La luna de miel del emperador

La estadía de Carlos V en la ciudad de Granada

Tras su matrimonio con Isabel de Portugal en Sevilla, en 1526, Carlos V y su esposa se trasladaron a Granada, donde pasaron varios meses alojados en la Alhambra. El emperador, cautivado por el recinto nazarí, ordenó erigir allí un palacio renacentista

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Carlos V hizo construir un nuevo palacio en el recinto de la Alhambra de Granada. Para hacerle sitio se derribó la galería sur del patio de los Arrayanes (en la imagen).

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Todo se conjuró para que 1526 fuera un año decisivo en la vida de Carlos V; también en la historia de Europa. El triunfo de los ejércitos imperiales en Pavía sobre Francisco I de Francia, que certificó el dominio español sobre Italia, se completó con las conversaciones diplomáticas, conducidas por Mercurino de Gattinara, que buscaban una paz con Francia que permitiera enfrentarse a la expansión del Imperio otomano. 

Eso era lo que quería la voluntad de Carlos V: construir un orden internacional a la altura de su legado familiar, que aunaba las armas de Castilla, la política internacional aragonesa, el sentido mercantil flamenco, el espíritu borgoñón y la conciencia imperial de los Habsburgo. De su persona había irradiado el deseo de unificación europea; a su persona debía, por tanto, refluir el esplendor de esa política. Donde él estaba, estaba el Imperio; donde él decidía residir, estaba el ombligo del mundo. Para simbolizar esa postura, en 1526 desplaza la capital de su Imperio a Granada.

Al situar la corte en el centro de la última conquista cristiana auspiciada por sus abuelos maternos, los Reyes Católicos , Carlos V recalca que un monarca universal no necesita de las «viejas» ciudades borgoñonas, italianas, castellanas o aragonesas como pilar o envoltura de su poder. Basta con extender el brazo y mandar, y de una ciudad morisca y plateresca surgen casas en estilo italiano, fuentes, arcos de triunfo como puertas de entrada a jardines y bosques, cascadas y grutas, y el más hermoso palacio renacentista de España. En este punto geográfico se levanta y se pone, desde ahora, el sol de su imperio. 

Boda real en Sevilla 

La estancia de Carlos V en Granada tuvo un motivo personal: su matrimonio con su prima, la infanta portuguesa Isabel de Avis y Trastámara. La ceremonia tuvo lugar el 10 de marzo de 1526 en los Reales Alcázares de Sevilla. En este escenario aparece, con paso decidido, una mujer de 23 años –Carlos tenía 26– a la altura de las ambiciones del emperador. Su acogida unos días antes por los sevillanos había sido solemne, casi exagerada. La primera impresión que obtuvo Isabel de la ciudad fue excelente: la vida mercantil en torno al Guadalquivir le recordaba a Lisboa, y desde ese momento descubre, con una mezcla de temor y emoción, el papel que va a jugar en los proyectos de su futuro marido. 

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Cerca del magnífico patio de los leones, obra de Mohamed V en 1378, se hallaban las habitaciones que ocuparon Carlos V y su esposa Isabel tras su boda en 1526.

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Desde hacía mucho tiempo no se había visto en Sevilla una mujer tan atractiva: la esbelta y menuda figura de la infanta portuguesa fascina a los sevillanos porque tiene el porte y el cutis de las vírgenes que ellos tanto adoran. Todos se frotan las manos porque la novia responde a la perfección al ideal de dama de la cultura caballeresca a la que el emperador es tan aficionado. 

La persona del emperador no fue menos celebrada. El ayuntamiento sevillano ordenó erigir siete arcos triunfales, que luego se desmontaron, y que ensalzaban la figura de Carlos V como monarca victorioso. El primero decía: «Invicto Carlos, gran señor del mundo, / que a ti solo el gobierno se atribuya, / que venza al hado tu valor profundo, / y el turco, y la africana tierra suya, / tiemblen ya de tu brazo furibundo». También se celebraron justas de caballeros, en una de las cuales participó el emperador en persona, ante la mirada atenta y admirada de su joven esposa. 

