre la lengua hablada como realización más o menos imperfecta o perfecta de la lengua
estándar culta basada en modelos escritos y la lengua hablada coloquial espontánea, que
no es una realización de dichos modelos escritos que, por otro lado y como he dicho, no
surgen sino de elaboraciones culturales de ésta.
La lengua que se habla como realización de un ideal idiomático socialmente establecido
y representado por la lengua estándar escrita o la lengua culta literaria escrita, nunca se
realiza de modo totalmente perfecto o adecuado, dado que ese modelo ideal no es natural,
sino que está determinado por una serie de elaboraciones especializadas y elitistas que
producen una naturaleza artificial y artificiosa en esa lengua estándar, lo cual la hace
extraña y no asimilable a los mecanismos automatizados que caracterizan la lengua oral
espontánea o coloquial, que es la lengua natural propiamente dicha y no una de sus
posibles variedades culturales.
Los individuos que intentan realizar en su habla esa lengua estándar escrita, que intentan
atenerse a los modelos conscientes considerados cultos y recomendables socialmente en
una determinada comunica lingüística, tienen que realizar un esfuerzo consciente y
deliberado por atender las reglas sancionadas por esos modelos y eliminar todo aquello
que se desvíe de esas reglas en algún punto y, por tanto, no se atenga a ellas, sino a otras
de carácter implícito e inconsciente, no sancionadas y, en muchos casos, ni siquiera
reconocidas como tales. Por tanto, tienen que atender continuamente a unos patrones y
desatender conscientemente otros. Todo ello supone la realización de un esfuerzo
deliberado en el que hay que invertir un grado de atención alto o muy alto, según los
casos. Esto supone una actividad de autocensura que en muchos casos, en los que los
modelos estándares no están bien definidos o no lo están en absoluto, lleva al hablante a
realizar sobre la marcha decisiones lingüísticas que pueden considerarse dudosas e
incluso incorrectas. Existen muchos libros dedicados precisamente a criticar o poner en
cuestión algunas de estas decisiones gramaticales y léxicas hechas sobre la marcha,
algunos de gran éxito, como las obras El dardo en la palabra y El nuevo dardo en la
palabra del académico y filólogo Fernando Lázaro Carreter.
Todo lo anterior tiene que ver con la realización de los modelos de la lengua estándar
escrita, que son los únicos considerados correctos en las sociedades que los crean,
implantan y promueve. Esa actividad de realización lingüística de esos modelos es una
actividad intencionada y consciente, que exige un alto grado de atención, de esfuerzo y
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de formación, que no todo el mundo tiene o es capaz de realizar. Todo esto nos indica que
esta actividad no es natural, sino cultural, supone el aprendizaje de unas destrezas y el
desarrollo de unas posibilidades que solo pueden obtenerse mediante el aprendizaje y
ejercicio continuado deliberado y constante y para las cuales no todo el mundo dispone
del tiempo, interés y capacidad necesarios.
La actividad lingüística natural de la lengua coloquial espontánea, que usa todo el mundo
en las situaciones cotidianas informales, tiene unas características totalmente diferentes.
Se realizan sin ningún esfuerzo consciente, ni ningún reparo explícito en el seguimiento
de regla gramatical alguna, ni ningún propósito explícito de seguimiento de convención
gramatical alguna. Esas reglas, modelos y convenciones gramaticales existen y son muy
estrictas, pero han sido asimiladas por el individuo desde pequeño, que ha aprendido a
atenerse a ellas sin que en ningún momento haya sido consciente de la existencia y
exigencias de esas reglas y convenciones gramaticales y lingüísticas. Como ejemplo,
puedo poner el uso del subjuntivo en castellano. A la mayoría de los hablantes nunca les
han explicado cuándo ha de usarse el subjuntivo y cuándo no se debe usar, pero todo el
mundo dice deseo que vengas pronto y no *deseo que vienes pronto. Si a uno de esos
hablantes le preguntamos cuántos y cuáles son los usos del subjuntivo en español,
seguramente no nos sabrá contestar, ni siquiera sabrá en muchos casos qué es el
subjuntivo y, probablemente, nunca habrá sido consciente hasta el momento de la
pregunta, de la existencia de tal categoría. Los hablantes del castellano usan el subjuntivo
de acuerdo con unas reglas precisas que han adquirido al aprender de de niños la lengua
y que han interiorizado y automatizado de tal manera que no son conscientes en modo
alguno de ellas ni de las categorías en las que se basan, ni tampoco necesitan para el uso
cotidiano esa autoconsciencia lingüística. Estamos en el terreno de la lengua natural,
interiorizada y automatizada por el individuo. Este conocimiento no da pie errores de
ningún tipo que no estén determinados por algún factor extralingüístico (esto emocional,
distracción, estado físico….), porque si dos hablantes nativos del castellano no usan el
subjuntivo de distinto modo no es porque uno domine la lengua mejor que otro, sino
porque las reglas interiorizadas no son exactamente las mismas, varían en algún punto, lo
cual produce los usos distintivos o diferentes. Si, mediante la educación, al hablante
nativo del castellano se le enseña gramática española de modo explícito y se le obliga a
aprender los usos del subjuntivo que se consideran correctos en el modelo estándar
escrito, el individuo tiene que hacer un esfuerzo de memorización para aprender esos usos
y un esfuerzo de aplicación para emplearlos de modo consciente según el contexto. Esta
actividad ya no es natural, sino artificial y se realizará con mayor o menor esfuerzo según
el siguiente parámetro. Si la variedad de castellano que el individuo adquirió de pequeño
y la lengua escrita estándar que se le enseña en la escuela tienen las mismas reglas de uso
del subjuntivo, entonces el aprendizaje consciente de esas reglas no interferirá de modo
apreciable en su habla; pero si son parcial o totalmente diferentes, entonces el conflicto
de reglas generará una situación de perplejidad e inseguridad que puede afectar, a veces
de modo grave, a la competencia natural del individuo que titubeará al usar el subjuntivo
o, incluso, aplicará incorrectamente las reglas aprendidas conscientemente para obtener
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una manera de hablar que no es ni la reconocida como correcta por el estándar, ni tampoco
la característica de su propio dialecto.
Por consiguiente, el aprendizaje explícito de una lengua estándar escrita, puede interferir
en la actuación lingüística del individuo de tal manera que puede impedir o distorsionar
gravemente su competencia lingüística natural de forma que quien hablaba antes de modo
fluido y automático su propia lengua, empieza a tropezar y a titubear en sus usos
lingüísticos. La razón de esto no es que el habla espontánea coloquial es una forma
incorrecta, degenerada o imperfecta del modelo estándar escrito, sino que la lengua
estándar escrita es artificial y requiere un esfuerzo y una atención muy costosos para los
individuos que, por sus intentos de adaptarse a lo que se considera la única forma correcta
de hablar, terminan por ver interferida de modo más o menos notable su capacidad natural
de hablar fluida y automáticamente, basada en las reglas gramaticales interiorizadas que
constituyen su competencia lingüística natural.
Vistas así las cosas, queda claro que las preguntas que voy a contestar a continuación
deben estar relativizadas a esta dicotomía fundamental entre lengua natural (LN) y lengua
cultivada (LC); si no se hace así, entonces se mezclan de forma incoherente y desastrosa
criterios que convienen a dos realidades muy diferentes. Precisamente, esa mezcla
incontrolada es el caldo de cultivo perfecto para el desarrollo de ciertas ideologías que
desean presentar la lengua estándar escrita como la única lengua correcta posible y las
hablas naturales que la gente usa en su quehacer cotidiano de forma espontánea como una
especie de desviaciones y realizaciones alternativas e imperfectas de esa lengua estándar
o culta escrita. Mientras no se realice y mantenga escrupulosamente esta distinción, las
discusiones sobre estos temas seguirán siendo inacabables y totalmente improductivas y
hueras.
Esta dicotomía entre lenguas naturales y lenguas cultivadas ha sido propuesta y
desarrollada en diversas publicaciones recientes a las que remito para mayor explicación
e ilustración (Moreno Cabrera 2011, 2013 y Moreno y Mendívil-Giró 2014).
¿Tienen todas las lenguas la misma capacidad comunicativa?
La capacidad comunicativa es una propiedad que no tienen las lenguas, sino las personas
que las hablan. Las lenguas no son entidades autónomas que tengan capacidad alguna.
Tampoco son objetos análogos a instrumentos como un sacacorchos o un sacapuntas.
Llamamos lengua a un conjunto de actividades comunicativas específicas y
características realizadas en el medio oral o gestual. Las lenguas no son medios a través
de los cuales realizamos una comunicación lingüística, sino la propia actividad
comunicativa lingüística característica de una comunidad de hablantes.
La pregunta se podría reformular de la siguiente manera: ¿permiten todas las lenguas el
desarrollo de una capacidad comunicativa similar? Esta pregunta podría surgir de la
sospecha de que la comunicación humana puede verse impedida o potenciada por la
naturaleza de las lenguas naturales implicadas. Habría unas lenguas que limitarían la
capacidad comunicativa de los seres humanos y habría otras que la potenciarían. Pero este
razonamiento caería de nuevo en la falacia de considerar que las lenguas son una especie
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de objeto que utilizamos para comunicarnos. Es evidente que un cuchillo romo no corta
igual que uno afilado y, por tanto, un cuchillo romo limita nuestra capacidad de cortar y
un cuchillo afilado la potencia. Pero las lenguas no son objetos que se utilicen para
comunicarnos, tal como se suele decir habitualmente, sino que son el producto siempre
efímero, inestable y ocasional de la puesta en práctica de la capacidad lingüística de los
seres humanos. Hay actividad lingüística como algo observable y verificable y hay
capacidad lingüística como algo verificable aunque no observable directamente. Pero no
hay lenguas como entidades u objetos autónomos, aislables y verificables. Las lenguas,
tal como las concebimos habitualmente, son creaciones idealizadas de ciertas culturas,
similares a conceptos como democracia, espiritualidad, sociedad, cultura y muchos otros
(Harris (ed.) 2002).
No parece lícito, desde un punto de vista lógico, observar una determinada actuación y
luego decir que esa actuación limita o potencia esa misma actividad. Por tanto, desde el
punto de vista que mantengo aquí, no tiene sentido la pregunta de si tal lengua tiene o
mayor capacidad comunicativa que otra.
Es claro que las diferentes lenguas expresan formalmente diferentes elementos. A partir
de ahí, se podría uno preguntar si esto influye de una determinada manera en la capacidad
comunicativa de los hablantes de las lenguas. Por ejemplo, hay lenguas que tienen género
gramatical y otras que no lo tienen. Esto pasa, por ejemplo, con el castellano y el euskera.
Cuando hablamos castellano estamos obligados a atender formalmente al género de todos
los sustantivos que utilizamos, cosa que no ocurre cuando hablamos euskera. ¿Implica
esto que los hablantes euskaldunes nativos están más limitados comunicativamente que
los castellano-hablantes nativos? Creo que está bastante claro que no existen estas
limitaciones comunicativas. Los euskaldunes tienen la misma capacidad de comunicar
cuestiones de sexo que los castellanohablantes; no parece haberse comprobado ninguna
deficiencia al respecto. Si a alguien se le ocurriera contraargumentar que gracias a que la
gran mayoría de los euskaldunes sabe castellano pueden ser eficientes hablando de los
géneros, habría que aducir que ni el finés, ni el húngaro, ni el turco tienen género
gramatical y tampoco se ha observado que sus hablantes sean menos eficientes
comunicativamente cuando hablan de género o sexo.
Las LCs han sido diseñadas y elaboradas para unos determinados fines y es de esperar
que cumplan esos fines mejor que las LNs, siempre que estos fines sean específicos de
las primeras. Por ejemplo, podría decirse que las LCs son más adecuadas en el medio
escrito que las LNs, pero esto no se debe a que las LCs tengan más capacidad
comunicativa que las LNs, simplemente se debe a que las LCs han sido construidas, a
partir siempre de una LN, para ese fin, a medida de esa fin. Los letreros en las estaciones
de los medios de transporte están redactados en los términos de la lengua escrita. Por eso,
cuando, por ejemplo, cuando va a entrar un tren en una estación y se quiere informar de
ellos a los pasajeros aparece un letrero que dice: EL EXPRESO –BILBAO-VITORIA
VA A EFECTUAR SU ENTRADA POR VÍA 6. Este mensaje, editado en lengua escrita
puede ser pasado a la lengua hablada mediante un anuncio de megafonía. Ahora bien, si
observamos lo que dice la gente en el andén oiremos cosas como YA VIENE EL TREN
DE BILBAO o simplemente YA VIENE EL TREN o incluso YA VIENE. Ninguna de
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estas expresiones sería aceptable como letrero: si vemos un letrero que dice YA VIENE
EL TREN seguramente esbozaremos una sonrisa de sorpresa. La misma que podemos
esbozar si alguien nos pregunta en el andén algo así ¿SABE USTED POR QUÉ VÍA A
EFECTUAR SU ENTRADA EL TREN BILBAO-VITORIA? Lo que esperaríamos sería
algo así como POR FAVOR, ¿POR DONDE VA A ENTRAR / DÓNDE VA A PARAR
EL AVE/ TREN A VITORIA?, ¿DÓNDE PARA EL DE/QUE VA A VITORIA? o cosas
semejantes.
La pregunta que nos hacemos ahora es ¿qué mensaje es más eficiente comunicativamente:
EL TREN BILBAO-VITORIA VA A EFECTUAR SU ENTRADA POR VÍA 6, típico
de la lengua escrita o YA VIENE EL TREN, típico de la lengua hablada espontánea? Los
criterios que determinan una y otra lengua son diferentes, tienen diferente naturaleza; por
ello no tiene sentido responder esta pregunta de modo absoluto.
La cosa se hace más grave cuando comparamos dos lenguas, una escrita y hablada y otra
que solo se habla y comparamos las expresiones escritas típicas de la lengua que se
escribe, con las expresiones espontáneas habladas de la lengua que no se escribe. La
objeción que acabamos de formular se aplica de nuevo en este caso. No hay comparación
directa posible y, por tanto, las conclusiones que se suelen extraer de esa comparación
están basadas en la mezcla arbitraria, pero guiada ideológicamente, de entidades
cualitativamente distintas.
Este es un error muy frecuente cuando se compara la forma estándar escrita de una lengua
europea como el inglés, el francés o el español con el habla oral espontánea de una
comunidad que no tiene lengua escrita estándar alguna. En muchos aspectos, el habla
espontánea de esa segunda comunidad aparecerá como más simple que las expresiones
escritas de la lengua con la que se la compara. Pero, claro es, como esa lengua escrita
están basada en una lengua oral espontánea de naturaleza similar a la lengua oral
espontánea de la comunidad que no conoce la escritura, lo único que cabe hacer de modo
cabal es comparar el inglés o el español hablado espontáneo, no el escrito con la lengua
oral espontánea de esa comunidad que no conoce la escritura. Entonces, casi con toda
seguridad comprobaremos que la LN de esa comunidad no parece tan simple y primitiva
como resultaba cuando el otro término de la comparación es la lengua escrita (Moreno y
Mendívil-Giró 2014, secciones 5.1 y 6).
De aquí procede precisamente el mito de que las lenguas criollas están más simplificadas
y menos elaboradas que las lenguas occidentales escritas en las que se basan. Si
comparamos el francés estándar escrito con el criollo de base francesa de Haití, el
haitiano, observamos enormes diferencias que serán juzgadas como negativas por parte
del criollo: el haitiano se evaluará como una especie de francés corrupto, deformado,
simplificado y degradado en todos los niveles (fonética, léxico, morfología, sintaxis y
semántica). Ahora bien, si comparamos algunas de las variedades del francés hablado en
Francia con el haitiano, esas enormes diferencias iniciales se verán muy disminuidas y
las semejanzas entre las dos lenguas serán mucho mayores y, por supuesto, ya no se verá
tan clara ninguna simplificación o degradación. Esto tiene mucho sentido, dado que el
haitiano no procede del francés escrito, sino del francés hablado dialectal vulgar que
llevaron a aquella isla los franceses desde el siglo XVI (Chaudenson 2003).
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Hay lenguas en las que el verbo contiene una determinada información que está ausente
en los verbos de otras lenguas. Por ejemplo, en catalán, en el verbo se expresa la persona,
el número, el tiempo, el aspecto y el modo, pero en chino mandarín no hay ninguna de
estas especificaciones en los verbos. ¿Podría decirse que la complejidad del verbo catalán
constituye un obstáculo para la comunicación activa? ¿Podría decirse que la simplicidad
del verbo chino significa un obstáculo para la comunicación pasiva? En efecto, al hablar,
los catalanes tienen que elegir una de cientos de formas verbales que varían de forma más
o menos marcada según el número, persona, tiempo, modo o aspecto parece que esto
dificultad la emisión del discurso catalán, aunque facilita su comprensión por parte del
interlocutor. En el caso del chino ocurre lo contrario: al no tener que especificar ninguna
forma para el verbo, dado que la forma de los verbos no varía según la persona, el número,
el tiempo, el modo o el aspecto, parece que hablar chino es bastante más sencillo que
hablar catalán, pero al no estar especificada esa información el oyente tendrá que estar
más atento a otros elementos de la oración para extraer la información que en catalán se
expresa en la forma del verbo.
Aquí hay una ley bastante evidente: lo que facilita la emisión dificultad la comprensión y
lo que facilita la comprensión dificultad la emisión. Independientemente de esta ley no se
puede evaluar si un elemento de una lengua facilita o dificulta la comunicación. Esta
pregunta habría que relativizarla a la ley que acabamos de enunciar.
Para los hablantes nativos la producción y recepción de su lengua está totalmente
automatizada. Esto significa que no son conscientes de ningún tipo de dificultad u
obstáculo a la hora de hablar de forma rápida y espontánea. Un hablante nativo de catalán
selecciona la forma verbal adecuada sin realizar ningún esfuerzo consciente para ello y
un hablante nativo de chino deduce las especificaciones de persona, número, aspecto y
modo de la oración que contiene el verbo invariable, de forma también automática y sin
que tampoco realice ningún esfuerzo consciente mantenido.
De aquí sacamos una importante conclusión: las formas automatizadas de la lengua son
igualmente eficientes y fáciles para los nativos y no suponen obstáculo alguno para la
comunicación. Esto se aplica totalmente a las LNs, pero no a las LCs, que son mucho más
difíciles de automatizar de una forma similar a la que presentan esas LNs. Por tanto,
podríamos decir, que las LCs, las lenguas estándar escritas, como lenguas artificiales, sí
que constituyen para la inmensa mayoría de la población un auténtico obstáculo para la
comunicación. Conseguir una automatización de la LCs similar a la que se observa
respecto de las LNs es una labor de muchos años que exige una gran dedicación
continuada a lo largo de prácticamente toda la vida. Esto ya lo observó Dante en su De
Vulgari Eloquentia hace setecientos años:
“2 Pero puesto que a cada ciencia conviene no sólo probar, sino evidenciar su propio objeto,
para que se conozca todo lo que existe sobre su contenido, afirmamos, tomando rápidamente
una postura, que llamamos lengua común a aquella que los niños aprenden de los que les
cuidan, en cuanto empiezan a distinguir sonidos; o bien, lo que puede decirse con menos
palabras, declaramos como lengua común la que aprendemos sin regla alguna, imitando a la
que nos alimenta. 3 Tenemos también nosotros otra segunda forma de hablar, a la que los
romanos llamaron gramática. Por cierto, que esta segunda lengua la poseen también los
griegos y otros pueblos, pero no todos; realmente pocos llegan a su uso habitual, porque sólo
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con el paso del tiempo y la perseverancia en su estudio nos formamos en sus reglas y
aprendemos sus principios. (Dante Alighieri, De vulgari eloquentia, I, 2-4. Traducción de
Manuel Gil Esteve y Matilde Rovira Soler, 1997: 54-55)
Es evidente que no todo el mundo tiene las posibilidades de adquirir esa automatización,
por lo que la mayor parte de las personas usarán la LC basada en su LN nativa con grandes
dificultades y con resultados no totalmente satisfactorios la mayor parte de las veces. Por
esta razón se menciona continuamente lo mal que habla la gente y lo mal que se escribe
en los medios de comunicación tales como la prensa diaria. Hay muchas obras que
denuncian el supuesto mal uso de la lengua y los supuestamente graves atentados contra
el idioma que se cometen en los medios escritos de ámbito general (Vilches Vivancos
2001, Celdrán 2009, 2010, 2011, entre otros muchos ejemplos). Todo esto es así
sencillamente porque la lengua estándar escrita, como LC, no es tan fácil de automatizar
como la LN en la que se basa y, por tanto, de hecho supone un obstáculo para la
comunicación lingüística para la mayor parte de la población. ¿Por qué la LC es tan fácil
de automatizar como la LN? La respuesta es obvia: porque la LC es una lengua artificial
para cuya automatización no estamos biológicamente preparados, como ocurre con la LN.
