"Me resulta imposible cumplir con mis deberes de rey como desear�a sin la ayuda de la mujer que amo". As� justific� el todopoderoso Eduardo VIII, rey de Inglaterra, de la Commonwealth y emperador de La India, su decisi�n de renunciar al trono por amor a Wallis Simpson, una norteamericana dos veces divorciada y de car�cter insufrible que, seg�n los que la trataron en la intimidad, rayaba en la perversi�n. "Maldito imb�cil" ,dicen que le grit� Wallis, cuando se enter� que no ser�a reina.
Este 10 de diciembre se cumplen 85 a�os de una abdicaci�n que cop� las portadas de la prensa mundial, ya que Eduardo VIII, que llevaba solo diez meses en el trono tras suceder a su padre, Jorge V, se empecin� en casarse con su amante, Wallis, que ni siquiera estaba divorciada de su segundo marido, ocasionando una crisis pol�tica sin precedentes. Ni la iglesia anglicana ni el gobierno de Stanley Baldwin, que amenaz� con dimitir en bloque, toleraban ese enlace que tampoco los brit�nicos aceptaban. El monarca solo ten�a tres opciones: renunciar a ese matrimonio, casarse en contra del gobierno o abdicar, y eligi� esta �ltima.
Nacido en Londres en 1894, David, como le apodaban en familia, combati� en la Primera Guerra Mundial y tambi�n represent� a su padre en numerosos viajes y actos oficiales siendo pr�ncipe de Gales. Con un f�sico de actor de cine, su car�cter era sin embargo d�bil e influenciable y llevaba una vida bastante disipada en su residencia de Fort Belvedere, siendo del dominio p�blico su afici�n por las mujeres, sobre todo casadas.
Fue una de sus amantes, Lady Thelma Furnnes, quien le present� a Wallis en 1930, que se hab�a casado en primeras nupcias con un oficial de la marina norteamericana y posteriormente con Ernest Simpson, un corredor mar�timo que la enga�aba con otras mujeres y, dicen, fue el amor de su vida. Seg�n unas cartas que se descubrieron tras su muerte, Wallis quiso plantar al monarca para volver con su marido, pero este le amenaz� con suicidarse. "Tengo que estar con �l, de lo contrario atentar� contra su vida", escribi� a una t�a suya.
Tras renunciar al trono, su sucesor como rey, Jorge VI, hermano suyo y padre de la actual Isabel II, concedi� a Eduardo VIII el t�tulo de duque de Windsor con el tratamiento de alteza real que deneg� a Wallis, algo por lo que Eduardo pele� toda su vida sin conseguirlo. Pero nada parec�a suficiente para contentar a esta mujer fr�a y dura, que no se cortaba en maltratar con sa�a a su real marido incluso en p�blico, tanto que este, seg�n testigos, se acostaba muchas noches llorando. Un sinsentido que seg�n revel� una antigua amante del duque, Freda Dudley, se explicaba por su vena sadomasoquista: "A �l le gustaba que Wallis le humillara y lo degradara". Algo que corrobora su ayudante de c�mara. "Era muy mala, convirti� la vida del duque en un infierno, le quit� la confianza en s� mismo y acab� como su perrito faldero, a veces le mandaba a dormir con un 'l�rgate mosquito' mientras ella se quedaba divirti�ndose con sus amigos".
Su amor por Wallis no solo le enfrent� a su familia sino tambi�n al pueblo ingl�s, por sus posteriores coqueteos con el nazismo. Tras su boda en Francia en 1937, los duques de Windsor visitaron la Alemania nazi en contra del gobierno brit�nico y se reunieron con Hitler, a quien hicieron el saludo fascista. Parece que el f�hrer ten�a en mente restablecer a Eduardo como monarca si establec�a un r�gimen nazi en Gran Breta�a, un riesgo que el gobierno brit�nico evadi� mandando muy lejos a Eduardo, que durante la Segunda Guerra Mundial desempe�� el cargo de gobernador de Bahamas.
Tras la contienda, los duques de Windsor regresaron a Par�s, donde se hab�an instalado tras dejar Eduardo el trono, y en su mansi�n del Bois de Boulogne llevaron una existencia fr�vola y tediosa, pues Eduardo no volvi� jam�s a ostentar cargo alguno. "Me levant� tarde y acompa�� a la duquesa a comprarse un sombrero", confes� en una ocasi�n ir�nicamente a un diplom�tico, resumiendo un d�a cualquiera de su vida. Apasionada de la alta costura, la duquesa compraba m�s de cien modelos al a�o de los m�s grandes modistos y tambi�n adoraba las joyas, especialmente los zafiros, sus favoritos, que su marido le compraba en la firma Cartier. Tambi�n viajaban aloj�ndose en las suites de los m�s lujosos hoteles y eran fijos en las fiestas de la jet mundial.
El tiempo dulcific� el enfrentamiento del duque de Windsor con la familia real brit�nica, que nunca acept� a Wallis, sobre todo su madre, la reina Mar�a, que se neg� a recibirla. Aunque Eduardo no asisti� a la coronaci�n de su sobrina Isabel II en 1953, en 1965 los duques viajaron a Londres y se vieron con la reina, que tambi�n les visit� en 1972 durante un viaje de estado a Francia. Fue la �ltima vez que vio a su t�o vivo, ya que el duque muri� con 77 a�os el 28 de mayo de 1972. Por un acuerdo con Isabel II, fue enterrado en el cementerio real de Frogmore, en Windsor, donde tambi�n est� sepultada Wallis, que aquejada de demencia senil, fallecer�a 14 a�os m�s tarde.
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