La emperatriz Isabel de Portugal, por Tiziano

La emperatriz Isabel de Portugal, por Tiziano

En el retrato pintado por Tiziano en 1548, nueve años después de la muerte de la reina, ésta aparece en la plenitud de su juventud y belleza. Prado, Madrid.

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Tras el enlace, la pareja emprende el camino a Granada. Visitan Córdoba, Úbeda y Jaén, ciudades que muestran un nuevo rostro «renacentista», conforme a los modernos gustos de la corte. Entretanto, los granadinos preparaban el recibimiento a la pareja imperial terminando de arreglar caminos, paseos y puentes. Se allanó la plaza de Bibarrambla, se reparó la puerta de Elvira, se pavimentaron las calles principales y la cuesta que conducía a la Alhambra. Incluso la corporación municipal instó, según cuenta el cronista Francisco Bermúdez de Pedraza, a que se hicieran unos retoques al retablo mayor de la Capilla Real, el lugar donde se encontraban las tumbas de los Reyes Católicos, para adaptarlo a las circunstancias del momento. El joven rey de la Adoración de los Magos debía tener el rostro de Carlos V. 

El 4 de junio, la comitiva entró por fin en Granada. La intención de los soberanos era quedarse mucho tiempo, pero la historia les obligó a abreviar la estancia. De junio a diciembre de 1526, Carlos e Isabel vivieron su historia de amor en el inigualable escenario de la Alhambra. Fueron unos meses de pausa, de emociones, de encuentros y de conversaciones entre los recién casados, probablemente en francés, la lengua de la caballería cortés, sobre poesía, personajes, situaciones, rumores; o sencillamente sobre la belleza de los azulejos que tenían ante sí, inscritos con lemas y proverbios árabes que alguien les debió de traducir, como aquel que decía «no seáis indolentes». De noche, en los jardines, escuchando música borgoñona o madrigales italianos, renovaron su amor. 

Una escuela de cortesía 

Hubo algunas recepciones de gala de primer orden a embajadores de importantes cortes de Europa, que elegían para tal cargo a sus hombres más cultivados: la cultura era la debilidad de Carlos e Isabel. Fue así como en esos meses se reunieron en Granada algunos de los humanistas más ilustres de la Europa de entonces, como Andrea Navagiero, embajador de Venecia; Baltasar Castiglione, representante de los Estados Pontificios, o el polaco Juan Dantisco. Entre los españoles cabe destacar a los hermanos Juan y Alfonso Valdés, enérgicos defensores de la introducción de las doctrinas del humanista Erasmo en España, al sutil fray Antonio de Guevara y al poeta barcelonés Juan Boscán. 

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durante su estancia en Granada, Carlos V encargo´ al arquitecto Pedro Machuca un nuevo y fastuoso palacio que se erigio´ en la Alhambra a partir del an~o 1527.

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En Granada también estuvo Garcilaso de la Vega, el más eximio poeta español del Renacimiento, a la altura de Petrarca, su modelo. Fue en la Alhambra donde Garcilaso conoció a Isabel de Freire, dama de compañía de la emperatriz y portuguesa como ella. Ambas, la reina y su dama, litigaban en quién era la mujer más bella del momento. Se produjo, así, una relación especial, de dos hombres, el emperador y el poeta, con las dos encantadoras damas, que además se llamaban igual: Isabel. La coincidencia causó sensación. Los dos hombres, embelesados por su bella, parecían personajes surgidos de las novelas: del Orlando enamorado de Boiardo o del Amadís de Gaula de Rodríguez de Montalvo, por citar dos muy leídas. 

