Castillos del Loira: la mejor ruta para descubrir el Valle de los Reyes

El río monumental

Castillos del Loira: la mejor ruta para descubrir el Valle de los Reyes

A las orillas del Loira han construido sus castillos y residencias los soberanos de Francia, y se han paseado los personajes más ilustres de la literatura y el arte

Langeais
Castillo de Langeais. Foto: Adobe Stock

El río más largo de Francia atraviesa el país entero a contrapelo, de este a oeste. A su cuenca la llaman, así a bulto, Valle del Loira; pero está claro que ningún valle normalito mide cuatrocientos y pico kilómetros. También le dan el faraónico título de Valle de los Reyes. Y es que ese río, más que accidente geográfico, es un compendio líquido de la historia de Francia. En sus riberas han construido sus castillos y mansiones los reyes de Francia, y se han dejado ver los nombres más sagrados de las letras y las artes, como Leonardo da Vinci, Ronsard, Rabelais, Molière, Balzac… Los reyes eligieron ese territorio como coto de caza, lugar de recreo y, a veces, escondite. Porque el Loira es el Loira y sus circunstancias, o sea, sus afluentes: el Indre, el Vienne, el Thouet, el Cosson, el Cher… En esos ríos, a escasa distancia del del gran río, podían esconder sus aficiones (o a sus amantes) de miradas indiscretas.

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La Asociación de Castillos del Loira, creada hace quince años, cataloga 83 castillos principales, pero son sin duda muchos más, el doble o el triple. Hay de todo: desde castillos-fortaleza de los tiempos heroicos, a palacios renacentistas exquisitos, o castillos recreados en tiempos recientes para seguir siendo habitados por familias privilegiadas. También por turistas de a pie, en algunos casos. Dormir en un castillo, disfrutar de la campiña, realizar breves cruceros por el Loira, descubrir por carriles bici desde abadías a viñedos o bodegas donde catar buenos vinos son solo algunos de los placeres que sigue brindando este Valle del Loira, catalogado por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.

Sully-sur-Loire
Sully-sur-Loire. Foto: iStock

No todo el curso del Loira ostenta ese reconocimiento, solo el tramo áureo que va de Sullysur-Loire, poco antes de Orleans, hasta Chalonnes-sur-Loire, poco más allá de Angers. Así que vamos a empezar por Orleans para luego, condescendientes, seguirle la corriente al río. Esa ciudad brilla con letras de oro en la historia de Francia gracias a la Doncella de Orleans, Juana de Arco.La Pucelle (significa «doncella»), atendiendo a voces celestiales, liberó la ciudad del asedio de los ingleses en 1429, durante la Guerra de los Cien Años. En aquel entonces, el Loira era frontera entre la Francia ocupada por los ingleses y la nación que se estaba fraguando.

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Orleans
Orleans. Foto: iStock

Orleans

La Pucelle va a aparecer por todo el recorrido del Loira, pero aquí, en Orleans, su presencia es abrumadora. Está en plazas y calles, diez vidrieras narran su epopeya en la catedral gótica, donde tiene una capilla desde que la canonizaran en 1920. Por supuesto, su casa medieval es un lieu de mémoire, y da nombre a la avenida principal, recorrida por tranvías del futuro, inalámbricos, silenciosos, alimentados a través de los raíles, pura sinapsis, como quien dice.Aunque de origen romano, Orleans es una ciudad renacentista, con casas de entramado y mansiones de piedra y ladrillo combinados, algo propio de la región. El Loira, lamiendo los restos de muralla y escoltado por plátanos gigantes, parece un óleo de Sisley. En los muelles, pequeños barcos de recreo ofrecen a los turistas paseos impresionistas.

 

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Castillo de Chambord
Castillo de Chambord. Foto: Adobe Stock

Castillo de Chambord

Aguas abajo del Loira, pero no pegado a su orilla sino a la de su afluente el Cosson, resplandece el icono por excelencia de los castillos del Loira: Chambord. Una obra concebida para epatar y deslumbrar. Francisco I, su muñidor, quiso darle un repaso a su eterno rival, el emperador Carlos I de España, invitándole a pasar alguna noche en 1539. Carlos pernoctó en Chambord, pero no se dejó contagiar por el feu d’artifice arquitectónico: no hay más que ver lo diferente que le salió su sobrio palacio de la Alhambra. Para apreciar todo el preciosismo pastelero de este château aconsejo subir a la azotea, donde se puede tocar con los dedos las chimeneas, torretas, claraboyas, el cimborrio en forma de lis… Y contemplar los jardines históricos, recientemente recuperados, el mayor parque murado de Europa, con bosques, estanques y fauna. Para echar el día, vamos.

