Isabel II, un reinado entre bodas reales y escándalos mundanos

Isabel II, un reinado entre bodas reales y escándalos mundanos

La historia de la familia real británica durante el reinado de Isabel II es, en lo familiar, una historia regada de matrimonios, separaciones, infidelidades, segundas nupcias, declaraciones acusatorias e, incluso, escándalos de pedofilia

Isabel II, un reinado entre bodas reales y escándalos mundanos (María Pilar Queralt del Hierro)

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El 20 de noviembre de 1947, Gran Bretaña aparcó por unas horas los problemas propios de la posguerra para sumergirse en un cuento de hadas. La heredera al trono, Isabel iba a contraer matrimonio con Felipe Mountbatten, recién nombrado duque de Edimburgo. La boda, celebrada en la abadía de Westminster, reunió a más de 2.000 invitados y fue retransmitida por radio a través de la BBC en una emisión que llegó a más de 200 millones de personas.

Isabel II, un reinado entre bodas reales y escándalos mundanos

El matrimonio de Isabel II fue el más duradero en la historia de la familia real británica. En imagen, el día del anuncio de su compromiso con Felipe Mountbatten, el 10 de julio de 1947. Foto: Getty.

Isabel lució un vestido de satén de color marfil firmado por el que sería su modisto preferido, Norman Hartnell, y decorado con más de 10.000 perlas. Sujetaba el velo la tiara de diamantes Queen Mary Fringe y, entre las orquídeas blancas de su ramo de novia, destacaba una ramita de mirto símbolo de amor y felicidad, procedente del árbol que plantara la reina Victoria en 1845 en su residencia de la isla de Wight y que, desde entonces, todas las novias de la familia real británica han llevado en sus bodas.

Parece que el mirto no surtió el efecto deseado: un par de años después de la ceremonia, comenzaron los problemas en la real pareja. Las correrías del consorte en compañía de sus amigos, el actor Richard Todd y el fotógrafo de la corte Baron Nahum, eran públicas y notorias. Se rumoreó su «escapada» con una misteriosa mujer en el yate Britannia, su relación con las actrices Zsa-Zsa Gabor, Pat Kirkwood y Patricia Hodgen, con la aristócrata Sacha de Abercorn, con Susan Ferguson (madre de la que años después sería su nuera Sarah) y con la escritora Daphne du Maurier.

Del glamur a la realidad conyugal

Las dificultades se agudizaron cuando, en 1952, Isabel subió al trono. El consorte no aceptaba su papel secundario. Es más, tras el nacimiento de su primer hijo, Carlos, en 1948, al saber que el recién nacido llevaría el apellido Windsor y no el paterno, Mountbatten, llegó a lamentarse públicamente diciendo: «No soy más que una maldita ameba. Soy el único hombre en el país al que no se le permite dar su apellido a sus hijos». El contencioso se reavivó en 1950 cuando nació la princesa Ana y de poco sirvió que, en 1952, se le nombrara presidente de la Comisión que debía planificar la ceremonia de coronación en 1953; o que, en 1957, Isabel le concediera el título de «príncipe del Reino Unido». El duque de Edimburgo no estaba conforme.

Isabel II y Felipe con sus hijos Carlos y Ana

Isabel II y el príncipe Felipe con sus hijos Carlos y Ana en el jardín de Clarence House, en julio de 1951. Foto: Getty.

Finalmente, en 1960, tras un largo periodo de distanciamiento en la pareja, la reina emitió una orden que declaraba que sus descendientes masculinos que no llevasen el tratamiento de Alteza Real lucirían el apellido Mountbatten-Windsor. Poco después nació el tercer hijo de la pareja, Andrés, al que siguió en 1964 el menor, Eduardo, pero no por ello Felipe volvió al redil conyugal. 

