El ensayista Juan Manuel Trujillo afirma, refiriéndose a Antonio de Viana: “Tenerife no tiene poeta, mejor dicho, tiene un poeta incompleto, Antonio de Viana; pero Tenerife ha tratado duramente a su poeta único.”
Tal vez exageraba, pero lo cierto es que a Viana no se le ha hecho popular. Sin embargo y a pesar de que el Poema o Antiguedades de las Islas Afortunadas es la única obra creativa de este autor, escrita cuando contaba 24 años y con la presión del mecenazgo de Juan de Guerra, ha sido objeto de numerosos estudios críticos, desde Viera y Clavijo hasta M.ª Rosa Alonso, pasando por Menéndez y Pelayo, Cioranescu, Millares Carló, Valbuena Prat o Sánchez Robayna.
La obra, que lleva el enorme título de Antigüedades de las Islas Afortunadas de la Gran Canaria, conquista de Tenerife y aparecimiento de la Santa Imagen de Candelaria, en verso suelto y octava rima, dirigido al capitán don Juan Guerra de Ayala, señor del mayorazgo de Valle de Guerra. De esta primera edición hay que destacar que se conserva un ejemplar en la Biblioteca de la Real Sociedad Económica de amigos del País de Tenerife, en La Laguna, y que a partir de este ejemplar se realizaron las ediciones modernas con las que hoy contamos.) es, dejando aparte la circunstancia del encargo, un poema apasionado, inspirado en el gran amor que el poeta sentía por su patria y que lo lleva a enaltecer, incluso con exageraciones, las costumbres del pueblo guanche, mostrándolo como un modelo de virtudes, fortaleza y belleza. Claro que no menos perfectos eran los conquistadores, a los que el poeta describe como grande y generosos caballeros, lo que, dada la historia, habría mucho que decir de esta alabada caballerosidad.
En su Poema, Viana no solo se convierte en historiador sino que, llevado por su deseo de equilibrar a vencedores y vencidos disfraza y poetiza la historia.
Y así vemos hechos o descripciones reales, como la de las Islas, cuyo paisaje es el verdadero paisaje canario de la época, en el que no podía faltar el Teide y, sobre todo, el mar; los sucesos de la Conquista de Canarias, narrados a veces con un crudo realismo, o la lista que parece interminable de los conquistadores (ocupa unos 500 versos), entre los que incluye al inventado Juan de Viana, al que considera su ascendente.
Pero, dejando a un lado exageraciones y algún que otro invento (quizá demasiados), lo que es cierto es que la obra de Viana, sobre todo gracias a su invención del mito de Dácil, se convierte en un poema “fundacional”. Y es que, sin proponérselo, Antonio de Viana convierte a Dácil en el símbolo de la Isla. Una isla que, como la princesa guanche, lo espera todo del mar. Las Antigüedades tiene todos los ingredientes de un poema épico: la aparición de elementos sobrenaturales como la predicción del adivino Guañameñe o la aparición y milagros de la Virgen de Candelaria, la exaltación de los héroes y su valor que supera lo humano, la muerte de algún jefe y la lamentación por este luctuoso suceso, la guerra, los episodios amorosos y todo esto combinando los motivos de la épica renacentista con el mundo prehispánico de los guanches. Dos episodios de leyenda, el mito de Dácil y la aparición de la Virgen de Candelaria que van a ser la fuente de inspiración de Lope de Vega para su obra teatral Los guanches de Tenerife.
De esta forma, Las Antigüedades de las Islas Afortunadas, se constituye, según Valbuena Prat como «la única obra épica que representa todo el paisaje, espíritu y leyenda heroica reciente de una región de habla castellana, en los albores del siglo XVII, representando -aunque de un modo sin comparación más modesto, pero con el mismo brío racial- para los canarios lo que la epopeya de Camõens para los portugueses. Y del que dice D.ª María Rosa Alonso es «fuente para entender a nuestros guanches, nuestros paisajes, nuestra historia, nuestra literatura y nuestros símbolos.»