La relación que puso en jaque a la Casa Real británica
La relación que puso en jaque a la Casa Real británica
De Wallis Simpson y su historia con el rey se han contado muchas cosas. Que si ella era espía y había aprendido 'prácticas perversas' en casas de prostitución en Pekín, que si él tenía 'dificultades sexuales'… La relación entre la mujer norteamericana dos veces divorciada y el rey Eduardo VIII que derivó en la crisis institucional británica de 1936 ha dado mucho juego. Pero lo más llamativo estaba por llegar. Según documentos desclasificados a los que ha tenido acceso el periodista y biógrafo de la Familia Real Christopher Wilson y que ahora publica el Daily Telegraph, el abogado de Wallis sugirió que ella podría dejar al rey y desaparecer a cambio de una suma considerable de dinero. Vamos, que propuso hacerle un ghosting en toda regla.
Pero, añade el informe, el abogado abandonó la idea al darse cuenta de que «se había pasado de la raya». Los documentos los firma sir Horace Wilson, el alto funcionario al que el primer ministro Stanley Baldwin confió la tarea de manejar la avalancha de información que crecía al mismo tiempo que la crisis provocada por la decisión de Eduardo de casarse con una estadounidense divorciada y seguir en el trono.
Cuenta el periódico que el Gobierno se opuso y, para evitarlo, se planearon todo tipo de maniobras: desde meter a Eduardo en un buque y mandarlo a dar la vuelta al mundo hasta cuestionar su estado mental y achacarle 'demencia erótica'. En su libro The People´s King, la historiadora Susan Williams explica: «La adoración de Eduardo solo tenía sentido si se veía como una obsesión, como una patología, más que como amor» (que se lo digan a nuestra Juana La Loca).
La resistencia general para aceptar a Wallis Simpson como consorte del rey terminó con la abdicación de Eduardo en 1936 y la llegada al trono de Jorge VI, el padre del Isabel II. Y, aunque para el mundo exterior, aquello fue un proceso precipitado, pero muy bien administrado y sin apenas fisuras, nada más lejos de la realidad. De los documentos desclasificados de Wilson se desprende una historia de intriga bastante diferente a las que los historiadores han repetido durante las últimas ocho décadas.
A principios de diciembre de 1936 y, como parte de su juego de poder, Eduardo exigió a Baldwin el derecho a emitir una petición de apoyo público en la cual declararía su amor a Wallis y explicaría que quería casarse con ella. Confiaba en que su nación le apoyaría. Aquella inesperada maniobra puso nervioso a todo el mundo y fue rápidamente rechazada. Ahora, explica Wilson, parece que, en venganza, Eduardo se dispuso a abandonar el país sin molestarse en firmar los papeles de abdicación que son, histórica y constitucionalmente, vitales para la continuidad de la monarquía. Semejante comportamiento habría dañado la imagen de Gran Bretaña para el resto del mundo, así que había que detenerlo en seco.
Se anularon los aviones que el rey tenía preparados para huir, se puso en duda su estado mental para intentar anularlo y se llegó a barajar que el sucesor fuera su hermano, el duque de Kent, algo que habría cambiado para siempre la historia del país. También se plantearon poner al rey bajo arresto domiciliario naval y enviarlo a dar la vuelta al mundo. Pero ninguna de aquellas ideas cuajó. Cuenta Wilson que «finalmente, el primer ministro Baldwin, jugó bastante limpio y, cuando el rey se dio cuenta de que el juego había terminado, lloró, y Baldwin lloró con él». Y añade: «Lo mejor que consiguieron fue negar a Wallis un lugar en el trono junto a Eduardo, pero el daño causado durante aquellas tres semanas de diciembre de 1936 proyectó una larga sombra sobre la monarquía británica, una sombra que planea inquietantemente hasta el día de hoy».
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