Su sempiterna carrera galante le unió a la francesa Hélène Cordet, a quien apoyó en su carrera como empresaria de la noche. Curiosamente, cuando Hélène se casó, Felipe la llevó al altar, y poco después fue padrino de los dos hijos de la actriz, Louis y Max, quienes estudiaron en el mismo colegio que los príncipes Carlos, Andrés y Eduardo, lo que levantó una oleada de rumores sobre la paternidad de los muchachos. Incluso a los 97 años se le atribuyó un romance con lady Penny Brabourne, 30 años más joven.

La aristócrata Sacha de Abercorn y la cantante farncesa Hélène Cordet

Felipe de Edimburgo tuvo varias relaciones extramatrimoniales conocidas. A la izquierda, la aristócrata Sacha de Abercorn y, a la derecha, la cantante francesa Hélène Cordet. Fotos: Getty.

Príncipes del siglo XX

Pese a que las infidelidades del duque eran vox populi, la pareja real siguió guardando las apariencias. Isabel siempre sintió auténtica devoción por su esposo, al que incluso disculpó sus frecuentes meteduras de pata, calificadas por unos como cáustico sentido del humor y por otros como impertinencia pura y dura. Pero sobre todo, consciente de la obligada ejemplaridad de la Corona, la reina luchó por que aparecieran ante la opinión pública como una pareja sin fisuras.

Una cruzada, sin embargo, que no secundaron sus hijos. De los cuatro nacidos del matrimonio, tres se divorciaron sin temor al perjuicio que ello pudiera representar para la monarquía. La primera en casarse y en dejar de estar casada fue Ana. Entusiasta de la hípica y excelente amazona, desempeñó el cargo de presidenta de la Federación Ecuestre Internacional (FEI) entre 1986 y 1994. Por entonces, ya había fracasado su primer matrimonio con el capitán Mark Phillips, celebrado en la abadía de Westminster en 1973 y del que nacieron dos hijos, Peter y Zara. Tras divorciarse en 1992, contrajo segundas y discretas nupcias con el vicealmirante Timothy Laurence en Escocia, con el fin de poder acogerse a las normas de la Iglesia escocesa, que permiten el matrimonio religioso de los divorciados.

La princesa Ana con su marido Mark Philips

La princesa Ana y su esposo Mark Philips el día de su boda (14 de noviembre de 1973). Foto: Getty.

Ana siempre huyó de ser noticia; algo que no conseguiría su hermano Andrés, especialmente desde que contrajo matrimonio con Sarah Ferguson. En efecto, su popularidad fue en alza cuando, por mediación de Diana de Gales, conoció a una pizpireta jovencita a la que todos llamaban Fergie. Tras un rápido noviazgo, el 23 de julio de 1986 la pareja se casó en la abadía de Westminster; ese mismo día, recibieron de la reina el título de duques de York. Pero poco después del nacimiento de su segunda hija, Eugenia, en 1990, comenzaron las desavenencias.

Así, mientras Andrés se consagraba a sus deberes reales y militares, Sarah era vista en compañía de otros hombres. Su idilio con el millonario texano Steve Wyatt fue el detonante de su separación en 1992; unos meses más tarde, se hicieron públicas unas fotos de Sarah en toples y en situación comprometida con John Bryan, un bróker estadounidense. El escándalo resultó inevitable y en 1996 los duques de York se divorciaron, si bien la relación de la pareja era, para desconcierto de la familia real, lo suficientemente cordial como para residir en apartamentos vecinos.

Dos separaciones sonadas

Los encontronazos de Sarah Ferguson con la prensa, la aparición de su nombre en los conocidos como «papeles de Panamá» o la utilización de su imagen por diferentes marcas publicitarias, a fin de paliar sus deudas, llevaron a Isabel II a cortar todo tipo de relación con ella pese a admitir su presencia en actos como el funeral de la Reina Madre o el de la princesa de Gales, el nombramiento del príncipe Andrés como Caballero de la Orden de la Jarretera o la boda de los duques de Sussex.

