Reseña, crítica El discurso del rey - ENFILME.COM
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FICHA TÉCNICA
The King's Speech
El discurso del rey
 
Reino Unido
2010
 
Director:
Tom Hooper
 
Con:
Colin Firth, Helena Bonham Carter, Derek Jacobi
 
Duración:
118 min.
 

 
El discurso del rey
Publicado el 23 - Feb - 2011
 
 
George VI se enfrent� al desaf�o de proclamar un crucial discurso para alentar y dar confianza a su naci�n en v�speras de la guerra. - ENFILME.COM
 
por Alfonso Flores-Durón y Martínez

Es por muchos conocida la historia de David (Pearce), primero en línea de sucesión al trono en tiempos del Rey George V (Gambon, el de la curva de Top Gear) quien, llegado el momento, asumió su deber convirtiéndose en el Rey Edward VIII aunque poco después abdicara al trono con tal de tener la oportunidad de casarse con Wally Simpson, su pareja, norteamericana y divorciada por partida doble. La Iglesia Anglicana prohibía el divorcio y resultaba inimaginable que Simpson se convirtiera en Reina; la situación era insostenible. Tanto el Arsobispo de Canterbury (Jacobi) como Santley Baldwin (Andrews), entonces Primer Ministro, le solicitaron su abjuración. La historia no tan dominada a nivel internacional, o no lo había sido hasta ahora que incluso le han dedicado una película, es la de su hermano, Albert, Duque de York, que lo sucedió convirtiéndose en el Rey George VI.

Habiendo sufrido tartamudez desde pequeño, Albert (Firth) siguió acarreando ese problema durante su vida hasta que, ya en la etapa adulta, se agudizó una vez que sus deberes reales exigían, entre otras cosas, precisamente, hablar en público. Cuando en el templo sagrado del futbol, el estadio de Wembley, se le designa orador principal de la Exhibición del Imperio Británico de 1925, siendo él aún Duque de York, parecía presentarse la ocasión idónea para que derrotara su discapacidad. El estadio estaba pletórico; Albert era foco de todas las miradas y cada uno de los oídos aguardaban el sonido de su voz. Pero la magia no se consumó y el milagro tampoco se cumplió.

Conmocionado por la propia conciencia del papelón que estaba haciendo y humanamente imposibilitado, aparentemente, para revertir el fiasco, Albert se paralizó. Se trataba de un miembro prominente de la casa real más importante del mundo; estaba fuera de cuestión ser la mofa del pueblo. Su padre, el Rey George V, harto de su limitación le exigió tomar cartas en el asunto. Su mujer, Elizabeth (Bonham Carter), indagó y le consiguió una cita con el Dr. Lionel Logue (Rush), un terapeuta del habla australiano, poco ortodoxo, quien al conocerlo y descubrir su identidad, de entrada, le advirtió que en su consultorio no lo llamaría ‘su Alteza’, sino Bertie (como, es informado, lo llaman sus más cercanos); en su territorio él es quien manda.

Siendo los británicos famosos por burlarse de sí mismo a través de su cáustico y agudo humor, no deja de llamar la atención que los dos géneros más comúnes dentro de su cine sean dos tipos de drama: los council estate (historias de multifamiliar) y los period (relatos de época). Ambos han terminado por hartar a sus propios espectadores que se han refugiado en la fantasía hollywoodense, principalmente debido a que un porcentaje elevado de las dos vertientes ha caído en la autocomplacencia y la pereza de la fórmula probada ad nauseam tanto en el cine como en la televisión. El discurso del rey es un filme de época, pero es uno rebosante en fino sentido del humor.

Tom Hooper (quien dirigió con gran solvencia The Damned United, 2009, también de época –aunque más reciente- sobre el legendario Brian Clough en su breve paso por el Leeds Utd) tiene el tacto y un juicioso sentido de los tiempos para brindar la solemnidad necesaria cuando la ocasión lo requiere, pero en todo momento siendo capaz de asestar punzadas de incisivo humor. Es muy hábil, de igual forma, tanto para encontrar el tono y grado precisos de la tartamudez de Bertie, como para transmitir la férrea pugna interna de su personaje más que por ser Rey, por ser él mismo y por comprender que, al convertirse en el Rey George VI, la recuperación de su voz, en ese convulsionado fin de los treinta, se traduciría en la restauración de la voz de la Patria entera. Después de una década fatídica, de profunda depresión económica en la que, según Dominic Sandbrook del periódico The Observer, “el desempleo se disparó hasta las nubes […] y las clases políticas traicionaron las esperanzas de una generación” (suena familiar), el broche de oro fue el estallido de la Segunda Guerra Mundial. George VI, padre de la actual Reina Isabel, como Rey de la Gran Bretaña, Irlanda del Norte y los Dominios y Emperador de India, se enfrentó al desafío de proclamar un crucial discurso para alentar y dar confianza a su nación en vísperas de la guerra. La contribución de Lionel para llevar a buen puerto el reto era trascendental.

La relación entre Bertie y Lionel pasó de un inicio de mutua sospecha, a una cercanía provechosa, que se vio interrumpida tanto por las inmanejables frustraciones padecidas por Bertie (con sus propios demonios, con sus inseguridades, con su connatural arrogancia, con su desconocimiento del otro, del diferente), como por la coyuntura crítica que atravesaba la monarquía y terminó en una simbiosis triunfante. En un país tan rígidamente dividido por clase, el vínculo afectivo establecido entre un integrante de la realeza y un plebeyo, entre un colonizador y un colonizado, se convierte en el auténtico hilo conductor de esta fascinante historia en la que siendo fiel a las propias idiosincrasias, a las distancias y a los desencuentros, Hooper consiguió un rotundo éxito labrando una conmovedora efigie a la auténtica amistad.

La reconstrucción de un Londres no de postal sino representado fielmente en la precariedad imperante en los treinta por Eve Stewart (Vera Drake, 2004), fotografiado luminosamente con respeto por el color (principalmente el dorado) por Danny Cohen (This Is England, 2006), a partir de un guión ajustado, cuidadosamente pulido por David Seidler, se constituye como el marco idóneo para que brillen las estupendas interpretaciones coronadas por el trabajo de Colin Firth, quien con este despliegue de talento exige se le respete como monarca masculino de la actuación. ¿Tom Hooper? Él sólo tuvo que orquestar todo, como Lionel en la secuencia final, para que el discurso pudiera ser impecablemente pronunciado. Y lo fue.

 
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