 

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Castillo de Blois
Castillo de Blois. Foto: Adobe Stock

castillo de Blois

De la misma época que Chambord, con una escalera en hélice similar, es el castillo de Blois, otro «farol» de Francisco I. Aquí bendijo el arzobispo de turno a Juana de Arco para emprender la batalla de Orleans. Y aquí fue asesinado el duque de Guisa, un episodio crucial para la crónica de los hugonotes y la Francia protestante. Por desgracia, el castillo fue saqueado durante la Revolución Francesa, y su jardín renacentista quedó tajado al abrirse en el siglo XIX una avenida para coches. El castillo aloja el Museo de Bellas Artes. En otra acrópolis gemela, asomada como esta al Loira, se mantiene la maltrecha catedral, el Ayuntamiento clasicista y los jardines respectivos de alcalde y obispo.

Debajo, en el barrio de pescadores, la iglesia gótica de San Nicolás es la más hermosa de la ciudad. No podemos abandonar la zona sin echar un vistazo a la singular –incluso en el nombre– Fundación de la Duda, en un antiguo convento. Este insólito centro de arte reúne la mejor colección del movimiento Fluxus, nacido en América en la década de 1960 y que, según podemos ver en estas interminables instalaciones, cobró fuerza también en España; baste recordar al Grupo Zaj o a Wolf Vostell y su esquiladero de Malpartida de Cáceres. La Duda ha contagiado a la ciudad, y unas placas estratégicamente apostadas pueden sorprender a bocajarro con preguntas como: ¿quién decide lo que es bello?, ¿tiene sentido el arte contemporáneo?, ¿es usted libre de pensar?

 

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castillo de Chaumont-sur-Loire
Interior del castillo de Chaumont-sur-Loire.Foto: Adobe Stock

castillo de Chaumont-sur-Loire

Como etapa entre las cortes de Blois y Amboise, Catalina de Médici compró el castillo de Chaumont-sur-Loire, otro icono regio, que luego cambió a su rival (y amante del rey) Diana de Poitiers por el de Chenonceau. Madame de Staël se refugió en Chaumont cuando la Revolución para escribir allí sus mejores páginas. Y en labelle époque aquello fue un desmadre de testas coronadas, marajás indios y artistas variopintos como Sarah Bernhardt o el músico Francis Poulenc. Para visitar Chaumont hay que dedicar todo el día. Tanto el interior del castillo como sus anexos (establos, picadero y graneros) están ocupados por piezas de arte moderno, sobre todo el vastísimo parque que se asoma al río, repleto de esculturas e instalaciones de vanguardia.

 

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clos luce
Clos Lucé. Foto: iStock

COMPLEJO Clos-Lucé

A unos veinte kilómetros aguas abajo, Amboise es uno de esos lugares donde la leyenda vence a la piedra. El soberbio castillo renacentista y el contiguo palacete Clos-Lucé que Francisco I regaló a Leonardo da Vinci –con un pasadizo secreto entre ambos–, así como la pequeña capilla de Saint Hubert, donde está enterrado el pintor, más que atracción turística son lugar de peregrinaje. Según la leyenda –y algún cuadro famoso, como el pintado por Ingres y el de Ménageot–, el anciano Leonardo habría expirado en los brazos del rey, pero no es cierto. Los peregrinos más devotos cruzan el río para contemplar la estampa soberbia de los palacios y la ciudad reflejados en el manso caudal del Loira. Y de paso, rozar una estatua colosal de bronce de un Leonardo joven y tendido, desnudo, bruñidas sus partes más íntimas por el rito manido de exhalar deseos.

