MONARQU�A

Modelos de coronaciones

El ritual para entronizar nuevos soberanos se centra en la coronaci�n o apropiaci�n simb�lica del poder al recibir "emblemas de realeza", que representan visualmente tal jerarqu�a. Esta ceremonia esc�nica incluye juramentos y responde a una doble operaci�n pol�tica: los gobernados asumen unos valores y un relato hist�rico com�n; y quienes gozar�n de majestad son legitimados al encarnar cierta tradici�n. En cuanto a los emblemas (corona, cetro, espada), cada monarqu�a posee los suyos, a los que se atribuye un pasado usualmente legendario.

Habiendo sido el r�gimen mon�rquico casi universal en la Edad Media, las revoluciones y cambios socio-pol�ticos lo han mermado, persistiendo algunos de tipo absoluto-teocr�tico en pa�ses �rabes, mientras que el resto ha tenido que ceder prerrogativas a los parlamentos, y sus ritos de proclamaci�n tienden a una escueta liturgia civil. Entre los estados que conservan con mayor boato y fidelidad las antiguas ceremonias de entronizaci�n din�stica, est�n Gran Breta�a, Tonga y varios pa�ses asi�ticos.

El fara�n Seti I, con corona y dos cetros.

El fara�n Seti I, con corona y dos cetros.

Rastreando la evoluci�n de esta forma de transmisi�n hereditaria del mando, del antiguo imperio egipcio se conservan representaciones, como el relieve de 1317 a.C. que muestra en el trono al fara�n Seti I en su coronaci�n, portando dos cetros y sosteniendo una corona. En Roma, el emperador era elegido por el Senado, y luego aceptado o reconocido en el Campo de Marte por el pueblo y las legiones con aclamaciones que segu�an un ritual fijo. En Europa pre-cristiana, el rey o gobernante era elegido al subirlo a un escudo, soportado por los principales de la tribu o naci�n, en medio de la asamblea comunitaria. Luego le entregaban una lanza y le ataban a la frente una diadema o rica banda de seda o lino, como signo de autoridad real. Con la cristianizaci�n, se a�adi� un servicio religioso de bendici�n.

Solemnes consagraciones

Le�n III corona a Carlomagno

Le�n III corona a Carlomagno

El m�s antiguo de los rituales conocidos para coronar reyes en Occidente est� en el Pontifical de Egbert, arzobispo de York en el siglo VIII. La ceremonia se intercala en la misa, y contiene bendiciones, himnos, untar �leo en la cabeza real (impregnando car�cter sagrado), entregar un cetro y un bast�n, y besos como signo de homenaje. A finales de este siglo tuvo lugar la coronaci�n imperial de Carlomagno, entre los mayores acontecimientos pol�ticos del medioevo, convertido en mito pol�tico-religioso. El papa Le�n III le impuso la corona imperial y ungi� con el santo �leo, siendo luego aclamado por el pueblo.

Alcanzado el poder absoluto, para instaurar su dinast�a Napole�n Bonaparte decidi� coronarse emperador, recuperando los Honores de Carlomagno como v�nculo con el pasado. La ceremonia ocurri� en 1804 en N�tre Dame de Par�s: revestido con el lujoso manto de los reyes Carolingios y portando los dos cetros que empleaban los reyes francos, Napole�n se ci�� la corona a s� mismo y recibi� del papa P�o VII la espada Joyeuse de Carlomagno.

En los reinos hisp�nicos

Cada reino cristiano peninsular tuvo diferentes ceremonias de coronaci�n: proclamaci�n o jura al comienzo de los reinados, o reconocimiento por parte de los diferentes territorios que los compon�an. En la �poca visigoda, la corona se colgaba del techo o de un baldaquino, encima del monarca. Para el caso de los territorios vascos y del reino de Navarra, el rey o reina era alzado sobre un escudo por los ricoshombres.

La consagraci�n, coronaci�n, bendici�n y ordenaci�n de reyes era uno de los "otros sacramentos", no instituidos por Jesucristo. El Pontifical de la curia romana es el libro lit�rgico que re�ne las celebraciones o conjunto de rituales que preside el Sumo Pont�fice de la cristiandad. El del siglo XII contemplaba la coronaci�n del emperador, y sigui�ndole fue ungido y coronado rey de Arag�n Pedro II en 1204.

Corona y cetro real de los reyes de Espa�a.

Corona y cetro real de los reyes de Espa�a.

Las partes sustanciales del rito con sus respectivas f�rmulas sacramentales eran la unci�n con �leo crismal, la coronaci�n y colocaci�n de las insignias reales (el cetro y el globo de oro), y finalizaba la ceremonia con la entronizaci�n. Acci�n previa al sacramental era la investidura de caballer�a, con la bendici�n y entrega de la espada al rey. Hasta Juan I (1379), las coronaciones castellanas ten�an lugar en Toledo, entregando al monarca la espada real, el cetro, la corona y una manzana de oro, antes de recibir su unci�n. A partir de entonces, el nuevo monarca ser�a proclamado por las Cortes, ante las que deb�a pronunciar solemne juramento.

Caso excepcional es el del iniciador de la dinast�a de los Austrias, Carlos de Habsburgo. Siendo rey de Arag�n, consigui� que los pr�ncipes electores germanos le designasen Sacro Emperador Romano. El acceso a esta dignidad comportaba tres coronaciones sucesivas. La primera como rey de romanos, tuvo lugar en 1520 en el palacio de Aquisgr�n, donde se le impuso la corona de Carlomagno y le entregaron su espada, junto con otros signos distintivos: anillo, orbe y cetro.

En 1530, en Bolonia le impusieron la corona de hierro que le institu�a rey de Lombard�a, y la de los C�sares que significaba la ra�z romana de la dignidad imperial. En solemn�sima ceremonia, y procediendo as� por �ltima vez, un Papa expresaba el pacto entre Iglesia y Sacro Imperio, coronando al emperador y entreg�ndole la espada, A continuaci�n, el papa Clemente VII (Julio de M�dicis) le impuso las dem�s insignias de su dignidad: cetro, la bola del mundo y, finalmente, la corona imperial, que ten�a forma de mitra pontificia. �Todo un universo simb�lico!

Demetrio E. Brisset es antrop�logo y autor de Los s�mbolos del poder, Gazeta de Antropolog�a 2012.

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