¿Algunas lenguas son más sencillas que otras, tanto a la hora de aprenderlas como de
hablarlas?
Las lenguas naturales (LN), es decir, las adquiridas por los niños de modo espontáneo,
tienen todas la propiedad de ser susceptibles de ser dominadas mediante un proceso
natural de adquisición, para el que todos los seres humanos estamos genéticamente
preparados. No se ha podido verificar ningún caso en el que según las lenguas los niños
tarden más o menos en adquirirla de modo natural. Es decir, para lenguas presuntamente
difíciles como el japonés o el húngaro, no se ha podido demostrar que los niños tarden
más en aprenderlas que las lenguas consideradas más fáciles como el inglés o el
indonesio. Es decir, no se ha observado que los niños japoneses tarden más años en
adquirir el japonés que los niños ingleses cuando adquieren el inglés de forma natural.
El mismo razonamiento vale para el uso de las lenguas. Los hablantes de japonés no
parecen tener más dificultades a la hora de hablar su lengua con soltura y rapidez que los
hablantes de inglés o indonesio. Todos los hablantes nativos de estas lenguas las usan con
similar rapidez, facilidad y comodidad. Los hablantes de las lenguas presuntamente
difíciles no parecen tener la menor dificultad en usar su lengua nativa, sin que apreciemos
una cadencia más lenta o insegura en la actuación lingüística que la que presentan los
hablantes de las lenguas supuestamente más fáciles.
Esto se aplica a las LN pero no a las LC: el japonés escrito puede ser más difícil en algunos
aspectos que el japonés hablado tanto por la escritura en sí como por el carácter artificial
de esta lengua escrita. Por consiguiente, sólo podría decirse que el japonés escrito pudiera
ser más difícil que el catalán escrito: En caso de que esta afirmación resultara cierta,
debido fundamentalmente al tipo de escritura implicado, seguiría sin poderse concluir que
el japonés como LN es más difícil que el catalán hablado espontáneo.
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Estos hechos a los que me estoy refiriendo no son opiniones o interpretaciones
interesadas, sino que pueden considerarse a todos los efectos hechos establecidos y
difíciles de refutar.
Todo este razonamiento se basa en las lenguas naturales que habla espontáneamente la
gente y al aprendizaje y uso de las lenguas por parte de los que las adquieren de pequeños
mediante un proceso natural de adquisición lingüística, para el que, repito, todos los seres
humanos estamos preparados genéticamente, como una de las características particulares
de nuestra especie.
Todo esto es diferente cuando de lo que hablamos es del aprendizaje y uso de una lengua
no nativa por parte de una persona en la edad adulta. Entonces sí que cabe esgrimir
criterios de dificultad o facilidad que se basan en el siguiente axioma fundamental:
A los adultos que aprenden una nueva lengua, esa lengua les parecerá tanto más difícil
cuanto más se aparte o difiera de las lenguas que aprendió de niño de forma natural.
Este criterio de dificultad o facilidad no es absoluto, sino relativo y depende totalmente
de la lengua de partida del que aprende una segunda o tercera lengua en la edad adulta.
Es claro que el portugués y el catalán se parecen mucho más entre sí que el catalán y el
neerlandés. Por otro lado, es también evidente que el neerlandés y el alemán se parecen
mucho más entre sí que el neerlandés y el catalán. Esto tiene la siguiente consecuencia.
Para un catalanohablante el portugués es mucho más fácil que el neerlandés pero para un
neerlandófono, el alemán le es mucho más fácil que el portugués. Pero de este hecho
indudable y fácilmente comprobable no se puede deducir que el portugués sea una lengua
más sencilla que el neerlandés en términos absolutos; lo es para una catalano- o
castellanohablante, pero no lo es para un hablante de alemán. De modo similar, para un
hablante del neerlandés el alemán le es mucho más fácil que el portugués, el castellano o
el catalán; de donde no se puede deducir que el alemán sea más fácil que el portugués o
el castellano en términos absolutos, solo lo es para un hablante de una lengua germánica
como el neerlandés.
Veamos dos líneas en alemán y neerlandés sacadas de las instrucciones de un ordenador
personal.
Alemán:
Anschließen einer Stromquelle
Für die Stromversorgung Ihres Computers können Sie entweder das Netzgerät oder einen
aufladbaren Akku verwenden.
Neerlandés:
Een stroombron aansluiten
De computer kan werken op netstroom (via een netadapter) of op een oplaadbare batterij
Y ahora las mismas instrucciones en castellano y portugués:
Castellano:
¿Cómo conectar una fuente de alimentación?
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Para suministrar energía al ordenador, se puede utilizar un adaptador CA o un paquete
de batería recargable.
Portugués:
Ligar uma fonte de alimentação
Pode utilizar um transformador ou uma bateria recarregável como fonte de alimentação
para o comutador.
Es fácil comprobar que para un castellano hablante las instrucciones en portugués son
bastante fáciles de entender y viceversa. Sin embargo, desde el castellano o portugués las
instrucciones en alemán o neerlandés son imposibles de entender. Para un
castellanohablante o un portugués hablante el alemán y el neerlandés resultan lenguas
difíciles. Sin embargo, las cosas cambian radicalmente para un hablante nativo de
neerlandés. Para él, el texto alemán es tan transparente como el texto castellano para un
portugués; este hablante considerará el alemán una lengua mucho más fácil que el
castellano o el portugués, que les resultan incomprensibles desde el neerlandés. Si el
lector no cree esto puede hacer la prueba con un hablante de neerlandés que no sepa
ninguna lengua romance. Se convencerá.
¿Qué lengua es más fácil? ¿El portugués o el neerlandés? ¿Qué lengua es más difícil? ¿El
neerlandés o el portugués? Es claro que la respuesta dependerá de las lenguas que los
hablantes dominen. Lo que es clarísimo es que estas preguntas no se pueden contestar
independientemente de este factor.
En cuanto a las LC, las lenguas escritas, podemos comprender que se pueden aplicar
también estos mismos criterios. El catalán estándar es más fácil de aprender para un
catalanohablante nativo que para un hablante nativo de alemán. Esto se debe a que la
distancia entre el catalán hablado y el catalán escrito es mucho menor que entre en catalán
escrito y el alemán hablado espontáneo. La razón es evidente: el catalán escrito es una
LC que se basa en el catalán hablado como LN. Para un catalanohablante nativo el alemán
estándar escrito es mucho más difícil que el catalán estándar escrito, precisamente por la
misma razón. Aquí se observan dos grados de dificultad: la de la LC misma y la gran
distancia que hay que entre la lengua natural catalana y su correspondiente LC y la LC
alemana. De ahí surge la idea de que el alemán es una lengua muy difícil.
¿Cuál sería el idioma ideal a nivel de…:
Las lenguas naturales, desarrolladas a lo largo de la dilatada trayectoria evolutiva del ser
humano durante muchas decenas de miles de años surgen, como indica el adjetivo, de
actividades naturales llevadas a cabo por entidades, los seres humanos, también naturales.
Estamos, pues, en el terreno de lo natural no de lo ideal. Igual que un ser humano ideal
no es, ni podría ser, un ser humano natural, tampoco una lengua ideal o con características
ideales podría ser en ningún caso una lengua natural. En este sentido, la actividad
lingüística humana es igual de imperfecta o perfecta que otras actividades naturales
modeladas por las leyes de la evolución natural.
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La idealidad de una lengua está determinada por lo que podemos denominar construcción
cultural de las lenguas, que implica fundamentalmente las LCs basadas en elaboraciones
de las LNs. Como ya dije al principio, además de las lenguas naturales, que los humanos
estamos capacitados para adquirir y usar de forma automática y sin ningún tipo de
esfuerzo, algunas sociedades crean y elaboran, sobre la base de una lengua natural, otro
tipo de lengua, las LCs, esta vez de carácter artificial, que está basada en una serie de
actuaciones que tienen que ver con unos determinados fines llevados a cabo de forma
consciente y deliberada. Entre esos fines está precisamente el modificar las lenguas
naturales para que se acerquen a determinados ideales lógicos y sociales que dependen de
cada cultura y de cada sociedad. Estas lenguas artificiales y artificiosas, que provienen de
una serie de modificaciones realizadas sobre las lenguas naturales en las que se basan, se
presentan como lenguas más perfectas, más estables, más ricas, más profundas, más
desarrolladas que las lenguas naturales y se considera que estas lenguas (que se suelen
adoptar como un estándar lingüístico general) son lenguas más perfectas, más idóneas
que las lenguas naturales. Estamos aquí ante una evaluación cultural, que se basa en una
serie de presupuestos ideológicos según los cuales la sociedad que crea esa lengua es una
sociedad más avanzada, más desarrollada y más perfeccionada que la que no la desarrolla.
De esta manera, se afirma que tal o cual comunidad de vida tradicional todavía no ha
desarrollado la escritura, ni lengua estándar, ni tiene, por tanto, una ortografía, una
gramática y un diccionario, como si estos desarrollos fueran peldaños de un escalera que
lleva a la cúspide de la perfección. Esta es una visión lineal del progreso que tiene su
origen próximo en el racionalismo del siglo XVIII y que está basada en un claro y más
que objetable etnocentrismo.
Tiene sentido la aplicación de esta noción de idealidad a las lenguas cultivadas (LCs)
elaboradas artificialmente, puesto que esas elaboraciones están precisamente dirigidas al
acercamiento a un determinado tipo de ideal, pero no lo tiene aplicado a las lenguas
naturales (LNs), ya que éstas no han surgido a partir de un proyecto dirigido a unos
determinados fines previamente marcados, sino que se han desarrollado a través de
mecanismos evolutivos que no están controlados por lo que los agentes prevén,
planifican, quieren o desean, sino por las contingencias y los requisitos de la actuación
lingüística de los individuos y de las comunidades en las que llevan a cabo ese
comportamiento. Una pregunta como la de esta sección llevada al terreno de lo natural o
de lo biológico nos llevaría a preguntarnos cosas como cuál es el mamífero ideal o cuál
es el insecto ideal. Mamíferos, insectos y lenguas naturales no se han desarrollado de
acuerdo a unos ideales, dado que la evolución natural no tiene fijados de antemano unos
fines determinados a largo plazo, sino que va actuando de forma local sin que haya de por
medio ningún designio a largo plazo que haya que seguir o que haya que alcanzar. Dicho
de otra manera, la evolución natural no es teleológica ni intencional. La evolución no
sucede para algo o con algún fin determinado.
Antes de la existencia del ojo de los mamíferos no hubo unos planes de hace cientos de
millones de años que previeran la construcción de un ojo humano y que crearan los
primeros pasos a partir de determinadas células sensibles a la luz y luego fueran, a través
de sucesivos pasos, constituyendo lo que hoy es un ojo humano. Por eso, los objetos
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naturales no son ideales; de hecho, distan mucho de serlo. No tiene sentido aplicar a un
objeto natural ningún ideal, ni ningún objetivo previamente establecido. Por esa razón,
tampoco lo tiene hablar de ideales en una lengua natural. Sí lo tiene, como he dicho,
cuando hablamos de una lengua artificial basada en una lengua natural, sencillamente
porque los procesos de modificación de esa lengua natural han sido realizados con un
propósito y de acuerdo con unos determinados fines.
En diversas épocas se ha realizado idiomas artificiales que se consideran encarnaciones
de un ideal idiomático, tales como el esperanto. Esta lengua se creó, sobre la base de
varias lenguas europeas, con la idea de solucionar algunos problemas de las LNs europeas
y de las LCs basadas en ellas. En ella, entre otros objetivos, se intenta crear una lengua
sin irregularidad alguna y totalmente transparente, dado que se supone que una lengua así
se acerca más al ideal según el cual la regularidad y transparencia de los idiomas
contribuye a su mayor facilidad de uso. ¿Es realmente el esperanto una lengua más fácil
que cualquier otra lengua? No está esto tan claro como pudiera parecer. Por ejemplo, en
esperanto hay una forma singular y otra plural de los sustantivos. Hay muchas lenguas
del mundo, algunas muy extendidas, que no tienen esta característica. ¿Por qué introducir
este rasgo morfológico que aumenta de modo aparente la complejidad de una lengua,
cuando hay muchas lenguas que se las apañan sin él perfectamente y que, al menos desde
este punto de vista, son más simples? La razón es clara: el esperanto tiene una clara base
europea y está claramente determinado por un tipo ideal de lengua europea y no por un
tipo ideal de lengua universal. Lo primero parece más o menos realizable, tal como
muestra el propio esperanto, pero lo segundo es algo claramente utópico dada la gran
variedad de formas que se pueden observar en las distintas lenguas del mundo.
-…sintaxis?
La sintaxis está constituida por una serie de mecanismos que regulan la combinación de
las palabras para la obtención de expresiones complejas y, en última instancia, de
discursos enteros.
Es muy importante tener en cuenta que las lenguas naturales han sido modeladas
evolutivamente mediante la interacción lingüística entre los hablantes. Si queremos
decirlo así, podríamos afirmar que la actividad lingüística natural ha sido modelada para
la conversación entre los individuos. Una conversación no es no puede ser una
concatenación o sucesión de monólogos, sino todo lo contrario: una sucesión de
intervenciones relativamente cortas que se interrumpen y se retoman continuamente.
Hay que tener todo esto muy presente, porque, cuando se habla de sintaxis, la mayor parte
de las personas está pensando en textos escritos (típicos de una LC) o alguna incluso, en
los largos monólogos perfectamente trabados y organizados (casi siempre por escrito) de
determinados personajes públicos en determinadas situaciones, como, por ejemplo, una
conferencia. La situación en la que una persona habla y las demás escuchan, que se da en
una conferencia o en una reunión en la que alguien cuenta algo real o imaginario con
carácter informativo, mágico, religioso o simplemente festivo, es un tipo de situación en
la que se usa una lengua desde tiempos inmemoriales pero que no ha dado origen ni
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modelado a las lenguas naturales tal como las conocemos. Se trata de un uso derivado de
las lenguas naturales, a veces determinado por la propia necesidad o simplemente por
curiosidad o gusto de unas personas que gustan escuchar lo que dicen otras. He aquí la
clave del asunto. Frente a la lengua conversacional, en la que todo el mundo es
competente para los quehaceres de la vida diaria, la lengua monológica del relato o del
discurso mágico, religioso o político, que es por definición una LC, es un modo de
expresión lingüística que no todo las personas de una comunidad lingüística dominan
bien; de hecho, precisamente porque pocos dominan ese tipo de actividad lingüística, se
producen reuniones en las que muchos gustan de escuchar lo que dicen unos pocos que
tienen un especial don de palabra o una capacidad notable para hablar en público y al
público de modo eficaz, ameno, divertido o dramático. Este tipo de discurso no puede ser
la base sobre la que se han modelado las lenguas naturales, porque no obedece a unas
capacidades compartidas por todos los hablantes de una comunidad lingüística, sino solo
por algunos. Solo aquellos aspectos de la lengua para los que todas las personas están
dotadas naturalmente son los que han podido modelar evolutivamente una lengua natural.
Éste del discurso monológico, continuado y perfectamente trabado no es uno de ellos.
Parece una verdad de Perogrullo, pero las lenguas naturales han evolucionado para
conversar, para el diálogo y no para el monólogo. La sintaxis en la que suele pensar la
gente es en la sintaxis monológica, aquella en la que una sola voz va trabando amplios
discursos con complejas construcciones, llenas de información y con una estructuración
perfectamente establecida y delimitada. Como ya he dicho que un diálogo no es una
sucesión de monólogos adjuntos uno a otro, es claro que esa sintaxis en la que se piensa
habitualmente, no es la sintaxis relevante cuando estamos considerando las lenguas
naturales.
La sintaxis natural, la de las LNs, es lo que se denomina a veces sintaxis coloquial y ,
aunque parezca increíble, el estudio de esta sintaxis ha sido relegado durante siglos por
los investigadores, porque durante siglos se pensó que el habla vulgar cotidiana apenas
tenía sintaxis alguna, que la sintaxis desarrollada solo se podría encontrar en los textos
escritos de la LC y en los parlamentos de las personas cultas o educadas y nunca en las
breves intervenciones que hacen las personas normales en la conversación cotidiana, tan
poco trascendental e importante en su temática. El resultado de esto es que se conoce muy
bien la sintaxis de la lengua escrita, que no es una lengua natural y que, por tanto, no está
determinada por las circunstancias de la evolución ancestral de las lenguas y que, por
consiguiente, no todos los hablantes de una comunidad lingüística conocen
suficientemente, ni menos aún usan de forma natural y automática como lo hacen en el
habla diaria; y no se conoce apenas la sintaxis de la lengua coloquial espontánea. Siempre
se supuso que no hacía en realidad falta estudiar la sintaxis coloquial porque se suponía,
de forma claramente errónea, que no era más que una realización imperfecta, defectiva y
puramente improvisada de la sintaxis escrita. El error de este razonamiento es patente: los
analfabetos hablan lenguas naturales con una sintaxis bien definida. Teniendo en cuenta
que incluso hoy en día no se escribe ni se ha escrito nunca un porcentaje muy alto de las
lenguas que se hablan en el mundo (de las 6.000 lenguas del mundo se escriben
habitualmente muchas menos de 1000), resulta que hay muchos millones de personas que
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son analfabetos en su propia lengua nativa. Esta situación ha sido la habitual durante las
decenas de miles de años de evolución de nuestra especie, dado que la generalización de
la escritura es un fenómeno muy reciente, que hay que situar en los siglos XIX y XX.
Sobre la base de estos supuestos, no cabe duda de que, si ni siquiera conocemos cómo
funciona la sintaxis de los actos lingüísticos fragmentarios e incompletos de la
conversación ordinaria, malamente podremos determinar cuál sería la sintaxis ideal para
las lenguas naturales. Ciertamente esta sintaxis no es la que aparece en los textos escritos
monológicos, dado que las tareas de la vida cotidiana difícilmente podrían realizarse a
través de discursos prolongados de los individuos que intervienen en ellas.
A pesar de todo lo dicho, podríamos razonar sobre algunos aspectos elementales de la
sintaxis de la lengua para comprobar si existe algún criterio para establecer si una sintaxis
es mejor o más adecuada que otra.
Una propiedad evidente de todas las sintaxis de las lenguas orales es que las palabras han
de ser dispuestas a lo largo de una línea temporal de sucesividad. Esta propiedad no la
comparten las lenguas naturales orales con las lenguas naturales de señas, en la que hay
una simultaneidad en la producción imposible en las lenguas orales.
La sucesión de elementos obliga a ordenarlos de una determinada manera de forma que
uno va antes que otro. En este punto las lenguas difieren. Unas prefieren poner primero
el sujeto (S), después el verbo (V) y a continuación el objeto directo (O) tal como en Juan
lee el libro; son las lenguas SVO (lenguas como el inglés). En otras lenguas el orden es
SOV como en Juan el libro lee (como ocurre en turco, vasco o japonés). Estos son los
dos tipos más habituales. Un tercer tipo con cierta frecuencia en las lenguas es VSO en el
que primero se pone el verbo, luego el sujeto y a continuación el objeto, como en el caso
de lee Juan el libro (lenguas celtas como el galés). Otras presentan órdenes como OVS,
o VOS (Velupillai 2012: 277-300). Se podría alguien preguntar si alguno de estos
ordenamientos es mejor o más efectivo o se acerca más a algún ideal que otro.