Diana junto a su cuñada Sarah Ferguson

Diana, junto a su cuñada y amiga Sarah Ferguson en junio de 1983. Foto: Getty.

El escándalo del polémico matrimonio de Andrés, el hijo más querido de la reina, solo consiguió ser eclipsado por la separación y el consiguiente divorcio de los príncipes de Gales, Carlos y Diana. Baste decir que, ya a finales de los años 80, la prensa sensacionalista británica comenzó a hacerse eco de los rumores de crisis matrimonial hasta que, en mayo de 1992, saltó a los medios la separación, que se hizo oficial en 1994. De inmediato se desató una auténtica guerra de acusaciones mutuas, que incluyó entrevistas televisadas en las que Diana afirmó que el suyo había sido «un matrimonio de tres»

La tercera en discordia se llamaba Camilla Parker Bowles y era, sin duda, el gran amor de Carlos de Inglaterra, al que había conocido en 1970. Pero la radical oposición de Isabel II —era católica y como tal no podía convertirse en reina consorte de Inglaterra— había llevado en 1973 a Camilla a contraer matrimonio con el militar Andrew Parker Bowles, que a su vez acababa de romper su idilio con la princesa Ana. La relación de Camilla con el heredero, disfrazada de «estrecha amistad», no se extinguió. Simplemente se guardaron las apariencias hasta que en 1993, meses después de hacerse pública la separación de los príncipes de Gales, salieron a la luz unas conversaciones telefónicas íntimas mantenidas en 1985 por Carlos y Camilla.

Retorno a la discreción

En 1995, un año antes de que lo hicieran Carlos y Diana, Andrew Parker Bowles se divorció de su esposa. Desde entonces, la pareja de amantes no se ocultó, si bien la trágica muerte de Diana en 1997 frenó cualquier propuesta de formalizar la situación. Poco a poco, pese a su empeño en mantener impecable la imagen de la Corona, Isabel II suavizó su posición y, en 2005, aceptó el nuevo matrimonio de su hijo mayor. Tras treinta años de romance clandestino, la pareja se casó en el Ayuntamiento de Windsor el 9 de abril de ese año. No obstante, para que la boda fuera bendecida por la Iglesia anglicana fue necesario que los contrayentes pidieran perdón públicamente por sus pasadas infidelidades. Camilla recibió el título de duquesa de Cornualles, pero se le negó el de princesa de Gales que ahora sí ostenta Kate Middleton.

Boda de Carlos y Camila Parker Bowles

Boda entre Carlos y Camila Parker Bowles celebrada el 9 de abril de 2005 en Windsor. Foto: Getty.

Isabel no pudo, pues, mantener la apariencia de ejemplaridad que perseguía. Solo Eduardo, el menor de sus hijos y conde de Wessex, pese a los intensos rumores sobre su supuesta homosexualidad, parece haber conseguido un matrimonio feliz con Sophie Rhys-Jones. Aun así, en abril de 2001, dos años después de su boda, el escándalo salpicó a la condesa de Wessex cuando el tabloide News of the World recogió unas comprometidas palabras suyas sobre miembros del ejecutivo británico y de la familia real. Sophie hubo de pedir disculpas públicas y, poco después, renunciar a su condición de empresaria.

Viejas experiencias

Los escándalos en el seno de los Windsor no eran nada nuevo. Isabel II había tenido que crecer bajo la presión que supuso para la familia real la renuncia al trono de Eduardo VIII y su posterior matrimonio con la norteamericana Wallis Simpson. De hecho, Isabel acusaba a su tío de haber causado indirectamente la prematura muerte de su padre, al obligarle a asumir la responsabilidad de un trono para el que no estaba preparado. Junto a ello, las simpatías filonazis del duque de Windsor la llevaron a cerrarle para siempre las puertas de Buckingham

