A 30 años de la muerte de Christina Onassis en la Argentina, el triste final en una bañera de una vida de millones y desdichas

A 30 años de la muerte de Christina Onassis en la Argentina, el triste final en una bañera de una vida de millones y desdichas

Tenía apenas 37 años, cuatro divorcios, depresión, adicción a fármacos, y el dolor de la muerte de su padre y de su único hermano

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Christina Onassis, heredera de la fortuna de su padre, el magnate naviero Aristóteles Onassis, falleció en un club privado del Gran Buenos Aires el 19 de noviembre de 1988.
Christina Onassis, heredera de la fortuna de su padre, el magnate naviero Aristóteles Onassis, falleció en un club privado del Gran Buenos Aires el 19 de noviembre de 1988.

Si era una vida marcada, terminó a alguna hora de la madrugada del 19 de noviembre de 1988. Hace exactos treinta años. La encontró su amiga Marina Dodero a las diez de la mañana. El cuerpo estaba recostado en la bañera. Como siempre y desde sus 15 años, pasaba una temporada en la casa del country Tortugas, en la zona norte del Gran Buenos Aires, con los Dodero, y en especial con Marina. Se habían conocido en Punta del Este en el verano del 66. Marina tenía 17, "y desde entonces nunca nos separamos", contó ésta en incontables entrevistas.

No imaginó que estaba muerta: muchas veces, por efecto de los somníferos, quedaba en una especie de sopor. "En esos casos parecía en coma", recordó Marina.

La primera hipótesis (suicidio) no era descabellada. Desde su adolescencia, Christina, hija del todopoderoso magnate Aristóteles Sócrates Onassis, batalló contra una rebelde obesidad y una depresión que la convirtió en adicta a remedios demoledores: pastillas para dominar el hambre, para dormir, para lidiar con el pánico, y un extraño e invencible vicio. Según Marina, la mujer que más la conoció, "tomaba hasta veinticuatro coca colas por día: ¡una bomba de cafeína!".

Chrstina Onassis junto a su amiga Marina Dodero
Chrstina Onassis junto a su amiga Marina Dodero

Sin embargo, según probó la autopsia, la causa de la muerte fue un edema pulmonar. Pero en un organismo minado…

¿Qué pasó en esa última noche de su vida? Desde que se conocieron, Christina y Marina fueron como hermanas. Dos décadas en que recorrieron el mundo, se confesaron todos sus secretos, navegaron por el mediterráneo en el Christina, el yate más fastuoso del planeta, comprado por su padre y bautizado así en honor a su única hija… y así, juntas, las encontró la noche del 18: la víspera fatal…, y la única noche en que no durmieron juntas.

Según narró Marina a un par de medios europeos, "esa noche llegué muy cansada, me desnudé y me metí en la cama. No tuve fuerzas ni para ponerme el camisón… Christina me destapó, y al verme así, riéndose, Me dijo ¡Putana!, y se fue a su cuarto con baño en suite".

Luego de burocráticos y complicados trámites, su cuerpo fue sepultado en la isla Skorpios, el feudo predilecto de su padre, junto a éste, muerto en julio de 1975 en el hospital Americano de París –miastenia gravis que derivó en neumonía–, y a su hermano Alexander Sócrates, caído en enero del 73, a los 23 años, al estrellarse su avión en el aeropuerto internacional Hellinikon, Atenas.

Aristóteles Onassis, en su boda con Jaqueline Kennedy
Aristóteles Onassis, en su boda con Jaqueline Kennedy

De pronto, en menos de dos años, Christina quedó al frente de un imperio naviero (el mayor del siglo XX), la Olympic Airlines, la Olympic Tower de Nueva York, casi la mitad del principado de Mónaco mediante la unión del patriarca griego con el príncipe Rainiero III, además de propiedades en medio mundo, una fortuna en cuadros…, y el emblema insignia del moderno rey Midas griego: el crucero Christina (134 metros de eslora; largo), comprado en 1954 para celebrar el cuarto cumpleaños de su hija.
Mito del mito, en él navegaron, tomaron sol, bebieron y… cuanto quisieron, Churchill, Sinatra, Kennedy, Marilyn (¿quién otra?), María Callas, Eva Perón…

Barco con todo lo imaginable y algo más –¡hasta un hidroavión!– fue (dicen) el único punto del planisferio en el que fue realmente feliz.

Sin embargo, única dueña de ese colosal emporio (su madre, Tina Livanos, se había divorciado de Onassis y recibido lo suyo), de poco o nada le sirvió: Christina, salvo su apellido, nada heredó de la audacia de su padre, que en 1923 vivió en Buenos Aires, limpió vidrios, vendió tabaco en un zaguán de la calle Viamonte, y a pesar de balbucear apenas castellano, se empleó como telefonista, y no mucho después construyó una inmensa empresa tabacalera. No: a Christina le sobraba todo, menos eso que llaman amor. Y en su desesperada búsqueda no encontró más que vividores y fracasados. A saber… Según Marina Dodero al diario ABC, "estaba enamorada platónicamente de Julio Iglesias y del Marqués de Griñón, pero su primer gran amor fue mi primo Peter John Goulandris… Ella le hizo las mil y unas, y adiós.