Un primer criterio es precisamente el de la frecuencia. Se podría considerar que el
ordenamiento más frecuente sería el más eficiente, el mejor. Sin embargo, hay que tener
mucho cuidado con este criterio, porque el ordenamiento de los elementos de una oración
suele ser un rasgo genético característico de una familia de lenguas. Así, la inmensa
mayoría de las lenguas indoeuropeas son SVO y las lenguas túrquicas son SOV. Ocurre
que los hablantes de estas lenguas, mediante una serie de procesos históricos que no son
de carácter lingüístico, han ido expandiéndose por territorios muy amplios y han ido
imponiendo sus lenguas, que han ido diferenciándose con el tiempo según los lugares en
los que se han impuesto, pero conservando casi siempre muchas de las características de
la familia lingüística. Una de las características de la familia túrquica que se conservan es
precisamente el ordenamiento básico SOV. Gracias a una serie de procesos de expansión
encontramos lenguas túrquicas a lo largo de toda Asia en un inmenso territorio que llega
hasta China, donde hay una importante comunidad de hablantes de una lengua túrquica,
el uygur. Si contamos todas estas lenguas, veremos que solo la familia túrquica aporta
una buena cantidad de lenguas SOV. Pero esta cantidad no se debe a que ese
ordenamiento de palabras sea el mejor o más eficiente lingüísticamente, sino a unos
procesos de expansión y de imposición lingüísticos (Ostler 2005 y Haarmann 2006). Por
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eso hay que decir que no se puede echar mano de este criterio de la frecuencia, sin antes
haberlo relativizado respecto de estas condiciones históricas. Esta relativización no se
hace en esos recuentos estadísticos, por lo que, por principio, han de ser sospechosos.
Ensayemos ahora otro tipo de criterio, el criterio semántico para la determinación de cuál
ordenamiento de palabras podría ser más eficiente. ¿Qué es más eficiente? ¿Referirse
primero al agente, luego a la acción y luego al objeto de la acción? ¿Referirse primero a
la acción, después al agente y después al paciente? ¿Referirse primero al agente, después
al paciente y después a la acción? Es evidente que no pueden contestarse estas preguntas
en forma absoluta, sino solo de forma relativa. Dependerá de las circunstancias concretas
si es más o menos eficiente mencionar primero el agente, el paciente o la acción. Depende
del discurso que estemos realizando y sus funciones. Esto lo vemos, por ejemplo, en
español. Podemos decir Juan ha visto la película, La película ha visto Juan y Ha visto la
película Juan según estemos interesados, dependiendo de las funciones discursivas, en
mencionar el primer lugar el agente, el paciente o la acción. Todo esto a pesar de que el
español es una lengua típica SVO y no SOV ni VSO. Lo que esto nos enseña es que
aunque una lengua opte por establecimiento de un orden de los que hemos visto, tiene
mecanismos para adaptarse a otras presentaciones posibles que permitan ajustarse a las
diversas necesidades discursivas en el uso de la lengua. Esto ocurre con todas las lenguas
en general, por lo cual, la eficiencia sintáctica de las lenguas en este aspecto, y en otros
muchos que no se pueden tratar aquí, es similar; en lo único en que se diferencian es en
las formas en las que se producen los ajustes necesarios para una adaptación determinada,
una vez que se adopta como criterio organizador uno de los órdenes posibles. ¿Qué es
más eficiente partir del orden SVO y obtener los otros mediante diversos mecanismos
morfosintácticos? ¿Tomar SOV como orden estructurador y obtener los demás mediante
mecanismos morfosintácticos? ¿Tomar VSO como orden básico estructurador y obtener
los demás mediante mecanismos morfosintácticos? No parece que tenga mucho sentido
la investigación de qué es más efectivo en estos casos, dado que existe una restricción de
partida: el ordenamiento lineal de los sintagmas de la oración. A lo mejor, sin esta
restricción, podríamos proponer una forma ideal de estructurar la sintaxis de una lengua,
pero las lenguas son fenómenos naturales determinados por mil y un factores contingentes
a los que han de adaptarse de forma continuada. Por ello, la flexibilidad que procura la
adaptabilidad es uno de los rasgos tanto de la sintaxis, como de los otros aspectos de las
lenguas naturales.
-…morfología y sistema verbal?
Habitualmente, se dice que hay tres tipos de lenguas desde el punto de vista de su
morfología: flexivas, aglutinante y aislantes. En las primeras suelen existir complejos
paradigmas con irregularidades de la flexión nominal, con distinción de género, número
o caso y de la flexión verbal, con distinción de persona, número, modo, tiempo y aspectos
como en griego y latín clásicos, donde hay varios modelos de declinación nominal y
varios modelos de conjugación verbal de acuerdo con los parámetros que estamos
señalando. Las lenguas aglutinantes como el vasco, el finés, el húngaro o el turco se
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caracterizan porque, en general, presentan un solo modelo de declinación o conjugación
y porque las determinaciones morfológicas se realizan mediante morfemas que se van
aglutinando o añadiendo sucesivamente al tema nominal o verbal para obtener palabras
con gran transparencia morfológica. Para ejemplificar esto comparemos el latín hominis
‘a los hombres (dativo)’ con la palabra húngara correspondiente embereknek (dativo) ‘a
los hombres’. En la terminación latina “is” se realiza una serie de determinaciones
morfológicas (género masculino, número plural y caso dativo) sin que se pueda
determinar qué segmento de esa terminación expresa cada una de esas determinaciones
morfológicas; se dice que esos morfemas aparecen fusionados en su realización fonética.
Sin embargo, en la palabra húngara embereknek podemos identificar perfectamente qué
elementos de la terminación –eknek realiza el morfema de número (-ek) y de caso (-nek);
en húngaro, como ocurre en vasco, finés y turco, no hay morfema de género.
Las lenguas denominada aislantes no presentan ningún tipo de flexión en el sustantivo ni
en el verbo. En estas lenguas, las diversas determinaciones gramaticales de las palabras
no se expresan mediante elementos adicionales, morfemas, que se integran
morfológicamente en ellas, sino que se expresan echando mano de otras palabras
auxiliares con función gramatical. Por ejemplo, en chino y en gran medida también en
inglés, el verbo no tiene terminaciones de persona, como ocurre en latín, griego o español.
Las determinaciones de persona se señalan mediante pronombres personales, de modo
opcional en chino y de modo obligatorio en inglés. Por ejemplo, en chino kàn ‘ver’ puede
usarse para denotar ‘veo’, ‘ves’, ‘ve’, ‘vemos’, ‘veis’ ‘ven’; cuando se desee especificar
la persona de forma explícita se recurre a los pronombres personales adecuados en cada
caso. El tiempo y aspecto verbales tampoco se expresan en el verbo, de modo que para
decir kàn en pasado o en futuro, se recurre a determinadas palabras auxiliares con función
gramatical que se añaden al verbo.
El inglés, como he dicho, es una lengua muy similar al chino desde este punto de vista.
La persona en el verbo, excepto la tercera del singular del presente de indicativo, no se
expresa mediante ningún elemento morfológico integrado. Por ejemplo saw puede
significar ‘vi’, ‘viste’, ‘vio’, ‘vimos’, ‘visteis’, ‘vieron’. A diferencia de lo que ocurre en
chino es obligatorio el uso de los pronombres personales. De modo que es obligado decir
en inglés I saw ‘vi’, you saw ‘viste’, he saw ‘vio’ etc…. En cuanto al tiempo verbal, en
inglés solo hay marca morfológica de tiempo verbal pasado, los demás tiempos se
obtienen de modo análogo al chino: mediante el uso de elementos auxiliares. Por,
ejemplo, el futuro en inglés se forma mediante el verbo auxiliar will, I will see ‘veré’.
Conviene ahora realizar una observación importante. Todas las lenguas naturales del
mundo se hablan de corrido, juntando todos los elementos de expresión en secuencias
fónicas más o menos largas. En la escritura, estas secuencias se suelen segmentar en
unidades más pequeñas resultado de un análisis de dichas secuencias típicas de las lenguas
habladas. Cuando oímos hablar a los chinos, lo que percibimos es un continuo fónico que
no está dividido en sílabas y que, por tanto, no está constituido por monosílabos. En
cualquier lengua se puede silabear. Cualquier hablante del castellano puede pronunciar la
oración saldrá mañana por la tarde como sal-dra-ma-ña-na-por-la-tar-de. Pero esta
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habla telegráfica es extremadamente artificiosa y anormal. Ninguna lengua se habla por
sílabas separadas y aisladas, ni el chino, ni el castellano.
Esto tiene una consecuencia importante. Los diversos elementos de la oración se aglutinan
unos con otros de forma inexorable y, por tanto, en el habla real, en la lengua natural real
tal como se realiza de forma natural y espontánea, todas las lenguas son aglutinantes. No
hay lenguas aislantes. La diferencia entre unas lenguas y otras está solamente en el grado
de fusión morfológica de los elementos gramaticales respecto de los lexemas: en unas hay
una fusión morfológica mayor que en otras, pero esto es siempre, por otra parte, cuestión
de grado.
La conclusión es que todas las lenguas naturales reales del mundo son aglutinantes y
que, en todo caso, que unas pueden tener más flexión que otras.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que existen unas limitaciones muy severas sobre
las expresiones que se pueden emitir en una sola orden en bloque y sobre la carga en la
memoria a corto plazo que se puede tolerar en el procesamiento de las emisiones
lingüísticas. El habla se organiza en torno a una serie de unidades de producción y
procesamiento que cumplen una serie de requisitos fisiológicos tales como la
planificación y realización neurofisiológica de los movimientos articulatorios que se
pueden realizar de una forma unitaria, en bloque, de cara a la automatización del habla y
que han de compatibilizarse con los requisitos de funciones más básicas del lenguaje tales
como la respiración; en cuanto al procesamiento, también hay restricciones que tienen
que ver con las limitaciones de la memoria a corto plazo que tenemos que utilizar para el
procesamiento automatizado. Todo esto significa que las unidades básicas del habla
deben tener unos límites muy estrictos en cuanto a complejidad y extensión y esos límites
son iguales para todos los seres humanos, hablen la que lengua que hablen. El resultado
es que las unidades de la lengua hablada deben tener una complejidad y extensión muy
parecidas en todas las lenguas naturales (LNs) de la humanidad. Se sitúa en torno a unos
límites entre dos y diez sílabas y entre dos y diez elementos gramaticales por expresión
básica. Sin embargo, las lenguas escritas, como LCs no respetan estos límites. Por
ejemplo, ni en latín, ni en griego, ni en sánscrito se dividían los escritos por palabras, sino
que la redacción se solía expresar mediante la denominada scriptura continua en donde
observamos largas ristras de letras que hay que segmentar y analizar a la hora de leer los
textos. Hoy en día, en la escritura tai tampoco se separan las palabras de que constan los
discursos. En otras escrituras, como en la china, cada sílaba se corresponde con un signo
logo-silabográfico y los caracteres nunca se escriben juntos, sino separados por la misma
extensión de espacios en blanco. Por tanto, un texto chino se escribe de forma silabeada,
cuando dos o más sílabas pertenecen a la misma palabra, se escriben separadas, como si
no formaran una unidad morfológica. El resultado de todo esto es justamente el opuesto
al de la scriptura continua: al leer el texto escrito en chino hay que juntar los caracteres
para obtener de este modo palabras y expresiones reconocibles por los hablantes de chino.
Es cierto, que la lengua escrita china, como LC, es una lengua aislante y monosilábica,
pero la lengua hablada china, la LN en la que se basa la lengua escrita, presenta
expresiones de dos o más sílabas que constituyen unidades mínimas de producción y
procesamiento.
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…aspecto fónico?
El aspecto fónico es el que mejor se presta a una crítica adecuada al término ideal. El
componente fonético de las lenguas está totalmente adaptado al tracto vocal y auditivo
del ser humano. En este sentido, todos los sistemas fónicos de las lenguas están sometidos
por necesidad a ese proceso de adaptación. Se observan, sin embargo, importantes
diferencias entre los sistemas fónicos de las lenguas. Lo que esto indica es que no hay una
única forma de adaptarse al funcionamiento de los órganos articulatorios y auditivos, sino
que esa adaptación se puede producir de diversas maneras. No tiene sentido, en mi
opinión, afirmar que unos sistemas fonéticos están mejor adaptados que otros a los
órganos articulatorios y auditivos de los humanos. Respecto de los sistemas fonéticos
muy complejos, como los de determinadas lenguas africanas, caucásicas o americanas no
se ha observado que los hablantes y oyentes de estos idiomas tengan dificultades grandes
para pronunciar los enunciados de sus lenguas ni para entenderlos. Estos hablantes y
oyentes usan sus lenguas con complejos sistemas fonéticos con la misma soltura,
facilidad, automatismo y despreocupación con las que los hablantes y oyentes de lenguas
con sistemas fonéticos aparentemente más fáciles se comunican oralmente en sus vidas
diarias. Esto se produce por una simple razón: todos esos sistemas fonéticos están
igualmente adaptados a las condiciones articulatorias y auditivas de los seres humanos.
No se ha observado que los hablantes de lenguas con un sistema fónico más complejo
sean menos eficientes y rápidos en la generación, transmisión y análisis de sus discursos
y que los de lenguas con un sistema mucho más sencillo sean mucho más eficientes y
rápidos en sus interacciones lingüísticas.
¿Quiere esto decir que todos los sistemas fónicos conocidos son de eficacia similar? La
respuesta es claramente sí. Desde este punto de vista, preguntarse si hay un sistema fónico
ideal de forma absoluta y abstracta carece de sentido. Como en los casos anteriores habría
que señalar su idealidad respecto de alguna característica o fin determinados. Por ejemplo,
¿Cuál es el sistema fónico ideal para facilitar al máximo la articulación de los discursos?
¿Cuál es el sistema fónico ideal para facilitar al máximo la percepción auditiva de los
discursos? Basta reflexionar un poco para darse cuenta que las exigencias relativas al
primer aspecto y las relativas al segundo aspecto llevan a posiciones contradictorias.
Podría parecer evidente que, por lo menos en teoría, cuantos menos sonidos distintos
tenga una lengua, más fácil será su articulación y, por tanto, desde el punto de vista de la
articulación, las lenguas con menos sonidos lingüísticos serían mejores que las lenguas
con muchos sonidos lingüísticos. Ahora bien, cuantos menos sonidos tenga un sistema,
más largas habrán de ser las palabras, si es que pretendemos tener un vocabulario
suficientemente grande. Esto supone un esfuerzo adicional para la articulación, dado que
ha de invertirse más tiempo en articular los discursos, dado que las palabras han de ser
más largas. Por ejemplo, imaginemos que en un sistema fonético solo hay dos sílabas:
[pa] y [ka], es decir, se trata de un sistema en el que hay solo dos consonantes y una vocal.
En esta lengua solo puede haber dos palabras con una sílaba, es decir pa y ka para obtener
más palabras debemos unir sílabas. Con dos sílabas tenemos: papa, kaka, paka, kapa. Es
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decir, solamente cuatro palabras. Es fácil ver que la mayor parte de las palabras de este
idioma tendrían que tener tres o más sílabas. Esto aumentaría de modo importante el
tiempo necesario para emitir incluso los mensajes más sencillos. Desde el punto de vista
del oyente, esto implicaría tener que prestar una atención más detenida a los mensajes y,
lo que es aún más decisivo, tener que introducir muchos elementos en la memoria auditiva
a corto plazo, necesaria para procesar analíticamente los mensajes vocales, que, como he
dicho antes, tiene unas limitaciones muy severas.
Por consiguiente, no parece razonable pensar que los sistemas fónicos con inventarios
muy reducidos se acercan más al ideal fonético de una lengua. ¿Debemos entonces
concluir que el ideal de sistema fonético está del lado de los sistemas fonéticos con
muchos elementos, es decir, con muchos sonidos lingüísticos? Imaginemos un sistema
fonético que tenga 5.000 sílabas diferentes. En una lengua así todas las palabras o la
inmensa mayoría de ellas, podrían ser monosilábicas y se invertiría muy poco tiempo en
emitir discursos con mucho contenido. Ahora bien, desde el punto de vista articulatorio,
surge un problema grave. Para poder emitir 10.000 monosílabos diferentes, los órganos
articulatorios tendrían que hilar tan fino que habría que hacer un esfuerzo extraordinario
para emitir cada monosílabo. Habría que recurrir a movimientos muy pequeños de la
lengua, que exigirían una precisión absolutamente mecánica y una fidelidad absoluta en
cada caso. Los movimientos de los órganos articulatorios habrían de coordinarse con una
precisión muy por encima de lo realizable mediante la fisiología humana. Por otro lado,
el oyente tendría que ser capaz de percibir matices fónicos casi infinitesimales.
Es evidente que, por las razones que acabamos de explicar, ninguna lengua humana
conocida presente sistemas fónicos como los caracterizados en los párrafos anteriores.
Los límites del número de elementos de un sistema fonético de una lengua natural está en
un amplio margen que va de unos quince a unos ochenta elementos. Estos límites vienen
dictados por las características y condicionantes fisiológicos de los sistemas articulatorio
y auditivo de los seres humanos. Ahora bien, ¿podría afinarse más de modo que se pudiera
determinar el número exacto de elementos que debería tener un sistema fónico de una
lengua dentro de los límites establecidos por los condicionantes fisiológicos? Como
estamos ante entidades y actividades biológicas y no ante entidades y actividades
mecánicas, en ningún caso podremos establecer unas mediciones ultra-precisas. La
cuestión parece estar en que el estado realmente adaptado a esos condicionantes es un
estado de variación entre unos límites sin que ningún punto entre esos límites pueda
considerarse el mejor. Es decir, la adaptación ideal consiste en la variación dentro de unos
límites y no en la fijación en un punto determinado. Esto se debe a la adaptabilidad y
flexibilidad que debe tener todo sistema lingüístico.
En efecto, los sistemas fónicos naturales han sido desarrollados de acuerdo con el hecho
de que los seres humanos, como las demás entidades vivas, no son máquinas capaces de
realizar la misma tarea exactamente del mismo modo y con resultados idénticos en todas
y cada una de las situaciones posibles. La realización de los sonidos lingüísticos está
sometida a un sinfín de condicionantes de todo tipo que hace que ni todos los individuos
pronuncien los sonidos exactamente igual, y que ni siquiera un mismo individuo
pronuncie los mismos sonidos siempre de exactamente la misma forma. Pongamos un
22
ejemplo sencillo de este último. Cuando un individuo se acatarra, cosa que ocurre con
más o menos frecuencia, su fonética sufre cambios importantes. Muchos sonidos tienen
una resonancia nasal característica que hace del habla del individuo en ese período de
catarro diferente de la que habitualmente se asocia con él. A pesar de ello, ese individuo
no experimentará muchas dificultades para hacerse entender entre los hablantes
habituales de su lengua. El sistema fónico de una lengua está preparado no solo para esta
contingencia sino también para otras muchas contingencias que le puedan suceder a un
individuo a lo largo de su vida, como los episodios de hipofonía o afonía, la pérdida de
dientes o muelas y otras muchas circunstancias difícilmente previsibles. Si la realización
de un sistema fónico, y el sistema fónico mismo, se basara en una forma canónica,
considerada óptima en determinadas condiciones, exacta y mecánica, sin presentar
variación o desviación alguna, entonces, en determinadas condiciones más o menos
óptimas o ideales el sistema se podría realizar, pero en la mayor parte de las condiciones
reales de la vida cotidiana, sería irrealizable. El sistema tiene que permitir una gran
variedad de realizaciones si quiere realmente ser eficiente, es decir, adaptable a todo tipo
de situaciones. Un sistema perfecto desde el punto de vista formal y desde el punto de
vista de su adaptación total y perfecta a los órganos del habla y de la percepción auditiva
no podría ser realizado en todas las condiciones posibles imaginables, tales como la de
un acceso de gripe o la pérdida de dientes o algún otro tipo de contingencia similar. Los
sistemas fónicos reales que observamos en las lenguas tienen un grado apreciable de
variabilidad, establecen unas fronteras más o menos fijas, pero con distintos grados de
acercamiento y alejamiento permisibles de esas fronteras. Esto hace que esos sistemas
fónicos, en su estructura y en su realización tengan el grado suficiente de flexibilidad y
adaptabilidad, que implica un cierto grado de variabilidad e indeterminación. Estas dos
propiedades, que pueden parecen contrarias a la perfección de los sistemas, son
precisamente las que les dan a los sistemas fónicos de las lenguas del mundo la
moldeabilidad necesaria para poder ser realizados de modo eficiente en todo tipo de
situaciones por los seres humanos. Los sistemas fónicos de todas las lenguas del mundo
presentan estas propiedades de flexibilidad y adaptabilidad, tanto en su configuración
estructural como en su realización física, porque están dentro de los parámetros
realizables y permisibles de variabilidad que se exige en este tipo de sistemas.