Pero, sobre todo, había tenido que luchar contra sus sentimientos fraternales para enfrentarse a su hermana, la princesa Margarita, y negarse en redondo a aceptar su matrimonio con el coronel Peter Townsend, un héroe de guerra y antiguo ayudante de Jorge VI, divorciado y padre de dos hijos. Despechada, Margarita inició una frenética vida social. Entre sus amistades se encontraba Antony Armstrong-Jones, fotógrafo de reconocido prestigio profesional pero llamativa vida privada, que incluía una hija ilegítima, relaciones homosexuales esporádicas y contactos con el lumpen de la capital británica. Contrajeron matrimonio en 1960 en, cómo no, la abadía de Westminster, y convivieron dieciséis años entre peleas y reconciliaciones, infidelidades, drogas y alcohol. Se divorciaron en 1978, después de que un joven llamado Roddy Llewellyn entrara en la vida de la princesa. Sería solo el primero de una larga relación de amantes. Desde su divorcio, Margarita se sumió en una espiral de excesos que acabó en 2002, cuando falleció víctima de un ictus.

David y Sarah Armstrong-Jones, hijos de Margarita, y Peter y Zara Phillips, Eugenia y Beatriz de York y los jóvenes James y Luisa Mountbatten-Windsor, todos nietos de Isabel II, llevan por lo general una vida alejada de los focos.

Últimos quebraderos de cabeza

Las vidas de los hijos de Carlos y Diana, Guillermo y Enrique, han seguido diferentes rumbos. El mayor, Guillermo, ahora príncipe de Gales, contrajo matrimonio con Kate Middleton, una joven de clase media, en 2011. Su unión, de la que han nacido tres hijos, parece ser la gran esperanza para la monarquía británica. Kate, discreta, elegante y cordial, da el perfil de la perfecta reina, mientras Guillermo aparece como un responsable padre de familia que cumple escrupulosamente con sus compromisos para con la Corona. 

El príncipe Guillermo es el nuevo príncipe de Gales y futuro rey de Inglaterra. Su esposa, Kate Middleton, es la princesa de Gales, título que nadie ostentaba desde la muerte de Lady Di. Foto: Getty.

El príncipe Guillermo es el nuevo príncipe de Gales y futuro rey de Inglaterra. Su esposa, Kate Middleton, es la princesa de Gales, título que nadie ostentaba desde la muerte de Lady Di. Foto: Getty.

Muy distinto es Enrique, que vivió una juventud rebelde y alocada que ocupó las primeras páginas de los tabloides. Su boda con Meghan Markle, una actriz de Hollywood de madre afroamericana, acaparó la atención mundial. En 2020, la decisión de abandonar a la «familia» e irse a vivir a Estados Unidos «para romper el ciclo familiar de dolor y sufrimiento» y la afirmación de Enrique de que no quería cumplir con sus deberes reales «en parte por lo que le causaron a mi madre» abrieron aún más la heridas familiares. A esta «guerra de independencia» se le sumó la entrevista con Oprah Winfrey en la que hablaron de racismo en la familia real y de que Carlos les había cortado el apoyo financiero.

Y el golpe más duro para la anciana reina fue sin duda el protagonizado por su hijo favorito, Andrés, que se vio envuelto en el escándalo del millonario pedófilo Jeffrey Epstein y la acusación de Virginia Giuffre, que acusó a Epstein de obligarla a mantener relaciones sexuales durante tres años con Andrés cuando aún no había cumplido los 18 años. En enero el palacio de Buckingham anunciaba que la reina había decidido quitar todos sus títulos militares y funciones reales a Andrés, que iba a ser juzgado en EE. UU. por su presunta implicación en este escándalo. El caso ha sido finalmente desestimado después de que las partes firmaran en febrero un acuerdo privado en el que Andrés se comprometía a hacer una importante donación a la organización benéfica de Giuffre en apoyo de los derechos de las víctimas.

Megxit

La guerra de independencia de Enrique y Meghan, el denominado «Megxit», fue otro golpe duro para una reina cansada de proteger en vano la ejemplaridad de la familia. Foto: Getty.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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