 

Castillo de Chenonceau
Castillo de Chenonceau. Foto: Adobe Stock

Castillo de Chenonceau

Chenonceau, ya lo dijimos, es cosa de damas. Enrique II se lo regaló a su amante, Diana de Poitiers. Pero a la muerte del rey, su esposa y regente Catalina de Médici obligó a Diana a devolver el castillo a la corona. Edificado sobre el lecho del río Cher donde hubo antes un molino, es una de las estampas más bucólicas del Loira y el monumento histórico privado más visitado de Francia.

 

Loches
Loches. Foto: Adobe Stock

loches

A unos treinta kilómetros al sur de Chenonceau, a orillas del río Indre, nos aguarda no un castillo, sino toda una ciudad medieval fortificada: Loches. Un jalón del antiguo Camino Real que llevaba al sur, a España. En la acrópolis de esta poco conocida ciudad se codean tres cosas: el donjon o torre del alcázar, del siglo XI, el palacio gótico del XIII y una colegiata románica,singular por su techumbre. La torre quedó convertida en prisión y allí acabó sus días Ludovico Sforza el Moro, mecenas de Leonardo da Vinci. En el palacio gótico se evocan las sombras de Carlos VII y Juana de Arco, fraguando la campaña contra los ingleses, y también la de Agnés Sorel, la amante del rey, retratada por el artista mayor de la época, Jean Fouquet, y enterrada en la colegiata como una reina. Loches es un burgo para disfrutar con la vista, desde los jardines a orillas del río, y sobre todo con el estómago, en figones exquisitamente modernizados, como Le George, antigua posta cuyo nombre hace honor a George Sand, la amante de Chopin que residió por la zona.

 

Montrésor
Montrésor. Foto: iStock

Montrésor

Un bosque comunal y escasos kilómetros separan Loches de Montrésor, incluido entre «Los pueblos más bonitos de Francia». El castillo es renacentista por fuera; por dentro fue rehecho en estilo imperio por un conde polaco exiliado, amigo de Napoleón III, y sigue perteneciendo a la familia Branicki. De hecho, es un cofre de recuerdos familiares, pero también patrióticos: una urna cerámica guarda el corazón del gran poeta romántico (también exilado) Adam Mickiewicz.

 

Puente Wilson en Tours.
Puente Wilson en Tours. Foto: iStock

Tours

El Camino Real nos lleva a Tours. Aunque de origen romano, es una de las ciudades más jóvenes y efervescentes de Francia. Basta para comprobarlo darse una vuelta por las guinguettes o chiringuitos a orillas del Loira, junto al puente Wilson, o en la plaza Plumerau y aledaños. En esta zona, que era el barrio de pescadores y bateleros, fue enterrado San Martín de Tours, el soldado romano que partió su capa con la espada para compartirla con un mendigo. San Martín fue luego obispo de Tours y su devoción se extendió a miles de parroquias y ermitas de España, gracias al Camino de Santiago que, desde aquí (Via Turonensis) aprovechaba el viejo Camino Real. La primitiva basílica del siglo VI fue sustituida por un templo románico y, en el siglo XIX, por una basílica neobizantina. La obra corrió a cargo del arquitecto local Victor Laloux, autor también del grandioso Ayuntamiento y de la estación de tren, además de la de Orsay en París, transformada mucho después en museo.

 

Rue Colbert y Rue Nationale

La calle mayor medieval de Tours se cruza con el Camino Real –ahora, Rue Colbert y Rue Nationale– para llevar al núcleo primitivo de la ciudad: allí quedan restos galorromanos, el castillo –reducido a sala de exposiciones– y la catedral, uno de los mejores ejemplos del gótico francés, con vitrales milagrosamente preservados; y está el pomposo Palacio Episcopal, convertido en Museo de Bellas Artes. En sus jardines, un pequeño monumento recuerda que aquí nació Honoré de Balzac, quien convirtió su ciudad natal en escenario de algunos de sus relatos. Por la Rue Nationale, orillada por las mejores tiendas y locales, solo discurren peatones y unos tranvías taciturnos, a veces traicioneros, semejantes a los que ya en Orleans podrían habernos atropellado sin el menor escándalo.