Podría argüirse que un sistema fónico ideal, aunque admita cierto tipo de variación, podría
estar más o menos perfectamente definido para ella. Ahora bien, el problema fundamental
es que no se pueden prever todas las circunstancias y situaciones que pueden afectar la
actuación fonética y auditiva de los hablantes y, por tanto, es imposible diseñar el sistema
previendo exactamente la adaptabilidad a un número de situaciones n previstas y
definidas de antemano. No existe ningún algoritmo que permita prever todas las
situaciones de la vida real que pueden afectar en mayor o menor medida a la actuación
lingüística fónica de los hablantes y, por tanto, si diseñáramos el sistema fónico ideal de
acuerdo con su adaptabilidad a n situaciones descritas y previstas de antemano podríamos
obtener un sistema más perfecto y mejor definido que los sistemas fónicos de las lenguas
naturales, pero, como el número de situaciones para las que se prevé una adaptación es
limitado, el sistema y su realización dejarían de ser totalmente eficientes y perfectos en
23
aquellas circunstancias que no habían sido previstas de antemano. El nivel de flexibilidad,
variabilidad y apertura (indeterminación) de los sistemas fonológicos de las lenguas del
mundo es exactamente el necesario para adaptarse de un modo dinámico y variable a una
serie abierta de situaciones que no se pueden prever de antemano.
Para que podamos darnos cuenta de la impresionante perfección adaptativa de los
sistemas fónicos de las lenguas naturales podemos comprobar cómo estos sistemas y su
realización efectiva pueden adaptarse fácilmente a situaciones que difícilmente pueden
haber sido previstas en la evolución de esos sistemas. Hace no muchos decenios que el
ser humano encontró medios para registrar permanentemente los sonidos, almacenarlos y
reproducirlos cuantas veces fuera necesario. Es decir, para hacer permanentes esas
ondulaciones del aire que caracterizan los diversos sonidos y que son puramente
ocasionales y tienen una duración efímera. Pensemos ahora a sonidos creados por el ser
humano tales como la música o el habla. Estos sonidos se adaptan perfectamente al medio
grabado. Es decir, tanto la música como el habla grabada no pierden ninguna
funcionalidad cuando son grabados y reproducidos y esto a pesar de que ese medio no es
un medio natural, sino artificial, que introduce elementos nuevos que pueden distorsionar
el resultado. Pero lo más importante de todo, es que tanto la música como el habla humana
evolucionaron sin tener en cuenta para nada la posibilidad de ser registrados en un medio
permanente; es una posibilidad que en modo alguno se podía haber anticipado y tenido
en cuenta para el desarrollo de esos aspectos del comportamiento humano. Un discurso o
una sinfonía grabados son tan interpretables, interesantes y disfrutables como pueda serlo
un discurso o una sinfonía oídas en directo y ello a pesar de que hay muchos elementos
importantes que están ausentes en la grabación. El habla humana ha sido desarrollada a
lo largo de decenas de milenios a través de la interacción cara a cara, presencial de las
personas y se supone que está perfectamente adaptada a esos parámetros; sin embargo, su
adaptabilidad y flexibilidad son tales que pueden ser también funcionalmente efectivas
en medios tan artificiales y recientes como una grabación. Más aún, no sabemos qué
nuevas tecnologías tendremos a nuestra disposición dentro de cincuenta años, pero
podemos estar seguros de que las lenguas humanas se adaptaran sin grandes problemas a
ellas.
No se conoce ninguna lengua natural humana que no ofrezca unos resultados similares
cuando se graban o escriben los discursos producidos en ellas. Ello indica que todas las
lenguas naturales conocidas, son, desde el punto de vista de sus sistemas fónicos,
igualmente flexibles, moldeables y adaptables. Esto es así porque la naturaleza de los
sistemas fónicos de las lenguas del mundo tiene en esencia las mismas propiedades y su
funcionamiento y realización es esencialmente el mismo. ¿Hay algún sistema fónico de
alguna lengua que se adapte mejor y que sea más flexible que el de otra? Como todos los
sistemas fónicos de las lenguas son variables, dinámicos y adaptables y no se ha podido
encontrar ninguna lengua cuyo sistema fónico sea mucho más adaptable o flexible que
otra, dado que todas las lenguas reestructuran con el tiempo esos sistemas eliminando
elementos o creando otros nuevos, la única contestación que concuerda con los datos que
tenemos en estos momentos ha de ser negativa.
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Según lo que hemos visto en esta sección, no podemos evaluar los sistemas fónicos de las
lenguas haciendo una comparación superficial y simplista de ellos, como, por ejemplo, la
que se deriva del número de elementos fónicos o fonemas que presentan, sino que
tenemos que determinar el nivel de variabilidad, flexibilidad y adaptabilidad de esos
sistemas fónicos. Esto no es en modo alguno fácil de hacer, dado que hay que tener en
cuenta muchos factores tanto sincrónicos como diacrónicos que no están disponibles para
todas las lenguas conocidas. Pero hay datos más que suficientes para sospechar que todos
los sistemas fónicos de las lenguas del mundo poseen un grado de flexibilidad y
adaptabilidad similares.
Hay que insistir en que el mero recuento de entidades fónicas, de fonemas, que se utiliza
muy a menudo en la comparación de los sistemas fónicos de cara a la determinación de
su complejidad o simplicidad, es un criterio no solo insuficiente, sino confundente debido
a su superficialidad e ingenuidad. Ello es así porque en ninguna lengua ocurre que todos
los fonemas tienen el mismo grado de carga funcional. Lo que quiero decir con esto es
que no todos los fonemas se usan con igual frecuencia para distinguir palabras. Unos
tienen mayor rendimiento funcional que otros. Consideremos, por ejemplo la oposición
en castellano entre r y rr: No hay muchas palabras que se distingan solo por esos todos
sonidos: caro/carro, pero/perro, coro/corro; eso significa que el rendimiento funcional de
esta oposición fonética es pequeño, frente al de otras oposiciones como m/n o a/e . Por
consiguiente, al hacer el recuento de fonemas de una lengua con objeto de compararlo
con el recuento de los fonemas de otra con objeto de llevar a cabo una comparación, es
necesario tener en cuenta el mayor o menor rendimiento funcional de cada uno de los
fonemas en cada lengua, dado que dicho rendimiento puede cambiar de forma drástica de
una lengua a otra, aunque los fonemas comparados sean idénticos o casi-idénticos. Esto
no se hace casi nunca, ya que es mucho más fácil comparar dos inventarios contando el
número de sus elementos, como si cada elemento tuviera una función similar en cada una
de las lenguas comparadas, lo cual es claramente falso. Es evidente que cuantos menos
consonantes y vocales tenga una lengua, mayor rendimiento funcional tendrán que tener
para poder diferenciar un número suficiente de palabras y también es claro que cuantos
más elementos (fonemas) tenga el sistema fonológico de una lengua, menos rendimiento
funcional podrán tener sus elementos. En última instancia, se observará que en todas las
lenguas hay un equilibrio más o menos estable entre el número de elementos y su
rendimiento funcional y que todas las lenguas presentan una proporción equivalente entre
elementos fónicos y su grado de rendimiento funcional. Al final seguramente podrá
demostrarse que el rendimiento funcional de los sistemas fónicos de las lenguas del
mundo es más o menos similar. Esto, a su vez, se deriva del hecho de que todas las lenguas
naturales (LNs) que se hablan de forma espontánea, tienen un vocabulario de extensión
similar, que abarcaría entre 5.000 y 10.000 palabras.
¿Podemos encontrar en una lengua elementos que dificultan la comunicación?
No cabe hablar de comunicación a secas, como si la comunicación pudiera
definirse en abstracto independientemente de la comunidad a la que pertenecen los
25
individuos o instituciones que se comunican y los códigos de comunicación compartidos
que utilizan.
Cada sociedad, cada comunidad tienen unas particularidades materiales, sociales y
culturales en las que se basa la comunicación. Por consiguiente, no puede hablarse de
comunicación en abstracto y, menos aún, de elementos que facilitan o dificultan, también
en abstracto, la comunicación. Esto se debe a que determinado elemento que facilita la
comunicación en un tipo de sociedad puede resultar un auténtico obstáculo para la
comunicación en otro tipo de sociedad y a la inversa.
La gran paradoja del las lenguas humanas surge cuando los que propugnan que las lenguas
humanas son sistemas para la comunicación se dan cuenta que son precisamente las
lenguas las que impiden de la comunicación entre comunidades que hablan lenguas muy
diferentes. Si las lenguas han surgido de forma natural para cumplir la función de la
comunicación, ¿por qué han surgido muchas lenguas distintas que impiden u obstaculizan
gravemente la comunicación entre los seres humanos? Una respuesta posible consiste en
decir que quizás las lenguas no han surgido para la comunicación, sino para otros fines
diferentes, tales como la expresión del pensamiento, la cohesión de una determinada
comunidad, o la expresión de una determinada idiosincrasia cultural. Si se mantiene que
las lenguas han surgido como expresión de una mentalidad, de una cultura y de unas
relaciones sociales dentro de una comunidad, entonces se explica fácilmente por qué la
lengua puede constituir una barrera para la comunicación entre comunidades diferentes,
más que un medio de propiciar esta comunicación. Ahora bien, todas las lenguas del
mundo tienen una propiedad que precisamente, tiene que ver con la superación de las
barreras comunicativas entre los idiomas. Se trata de la propiedad de poder ser aprendidas,
tanto en la época infantil como en la adulta, aunque con diferentes resultados. Esta
propiedad es precisamente la que permite decir que la comunicación es otra de las fuerzas
motrices que ha dirigido el desarrollo evolutivo de las lenguas naturales. Diga lo que diga
muchas veces el público en general, respecto del supuesto hecho de que hay lenguas que
no se pueden aprender, todas las lenguas naturales (LNs) tienen la propiedad de poder ser
aprendidas por personas que no las han aprendido en la infancia. Precisamente, esta
propiedad que, desde luego no es necesaria lógicamente, es la que hace que las lenguas
no solo no sean un obstáculo para la comunicación, sino que parezcan pensadas para
propiciarla, siempre y cuando se esté dispuesto a hacer el esfuerzo pertinente para ello.
La diversidad lingüística, por tanto, es la respuesta evolutiva de compromiso a dos
exigencias fundamentales: el establecimiento y cohesión de las relaciones sociales dentro
de una comunidad y la expresión de una mentalidad y de una cultura idiosincrásicas, por
un lado, y la necesidad de transmitir información y conocimiento en una comunidad y
entre comunidades diferentes, por otro. Este compromiso se manifiesta en la propiedad
de la aprendibilidad, que se desdobla en dos aspectos fundamentales. El primero es un
aspecto natural y no intencional que consiste en la capacidad que tienen los infantes para
adquirir sin ningún tipo de acción educativa intencional las lenguas que se hablen en el
entorno en el que se desarrollan. Se trata de la capacidad de adquisición nativa de una o
varias lenguas, para la que todos los seres humanos estamos genéticamente predispuestos.
En segundo es un aspecto también natural pero no automático ni espontáneo, que consiste
26
en la capacidad de los seres humanos para aprender lenguas diferentes de las nativas en
la edad adulta, en este caso, con un esfuerzo más o menos intencionado, aunque sin
necesidad de un método planificado previamente, como los que son habituales en la
enseñanza de idiomas en las sociedades industrializadas actuales. En efecto, durante
milenios los seres humanos han aprendido lenguas extranjeras o lenguas segundas,
distintas de las nativas propias, de forma más o menos espontánea, mediante la interacción
más o menos intensiva con los hablantes de esas lenguas y realizando un esfuerzo más o
menos consciente y también continuado. Todo ello, sin manuales, ni cintas grabadas, ni
academias, ni profesores, ni ningún tipo de acción y organización educativas específicas
o planificadas institucionalmente.
Hay una base natural que hace que todas las lenguas sean aprendibles como lengua
segunda de forma más o menos espontánea mediante la interacción mantenida con
aquellos que hablan habitualmente la lengua. Los resultados de este proceso no son los
mismos que los obtenidos mediante la adquisición natural de una lengua nativa por parte
de los niños, pero sí permiten solventar la barrera comunicativa y hacer que la lengua de
otra comunidad ajena a la nuestra pueda ser también un instrumento de comunicación.
La pregunta que da origen a esta sección podría reformularse de la siguiente manera ¿hay
elementos en una lengua que dificulten o impidan su aprendizaje como lengua segunda
por parte de un extranjero? La respuesta es que no hay elementos que impidan el
aprendizaje de una lengua extranjera, aunque sí se pueden localizar elementos que pueden
dificultar ese aprendizaje. Pero esos elementos no son fenómenos que dificultan
intrínsecamente el aprendizaje de una lengua segunda, sino fenómenos que son diferentes
o muy diferentes de aquellos que presenta la lengua o lenguas nativas de quien aprende
la segunda lengua. Por consiguiente, esa dificultad no es absoluta, sino relativa, depende
de la lengua o lenguas de partida de quien aprende una lengua extranjera. Aquellos
elementos ausentes o muy distintos de esa lengua extranjera, pueden dificultar el
aprendizaje, pero, y esto es lo importante, no porque sean intrínsecamente difíciles, sino
porque son diferentes de elementos o fenómenos análogos de las lenguas que se toman
como punto de partida.
Se deduce, entonces, que la dificultad para la comunicación que una lengua presenta es
un concepto relativo y no absoluto. No hay elementos que dificulten la comunicación en
absoluto. Hay elementos que pueden dificultar la comunicación, si son diferentes de los
elementos análogos de la lengua de la que se parte; pero esos mismos elementos pueden
facilitarla si son análogos a los de la lengua de partida. Por ejemplo, que una lengua sea
tonal, como el chino mandarín, puede ser un elemento de dificultad el aprendizaje de esta
lengua parte de individuos cuya lengua nativa es una lengua europea, como el gallego,
pero puede ser un elemento de facilidad para aquellos individuos que parten de otra
lengua tonal, como, por ejemplo, los vietnamitas. ¿Dificulta la comunicación la distinción
de elementos léxicos mediante el tono? La respuesta a esta pregunta es a la vez sí y no
dependiendo de la lengua desde la que se intenta aprender la lengua tonal.
Las lenguas cambian. ¿En qué dirección?
27
Hablando en sentido estricto, las lenguas no cambian. Para que una lengua pudiera
cambiar necesitaría ser un objeto autónomo e independiente a modo de instrumento que
usan los hablantes. Esta es la visión tradicional, pero es una concepción es claramente
errónea. Las lenguas no son objetos hechos de antemano que los hablantes utilizan con
mayor o menos pericia, sino que lo que llamamos lengua es el conjunto de actividades
que realizan los hablantes y esas actividades, dentro de unos patrones generales comunes,
que a veces se denominan lengua, experimentan un grado de variación notable, dado que
los seres humanos no somos máquinas de repetición, afortunadamente.
Por tanto, lo que varía y lo que cambia, que son dos aspectos del mismo fenómeno, es la
actuación lingüística de los hablantes (Moreno y Mendívil-Giró 2014, cap. 3).
La razón fundamental por la que no se puede decir que las lenguas cambien es porque no
son entidades que se transmitan a través de las generaciones de usuarios, dado que en
cada generación la lengua ha de ser construida de nuevo por quienes la aprenden.
Sabemos a ciencia cierta que la adquisición natural de una lengua no consiste en que al
niño se le introduzca en la cabeza la gramática de la lengua que intenta aprender de modo
directo: esto es un imposible. ¿Cómo adquiere la gramática de una lengua el ser humano
en su infancia? Lo hace indirectamente, ya que no tiene acceso directo a la gramática (la
competencia lingüística) de los hablantes de los que adquiere la lengua. Lo hace a través
de su actuación lingüística y, a partir de ella y de modo indirecto, construye su propia
gramática interna, su propia competencia lingüística de la lengua. Por tanto, las lenguas
no se transmiten de generación en generación, sino que se crean de generación en
generación. La idea de que las lenguas continúan de modo ininterrumpido tiene que ver,
entre otras cuestiones, con el hecho de que el reemplazo generacional no es abrupto ni
instantáneo, sino gradual y lento. En efecto, los niños tienen que construir su competencia
lingüística, pero una vez que lo han hecho la mayoría de los hablantes en los que se basó
para ello, siguen vivos y siguen comportándose lingüísticamente de su modo
característico. Como el reemplazo generacional no es completo, ni supone la inmediata
desaparición de quienes presentan una gramática o competencia gramatical antigua,
existe la sensación de que las lenguas perviven. Sin embargo, llega un momento en el que
los hablantes de una determinada generación van desapareciendo y, con ellos,
determinadas formas de hablar: el cambio lingüístico se produce, pero no por
transformación de las competencias gramaticales que se mueren, sino por eliminación de
éstas y su sustitución por otras nuevas. Por tanto, las competencias lingüísticas, y, por
consiguiente, las lenguas no se transforman ni cambian sino que se sustituyen.
Las lenguas escritas, como lenguas artificiales, LCs, tal como razonamos al principio, no
cambian, ni varían de forma espontánea, sino que se modifican de modo intencionado y
planificado. Es decir, los cambios en la lengua escrita han de ser decretados y planificados
de antemano de una determinada manera. Normalmente, esto se hace para que esa lengua
no se aleje demasiado de la lengua natural de que la que está derivada y los hablantes
tengan cada vez más dificultades para aprenderlas, entenderla y utilizarla. Pero esto
significa que las lenguas escritas no son dinámicas sino estáticas y que, por sí mismas, no
cambian, permanecen para siempre inmutables. Esto es así porque, a diferencia de las
lenguas naturales, los que aprenden la lengua escrita sí tienen acceso a una gramática, a
28
unas reglas gramaticales que están en los libros y tratados de gramática, en los libros de
aprendizaje que se usan en las escuelas y en los colegios. Esas reglas gramaticales han de
estudiarlas y aprenderlas de memoria, no de modo espontáneo, como en el caso de las
lenguas naturales. Una vez aprendidas, el niño adquirirá, con mayor o menor perfección,
exactamente la misma gramática que se le ha enseñado y, si esto se consigue, es así, la
lengua habrá sido transmitida a una nueva generación. En estas circunstancias
observamos que, idealmente, las lenguas escritas no cambian y se transmiten de
generación en generación. Como vemos, esta visión de que una lengua se transmite de
generación en generación es literalmente válida para la lengua escrita y las LCs en
general. Sin embargo, en esta visión la lengua no cambia, no puede cambiar si el
aprendizaje es correcto y, si cambia, es que el aprendizaje ha sido incompleto o deficiente,
cosa que ocurre en la mayor parte de los casos; de ahí las continuas quejas de los
preceptivistas sobre lo mal que escribe la gente y el rechazo de la interpretación de las
actuaciones que se desvían de la lengua escrita normativa como puras incorrecciones o
defectos (Celdrán 2009, 2010, 2011 y Vilchez Vivancos 2001) y no como propuestas de
cambio lingüístico, es decir, de construcción de nuevas reglas gramaticales, o, dicho de
otro modo, de nuevas lenguas que no son idénticas a la lengua escrita normativa, que por
definición, no se puede cambiar ni modificar en ningún sentido, sin el consentimiento de
las instancias culturales (academias, institutos) que tienen como misión precisamente la
modificación de las normas gramaticales existentes o la introducción de otra nuevas.
Hay que tener en cuenta que las LCs escritas no modifican el carácter dinámico de las
LNs en las que se basan, ni siquiera frenan o ralentizan su transformación y, por tanto, no
influyen en nada esencial de su naturaleza. La razón de esto es clara. Aunque en una
sociedad haya una LC escrita, la LN en la que se basa se sigue adquiriendo de modo
natural por parte de los niños antes de que estos tengan la oportunidad de experimentar
los procesos de enseñanza relativos a la LC escrita. Es decir, se sigue produciendo la
creación de nuevas competencias lingüísticas y la lengua se irá recreando en cada nueva
generación. En ninguna sociedad industrializada en la que la educación en la LC escrita
está generalizada se observa el más mínimo indicio que lleve a pensar que la forma natural
en la que los niños adquieren la lengua de su entorno cambia de tal forma, que se empieza
a producir un aprendizaje espontáneo de esa LC escrita. Al contrario, la transmisión
lingüística natural en las sociedades industrializadas se produce exactamente del mismo
modo que el que se observa en las comunidades no industrializadas de organización social
y económica tradicional.
