La Gran Crisis 1929
Opinión

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La Gran Crisis 1929

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Por Alejandro Creel

A lo largo de esta pandemia he oído en diversas ocasiones que la recesión que se avecina será más profunda y más larga que la que se vivió después de la famosa crisis o “crash” de 1929; espero que ambas opiniones estén equivocadas.

Empezaría señalando que la crisis de 1929 y la recesión que le siguió, son dos cosas totalmente diferentes. Por un lado, la crisis se refiere básicamente a la caída en los precios de las empresas cotizadas en el NYSE (New York Stock Exchange, por sus siglas en ingles) que, dicho no sea de paso, habían experimentado en años anteriores, un incremento substancial debido, básicamente, a una euforia especulativa.

Y por otro lado, independientemente de su origen, la recesión, un descenso en la actividad económica, que en este caso ha sido una de las más largas, si no es que la que más, teniendo una duración de prácticamente 10 años; siendo lo más importante el entender, a los ojos del economista John Kenneth Galbraith, las principales razones de dicho desastre.

Para Galbraith muchas cosas en materia económica estaban mal desde antes de la crisis; sin embargo, desde su óptica las siguientes cinco debilidades fueron las causas fundamentales tanto de la profundidad como de la duración de la recesión:

  1. La mala distribución del ingreso.- Al igual que hoy en día, “los ricos eran indudablemente ricos”. Pudiéndose poner en duda o no, al parecer el 5% de la población con los ingresos más altos en ese año recibían aproximadamente un tercio de todo el ingreso personal, y esta alta desigualdad en la distribución del ingreso significaba que la economía dependía, principalmente, de un alto nivel de inversión o un alto nivel de gasto en bienes de lujo o ambos.
  2. Una mala estructura corporativa.- La debilidad corporativa más importante era inherente a la nueva estructura de compañías tenedoras y fideicomisos de inversión en donde existía el peligro inminente de devastación generado por el alto grado de apalancamiento. En particular, los dividendos de las compañías operadoras pagaban los interés de los bonos emitidos por las compañías tenedoras y la interrupción del pago de dichos dividendos significaba la incapacidad de pago de los bonos, la quiebra  y el colapso de dicha estructura.
  3. Una mala estructura del sistema bancario.- La estructura bancaria era intrínsecamente débil. La debilidad estaba implícita en la gran cantidad de unidades independientes. Cuando un banco quebraba, los activos de otros bancos se congelaban, generando así en una buena parte de los cuentahabientes los incentivos para retirar sus depósitos (ahorros), de tal suerte que la quiebra de un banco conllevaba la quiebra de otro, desplegándose así un efecto dominó.
  4. El cuestionable estado de la balanza comercial.- Cabe señalar que sólo en el año de 1928, el exceso de las exportaciones alcanzó la cifra de un billón de dólares, mientras que durante el periodo de 1923 a 1926 esta cifra era solamente de alrededor de $375,000,000 y sobra decir que, grande o pequeña, dicha diferencia tenía que ser cubierta y de facto fue cubierta con créditos privados de los Estados Unidos a otros países, principalmente Alemania, y Centro y Sud América con márgenes generosos; sin embargo, como era de esperarse, dichos créditos cayeron en “default” y las exportaciones americanas disminuyeron de manera precipitada.
  5. El pobre estado de la inteligencia económica.- Al parecer, en los meses y años siguientes a la crisis, las recomendaciones económicas fueron invariablemente perjudiciales. En noviembre de 1929 se anunció una disminución en impuestos que fue poco significativa excepto en los rangos altos de ingreso, y también se optó por mantener un presupuesto balanceado, lo cual inicialmente implicó que no podría haber reducciones de impuestos adicionales y posteriormente se tradujo, derivado del déficit público que se generó en años subsecuentes, en un incremento en los impuestos y en una reducción del gasto público.El presupuesto balanceado no fue la única “camisa de fuerza” en materia de políticas públicas. También estaba el fantasma de abandonar el patrón oro y poner en riesgo el control de la inflación, no obstante que en 1932 el país estaba enfrentando la más violenta deflación en la historia de la nación. El miedo a la inflación también limitaba los esfuerzos para bajar las tasas de interés y facilitar el crédito. La devaluación del dólar estaba descartada, toda vez que violaba las reglas del patrón oro, y  los clichés económicos vigentes no permitían ni siquiera el uso de tan frágiles instrumentos y por supuesto, el rechazo tanto de las políticas fiscales como monetarias implicó, precisamente, la no adopción de alguna política pública con efectos positivos para la economía.

En resumen, el triunfo del dogma sobre el pensamiento tuvo, como ya sabemos, profundas consecuencias.

Para concluir este artículo, y desde mi punto de vista, las causas arriba señaladas en los incisos 2, 3 y 4 no aplican a nuestras circunstancias actuales, a diferencia de las causas mencionadas en los incisos 1 y 5, que sin lugar a dudas deben de ser atendidas ya que, lo más importante es no dejar que las desgracias de una recesión nos aflijan nuevamente cuando ya sabemos cómo prevenirlas o, al menos, como mitigar su impacto.

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