 

VILLANDRY
Villandry. Foto: iStock

Villandry

A solo 17 kilómetros de Tours, aguas abajo del Loira, Villandry es un lugar muy popular y concurrido. Por su entorno pastoral y bucólico, pero sobre todo por su castillo. Que estaba en ruinas, hasta que lo compró a principios del siglo XX un extremeño de Don Benito, Joaquín Carballo, casado con una rica americana. Lo convirtieron en un hogar acogedor, amable y repleto de añoranzas patrias; o sea, cuadros de talante zurbaranesco y un soberbio artesonado mudéjar traído de un palacio toledano. Pero lo más notable del lugar son los jardines, del más puro estilo francés, declarados por la Unesco Patrimonio Mundial. El bisnieto de Carballo, Henri y su familia, siguen habitando un pabellón en un flanco de los jardines.

 

Langeais
Foto: Adobe Stock

castillo de Langeais

Pocos kilómetros aguas abajo del Loira, el castillo de Langeais nos regala, más que una página de historia, un culebrón televisivo. Resulta que aquí celebraron una boda secreta Ana de Bretaña –de 14 años, y ya casada con el futuro emperador Maximiliano de Habsburgo– con Carlos VIII, quien a su vez estaba prometido…¡con la hija del propio Maximiliano! La jugada se recrea con figurines y efectos especiales en el propio salón de autos.

 

Azay-le-Rideau
Azay-le-Rideau. Foto: Adobe Stock

bajando por La Chapelle-sur-Loire

Siguiendo el curso del río, en La Chapelle-sur-Loire hay un embarcadero desde el cual se acometen cruceros fluviales, amenizados con quesos y vinos de la región. Esos vinos se pueden catar también en las bodegas trogloditas de Saint Nicolas de Bourgueil, al otro lado del río. Y en esa misma dirección, el inmenso castillo de Gizeux acoge huéspedes que quieran dormir como reyes. La propietaria, Stéphanie de Laffon, prepara cena y desayuno a los clientes de la media docena de habitaciones disponibles.

 

abadía de Fontevraud.
Abadía de Fontevraud. Foto: iStock

Volviendo al río, y dejando en la orilla izquierda la abadía jansenista de Azay-le-Rideau y el espléndido castillo de Chinon, asomado al río Vienne, no tenemos más remedio que parar en la abadía de Fontevraud. La más grande de Europa. Una ciudad monástica fundada en el siglo XII en cuya iglesia catedralicia reposan los sepulcros de varios soberanos de la dinastía Plantagenet, entre ellos Leonor de Aquitania y su hijo Ricardo Corazón de León. La abadía fue convertida por Napoleón en una colonia penitenciaria, y hoy es un centro turístico que combina los edificios medievales con hotel de lujo, restaurante con estrella Michelin y Bocuse de oro, museo de arte moderno en los antiguos establos… un lugar único que bien merece un desvío desde Tours.

 

Montreuil-Bellay
Montreuil-Bellay. Foto: Adobe Stock

Montreuil-Bellay

Casi al lado mismo, a orillas del río Thouet, Montreuil-Bellay es toda una ciudadela amurallada en cuyo recinto se alojan el castillo del siglo XV y una colegiata gótica. Hay muchos turistas, algunos van por la historia y el paisaje, otros a comprar botellas de vino cosechado en los predios del castillo.

Saumur
Saumur. Foto: Adobe Stock

Saumur

Y a un par de leguas, asomada al Loira, la deliciosa ciudad de Saumur, con cierto aire provinciano que le sienta de maravilla. El castillo, en lo alto de la cornisa, rodeado de viñedos, es de película. Abajo, en la plaza de San Pedro, junto a la iglesia románica, el ambiente es envolvente, sobre todo por las noches. La velada se queda corta para probar la variedad de vinos (y cervezas) locales. La cercanía nos empuja a Brissac, por el vino rosé d’Anjou que se cría en los dominios de un castillo apodado «el gigante» por sus siete pisos de altura.

Plessis-Bourré
Castillo de Plessis-Bourré. Foto: Adobe Stock

castillo de Plessis-Bourré

Y no podemos abandonar la zona sin cruzar a la otra banda del río para buscar –por extraño que parezca, no resulta fácil– el castillo de Plessis-Bourré, el más peliculero del Loira. Se han rodado en sus fosos y estancias un montón de películas. El Loira por su parte sigue incontenible su curso hacia el Atlántico, y todavía bañará dos castillos y ciudades mayores: Angers y Nantes. Pero esa sería otra larga historia.