Lo que sí se observa en las sociedades industrializadas en las que está generalizado el uso
de una LC escrita, una lengua estándar, es que la LN en la que se basa no deja de influir
continuamente en esa LC hasta llegar a cambiarla en algunos aspectos. Las instituciones
que regulan la lengua estándar, academias, institutos de cultura o ministerios de cultura o
educación, se ven obligados periódicamente a aceptar o a admitir determinadas palabras,
expresiones o giros ausentes inicialmente en la lengua LC escrita, pero cuyo uso
generalizado aconseja algunos reajustes realizados de modo intencional en la LC con el
objetivo de que esta LC o lengua estándar no se aleje tanto de la LN en la que se basa que
se convierte en difícilmente utilizable por la población. De esta manera, se observa que
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la LN influye en el cambio de la LC mientras que la LC apenas influye en la fijación de
la LN. La LN sigue cambiando a pesar de que la ideología dominante mantiene que
gracias a la lengua estándar escrita, la lengua de una comunidad determinada ha sido
fijada de forma más o menos permanente. El ejemplo, de Alemania es muy claro. A pesar
de que en Alemania, Suiza y Austria se lleva educando a la gente desde hace muchos
decenios en el alemán estándar, la gente sigue utilizando sus hablas alemanas locales, que
hoy en día están completamente vivas y siguen teniendo gran pujanza. La educación
universalizada en alemán estándar y la adopción de esta LC como única lengua de la
administración, no ha ocasionado la desaparición de los llamados dialectos alemanes, que
son numerosos y que, desde el punto de vista adoptado aquí, son lenguas naturales, LNs,
de pleno derecho perfectamente establecidas y desarrolladas. Algo similar se puede decir
el árabe culto, una LC, y de los llamados dialectos árabes, que son también lenguas
naturales completas de pleno derecho, y no hablas corruptas y degeneradas, según
mantienen muchos de sus propios hablantes, inducidos por una ideología lingüística
existente también en otras sociedades, tal como hemos tenido ocasión de comprobar.
-¿Simplificación de la gramática?
A esta pregunta podría contestar, desde la perspectiva que he esbozado en la sección
anterior, haciéndonos la pregunta de si las nuevas competencias gramaticales, las nuevas
lenguas creadas a partir de otras lenguas o competencias gramaticales suponen una
simplificación. Por ejemplo, podríamos suponer que las nuevas lenguas que crean los
niños tienden a ser más simples que las lenguas de los adultos.
Primero, habría que determinar qué entendemos por simplificación. Esta no es una tarea
sencilla porque, en la lengua hay varios componentes que interactúan de forma integrada
y lo que parece simplificación de uno de los componentes no suele contribuir a la
simplificación de todo el sistema, sino, normalmente a la complicación de algun otr de
los componentes del idioma, con lo que se obtiene una simplicidad o complejidad del
sistema similar a la del sistema anterior.
Veamos un ejemplo. El paso del latín vulgar al castellano supuso la pérdida de las
declinaciones nominales del latín. Los sustantivos castellanos no conocen distinciones
morfológicas de caso como los latinos. En latín el sujeto de una oración se ponía en caso
nominativo y el objeto directo en caso acusativo. De modo que en puer rosam videt ‘el
niño ve la rosa’, puer está en caso nominativo y rosam, en caso acusativo. Sin embargo,
en castellano decimos el niño ve la rosa y ninguno de los dos sintagmas nominales tiene
marca de caso. ¿Se ha simplificado la gramática del castellano respecto de la gramática
del latín vulgar? Podemos decir que, desde el punto de vista de la morfología nominal, ha
habido una simplificación, dado que el castellano no tiene flexión morfológica de caso
nominal. ¿Significa esto que la gramática del castellano se ha simplificado respecto de la
gramática del latín? Vamos a ver ahora que la respuesta no puede ser afirmativa. Cuando
el objeto paciente denota una entidad que por sus características podría ser el agente, en
castellano se introduce una preposición, la preposición a para señalar el objeto directo:
Juan vio a Pedro frente a *Juan vio Pedro. Esto es así porque, dado que en castellano el
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orden de las palabras es general bastante flexible, la pura colocación de los sintagmas no
es suficiente para indicar cuál es el agente y cuál el paciente. Si tuviéramos Juan besa
María, María besa Juan, Juan María besa, María Juan besa, podríamos tener problemas
para determinar quién besa a quién; ahora bien, desde el momento que marcamos el
paciente mediante la preposición a, ya no hay duda posible en cualquiera de los
ordenamiento vistos: Juan besa a María, a María besa Juan, Juan a María besa, a María
Juan besa. En castellano ha desaparecido el caso acusativo en la morfología, sin embargo,
ahora aparece en algunos casos una marca de acusativo prenominal. En este sentido, la
sintaxis se ha visto complicada dado que ahora hay en ella una regla de marca de caso
acusativo obligatoria en algunos contextos que antes no existía en latín vulgar, a no ser
como una especie de refuerzo optativo. Pero la cosa no acaba aquí, porque la marcación
de objeto directo con la preposición a es uno de los capítulos más complejos de la
gramática del español, muy difícil de dominar totalmente por parte de los extranjeros que
aprenden español como lengua segunda. La complejidad deriva de que, además de la
marca de acusativo, en la asignación de la marca a como acusativo intervienen también
otros fenómenos tales como la definitud, la referencialidad y la animación, ambos
bastante complejos de por sí. Por ejemplo, cuando un sintagma nominal con artículo
indefinido no referencial aparece como paciente, no se puede anteponer la preposición:
busca una secretaria que sepa ruso; pero cuando se usa referencialmente ese sintagma,
entonces hay que anteponer la preposición: busco a una secretaria que vi ayer en la
oficina. En latín, en ambos casos se utilizaría el caso acusativo, pero en castellano, la
preposición a, que tiene funciones similares a las del acusativo, latino es sensible a una
propiedad muy sutil, pero fundamental: el uso referencial de los sintagmas nominales.
Por otro lado, cuando el sustantivo no lleva determinante, la preposición de la a tampoco
es posible: encontró por fin secretaria frente a *encontró por fin a secretaria, sin embargo
con determinados sustantivos sin determinante la aparición de a es obligatoria: ¿Has visto
a madre/mamá? frente a *¿Has visto madre/mamá? A veces, la preposición a puede o no
aparecer, con lo que se obtienen sentidos con diferencias semánticas muy sutiles. Por
ejemplo, comparemos sacó el perro / sacó al perro. En el primer caso, cuando está
ausente la preposición a hacemos referencia al hecho de extraer el animal concreto de un
determinado lugar. Por ejemplo, si metemos a nuestro perro en una tienda y la dueña nos
hace ver que no se permiten animales, entonces me pueden pedir que saque el perro de la
tienda. Ahora bien, si voy a salir con el perro al parque para que haga sus necesidades,
entonces diríamos preferentemente saqué al perro al parque, por eso suena extraña la
oración saqué el perro al parque.
La determinación de las reglas que establecen cuándo ha de aparecer a ante objeto directo
cuándo no está entre las cuestiones más difíciles y debatidas de la sintaxis del español,
hay centenares de artículos y monografías enteras dedicadas a esta cuestión, que todavía
no ha podido ser resuelta con suficiente solvencia, dada su complejidad.
Al perderse en español los casos morfológicos del latín, la primera lengua vio
simplificada su morfología nominal. ¿Significa esto que el paso del latín vulgar al
castellano supuso una simplificación gramatical? Acabamos de ver que una
simplificación en un ámbito, la morfología, ha supuesto en castellano un aumento de la
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complejidad en otro, en la sintaxis. A resultas de ello, la mayor simplicidad de un ámbito
conlleva la mayor complejidad de otro y, en líneas generales, se conserva el mismo grado
de simplicidad o complejidad total en las dos lenguas implicadas. Se podrían a aportar
centenares de ejemplos como éste en lenguas y familias lingüísticas de los cinco
continentes.
-¿Tendencia a ser más analíticas?
El análisis es una de las constantes de todas las lenguas del mundo. Esto se debe
a la siguiente ley: los elementos silábicos y por encima de la sílaba tienden a ser
interpretados semánticamente. Un ejemplo de la actuación de este principio se ve en la
etimología popular, fenómeno en el que se asigna un determinado significado a un
elemento silábico o suprasilábico que carece de él. El ejemplo típico es la interpretación
por los anglohablantes de la sílaba ham de hamburger ‘hamburguesa’ como ‘jamón’, a
partir de donde se crea la nueva palabra cheeseburger ‘hamburguesa con queso’. El
término hamburguer entró en inglés como un elemento indescomponible, pero esta
tendencia analítica ha hecho que se vea como la concatenación de dos elementos cada
uno de ellos con un significado propio. La palabra hamburguer, que de ser sintética ha
pasado a ser analítica. Sin embargo, junto a este principio está el principio contrario, el
que lleva a la síntesis. Según este principio, opuesto al anterior, tendemos a asignar a una
secuencia un significado completo e inanalizable, aunque esa palabra esté compuesta por
varios elementos cada uno con su significado. Este es un proceso tan activo como el
anterior y que se verifica también en todas las lenguas. Por ejemplo, en latín existían las
secuencias tecum ‘contigo’, mecum ‘conmigo’, secum ‘consigo’: Por motivos de cambios
fónicos se observa la transformación tecum < tegu< tigo, en la que se pierde la conexión
de la forma con cum ‘con’ de forma que tigo pasa a denotar ti, es decir, el pronombre de
segunda persona en caso oblicuo (es decir, no nominativo). De manera que la forma
analítica tecum pasa a la forma sintética tigo en la que no hay más que un elemento
significativo, un pronombre, determinado para caso no nominativo. A partir de ahí y de
formas perifrásticas y redundantes como cum tecum, pasamos a las formas actuales
conmigo, contigo y consigo. Este ejemplo es ilustrativo de que los procesos analíticos y
sintéticos coexisten en las lenguas. Primero tenemos una síntesis en las formas
pronominales tigo, migo, sigo, desconocidas en latín y luego un análisis cuando
prefijamos la preposición con. Desde este punto de vista ¿Qué es más analítico o sintético:
la forma latina tecum o la forma castellana contigo? Ambas formas tienen aspectos
analíticos y sintéticos: el latín te y el castellano tigo son formas sintéticas del
correspondiente pronombre personal y el latín cum y el castellano con son formas de la
preposición que se adjuntan analíticamente al pronombre.
Si pensamos que contigo procede en realidad del latín vulgar cum tecum, entonces
observamos que la forma castellana es algo más sintética que la forma vulgar latina. Pero
el grado síntesis o análisis permanece más o menos igual.
Para comprobar si los cambios lingüísticos hacen más analíticas a las lenguas, habría
primero que medir el grado de análisis de una lengua en todos los niveles de ella. Sin
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embargo parece más creíble y en consonancia con los hechos el pensar que todas las
lenguas del mundo presentan un cierto compromiso entre los aspectos sintéticos y
analíticos necesario para impedir que una lengua se excesivamente analítica y, por tanto,
que se necesite hacer discursos muy largos para expresar las cosas más sencillas o
excesivamente sintéticas, en las que los discursos serían mucho más cortos pero en las
que las necesidades de análisis en el procesamiento de esos discursos excedería con
mucho las capacidades de procesamiento analítico del ser humano. Estos límites naturales
son los que hacen que las lenguas no evoluciones hacia el análisis o hacia la síntesis, sino
a una serie de estados intermedios en los que hay un determinado equilibrio más o menos
estable entre los dos polos.
¿Mayor expresividad, vocabulario, matizaciones…?
La cuestión del vocabulario es muy interesante. En las sociedades occidentales
que conocen desde hace siglos la escritura, estamos acostumbrados a ver y consultar
enormes diccionarios escritos, en los que aparecen centenares de miles de términos. Esto
lleva a algunos a afirmar que el inglés o el español, como lenguas naturales, tienen
doscientas, trescientas, cuatrocientas o quinientas mil palabras. Pero esto solo puede ser
adecuado para la lengua escrita artificial, nunca para la lengua hablada natural.
Las lenguas habladas naturales solo se pueden apoyar en el cerebro, el órgano de la mente,
de los individuos que las usan y la capacidad de almacenamiento de ese cerebro no es
ilimitada, no puede crecer indefinidamente. Los repertorios léxicos de las lenguas
escritas, sin embargo, sí pueden hacerlo. Basta con añadir nuevos tomos a un diccionario
o enciclopedia escritos.
El número de vocablos que una persona puede reconocer es limitado y más aún el número
de ellos que puede usar activamente de forma natural y espontánea. Ese vocabulario
pudiera estar en torno a cinco o diez mil palabras, pero, desde luego, no se alcanza en
ningún caso los cientos de miles de palabras. Por tanto, es imposible que una lengua
natural tenga quinientas mil palabras y, por consiguiente, no se puede predicar esta
propiedad del inglés, del francés o del español como lenguas naturales, sólo en cuanto
lenguas artificiales escritas.
Téngase en cuenta lo dicho antes sobre el hecho de que las lenguas naturales no se
transmiten sino que se recrean de generación o generación. Esto significa que el
vocabulario de las lenguas naturales no va creciendo con cada nueva generación, sino que
permanece más o menos igual de grande: van desapareciendo unas palabras e
incorporándose otras palabras nuevas. Al final, siempre queda en la lengua natural un
número de vocabulario que se podría situar entre cinco mil y diez mil palabras,
aproximadamente.
Lo mismo que se dice del número de palabras vale también para los usos de las palabras.
Una misma palabra puede haber sido utilizada por varias generaciones, en cada una de
ellas con diferentes usos. Pero todos esos diferentes usos no se van acumulando de
generación en generación: unos perviven y otros desparecen. De esta manera follador era
el que manejaba en fuelle en una fragua, pero en la actualidad, con la decadencia de las
33
fraguas manuales, esta acepción ha desaparecido prácticamente. Algo similar pasa con
retrete y con otros cientos de palabras algunos de cuyos significados han caído en desuso
y ya no existen en la competencia de las nuevas generaciones de hablantes. Otras palabras
adquieren nuevos significados. Es el caso de ratón, que ha visto incrementado el número
de sus acepciones con el advenimiento de la informática casera, aunque su acepción
tradicional sigue existiendo y, probablemente seguirá existiendo, dada la gran capacidad
de estos mamíferos para sobrevivir en las más variopintas condiciones.
El cambio de tipo de vida tiene una influencia determinante en el vocabulario espontáneo
de las lenguas naturales. El paso de la vida en el campo a la vida en la ciudad ha hecho
que se pierda una gran parte del vocabulario referido al entorno y a las actividades del
campo; este vocabulario ha sido sustituido por otro adaptado a las condiciones de la vida
urbana. Se ha perdido por un lado, pero se ha ganado por otro.
Al cambiar con el tiempo, las lenguas no se hacen más ricas en su vocabulario, sino que
van cambiando su vocabulario para adaptarse en las diversas situaciones por las que van
atravesando sus hablantes.
Por supuesto, todo ese vocabulario que se va perdiendo puede ser almacenado en forma
escrita en los diccionarios. Pero esos diccionarios no expresan el vocabulario de ninguna
lengua, sino que atesoraron las palabras de muchas lenguas diferentes, aunque muy
cercanamente relacionadas. Si reunimos, por ejemplo, todo el vocabulario que se usa en
el español de todos los países de América y de España, obtendremos seguramente un
volumen inmenso de palabras. Ahora bien, ese impresionante acervo léxico no es
característico de ninguna competencia gramatical de ningún individuo; no constituyen el
vocabulario inmenso de una lengua, sino de decenas de variedades lingüísticas
cercanamente emparentadas entre sí. Cada una de esas variedades lingüísticas tiene un
vocabulario mucho menor respecto de la totalidad de palabras registradas en ese inmenso
diccionario que hemos descrito. Asignar ese inmenso vocabulario a una única lengua
omnicomprensiva puede tener un sentido ideológico y cultural muy concreto, pero no
tiene el menor sentido lingüístico.
El vocabulario de una lengua natural permanece, en cuanto a cantidad y complejidad, más
o menos constante a lo largo de su historia.
-¿Cuál debería ser el quehacer de la lingüística?
Creo que uno de los quehaceres de la lingüística, aparte, claro es, de ofrecernos
una descripción científica del lenguaje humano y de las lenguas, debería ser educativo y
debería consistir en combatir de forma contundente los numerosos prejuicios e ideas
falsas sobre el lenguaje y las lenguas que predominan en la población y que son
arteramente aprovechadas por las instituciones para mantener y potenciar determinadas
desigualdades sociales en beneficio de unas instancias o clases dominantes determinadas.
Sin duda, la idea falsa más recurrente que tiene un papel determinante en ese
aprovechamiento, es la que de que hay formas correctas e incorrectas de hablar una
lengua. Normalmente, la supuesta corrección se basa en unos patrones determinados que
coinciden con las hablas de las entidades, estamentos o clases más privilegiados de la
sociedad, que intentan presentan su modo de hablar como el único correcto, de manera
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que se introduzca inseguridad y falta de confianza lingüística en los individuos o
estamentos sociales que se rigen por unas normas lingüísticas diferentes, consideradas
incorrectas. Por supuesto, las hablas tildadas de incorrectas se van a conceptuar como
imperfectas y se van a ver como formas degradas o corruptas de esos modelos lingüísticos
asociados a los estamentos política, económica o culturalmente dominantes.
Ya hemos razonado en la introducción que esta idea se fundamenta en una confusión
interesada entre lenguas naturales y lenguas cultivadas y en la suposición
demostrablemente falsa de que las lenguas naturales son una versión imperfecta y
empobrecida de las correspondientes lenguas cultivadas.
De esta manera, se dice de forma falsa e injusta que la gente que dice me se cayó el libro
o habían muchos allí habla mal, cuando en realidad tienen simplemente una competencia
lingüística con reglas diferentes que las que sirven de base para la lengua cultivada, la
lengua escrita culta, correspondiente.
Existe, por otro lado, otro concepto de hablar mal o bien que se mezcla interesadamente
con el anterior para demostrar la verdad de esa injusta acusación. Se refiere a la capacidad
dialéctica de la gente, que se refleja la claridad y precisión de su discurso. Este aspecto
obedece a un tipo de competencia que no es estrictamente lingüística y que tiene que ver,
entre otros muchos factores, con la claridad y organización de las ideas, por ejemplo. En
este campo hay una gran variabilidad en las sociedades: hay individuos que son capaces
de trabar discursos coherentes y transparentes y otros individuos que no son capaces de
hacerlo con similar eficacia y brillantez. De los primeros podríamos decir que hablan bien
y de los segundos, que hablan mal. Ahora bien, esto se observa en todas la variedades
lingüísticas, tanto en las menos prestigiosas como en las más prestigiosas. Hay
analfabetos, por ejemplo, cuentistas, poetas, o charlatanes, que son capaces de articular
discursos brillantes y con gran capacidad retórica, es decir, que hablan muy bien, y hay
personas muy cultas que son incapaces de hablar en público con una mínima brillantez
retórica, cuyas capacidades retóricas efectivas son muy limitadas, de las que se puede
decir que hablan muy mal, aunque su forma de hablar sea la que tiene prestigio.
En resumidas cuentas, hay que decir que la gente no habla mal porque no use una variedad
estándar: puede usar su variedad lingüística con brillantez y eficacia y con gran capacidad
retórica. Por otro lado, el dominar la variedad lingüística prestigiosa tampoco garantiza
el hablar bien en el sentido que estamos mencionado. Muchos que hablan esta variedad
prestigiosa tienen un discurso desastroso desde el punto de vista retórico.
Voy a examinar a continuación dos conceptos muy populares que se manejan
habitualmente con el propósito de divulgar y afianzar la ideología lingüística consistente
en mostrar las LNs como versiones degradadas o imperfectas de las correspondientes
LCs. Se trata de los conceptos de lengua y dialecto.
LENGUA Y DIALECTO
La distinción entre lengua y dialecto es muy frecuente en la conversación informal y
también en los discursos formales y, por desgracia, es utilizada a veces por los propios
lingüistas y filólogos y por los intelectuales en general para dar apariencia científica a lo
35
que no es más que una promoción y valoración lingüísticamente injustificable de una
variedad lingüística como mejor que otra.
Algunos lingüistas o estudiosos de la lengua, lejos de luchar sin descanso en contra de
esta idea de que hay formas de hablar correctas y formas de hablas incorrectas,
imperfectas o degeneradas, ponen sus conocimientos científicos al servicio de un discurso
público que, lejos de contribuir a deshacer esas falsas ideas utilizadas torticeramente con
propósitos políticos, intentan afianzarlas, justificarlas y potenciarlas para, de ese modo,
poner su ciencia al servicio de los intereses del poder. No cabe, desde luego, una
utilización más ilegítima y negativa de una ciencia, que como conocimiento, debe servir
para liberar a los seres humanos de la esclavitud de la ignorancia y de la superstición.
