Campomanes y el elogio fúnebre
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Campomanes y el elogio fúnebre


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Con este artículo terminamos la trilogía sobre los elogios fúnebres en este medio de El Obrero. Nos centramos en esta última parte en la aportación de Campomanes al particular.

Este trabajo pretende analizar el propio género de los elogios desde la teoría vertida en un opúsculo de Campomanes que escribió para la Real Sociedad Económica Matritense y, que lleva por título Observaciones para la composición ordenada de los Elogios Académicos, en 1776. Viene a ser una recopilación de reglas para escribir los elogios que se debían hacer de los socios que fuesen muriendo para preservar su memoria, de esos «amigos del país» destinados a ser la minoría rectora o colaboradora en el gobierno del país. Nos interesarán las ideas aquí expuestas del asturiano sobre cómo deben hacerse y para qué serviría un elogio.

Las Sociedades Económicas al crearse, en un afán de alcanzar notoriedad y prestigio, adoptaron esta tradición. El artículo sexto del título décimo de los estatutos de la Sociedad Matritense disponía que:

«Los elogios académicos, que por punto general se deben hacer a todos los socios que fallecieren, compondrán la tercera clase de escritos pertenecientes a los actos anuales de la Sociedad»

Otro socio era el encargado de componer el elogio del finado. Se estipulaba, también, que debían publicarse los elogios en las memorias de la Sociedad. Parte de los elogios que aparecen en la lista final fueron publicados en dichas memorias. Campomanes, principal impulsor de las Sociedades y, en concreto, de ésta, se vio en la necesidad de escribir unas normas para que guiasen la composición de estos elogios. Hay que señalar, también, que, periódicamente, se encargaron elogios a socios en honor de los monarcas. En la lista final de elogios aparecen éstos junto con los fúnebres.

En la junta de la Sociedad del día 28 de septiembre de 1776 y presidida por el propio Campomanes, leyó el discurso que fue aprobado por los asistentes, acordándose que el director de la corporación nombrase socios para que, con el censor, examinasen los elogios fúnebres antes de darse cuenta a la junta.

Las observaciones de Campomanes comienzan señalando que en la composición deben soslayarse «las cosas comunes y triviales, y mucho más las equívocas y las debilidades», ya que puede ser perjudicial para la fama del elogiado. Sobre estas cuestiones volverá más detenidamente el autor después.

El discurso debe ser breve. Algunos hechos y datos podían ir perfectamente en notas. Pero algo más importante, su lectura será «con aprovechamiento», es decir, uno de los objetivos del elogio es pedagógico. Se refuerza esta idea al señalar que deben tener cabida en las memorias anuales que publica la Sociedad.

Campomanes pone énfasis en que se saque a la luz, en los casos en los que el elogiado no se haya distinguido en oficio o profesión, el talento plasmado en escritos que haya compuesto «para la utilidad común de cualquier especie que fuere, ya se halle impreso o manuscrito o traducido por el elogiado». La impor- tancia de los libros y obra escrita como vehículo del desarrollo y de las reformases un rasgo que caracterizó a Campomanes y a otros ilustrados.

Importante era que se reflejara en el elogio las tareas que el socio había realizado en la Sociedad para estímulo de los demás. Era una manera más de intentar impulsar a las Sociedades Económicas por la emulación personal.

En cuanto al contenido el autor sistematiza diez puntos. El primero atañe al nombre del socio y su filiación. Interesa destacar que en este punto Campo-manes, siguiendo la máxima de la veracidad, no desea que se exprese o se su-ponga «nobleza notoria» si no está suficientemente probada.

Como teórico clave en cuestiones de enseñanza, el punto segundo hace hincapié en la importancia que tiene el detenerse en el discurso en la educación recibida. En el caso de no haber recibido instrucción alguna, debería solamente hacerse mención del talento y aplicación del individuo como factores de supe-ración de un inicio adverso. Subyace la idea, plenamente ilustrada, del hombre que se hace a través de su esfuerzo personal.

Su empleo u oficio o ciencia en la que se haya ejercitado debe aparecer en el elogio (punto tercero).

Las virtudes cristianas y civiles son tratadas en el punto cuarto. Afirma que forman parte del elogio pero éste no debe caer en panegírico ni hipérbole.