Una de las fiestas de los Onassis en el yata Christina (AP)
Una de las fiestas de los Onassis en el yata Christina (AP)

Siguieron cuatro hombres, cuatro bodas, cuatro desastres…

El primero, en 1971, fue un agente inmobiliario: Joseph Bolker. Un príncipe azul al revés: le llevaba casi treinta años, era divorciado, tenía cuatro hijos, y ni medio dólar partido por la mitad: quebrado. Onassis padre se enfureció, pero no hubo modo de disuadirla. Entre el casamiento y el divorcio pasaron apenas nueve meses…

Entró en juego el segundo, Alexander Andreadis, heredero de oro y plata, y amigo de Chris desde la infancia. Casi un cuento de hadas. Se casaron muy poco después de la muerte del patriarca Onassis… y a los catorce meses, cada uno por su lado.

El tercer candidato, amante y marido fue una broma pesada. Nombre: Sergei Kauzov. Nacionalidad: ruso. Ocupación (dudosa): agente naviero. Se casaron en 1978. El tal Sergei la arrastró a vivir en un mísero departamento moscovita: ambiente y medio, y con un tercer personaje: la madre de Kauzov, que parecía salida de Miguel Strogoff, la novela de Jules Verne. Y con agravante: entre el lecho matrimonial de los esposos y el camastro de la anciana dama… ¡solo mediaba una cortina! Duración del idilio: un año. Compensación para Sergei… ¡siete buques tanques!

Chrstina Onassis y Marina Dodero, en unas vacaciones en la nieve en Saint Mortiz
Chrstina Onassis y Marina Dodero, en unas vacaciones en la nieve en Saint Mortiz

Cuarto y último: Thierry Roussel, francés, de la familia dueña de los opulentos laboratorios homónimos. Boda en 1984. Nacimiento de una hija, Athina Roussel Onassis, en 1985. Al parecer, el galán no quiso esperar su herencia. Según Marina Dodero en la misma entrevista de ABC, "unos días antes de casarse, ella me dijo que, por exigencia de Thierry, lo harían ¡sin cláusula de separación de bienes! Le pedí que no se casara, pero me dijo que ya no podía dar marcha atrás".

Pronto adiós. Se divorciaron apenas Christina se enteró de que su enamorado había tenido un hijo con su amante, la modelo sueca Marianne Landhage…, mientras estaban casados.

El funeral en Grecia fue un escándalo. Los lugareños de Skorpios no podían digerir semejante plato: ella, su reina, la hija del rey de la isla, muerta en un baño de la Argentina, derrumbaba la dorada leyenda. Pero del mismo modo habían odiado a las mujeres del rey: a María Callas y a Jackie Kennedy…, esas impostoras.

Realmente, la única testigo íntima de mucho de la vida y de la muerte de su amiga es Marina Dodero: apellido muy cercano al de Onassis, ya que uno y otro fueron empresarios de mar. La única que puede recordar –y dar fe–, por ejemplo, que Christina se compraba polleras en Saint Laurent, y después iba a Dior y pedía que le hicieran uno de los modelos, ¡en veinte colores! O que sólo para vestuario disponía de cuatro millones de dólares por año. O también, que la prensa fue muy cruel con ella: cuidaban la imagen de Jackie Kennedy, pero a Chris la ametrallaban a fotos cuando más gorda estaba…

Entrada del country club de Tortugas donde murió Christina
Entrada del country club de Tortugas donde murió Christina

Historia casi privada. A mediados de los 70, una mujer dejó olvidada su cartera en la barra de La Biela. Un cronista de la revista Gente que solía rondar la noche, en la misma barra y un par de días después, notó que el barman estaba eufórico:
–Le guardé la cartera, volvió a buscarla, ¡y me dio cien dólares de propina! –En ese momento, casi 500 de hoy.

El sabueso pensó que la generosa dama acaso fuera alguien notorio, y montó guardia unos días, hasta que se hizo la luz. La dama volvió. Era Christina Onassis. La abordó nuestro héroe, la invitó a la redacción de la revista, ella vino al día siguiente –cara lavada, jens, remera verde claro con la manzana I Love New York, sonrisa alegre, ojos tristes– habló con toda la gleba de la Olivetti en una redacción antigua, mal pintada y humosa, pidió una cámara, salió a la calle, tomó fotos…, y la extraña aventura se transformó en una nota híper exclusiva.

Así la recordamos la mañana en que nos enteramos de su muerte. Y así todavía hoy, a treinta años de aquel final. De esa vida marcada…

(Post scriptum. Athina, la única hija de Christina Onassis y única heredera de lo que quedó del imperio, también en amores siguió la ruta de la desdicha. Amante de los caballos, se casó con el jinete brasileño Alvaro Alfonso de Miranda Neto (Doda), trece años mayor que ella. La boda fue en 2005 y en San Pablo: cinco mil invitados y mil botellas de champagne. Once años después, separación. Pero el sagaz jinete no pudo cobrar el millón de dólares por año pactado por convivencia, ni la mitad de los bienes repartidos por medio mundo. ¿Por qué? Porque Athina alegó adulterio, y un equipo de investigadores pudo probar, con tarjetas de embarque, entradas a torneos hípicos y facturas de hotel, que Doda llevaba ocho años de doble vida con una mujer belga. Tardía revancha: la única Onassis que no fue estafada por amor. En cuanto al yate Christina, sigue navegando por los azules mares de ayer, pero como barco turístico chárter. A precio módico: 650 mil euros por semana, All inclusive).

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