El caso de la oposición entre lengua y dialecto es paradigmático a este respecto. La idea
que habitualmente se tiene de este asunto es que una lengua se compone de diversos
dialectos, que se conciben como diversas variedades de esa lengua. De esta manera, se
dice que el andaluz, el castellano, el mexicano o el argentino son dialectos del español,
son variedades o formas regionales de esta lengua. ¿De qué lengua se trata? La respuesta
habitual es que se trata del español estándar escrito en sus variedades americana y
peninsular. De esta forma, se considera que esa lengua estándar, la que se enseña en las
escuelas y la que se utiliza en los medios de comunicación, es la lengua completa, la
lengua correcta, la lengua adecuada y la lengua culta, y que todas las demás formas
habladas, los dialectos, son variaciones más o menos incompletas, imperfectas y vulgares
de esa lengua completa, la lengua estándar. Por consiguiente, los dialectos son una especie
de realizaciones locales, parciales, incompletas, más o menos incultas, de esa lengua
universal estándar que unifica a los hablantes de todas las variedades dialectales. Además,
esa lengua estándar es una lengua unificada, general, culta, global, literaria, científica,
pedagógica, filosófica, judicial, administrativa e institucional. Por su parte, los dialectos
son particulares, locales, incultos e inutilizables como variedades literarias, científicas,
pedagógicas, filosóficas, judiciales, administrativas e institucionales. Esta es la idea
aceptada comúnmente de la división entre lengua y dialecto. Es además la idea cultivada
e impulsada por las instituciones administrativas y culturales, y justificada por muchos
especialistas utilizando los instrumentos conceptuales de la filología y de la lingüística.
El problema con esta forma de concebir la oposición entre lengua y dialecto es que es
sencillamente falsa desde el punto de vista estrictamente lingüístico, aunque sea correcta
desde el punto de vista ideológico.
Lo que habitualmente se llaman dialectos son las auténticas lenguas naturales (LNs) y lo
que se denomina lengua en la visión que acabamos de dar de la oposición, no es más que
una variedad elaborada, de un dialecto determinado, que, por tanto, no es una lengua
natural, sino cultivada, es decir, artificial, una LC. Lo más frecuente es que lo que se
denomina lengua no sea más que una versión o forma elaborada en los diversos niveles,
de un determinado dialecto, es decir, de una determinada lengua natural. Esta elaboración
afecta a todos los niveles: el fónico, el morfológico, el sintáctico, el semántico y el léxico
y se establece mediante una normativa, unas leyes gramaticales regulatorias que se suelen
publicar en forma de una ortografía, de una gramática y de un diccionario. En el terreno
de la fonética se eligen algunas pronunciaciones y se rechazan otras (se admite cantado
36
y se rechaza cantao en el castellano estándar peninsular); en el terreno morfológico se
seleccionan algunos procedimientos morfológicos, se añaden otros y se rechazan algunas
regularizaciones (por ejemplo anduve por anduve; se rechaza cuála, cuálo y solo se
admite cuál, en castellano estándar peninsular); en el terreno sintáctico, se admiten unas
construcciones y se rechazan otras (por ejemplo, se selecciona cuyo padre y se elimina
que su padre, en castellano estándar peninsular); en la semántica, se hace algo similar: se
admiten algunas acepciones de un término y se rechazan otras (por ejemplo, no se admite
que desapercibido signifique inadvertido en castellano estándar culto peninsular); en el
léxico se admiten unas palabras, se rechazan otras y se añaden palabras nuevas (se
elimina, por ejemplo, vagamundo y se añade incoar, en castellano estándar peninsular).
Todas estas operaciones modifican de una determinada manera un dialecto concreto para
crear una lengua cultivada o dialecto modificado y elaborado de una determinada manera
y a eso se le llama lengua estándar o lengua culta. El resultado no es una lengua natural
(LN) con la misma naturaleza de la que se modifica, sino un nuevo tipo de lengua de
carácter artificial, cultivada (LC) que ha sido modelada teniendo en cuenta una serie de
objetivos y metas concretas concebidas de forma explícita e intencionada. Téngase en
cuenta que las lenguas naturales no se establecen y desarrollan mediante acciones
específicas intencionadas y con unos objetivos concretos que desean cumplirse, sino de
forma espontánea y natural, sin que medie ningún tipo de acción consciente dirigida a un
determinado fin. Por ejemplo, la oraciones de relativo como la que aparece en el sintagma
nominal castellano el hombre que ha venido el sintagma nominal euskérico etorri den
gizona, que traduce el anterior, no han sido creadas en las lenguas mediante una serie de
objetivos intencionados planteados de antemano en el sentido de que no ha habido
ninguna reunión de personas en las que se haya nunca planteado cómo y para qué
construir este tipo de subordinadas y cuáles serían las mejores formas y mecanismos para
llevar esto a cabo; ni en las que se haya llegado a un acuerdo mediante un consenso o
votación para dirimir posibles discrepancias. Téngase en cuenta que la gramática, a modo
de contraste con esto, ortografía y diccionario de la lengua estándar sí han sido
construidos de esta manera intencional y explícita. Se ha reunido un grupo de expertos,
académicos, en el caso de la lengua española, que han decidido qué pronunciaciones,
palabras, acepciones, estructuras sintácticas son las que han de considerarse correctas y
cuáles han de tacharse de incorrectas. Precisamente esto es lo que hace que esa lengua
estándar no sea una lengua natural, dado que no ha surgido de forma espontánea e
inconsciente como ocurre con las lenguas efectivamente naturales.
Pues bien, si realizamos una serie de elaboraciones selectivas, aditivas y modificativas
sobre una lengua natural, lo que se obtiene es una versión modificada de esa lengua
natural que, como ya he dicho, ha perdido su índole natural para pasar a ser una
construcción artificial. De aquí se deduce que la lengua escrita normativa estándar es una
variedad modificada de la lengua natural sobre la que se basa que, además, desvirtúa esa
lengua natural, es decir, cambia su naturaleza. Pero lo que no se puede deducir de ninguna
manera, a partir de ello, es que la lengua natural o dialecto que sirve de base es una
variedad incorrecta, empobrecida o incompleta de esa lengua escrita estándar normativa.
Menos aún que, el dialecto de partida, una LN, es una realización de esa lengua cultivada
37
elaborada a partir de él. Para ver esto con más claridad tomemos el ejemplo de una piedra
y una estatua. Es claro que la estatua se obtiene de la piedra mediante un proceso de
elaboración en el que se eliminan partes de la piedra, se tallan y pulen otras e incluso se
le añade algún elemento extraño a la piedra. Podemos decir, con toda lógica, que la estatua
ha surgido de una elaboración de la piedra original y que la estatua adquiere, precisamente
por esa elaboración, una serie de propiedades que no tenía la piedra original. Podemos
decir, de la escultura que es buena o mala o que está bien o mal hecha. Lo que no tiene
sentido decir es que la piedra es una versión degenerada, imperfecta de la estatua o que
es una realización pobre y grosera de la estatua o que la piedra está bien o mal hecha.
Ninguna de estas cosas tiene el menor sentido y cualquiera que las mantuviera sería
seguramente tachado de insensato o estúpido. Pues bien, exactamente lo mismo ocurre
con los dialectos como lenguas naturales (LNs) y las lenguas estándar escritas como
lenguas cultivadas (LCs). Tiene perfecto sentido decir que una lengua cultivada es una
versión enriquecida, elaborada o cultivada de un determinado dialecto, pero es totalmente
absurdo pensar que el dialecto es una variedad o realización grosera o vulgar de la
correspondiente lengua cultivada. La lengua cultivada es discutible y puede, por tanto,
ser discutida o puesta en cuestión, porque, como ha sido elaborada de modo intencional,
puede estar mejor o peor hecha, ser más o menos apropiada o correcta, ser más o menos
eficiente o pertinente, tener mayor menor valor estético o comunicativo como ocurre de
forma similar con la estatua, pero no tiene el menor sentido decir que el dialecto, como
lengua natural, está mejor o peor hecho, es más o menos apropiado tiene mayor o menor
valor estético o comunicativo o es más o menos eficiente o pertinente.
Por lo anterior es muy importante distinguir, tal como he hecho al principio entre lenguas
naturales y lenguas cultivadas, porque son dos entidades de índole muy diferente. La
primera es una entidad espontánea y no intencional y la segunda es artificial e intencional.
Pero la segunda es dependiente de la primera, ya que es la base a partir de la cual se crea
y sin la cual no tendría ningún sustento. Lo curioso del caso es que la ideología dominante
vuelve las cosas del revés y hace de la lengua cultivada la base en la que se sustenta la
lengua natural, como si ésta fuera una especie de realización incompleta o imperfecta de
aquella y además aplica a la lengua natural criterios que solo pueden aplicarse a las
lenguas cultivadas, tales como el de la corrección o la eficiencia, la complejidad o la
simplicidad, la capacidad comunicativa y otros similares. Cuando se habla, por ejemplo,
de lenguas más o menos complejas sólo debería hablarse de las lenguas cultivadas escritas
y, en efecto, aquí podríamos encontrar lenguas escritas más elaboradas respecto de la
lengua natural en la que se basan que otras lenguas escritas. Por ejemplo, el sánscrito
clásico es una lengua mucho más elaborada que el hindi estándar escrito. La prueba es
que le es mucho más difícil a un indio el aprender sánscrito que hindi escrito, aunque las
dos son lenguas cultivadas. De igual manera, el latín escrito es mucho más difícil de
aprender para los hispanohablantes que el español estándar escrito.
La trampa en que nos hace caer la ideología dominante es meter en un mismo saco las
lenguas habladas espontáneas, lenguas naturales y las lenguas escritas elaboradas a partir
de las primeras, lenguas cultivadas, para comparar con los mismos criterios cosas que no
son comparables, aunque en apariencia sean idénticas o casi idénticas.
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En consecuencia con lo anterior, no tiene el menor sentido afirmar, contra lo que se hace
habitualmente, que una lengua se compone de dialectos. De esta manera, se afirma
habitualmente, como ya he notado antes, que el andaluz, el murciano, el castellano o el
leonés son dialectos del español. Pero ¿qué sentido tiene decir que una lengua se compone
de dialectos? Hay dos respuestas: una, que va de arriba abajo, según la cual los dialectos
son realizaciones de una lengua y otra, que va de abajo arriba, según la cual los dialectos
forman o constituyen la lengua.
Respecto de la primera, ya he expresado los reparos que hay que formular. La lengua que
se supone que se realiza en los dialectos se identifica habitualmente con la lengua estándar
escrita, una LC. Pero ya he dicho que las lenguas naturales en las que se basa esa LC no
son realizaciones o encarnaciones de dicha lengua cultivada estándar, sino que ocurre
algo parecido a lo contrario: esa LC es una versión elaborada de uno de los dialectos o
LN en la que se basa y no tiene, sentido decir que se realiza en el dialecto o LN que le
sirve de base y, con más razón aún, en un dialecto o variedad diferente de la que le sirve
de base. Como, en el ejemplo que he puesto, los dialectos andaluces no constituyen la
base de la lengua estándar española peninsular, vemos que carece de sentido decir que la
variedad malagueña o sevillana son realizaciones de la lengua española estándar.
Históricamente las hablas andaluzas proceden o son variedades del castellano que se
hablaba hace varios siglos, pero es evidente que no proceden del castellano actual y,
menos aún de la lengua estándar española peninsular, que es una elaboración del
castellano central moderno.
Pasemos a la segunda de las respuestas posibles, según la cual los dialectos forman o
constituyen una lengua. Ninguna de las posibles concreciones de esta afirmación da unos
resultados satisfactorios. Si suponemos que cada dialecto o variedad es una parte
incompleta de una lengua, de forma que reuniendo todos esos dialectos o variedades se
conforma o configura una lengua completa, podríamos decir que, en efecto, un conjunto
de dialectos constituye o forma una lengua. Pero esto supondría afirmar que las lenguas
naturales (LNs), es decir, los dialectos son lenguas incompletas o parciales algunas de las
cuales se complementan entre sí para obtener una lengua. Si unimos el sevillano, el
leones, el castellano, el murciano más todas las variedades americanas de la lengua
española, no obtenemos una lengua completa. Dado que todas estas variedades no encajan
para formar una única lengua unitaria. No tiene el menor sentido afirmar que todas las
variedades mencionadas son el complemento que le falta al castellano de Valladolid,
pongamos por caso, para conformar o constituir la lengua española completa. Los
dialectos y variedades de una lengua no encajan entre sí para obtener una lengua
completa, como si una lengua fuera un rompecabezas cuyas piezas son los dialectos o
hablas. Cada pieza, en realidad es un mapa o rompecabezas completo y no una simple
pieza de un rompecabezas más amplio.
¿Qué podría significar entonces que una lengua se compone de dialectos, como se afirma
tan a menudo? La única respuesta razonable que se puede hacer a esta pregunta es
diciendo que hay una serie de lenguas naturales que son tan próximas entre sí que se
pueden agrupar juntas en un conjunto de lenguas naturales. Es evidente que podemos
construir uno de estos conjuntos con las hablas andaluzas y las hablas castellanas, pero
39
no podemos incluir en él las hablas francesas y excluir las hablas riojanas, porque las
hablas riojanas tienen una afinidad lingüística mucho mayor con las andaluzas y
castellanas que con las francesas. Por consiguiente, podemos agrupar las hablas
castellanas, andaluzas y riojanas en un conjunto de hablas o, dicho de otro modo, de
lenguas naturales (LNs). Pero exactamente igual que un grupo de vacas no es una vaca,
un grupo de hablas o lenguas naturales no es una lengua natural, sino un conjunto de LNs.
De hecho, en puridad, las únicas lenguas reales son las competencias lingüísticas de los
individuos que las conocen y lo que he llamado lengua natural no es tampoco sino un
conjunto de competencias lingüísticas. Por eso, no podemos decir, igual que el caso de la
lengua y los dialectos, que las competencias lingüísticas realizan las LNs ni que las LNs
se componen o están conformadas por competencias lingüísticas, dado que, como en el
caso anterior, un conjunto de competencias lingüísticas no es una competencia lingüística.
Por consiguiente, lo que consideramos como LN en realidad no es una entidad aislable y
unitaria, sino un conjunto de competencias lingüísticas muy similares entre sí. Pero, como
digo, un conjunto de competencias lingüísticas no es una competencia lingüística. Igual
que no existe una mente comunitaria de la que la mente de cada uno de los individuos de
esa comunidad sean realizaciones más o menos completas o perfectas, no existe una
competencia lingüística comunitaria de la que las competencias lingüísticas de cada
individuo serían una realización más o menos completas o perfectas de esa competencia
comunitaria. Eso no quiere decir, por supuesto, que las mentes de los individuos de una
comunidad y un aspecto de ellas, las competencias gramaticales, no experimenten una
serie de procesos de coordinación y de homogeneización que las congenian de forma más
o menos perfecta.
Todo esto nos puede convencer que no tiene mucho sentido de hablar de las lenguas
naturales como de objetos autónomos e independientes de las personas que las hablan y
de que, por consiguiente, no tiene mucho sentido decir que tal o cual lengua tiene tal o
cual propiedad inherente que hace que los hablantes se vean limitados o potenciados por
ella, como si fuera un instrumento ya terminado y acabado que determina en buena
medida la eficacia las acciones que se llevan a cabo mediante ese instrumento.
Esta concepción instrumental de la lengua sí se puede aplicar a las lenguas estándar
escritas, que se conciben como unas entidades autónomas que poseen una serie de
características intrínsecas fijadas y reflejadas en gramática, una ortografía y un
diccionario. Se trata de una entidad inmaterial de carácter ideológico y cultural, que existe
como tal en ese ámbito. Pero es que una lengua estándar escrita no es, a pesar de las
apariencias, una lengua natural, sino una lengua artificial y las propiedades que la hacen
artificial no son aplicables a la lengua natural en cuya elaboración se basa.
A partir de lo visto en las páginas anteriores, es claro que cuando se evalúan las lenguas
respecto de su dificultad o facilidad o respecto de su eficacia comunicativa, es
absolutamente necesario establecer antes de forma nítida y razonada aquello sobre lo que
estamos hablando, porque si no se hace así estaremos mezclando de forma arbitraria y
anárquica elementos pertenecientes a ámbitos muy diferentes con propiedades muy
heterogéneas y la única guía que tendremos a nuestra disposición serán determinados
40
presupuestos ideológicos que posiblemente nos lleven a realizar muchos juicios
marcadamente entocentristas.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Velupillai, V. (2012) An introduction to linguistic typology. Amsterdam: John Benjamins.
Vilches Vivancos, F, (2001) El menosprecio de la lengua. Madrid: Dikynson
1
Jesús Rubio
Buruz hizkuntzen garapen syntaktiko-diskursivoa
La aportación de Jesús Rubio es muy interesante porque permite hacer una clarificación
fundamental en las consideraciones relativas al desarrollo o eficacia de las lenguas
naturales. He aquí la definición de que se parte:
“Hizkuntzak dira tekhnologia kulturala te erraztu kommunikazioa (eta
pentsamendua), dira systemak hon zeinu konventzionalak tu transmititu
representazio symbolikoak hon ideiak, dira kodeak zein duten jartzen
hegoak ki kommunikazioa hon ideia komplexuak, imaginarioak edo guztiz
abstraktuak, afin hobeto (zehatzago eta erosoago) adierazi norberaren
haserreak, sentimenduak, nekeak, humorea, informazioa …”
La calificación de la lengua natural como tekhnologia kulturala, pone de manifiesto que
Jesús Rubio (JR) dirige sus consideraciones, no a las lenguas naturales, sino al reflejo
lingüístico de una determinada serie de elaboraciones culturales.
Es crucial diferenciar entre lo que yo denomino lenguas naturales y lenguas cultivadas
(Moreno Cabrera 2011a y 2011b). Las primeras están fundamentadas en la capacidad
biológicamente determinada de la Facultad del Lenguaje, común a todos los individuos
de la especie humana, que se manifiesta en las diversas lenguas naturales, que son los
idiomas que se adquieren de forma espontánea y que se usan de manera inadvertida en
la comunicación diaria espontánea de los miembros de una determinada comunidad
lingüística. Estas lenguas tienen una base biológica idéntica para todos los seres
humanos y unas propiedades lingüísticas, denominadas en conjunto como Gramática
Universal, también idénticas. Las diferencias entre las lenguas naturales concretas, no
son más que superficiales, dado que todas las lenguas naturales espontáneas están
configuradas de acuerdo con dichos principios rectores de la Gramática Universal. Esto
es muy difícil de entender incluso para muchos lingüistas, para los que la diversidad
lingüística les parece demasiado grande como para reducirla de manera drástica. Aquí
tenemos la paradoja de la Torre de Babel frente a la Torre de Pisa, como
convincentemente argumenta Boeckx (Boeckx 2010: 82-94). Los aspectos biológicos de
las lenguas naturales en su fenomenología y evolución se analizan en varias
publicaciones (Jenkins 2002, Rosselló y Martín (eds.) 2006, Lieberman 2006, Laka
2008, Fitch 2010, Di Sciullo y Boeckx (eds.) 2011).
Por otro lado, tenemos las lenguas cultivadas, que se obtienen culturalmente mediante
determinadas elaboraciones a partir de las lenguas naturales, y que las modifican de
forma más o menos intensa para obtener unas entidades lingüísticas que no son
naturales, sino artificiales: las lenguas estándar, las lenguas escritas, las lenguas
religiosas y otras variantes culturalmente determinadas como la lengua científica, son
ejemplos de estas elaboraciones. Las lenguas cultivadas, que no son adquiribles
espontáneamente sino que tienen que ser enseñadas mediante acciones educativas
específicas, reflejan de manera muy evidente los conocimientos y tecnologías
desarrollados en una determinada comunidad lingüística. Son estas lenguas, las
caracterizadas por JR en su definición, ya que dichas lenguas, en efecto, son tecnologías
culturales que están delimitadas muy precisamente mediante una serie de códigos para
la expresión de determinadas relaciones sociales-tecnológicas.
