Gracias a algunos de sus amigos más queridos, pudimos saber de la dolorosa enfermedad de Charlene, la princesa consorte de Mónaco, sufrida en Sudáfrica y que algunos medios quisieron confundir con dejadez y abandono de hijos y responsabilidades. Nada más lejos de la realidad, Alberto II se ocupó de su esposa y le demostró como nunca el respeto que merecía la princesa africana. A medida que Carolina, la princesa de Hannover, ha dejado ver sus canas y arrugas de mujer madura segura de su belleza y clase, hemos visto cómo su cuñada, a la que ha ayudado en todo lo que ha podido, desde la preparación de la boda a los consejos necesarios para el día a día de un lugar como Mónaco, que no es solo lo que se ve, es sobre todo lo que no se ve, ha ido ocupando su lugar.

Ahí radica su enorme poder y es seguramente ese lugar de responsabilidad loca loca lo que llevó a Charlene al terror escénico y a la inseguridad. No conozco lugar mejor organizado, amable y acogedor de Mónaco. Es humano, elegante todavía y como de película, más si visitan la casa de Carolina, donde ondea la bandera nacional y donde el chic, nada ostentoso, traspasa ventanas y minijardines. La adoro. Sí, hay rivalidad, pero de la buena. O eso me cuentan los que saben. Carolina es extremadamente inteligente, sabe que el futuro depende de esta mujer madre del heredero y hará todo lo que esté en su mano para que la cosa funcione al menos hasta que los más jóvenes tomen el relevo.

Es patriota, por raro que parezca en los tiempos que vivimos, y hará todo para que los Grimaldi sigan en el poder otros 700 años. Es la monarquía más segura de Europa, un país donde vivir y trabajar es solo para los muy ricos, pero también un lugar que conserva el encanto de la leyenda. Sé que algunos estarán en desacuerdo, pero Carolina, y solo Carolina, ha sido capaz de mantener el glamour de los tiempos de su madre, Grace Kelly, mientras su cuñada adoptaba el papel que la estamos viendo disfrutar por primera vez en años.