Campomanes, en el punto quinto, trata de los defectos y vicios de los hombres; no desea que se oculten. Los que son de tipo natural, el hombre no puede corregirlos, pero los morales, sí y culpa suya es, si no los vence. Pero, a continuación, el asturiano matiza cuando afirma que:

«entre ponderar con afectación virtudes comunes, o referir con demasiada exactitud los defectos morales hay diferencia. Lo primero es sonrojarse: lo segundo es infamar la memoria del sujeto, cuyo elogio se escribe, y en vida le abochornaría.»

Como vemos, se mueve entre la veracidad y una evidente cortesía o elegancia a la horade ponderar vicios y virtudes del protagonista del elogio. Campomanes busca la mesura, ya que defiende que se sitúen las ponderaciones a lo natural, es decir sin entrar en exageraciones y que con los vicios se tenga discreción. Como se puede comprobar se detiene mucho en este punto; considera que es el más difícil de un elogio y no se encuentran reglas generales para determinar el punto exacto. Si un socio nada hizo por distinguirse ni dio pruebas de celo no se le deben ofrecer alabanzas; es preferible un discreto silencio. Ese socio deberá con-tentarse con «una sencilla partida de entierro, pues que su indolencia natural-mente llevó a tal extremo de inacción, y olvido». Detrás de todas estas consideraciones se mueve el deseo de Campomanes de que los socios de las Sociedades Económicas extremasen lo que se llama en aquel momento su «celo patriótico», que trabajasen en favor del desarrollo a través de estas instituciones. El elogio ponderaría ese amor por el país del socio y, como se ha visto, serviría de ejemplo.

En el punto sexto se trata del momento de ingreso del socio en la Sociedad conviniendo que se señale el día y el ario. En el caso de los socios de mérito debía especificarse cuál era éste. Era una manera, como el propio Campomanes señala, de que la Sociedad pudiese discernir el mérito para no rehusar darlo ni para que fuese dispensado fácilmente.

El punto siguiente —el séptimo— sigue sobre la vida académica en la Sociedad del elogiado. Para hacer ese curriculum, aconseja el uso de las actas y de la tradición. Con ésta se refería, seguramente, a lo que otros socios podrían informar al autor del elogio sobre el protagonista.

Interesa detallar el estado del socio, ya sea eclesiástico o secular, o casado o soltero, el manejo de sus negocios, su juicio y la educación de sus hijos. Es el punto octavo.

Las cuestiones referidas a la muerte debían ser detalladas, también: el nombre de la enfermedad y su duración, cuándo se produjo el óbito, así como el testamento, ya que éste podía ser útil a la causa pública (punto noveno). En el elogio que se incluye en este artículo estas cuestiones aparecen en una nota a pie de página, seguramente se hizo así para no perder la agilidad en el texto.

En el último punto, el décimo, se aconseja hacer una descripción física sise retuvieron sus rasgos. El encargo de un retrato o inscripción breve que colocar n las memorias sería muy recomendable. En la posterior historia de la Sociedad Matritense, se mandaron hacer retratos de socios destacados para colocarse en las salas de sesiones.

Campomanes termina sus observaciones señalando las cualidades y conocimientos necesarios para formar un elogio, tarea que reconoce, de nuevo, como nada sencilla. Habría que distinguir entre el suministro de noticias históricas del elogiado y el elogio en sí. Para hacerlo es necesario el cono-cimiento de la oratoria, de la filosofía moral, del lenguaje, de las calidades que debe tener «un patriota, un hombre de bien y un cristiano ajustado». Separa, pues, lo que es el puro acopio de información que puede realizarse por alguien que estuvo cerca del difunto, de la redacción del elogio que puede escribirlo otro, alguien que, precisamente, esté adornado con las características descritas.

Campornanes precisa que sería bueno revisar el escrito por otro socio. Sigue en la línea de escrupulosidad y de justa medida, ya que, en España, según él, no se tiene mucha práctica de componer elogios y sí, en cambio, alabanzas. Para terminar, se puede elegir una de las últimas frases del opúsculo que resume la idea recurrente sobre la veracidad en los elogios:

«Cuanto más se asemejen al original, lograrán mayor aceptación de sabios y prudentes, tanto más se unen la naturaleza, y el arte».

 

Doctor en Historia. Autor de trabajos de investigación en Historia Moderna y Contemporánea, así como de Memoria Histórica.

Premio Mejor Aliado 2024 de la Asociación Blanco, Negro y Magenta.

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