Está claro que las lenguas cultivadas se cimentan sobre la base de las lenguas naturales,
pero no solo no las modifican o sustituyen, sino que se sustentan sobre ellas: sin lenguas
2
naturales no hay lenguas cultivadas. Estas son una elaboración cultural de aquellas. Por
ello, no podemos estudiar las lenguas naturales sobre la base de las elaboraciones
culturalmente determinadas de las lenguas cultivadas, porque éstas se basan sobre
aquellas y no al revés. Igual que no tiene sentido estudiar geología a partir de las
construcciones artificiales que muchas culturas humanas hacen con las piedras, no tiene
sentido caracterizar las lenguas naturales, a través de las elaboraciones culturales y
tecnológicas que se realizan a partir de ellas. Por ello, no tiene el menor sentido
caracterizar una lengua natural como más o menos avanzada, cuando la comparamos
con una lengua cultivada: estamos haciendo una comparación ilegítima.
Esa confusión se produce también en la siguiente cita aportada por JR:
Hizkuntza bakoitzak bere komunikazio-estrategiak ditu. (Larrinaga 2004)
Las lenguas no tienen estrategia comunicativa alguna, son los hablantes los que desarrollan
social y culturalmente esas estrategias comunicativas. Esta frase solo tiene sentido si se aplica a
las lenguas cultivadas: es decir, a aquellos medios de comunicación, basados en las lenguas
naturales, que los usuarios en una comunidad adaptan a determinadas funciones sociales,
culturales y tecnológicas.
Buena parte de la aportación de JR está centrada en el sistema numérico, que es un caso claro de
elaboración tecnológica, que pueden reflejar en mayor o menor medida las lenguas cultivadas.
En este terreno, hay muchas diferencias entre las culturas y las sociedades: es evidente que las
necesidades numéricas de una sociedad de cazadores recolectores son diferentes de una
sociedad de agricultores y ganaderos o de una sociedad industrializada. Las tecnologías
numéricas desarrolladas en cada uno de estos tipos de sociedad, pueden reflejarse en sus lenguas
cultivadas, independientemente de cómo están configuradas en este ámbito las lenguas naturales
correspondientes. Como es perfectamente sabido, lenguas naturales como el francés, el euskera
o el georgiano poseen un sistema de numeración vigesimal, donde el número veinte es la base
para construir números entre veinte y cien. Sin embargo, esto no impide que en las culturas en
las que se utilizan esas lenguas se utilicen unas matemáticas de base decimal. Por ejemplo, un
matemático francés lee 80 como quatre vingts, pero esto no le impide manejar el número
sobre base decimal y no sobre base vigesimal; no hay necesidad alguna de cambiar nada de la
lengua francesa para razonar decimalmente con unas denominaciones lingüísticas vigesimales
de los números. De hecho, ha habido y hay eminentes matemáticos franceses que utilizan
habitualmente su lengua de base vigesimal sin que esto signifique ninguna limitación en su
capacidad matemática. Por tanto, queda claro que la configuración de la expresión numérica en
las lenguas naturales no influye para nada en la expresión, desarrollo y manejo de diferentes
tipos de numeración basados en diferentes bases. Por ejemplo, en español podemos hablar de
numeración de base binaria, usando el español y sin cambiar un ápice la gramática de la lengua
española natural, aunque es claro que está gramática no se basa en la numeración binaria.
JR menciona un artículo sobre los piraha, una tribu amazónica, cuya lengua no dispone de
números, según los autores de ese trabajo. Puedo mencionar un trabajo sobre la tribu amazónica
de los mundurucús (Dehaene, Izard, Lemer y Pica 2010), cuya lengua tiene solo números hasta
cinco. Después de realizar varias pruebas empíricas los autores llegan a la siguiente conclusión:
“Concluimos que una competencia numérica sofisticada, aunque
aproximada, puede existir en ausencia de un léxico de números bien
desarrollado.” (Dehaene, Izard, Lemer y Pica 2010: 361)
Esta conclusión es consistente con la cita al respecto que aporta JR de mi libro de introducción a
la lingüística.
La idea de que sólo las sociedades más recientes y civilizadas han desarrollado el
pensamiento matemático y numérico es un prejuicio que en ningún modo puede
3
considerarse avalado por los hechos. Este prejuicio proviene de la observación de que
las sociedades tribales actuales no tienen números o tienen muy pocos. (…)
Las conclusiones que se suelen sacar de este hecho son interesadas: las tribus primitivas
no tienen noción de número ni saben contar. (Moreno Cabrera 2004:264, emphasia nirea)
Además, los autores de este trabajo sugieren que la capacidad de conteo rápido, posible gracias
a la recitación rápida de la serie infinita de designaciones de números y que permite resolver de
modo certero las tareas de aritmética exacta, proviene de ciertas prácticas de actuación
existentes en determinadas sociedades y ausentes en otras y, por tanto, son aspectos de prácticas
culturales (Dehaene, Izard, Lemer y Pica 2010: 365). Por ejemplo, la tabla de multiplicar se
recita (se recitaba) de memoria en los colegios para adquirir unos automatismos necesarios para
el cálculo exacto rápido. Esto es así porque ese tipo de tarea no parece ser una propiedad
universal de la competencia matemática natural, y, por tanto, tiene que ser culturalmente
introducida y se aprende con mucho esfuerzo y dedicación (y a veces se olvida). Por
consiguiente, en las culturas donde no existe este tipo de educación no se puede esperar la
realización automática de este tipo de tareas. Estamos, pues, ante una cuestión cognitiva cultural
y no natural y, por tanto, es independiente de las lenguas naturales, de la de los pirahas, de la de
los mundurucús y de la de los españoles cuando usamos nuestra lengua oral espontánea de
todos los días, en la que los cálculos numéricos exactos no son precisamente continuos, ni
necesarios.
En general, en todas las sociedades se cuenta, se tiene idea de la singularidad y la pluralidad
aunque cada sociedad desarrolla los modos y formas de contar que le son necesarios para su
actividad. Es verdad que en la sociedades esclavistas (la Grecia clásica) e industrializadas (las
sociedades capitalistas actuales) la ciencia matemática ha tenido un gran desarrollo y existen
sofisticados instrumentos matemáticos desarrollados en ellas, que otro tipo de culturas no
presentan. Ahora bien, incluso en las sociedades industrializadas en las que la educación está
omnipresente, ocurre que la mayor parte de la población apenas maneja unas pocas operaciones
matemáticas sencillas y es incapaz de operar con soltura con operaciones con números
racionales, por ejemplo. Por no hablar de cosas como el cálculo infinitesimal o el análisis
numérico, que solo una ínfima parte de la población domina. Las capacidades matemáticas de la
mayor parte de las personas no especialistas en esta disciplina son muy limitadas en el mejor de
los casos y pueden ser análogas, sobre todo en el caso de las personas analfabetas o con muy
pocos estudios, a las de los pirahas o mundurucús.
Si pedimos a personas que tienen bachillerato e incluso título universitario que no sea de
ciencias que simplifiquen el quebrado de 10 dividido por la raíz cuadrada de 2, muy pocos
sabrán realizar esa sencillísima operación: la respuesta inmediata es 5 multiplicado por la raíz
cuadrada de 2.
En efecto, para llegar a este resultado basta multiplicar la fracción por:
que es igual que si la multiplicáramos por 1, con lo que la fracción no varía en absoluto.
Obtenemos:
4
Como vemos, con aritmética elemental podemos resolver la operación, pero aunque la mayor
parte de las personas conocen esas operaciones aritméticas elementales, pocas tienen la práctica
necesaria para aplicarlas allí donde es necesario hacerlo.
Todo esto se explica porque la matemática es una tecnología cultural, no natural, que solo se
puede aprender con gran esfuerzo y dedicación y que no pertenece, por tanto, al dominio de la
lengua y la cognición naturales. Por tanto, todas las observaciones JR sobre los sistemas
numéricos y sus ventajas e inconvenientes son muy interesantes pero poco o nada tienen que ver
con las lenguas naturales y, por tanto, son perfectamente irrelevantes para este tema (no para el
tema de la comparación de sistemas de numeración, claro está).
Mi crítica a las respuestas de JR se basa en dos hechos esenciales que me parecen claramente
probados: primero, las lenguas naturales no determinan las elaboraciones matemáticas de las
sociedades que las desarrollan y, segundo, las lenguas naturales pueden ser elaboradas
culturalmente para incluir los desarrollos matemáticos de una sociedad determinada, para
obtener una lengua cultivada tecnológica que, como tal, no es una lengua natural.
Es importante señalar que los sistemas numéricos y su evolución, nada tienen que ver con las
lenguas naturales, sino con el desarrollo cultural y tecnológico de las sociedades.
A continuación JR trata el sistema sintáctico, que sí es claramente pertinente para la cuestión
que nos ocupa.
En la contribución de JR, se usan datos referidos a la lengua amazónica mura-piraha sobre la
base de algunos artículos de Everett. Sin embargo, no se menciona y, por tanto, no se tiene en
consideración la demoledora crítica de los análisis de Everett hecha de Nevis, Pesetsky y
Rodrigues (2009), que se basa, entre otras cosas, en los datos de la tesis doctoral del propio
Everett, que es la descripción más completa existente hoy en día sobre la estructura lingüística
de este idioma.
Tomemos la cita de deutscher 2005 que JR aporta:
“Modern languages have thus developed a sophisticated system of grammatical
conventions, which enable them to make the relations between words and clauses
more explicit, and thus to ensure coherence even when the natural principles [nola
Caesar’s principle] are overruled. What they gaigned in consequence was a much wider
and more intricate range of expression. (Deutscher 2005:222-223, emphasia nirea)”
En este pasaje se produce una confusión muy habitual entre los lingüistas apegados a la
tradición filológica, que no se han dado cuenta de la diferencia esencial que hay entre las
lenguas naturales y las cultivadas (escritas). Las lenguas que se escriben o han escrito, han
desarrollado (de modo cultural) una serie de mecanismos para crear discursos escritos
coherentes que, aunque se basan en mecanismos presentes en las lenguas naturales sobre las que
se elaboran esas lenguas cultivadas, son específicos de dichas lenguas escritas y que no se dan o
son muy esporádicas en la lengua natural espontánea. Miller y Weinert (1998) han demostrado
que la sintaxis de las lenguas escritas occidentales (inglés, alemán, ruso, italiano…) difiere de
modo significativo de la sintaxis de las correspondientes lenguas espontáneas y han defenido
que no tiene el menor sentido ver en las lenguas escritas (cultivadas) una continuidad evolutiva
con las lenguas naturales. Es decir, las lenguas naturales evolucionan y cambian de acuerdo con
leyes no establecidas por las sociedades y las culturas, sino independientes de ellas. Por
ejemplo, la transformación del latín vulgar en castellano, no se debió a una serie de actuaciones
teleológicas llevadas a cabo conscientemente por una sociedad determinada para diferenciarse
del latín con un propósito determinado. Esta transformación se debe a leyes naturales no
culturales, que son iguales para todas las comunidades lingüísticas, indpendientemente de la
cultura que han desarrollado.
Sin embargo, el desarrollo de las convenciones de la lengua escrita no es natural, sino artificial,
es dependiente culturalmente y, aunque se basan en los mecanismos gramaticales de las lenguas
naturales espontáneas, desarrollan algunos de estos mecanismos de diversas manera siguiendo
unas actuaciones conscientes y dirigidas a un determinado fin que, por consiguiente, crean un
tipo de discurso no natural, culturamente determinado, que no constituye un ejemplo de una
lengua natural, sino de una lengua elaborada culturalmente determinada.
5
La necesidad de la expresión morfológica de la trabazón típica de la lengua escrita y su
desarrollo teleológico va dirigido conscientemente a suplir la falta de contexto concreto en el
que se desarrolla la lengua natural espontánea, que está adaptada fundamentalmente a la
conversación, es decir, a la interacción lingüística entre dos o más participantes en el acto de
habla. Comentarios aducidos por JR como: “mutilación importantísima en al expresión” (Gili
Gaya), “This grammaticization not only results in the systematic marking of distinctions often
previously left vague, but peharps also in the heightened identity of the sentence as a
fundamental unit of linguistic structure”, “This suggest that grammaticized coordination
might afford some power of quality of expression impossible with intonation and discourse
particles alone, but that this extra power may not always be felt to be cognitively essential
“(Mithun), son muestras evidentes de esta mezcla de dos entidades cualitativamente diferentes:
las lenguas naturales espontáneas modeladas por la conversación y las lenguas elaboradas
culturalmente, que son lenguas artificiales y, por tanto, no son naturales. A Mithun se le puede
objetar que el concepto de oración en la lengua natural espontánea, es muy distinto del que
existe en la lengua escrita, tal como han mostrado Miller y Weinert (1998) en su estudio de la
lengua natural espontánea alemana, inglesa o rusa.
El problema metodológico y epistemológico que da lugar a esta confusión es claro: no se puede
comparar la lengua espontánea conversacional de los pirahas (o de cualquier otra comunidad
indígena) con las lenguas escritas cultivadas europeas, sino con las lenguas orales espontáneas
correspondientes. Es decir, hay que comparar una lengua natural con otra lengua natural y no
una lengua natural espontánea, con una lengua artificial elaborada, por ejemplo la lengua escrita
inglesa, alemana o rusa. Si estudiamos el alemán, el ruso o el inglés orales espontáneos tal como
los usa la gente normal en la calle veremos que presentan unas características muy similares a la
de los discursos espontáneos orales de las comunidades que hablan lenguas supuestamente
simples y primitivas como el piraha.
Lo que sí es lícito es comparar lenguas cultivadas entre sí. Si lo hacemos y comparamos, por
ejemplo, las estructuras subordinativas del alemán escrito y del ruso escrito, observaremos que
algunas propiedades están directamente copiadas de las lenguas escritas clásicas (griego, latín).
Esto es así, porque, aunque estas lenguas cultivadas se basan en las correspondientes lenguas
orales, se producen una serie de modificaciones intencionales para adecuar esas lenguas
cultivadas a modelos que se consideran culturalmente prestigiosos.
Esa es la razón por la que por ejemplo, cuyo aparece muy frecuentemente en la lengua escrita
española, pero es de aparición prácticamente nula en la lengua oral espontánea. El par el niño
cuyo padre murió y el niño que su padre murió es un ejemplo típico de esto, que se da también
en las demás lenguas europeas (Moreno Cabrera 2011c).
Por supuesto, todos los ejemplos que da JR de coordinación y subordinación son de la lengua
escrita, que es una lengua artificial, no natural, mientras que los ejemplos del piraha son todos
de las lengua hablada espontánea y tiene que ser así precisamente porque el piraha no se escribe
y, por tanto, no presenta este tipo de lemgua cultivada (aunque sí otros tipos; por ejemplo, un
lenguaje ritual o un lenguaje poético también derivado de elaboraciones culturalmente
determinadas de su lengua natural espontánea). Todo ello, indica que JR cae en el error que
estoy comentando.
JR se refiere también a una supuesta evolución desde la parataxis a la hipotaxis mediante una
serie de pasos intermedios, a la que yo mismo me referí en un artículo de los años ochenta del
siglo pasado y que es la forma en que la gramática tradicional decimonónica ha concebido la
generación de estructuras y elementos subordinantes. Sin embargo, los avances en el estudio del
cambio lingüístico hacen totalmente implausible esta supuesta evolución gradual, dado que la
creación de estructuras y partículas subordinantes tiene que ver con la reasignación mediante
reanálisis de determinantos elementos gramaticales a determinadas posiciones funcionales que
están presentes desde el principio de la evolución (Harris y Campbell 1995, Roberts y Roussou
2003, van Gelderen 2004, Moreno Cabrera 2008 entre otros muchos estudios).
Los conceptos de parataxis e hipotaxis se han desarrolado sobre la base de la lengua escrita, de
los discursos escritos y, por consiguiente, no son adecuados para describir las lenguas naturales
por lasd razones que acabo de mencionar antes. En las palabras citadas “la constatación de que
en la gran mayoría de las lenguas del mundo que no tienen desarrollo literario no existen o
6
escasean los conectores específicos para marcar la hipotaxis.” (Elvira 2002, citado por JR) se
constata este hecho de manera meridiana. Lo que no se dice en esta cita es que esa gran parte de
lenguas naturales espontáneas no escritas presentan habitualmente varias (o incluso muchas)
partículas discursivas que funcionan más allá de las fronteras oracionales tal como se definen en
la lengua escrita y que son de muy compleja descripción, ya que presentan un funcionamiento
discursivo bastante más complicado que el de los conectores oracionales típicos de las lenguas
escritas. Estos conectores discursivos los tienen todas las lenguas naturales espontáneas, se
escriban o no. Por ejemplo, la partícula discursiva [eske] (escrita es que) en español coloquial
tiene una serie de complejas funciones discursivas que sobrepasan con mucho las de
conjunciones subordinantes como porque (que es común a la lengua escrita y la lengua
coloquial). Véase la panorámica dada por M. A. Martín Zorraquino y J. Portolés Lázaro (1999)
Para finalizar, es necesario hacer algunas consideraciones sobre el orden de palabras SVO frente
a SOV con el que concluye la contribución de JR. La idea de que la ordenación SVO es más
lógica, transparente y fácil de procesar que la ordenación SOV, que aparece en algunas de las
citas aportadas por JR, se basan en un análisis superficial extremadamente ingenuo de los datos
lingüísticos, para analizar los cuales se requiere una sofistación gramatical mucho mayor.
Las notaciones SVO y SOV son abreviaturas y no tienen nada que ver con la estructura
lingüística de los idiomas y menos aún con el procesamiento de las lenguas. Observamos en
estas abreviaturas una adyacencia entre S y V en el primer caso y una separación entre S y V en
el segundo caso. Recordemos que S singifica sujeto y O significa objeto directo. Pues bien: no
hay ninguna lengua del mundo que tenga una regla como la siguiente: la palabra que aparece
inmediatamente a la izquierda del verbo es el sujeto y la palabra que aparece inmediatamente a
la derecha del verbo es el objeto directo. Esta ley va contra los principios generales del lenguaje
humano, concretamente contra el más importante de todos: la sintaxis de las lenguas funciona
con estructuras jerárquicas y no con la simple yuxtaposición de elementos.
Si consideremos oraciones como Juan no mira nunca a Mira, Juan casi nunca mira a los ojos a
María y miles de posibilidades más, observaremos que la regla que acabo de dar basada en la
adyacencia entre el Sujeto y el verbo produciría resultados desastrosos, ya que seleccionaría
como sujetos: no, nunca o como objeto directo nunca o a los ojos. Lo cierto es que los aniños,
al adquirir el español, no se dejan llevar por el orden lineal de los elementos, sino que postulan
estructuras jerárquicas para formular las reglas gramaticales que necesitan para construir su
competencia lingüística: por eso, cuando se establece la concordancia sujeto/verbo una oración
como La madre de mis amigos es muy amable, se ha de hacer sobre la estructura jerárquica y no
sobre la adyacencia lineal, ya que, por ejemplo *mis amigos es muy amable es agramatical, dado
que, a pesar de que mis amigos aparezca inmediatamente antes del verbo no garantiza que sea el
sujeto de ser amable. Además, el sujeto de es muy amable no es la madre en este caso, sino la
madre de mis amigos, un sintagma con estructura propia.
Por tanto, quienes utilizan las notaciones SVO o SOV como descripciones de estructuras
lingüísticas y no como meras abreviaturas de estructuras sintácticas complejas en donde hay una
jerarquización sintáctica, caen una confusión absolutamente desastrosa.
Decimos que S significa sujeto y, por tanto, es un concepto relacional, no categorial.
Categorialmente, en la gramática de constituyente clásica, S es una abreviatura de [O,SV],
donde O (oración) es el constituyente del que el Sintagma Nominal (SN) que recibe la funciòn
sintáctica de sujeto es constituyente inmediato y SV es el constituyente que domina
inmediatamente a V (verbo). Esta relación jerárquica entre constituyentes es lo que determina la
función de sujeto, que abreviamos como S. Lo mismo ocurre con O interpretado como el objeto
directo. En realidad O (objeto), abrevia, en ese modelo clásico de constituyentes, la estructura
[SV,V], donde SV es en constituyente del que el SN objeto es constituyente inmediato y V es el
co-constituyente de SV: por tanto V Y SN (objeto) son hermanos, cosa que no ocurre con el SN
(sujeto) y el Verbo, pues el primero domina jerárquicamente al segundo. Por consiguiente SVO
es una abreviatura de [SN[V SN]] y SOV es una abreviatura de [SN [SN V]]. Como vemos, en
ninguno de los dos casos el SN sujeto aparece contiguo a V, sino al constituyente [V SN] o [SN
V]. Basándose en este tipo de análisis jerárquico, y no en el análisis ingenuo de la adyaciencia
inmediata, que toma una pura abreviatura como un análisis de un hecho sintáctico, J. A.