Uno de los temas de conversación entre Carlos e Isabel fue Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, un hombre que se había convertido en una auténtica leyenda europea por sus hazañas en las guerras de Italia contra los franceses, en los primeros años del siglo. La emperatriz había trabado una estrecha amistad con María Manrique, la viuda de Gonzalo. Con lágrimas de emoción en los ojos, María contaba a Isabel sus anhelos por acabar la tumba que se merecía su marido en el convento de San Jerónimo, a las afueras de la ciudad. 

Pantoja de la Cruz after Titian   Charles V in Armour

Pantoja de la Cruz after Titian Charles V in Armour

Retrato de Carlos V por Juan Pantoja de la Cruz copiando un cuadro de Tiziano, 1605. Prado, Madrid

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Cuando Carlos se enteró de estos encuentros quiso saber detalles de la vida de aquel hombre que su esposa desconociera para hablar de ellos en la intimidad, convertirlos en un tema de conversación sobre las virtudes de la guerra y de la caballería.

En ese momento, Hernán Pérez del Pulgar, un veterano de la guerra de Granada y que conoció bien a Gonzalo en los viejos tiempos, acude a la Alhambra, y allí, en presencia del emperador y su esposa y algunos íntimos de la corte, evoca una y otra vez las hazañas del Gran Capitán en la campiña granadina. 

El desafío del rey de Francia 

Justo mientras en la Alhambra se evocan las hazañas de Gonzalo llega la noticia de que el rey de Francia, Francisco I, ha violado el acuerdo de Madrid. Este pacto se había firmado en enero de aquel 1526, y había servido para que Francisco I, cautivo en Madrid después de ser apresado tras su derrota en la batalla de Pavía, recuperara la libertad y volviera a Francia.

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El Generalife fue la residencia de verano de los reyes nazaríes. En 1528, Pedro Machuca, arquitecto de Carlos V, remodeló los jardines nazaríes dándoles un estilo renacentista.

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Una vez en su país, el rey francés no había tardado en rechazar los términos del tratado –que, entre otras cosas, obligaba a Francia a entregar a Carlos V el ducado de Borgoña– y enseguida formó una alianza, la liga de Cognac, con los estados italianos opuestos al poder del emperador, entre ellos el papado y Venecia. Se reanudaba, así, la guerra en Italia, en circunstancias muy parecidas a las de los tiempos del Gran Capitán; el papa se había puesto del lado francés, como ya había ocurrido en tiempos de Carlos VIII y Luis XI. La historia se repetía. 

Carlos se muestra sorprendido y quizás molesto por el desafío de Francisco I, pero no adopta ninguna decisión. Más tarde dejará que los hechos tomen la palabra. Cuando, meses después, se produce el Saco de Roma –el saqueo de la capital de la Cristiandad, el 6 de mayo de 1527, por las tropas imperiales que luchaban en Italia contra las potencias de la liga de Cognac–, en la corte del emperador se presentó esa acción bélica como el resultado de los despropósitos de la alianza entre Francia y el Papado

Corte entrada toledo

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Carlos V hace su entrada en bolonia, donde será coronado emperador, junto al papa Clemente VII, en 1529. Óleo por Juan de la Corte, siglo XVII. Museo de Santa Cruz, Toledo.

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Mirar hacia Italia es, también, mirarse en el espejo italiano, dejando de lado el espejo borgoñón que tanto le atraía; por ese motivo, Carlos V, con el beneplácito de su esposa Isabel, ideó la construcción de un fastuoso palacio dentro del recinto de la Alhambra como residencia estable. Se lo encargó al arquitecto y dibujante Pedro Machuca, que había trabajado y se había formado como artista en la corte papal de León X, convencido de que lo construiría al puro estilo del Renacimiento italiano, dejando atrás el plateresco que tanto había gustado a los Reyes Católicos. El cambio histórico tuvo su germen en el verano de 1526, un verano de evasión, poesía, recuerdos y homenajes, que Carlos V pasó en Granada en compañía de su esposa Isabel, y de un selecto grupo de humanistas de toda clase y condición.