Hawkins, en su estudio experimental sobre la eficiencia computacional y complejidad de las
7
gramáticas de las lenguas naturales (Hawkins 2004), llega a la conclusión de que los óerdenes
SVO y SOV son equivalentes desde el punto de vista de la eficiencia de procesamiento
(Hawkins 2004: 231-232).
Como vemos, existe una gran confusión conceptual en los análisis de la variación lingüística,
que son perfectamente comprensibles porque las lenguas tienen aspectos naturales y aspectos
artificiales o culturales que se presetan continuamente mezclados y en interacción. Sin embargo,
es fácil salir de esta confusión si se aplican de modo competente y profundo los instrumentos de
la lingüística teórica contemporánea. Por desgracia, muchos lingüistas no hacen esto y no lo
hacen porque prejuicios ideológicos fortísimos que les llevan a sospechar que todo aquello que
no se adecua a los patrones lingüísticos y culturales de las sociedades industrializadas u
occidentalizadas es sospechoso por principio de ser primitivo o de estar menos desarrollado.
Para sustentar esta ideología podríamos utilizar una versión ingenua y simplificada de algunas
notaciones lingüísticas para concluir que las lenguas SOV son menos eficientes que las lenguas
SVO. Esto puede ser muy útil para justificar que, por ejemplo, el euskera sea hoy en día una
lengua minorizada en el País Vasco y ocultar o poner en un segundo plano, de esta manera, los
procesos histórico-sociales que han llevado aesta situación del euskera. Pero, si como he
mostrado antes, se demuestra que tal menor eficiencia de las lenguas SOV no tiene apoyo
lingüístico, entonces la poca extensión en Europa de las lenguas SOV frente a las SVO solo
pueden tener explicaciones histórico-políticas como las que proporciono en mis respuestas a las
preguntas formuladas.
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8
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Van Gelderen, E. (2004) Grammaticalization as economy. Amsterdam: John Benjamins.
9
LANGUAGE
AND
LINGUISTIC ISSUES
Bernard H. Bichakjian
2. Do all languages have the same capacity of communication?
B. H. Bichakjian (BHB) no critica la presuposición de esta pregunta. Las lenguas no
tienen capacidad de comunicación alguna: son las personas las que tienen esa capacidad
en mayor o menor medida. BHB resume su contestación a la primera pregunta de la
siguiente manera:
To sum up: Language is an instrument of thought and communication. The
speech organs are genetically coded and humans are endowed with a faculty
of language. But the faculty of language is not a blueprint it is a potential.
La idea de que la lengua es un instrumento de comunicación implica una cosificación de
lo que no es sino un conjunto de capacidades, que lleva a un razonamiento defectuoso.
La lengua no es un instrumento como un abrelatas o un cuchillo, es decir, un objeto que
utilizamos para un determinado fin. Es claro que con un abrelatas no se puede abrir una
botella de vino. Si las lenguas fueran objetos instrumentales como abrelatas,
sacacorchos, palillos o destornilladores, es claro que con cada lengua solo se podrían
llevar a cabo determinadas tareas condicionadas por la configuración concreta del
instrumento. Las cosas que se pueden hacer fácilmente con una lengua-abrelatas, no se
pueden hacer fácilmente o no se pueden hacer en absoluto con una lengua-sacacorchos.
Pero las lenguas no son objetos, sino conjuntos de habilidades mentales y expresivas de
carácter adaptable y dinámico. En todas las lenguas naturales hay variación e
indeterminación, lo cual hace posible que todas las lenguas sean extraordinariamente
flexibles y maleables y puedan ser utilizadas en muchas situaciones nuevas no previstas.
Es cierto que las lenguas tienen también determinadas reglas constitutivas más o menos
rígidas. Sin embargo, no hay que olvidar que las lenguas funcionan, como habilidades
discursivas que son, de modo adaptativo y fluido en el discurso y que, en él, se pueden
adaptar para expresar todo tipo de ideas, sucesos o fantasías. Por ejemplo, en todas las
lenguas naturales se pueden contar los sueños que una persona tenga por extraños,
surrealistas o irreales que esos sueños puedan ser. Esto es así porque la competencia
lingüística es lo sufcientemente flexible y adaptable como para posibilitar esto.
La idea de que las lenguas son códigos fijos, estáticos e inmutables y, por tanto, no
adaptables, de modo similar a un instrumento como un abrelatas, viene de las
elaboraciones culturales de las lenguas cultivadas escritas, que se desarrollan en ciertas
sociedades y que nos proporcionan la idea de que las lenguas son objetos autónomos
que usamos como instrumentos para comunicarnos. Existen gramáticas y diccionarios
escritos que nos sugieren la idea de que al hablar seleccionamos y aplicamos una regla
gramatical de un conjunto cerrado de reglas y seleccionamos varias entradas de un
diccionario escrito en una de las acepciones presentes en dicho diccionario. Creemos
erróneamente que esas gramáticas escritas y esos diccionarios constituye la descripción
de un objeto usado para la expresión y comunicación similar a un abrelatas o a un
sacacorchos.
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Pero las lenguas naturales no son así: las reglas gramaticales están sometidas a diversos
grados de variación paramétrica contralada muchas veces por determinadas propiedades
léxicas y las palabras que se usan funcionan dinámicamente, adquiriendo en cada
contexto usos nuevos o matices semánticos nuevos que no están necesariamente
presentes en los diccionarios. Este carácter dinámico y adaptable de las lenguas
naturales, contrasta con el carácter fijo y estático de las lenguas cultivadas, como las
lenguas escritas. Las lenguas naturales son capacidades dinámicas y adaptativas; las
lenguas cultivadas son códigos fijos y rígidos. La idea de que las lenguas son
instrumentos procede de esta segunda concepción culturalmente determinada (Harris
19890, 1981, 1987).
3. Are some languages easier to learn than others when it comes to
speaking them?
Al contestar esta pregunta BHB hace referencia a que la dificultad o facilidad de las
lenguas no se puede adscribir a las lenguas en sí, sino a determinados rasgos de ellas.
Inmediatamente, BHB se refiere a la teoría de la marcación. Según esta teoría en los
diversos niveles lingüísticos hay rasgos más marcados que otros. Por ejemplo, las
vocales nasales están marcadas frente a las orales, o las consonantes africadas están mas
marcadas que las fricativas. Esto supone que, en efecto, hay aspectos en las lenguas más
complejos o marcados que otros. Esto da lugar a implicaciones que son válidas
interlingüísticamente, de forma que si una lengua tiene vocales nasales también las
tendrá orales (el caso del francés), pero puede haber lenguas en las que hay vocales
orales pero no nasales ( el caso del español).
Todo esto me parece muy correcto y pertinente. Pero lo que BHB no dice es que no
existen lenguas cuyo sistema fonológico conste únicamente de fonemas marcados; por
ejemplo, no hay ningún sistema fonológico que conste de vocales nasales
exclusivamente o solo de consonante africadas o de consonantes coarticualdas
exclusivamente. Una lengua que constase solo de elementos lingüísticos marcados sería,
sin duda, más difícil de adquirir que otra que constase solo de elementos no marcados.
Pero ocurre que todavía no se ha encontrado una lengua del primer tipo: en la que todas
sus estructuras fonológicas, morfológicas, sintácticas y semánticas consten
exclusivamente o predominantemente de elementos altamente marcados. La razón obvia
es que estas lenguas no se adecuan a los patrones generales o universales de la facultad
humana del lenguaje. Por tanto, sí que se puede responder la pregunta: no hay lenguas
más difíciles o fáciles que otras en términos absolutos y holísticos.
4. What would be the ideal language as regards syntax, morphology, verbal
structure, phonetics?
Según BHB la asignación funcional nominativa es más flexible que la ergativa:
“In syntax, nominative argument alignment provides greater advantages
than its ergative or active predecessors because the basic structure lends
itself to transformations that enable the speaker to express actions from
different vantage points.”
Pero esta observación es claramente falsa. Las lenguas que presentan asignación
funcional ergativa tienen medios para presentar las acciones desde diferentes puntos de
vista. Igual que en las lenguas de asignación nominativa existe la regla de pasivización
11
para expresar la acción desde el punto de vista del paciente y no del agente, en las
lenguas ergativas existe la regla de antipasivización, que presenta la acción desde el
punto de vista del agente y no del paciente (Feuillet 2006: 401). Además, hay lenguas
con ergatividad nominal pero que conocen la voz pasiva y la antipasiva, como ocurre
con el euskera (Hualde y Ortiz de Urbina 2003: 298, 299, 307, 430-431, 589, 604, 747
para la pasiva y 431 para la antipasiva) o con el georgiano (Tschenkéli 1958: 418-425,
434-445, 542-590, 608-622, Hewitt 1995: 70, 71).
BHB hace otras afirmaciones de este estilo en esta respuesta sin demostrar la presunta
ventaja de unos rasgos gramaticales sobre otros. Dice por ejemplo:
“I always wondered why ordinary Turkish-speaking people in the street had
difficulties in understanding long and complicated sentences. I think the
‘reverse’ Turkish language word order [i.e., the head-last order] is the
reason. Technically speaking, it requires a kind of "memory" to store all the
necessary operational parameters until the operation code (verb) is caught.”
La opinión de que el turco, lengua SOV presenta un orden de palabras revertido, es una
idea claramente etnocentrista que no se apoya en ninguna investigación gramatical serie
y fundamentada. Puede verse las consideraciones que hago sobre esta cuestión en mi
respuesta a Jesús Rubio.
Por otro lado, es claro que las oraciones largas y complejas son típicas de la lengua
escrita y no de la lengua oral y que, si utilizamos un pasaje complejo de un libro de
metafísica y se lo leemos a la gente que pasa por la calle, pocos podrán entenderlo sean
españoles, vascos, turcos o japoneses. De nuevo vemos una mezcla arbitraria de la
lengua natural y la lengua cultivada escrita para hacer argumentos supuestamente
lingüísticos que no prueban más que la gran diferencia que hay entre las lenguas
cultivadas, culturalmente determinadas, y las lenguas naturales. BHB es perfectamente
consciente de esa diferencia cuando afirma:
“Language is a reflection of our human nature. Most of the time we seek
efficiency and we demand a maximum return for the efforts we invest in the
task. In those moments we seek to make communication as unencumbered
as possible. But there are also times we make measured concessions to our
ego and in those moments the efficiency of language suffers. But the
damage remains controlled.”
De forma algo velada se refiere al autor a las lenguas naturales, caracterizadas en la
primera oración y a las lenguas elaboradas y cultivadas, caracterizadas en la segunda de
las oraciones de este párrafo. Las primeras son naturales y reflejan la naturaleza
biológica del ser humano y las segundas con artificiales y culturalmente
dependentientes y reflejan la índole social del ser humano.
Este tipo de elaboración a que se refiere BHB lo ilustra el autor con este pasaje:
With his characteristic humor, but also with enviable acuity, Mark Twain
identified the processing problem that the SOV word order can represent
when the number of embedded elements is extended and took perverse
pleasure in pillorying the practice of authors who exploit this syntactic
possibility. He illustrated the abuse with the following example, somewhat
overdone and caricatural perhaps, but by no means atypical.
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Wenn er aber auf der Strasse der in Sammt und Seide gehüllten jetzt sehr
ungenirt nach der neusten Mode gekleideten Regierungsräthin begegnet,
....”
La dificultad de dicho pasaje se adjudica a la supuesta dificultad perceptual del orden
SOV. Primero, remito a mi contestación a Jesús Rubio en la cual explico que de ningún
modo está demostrado que el orden SOV sea más costoso de procesar que el orden SVO
y que SOV y SVO no responden a ninguna característica sintáctica, dado que son
abreviaturas de estructuras sintácticas complejas en las que no hay adyacencia entre S y
V, a pesar de lo que la abreviatura pudiera indicar. En una lengua SVO como el español
podríamos proponer una expresión igualmente complicada y difícil de procesar como la
siguiente:
La mujer del ministro de gobernación del último gobierno legítimo del
presidente cuyo nombre todos tenemos en mente en cuanto hablamos de este
tema en las tertulias radiofónicas emitidas de madrugada y que tienen como
oyentes habituales a los taxistas nocturnos no parece que pueda asistir a la
cena de gala.
He aquí un discurso difícil de procesar, en el que el sujeto la mujer y el verbo pueda
está separado por un sintagma nominal con múltiples ramificaciones a la derecha que
hacen difícil el procesamiento en un contexto hablado espontáneo, no necesriamente en
un contexto escrito como éste, típico de una lengua cultivada.
6. Languages change.
En esta sección, BHB explica el cambio lingüístico como la sustitución de rasgos
gramaticales menos adaptados por rasgos gramaticales más adaptados o más eficientes.
La idea de BHB de que el cambio de una asignación ergativa a una nominativa en las
lenguas indoeuropeas se basa en el supuesto no probado y criticado anteriormente de
que la asignación nominativa es más eficiente que la ergativa.
También considera que el cambio OV a VO se ajusta a este tipo de evolución hacia una
mayor ventaja adaptativa. Pero para aceptar esto habría que demostrar que el orden
head-last (es decir OV) es menos eficiente que el orden head-first (VO) y esto no está
demostrado. En mi contestación a JR he hecho referencia a los hallazgos de Hawkins
(2004) quien en su estudio llega a la conclusión de que ambos órdenes OV y VO
presentan la misma eficiencia procesual.
El reemplazo de un sistema basado en el aspecto por otro basado en el tiempo, se
considera como un avance evolutivo. Pero no está en absoluto demostrado que los
sistemas basados en el aspecto sean menos eficaces lingüísticamente que los que se
basan en el tiempo. De hecho, las lenguas eslavas, una familia indoeuropea, basan su
sistema en el aspecto y no se ha demostrado que los hablantes de las lenguas eslavas
sean menos eficientes en el señalamiento de los tiempos y las relaciones temporales
entre los sucesos que los hablantes de las lenguas romances, cuyo sistema verbal se basa
en el tiempo y no en el aspecto. BHB hace la siguiente afirmación:
“Temporal systems are more advantageous than exclusively aspectual
systems because they allow speakers and listeners to travel through time
instead of keeping them shackled to the present.”
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Y yo pregunto, ¿están los hablantes de las lenguas eslavas, cuya estructura verbal se
basa en el aspecto y no en el tiempo, más apegados al presente que los hablantes de las
lenguas romances? Mi respuesta es un categórico ¡No!
BHB afirma:
it is clear that under normal conditions languages proceed in the direction of
ever more efficient features – features that increase the productivity while
decreasing the cost
Si esto fuera verdad, las lenguas modernas tendrían que ser más eficientes que las
lenguas antiguas. Sin embargo esto no parece ser así. No encuentro rasgos en sumerio,
la lengua más antiguamente atestiguada, que lo hagan menos eficiente que el latín o el
inglés. Si esta tendencia unidireccional y progresiva fuera cierta, todas las lenguas
habladas en el mundo actual serían prácticamente iguales o muy parecidas: habrían de
tener todos los rasgos que BHB identifica en las lenguas indoeuropeas actuales. Pero
esto no es así. BHB tendría que responder por qué. Por qué en unos casos funciona la
evolución hacia una mayor eficacia lingüística y en otros no. En la actualidad hay
muchas lenguas OV, con nominalización para la subordinación o con morfemas
trabados para determinadas funciones gramaticales. No se me ocurre ninguna respuesta
estrictamente lingüística a esta pregunta.
En general, la argumentación en la que se basa BHB para mostrar la mayor eficiencia de
los rasgos gramaticales que considera mejores se basan en observaciones superficiales y
no estructurales, cuando es perfectamente sabido que las lenguas no funcionan por mera
yuxtaposición de elementos, sino mediante estructuras sintácticas y morfológicas. Sus
juicios son totalmente subjetivos y, en la mayor parte de las ocasiones, no aparecen
apoyados por ninguna investigación empírica y teóricamente fundamentada que los
apoyen
REFERENCIAS
Feuillet, J. (2006) Introduction à la typologie linguistique. París : Honoré Champion.
Harris, R. (1980) The Language-Makers Worcester: Duckworth
Harris, R. (1981) The Language Myth, Worcester: Duckworth
Harris, R. (1987) The Language Machine, Worcester: Duckworth
Hawkins, J. A. (2004) Efficiency and Complexity in Grammars. Oxford. Oxford University
Press.
Hewitt, B. G. (1995) Georgian. A structural Reference Grammar. Amsterdam: John
Benjamins.
Hualde, I. y J. Ortiz de Urbina (2003) A grammar of Basque. Berlin: Mouton de
Gruyter.
Tschenkéli, K. (1958) Einführung in die Georgische Sprache. Band I. Theoretischer
Teil. Zürich: Amirani.
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MIREN AZKARATE
1. ZER DA ZURETZAT LENGOAIA? NOLA DEFINITUKO ZENUKE?
Es interesante subrayar la idea de que las diferencias entre lenguas, aunque
aparentemente son arbitrarias y no sistematizables, en realidad obedecen a la
combinación idionsincrásica de la determinación de una serie de parámetros
universales, que dan una base igual para todas las lenguas humanas. No se insiste de
modo suficiente en que hay muchas lenguas que son imposibles si se basan en reglas
gramaticales que no se ajustan a los principios y parámetros universales que comparten
todas las lenguas humanas. Por ejemplo no existe ninguna lengua natural que tenga
reglas como las siguientes:
a) Los elementos de una oración se disponen ordenando las palabras según el
número de sílabas que tengan.
b) Hay reglas gramaticales que estipulan que el primer elemento de una oración ha
de colocarse detrás del cuarto elemento de esa oración.
c) El sujeto concuerda con el elemento que esté más a la izquierda del verbo.
d) Hay reglas que estipulan que los elementos en posición par e impar de una
oración intercambian sus lugares de modo que, por ejemplo, el elemento en una
posición par (la segunda) pasa a la siguiente o precedente posición impar (la
primera o la tercera).
e) Una oración interrogativa se forma invirtiendo el orden de todos los elementos
de una oración enunciativa para obtener una imagen especular de ella.
Los principios y parámetros universales determinan lo que llama Moro (2008) “los
límites de Babel” que obedecen al hecho de que la diversidad de lenguas está
severamente limitada por una serie de principios que configuran la capacidad humana
del lenguaje.
2. HIZKUNTZA GUZTIEK
BERDINA AL DUTE?
KOMUNIKATZEKO
GAITASUN
MAILA
M. Azkarate nos da una estupenda ilustración de los prejuicios típicos sobre las lenguas.
El euskera ha sido visto como una lengua primitiva o como una lengua casi perfecta. La
lingüística contemporánea ha demostrado claramente que tales juicios de valor sobre las
supuestas virtudes o defectos de las lenguas no se basan más que en análisis
superficiales y carentes de base gramatical alguna.
Tiene toda la razón la profesora Azkarate cuando dice que las limitaciones de expresión
no las determinan las lenguas, sino los propios hablantes con sus diferentes capacidades
y conocimientos.
6. HIZKUNTZAK ALDATU EGITEN DIRA: ZEIN NORABIDETAN?
Azkarate en su contestación a esta pregunta cita un párrafo de Mitxelena en el que se
pone de manifiesto el carácter cíclico y no lineal del desarrollo de las lenguas. Esta
observación es, desde mi punto de vista, crucial. Si el cambio de las lenguas fuera
lineal, entonces todas las lenguas tenderían hacia un objetivo determinado: el análisis o
la síntesis, por poner un ejemplo. Aunque unas lenguas puedan cambiar más deprisa que
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otras, con el paso del tiempo, todas las lenguas serían analíticas o sintéticas si el cambio
fuera lineal. Pero
se ha observado muchas veces que tanto una lengua
predominantemente sintética puede hacerse predominantemente analítica como lo
contrario; y, lo que es más importante, una misma lengua puede pasar por varios
períodos analíticos y sintéticos si podemos estudiarla sobre períodos de tiempo
suficientemente dilatados. Por ejemplo, se ha postulado un proto-indoeuropeo (Adrados
2008: 25-94) no flexional (IE I), al que siguió un indoeuropeo aglutinante (IE II) y
otro flexional (IE III) que ha dado origen a lenguas de predominio claramente analítico
como el inglés o el búlgaro modernos.
REFERENCIAS
Adrados, F. R. (2008) Historia de las lenguas de Europa. Madrid: Gredos.
Moro, A. (2008) The boundaries of Babel. The brain and the enigma of impossible
languages. Cambridge, Mass.: The MIT Press