x Carlos III rey de España: genealogía por Luis MANUEL de VILLENA CABEZA (lmvillena) - Geneanet

Mensaje de infrormación a los visitantes

close

  

Al haber hecho una importación dedatos del sistema anterior seguimos manteniendo en el campoapellidos los nombres y apellidos de cada persona que figura en lagenealogía. En el nombre todos tenemos una x. Por eso en labúsqueda por apellido debemos introducir el nombre yapellidos de la persona a localizar.  Si queremos obtener unarelación alfabética por nombre y apellidos de todaslas personas incluidas en la Genealogía en labúsqueda por nombre pondremos una x. 


x Carlos III rey de España
x Carlos III rey de España
Rey de España (1759-1788), Rey de las Dos Sicilias (1734-1759), Caballero de la Insigne Orden del Toisón de Oro

  • Nacido el 20 de enero de 1716 (lunes) - Madrid, España
  • Fallecido el 14 de diciembre de 1788 (domingo) - Madrid, España,a la edad de 72 años
  • Enterrado - Panteón de Reyes del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, Madrid, España
2 documentos disponibles 2 documentos disponibles

 Padres

imagen
imagen

 Casamiento(s) y/e  hijo(s)

 Hermanos

 Hermanastros y hermanastras

Por parte de x Felipe V rey de España, Rey de España (1700 - enero de 1724), Duque de Anjou, Caballero de la Insigne Orden del Toisón de Oro, Rey de España (agosto de 1724-1746), nacido el 19 de diciembre de 1683 (domingo) - Palacio Real de Versalles, París, Francia, fallecido el 9 de julio de 1746 (sábado) - Madrid, España a la edad de 62 años, enterrado el 12 de julio de 1746 (martes) - Colegiata del Real Sitio de la Granja de San Ildefonso, Segovia, España

 Abuelos paternos, tíos y tías

 Abuelos maternos, tíos y tías

 Notas

Nota individual

Carlos III (1716-1788), rey de las Dos Sicilias (1734-1759) y rey de España (1759-1788), el representante más genuino del despotismo ilustrado español.

Hijo del rey español Felipe V y de Isabel de Farnesio, nació el 20 de enero de 1716 en Madrid. Heredó de su madre en 1731 el ducado italiano de Parma, el cual ejerció hasta 1735, junto al de Plasencia (Piacenza), bajo la tutela de su abuela materna (Dorotea Sofía de Neoburgo). Después de que su padre invadiera en 1734 Nápoles y Sicilia, al año siguiente, y por medio de la firma del Tratado de Viena que ponía fin a la guerra de Sucesión polaca , fue reconocido como rey de las Dos Sicilias (título que recogía los dos reinos italianos de Nápoles y de Sicilia, que ya ejercía desde un año antes) con el nombre de Carlos VII. Como tal, adoptó reformas administrativas considerables y llevó a cabo una política de obras públicas que embellecieron la capital napolitana. En 1738, contrajo matrimonio con María Amalia de Sajonia.

En 1759, accedió al trono español, tras producirse el fallecimiento de su hermanastro, Fernando VI. Hombre de carácter sencillo y austero, estuvo bien informado de los asuntos públicos. Fue consciente de su papel político y ejerció como un auténtico jefe de Estado. Su reinado español puede dividirse en dos etapas; el motín contra Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache (1766), es la línea divisoria entre ambas.

En el primer periodo, los políticos más destacados fueron Ricardo Wall y Devreux, Jerónimo Grimaldi, el marqués del Campo del Villar y el marqués de Esquilache. El equipo de gobierno llevó a cabo una serie de reformas que provocaron un amplio descontento social. La aristocracia se vio afectada por la renovada Junta del Catastro, dirigida a estudiar la implantación de una contribución universal, o por la ruptura de su prepotencia en el Consejo de Castilla. Por su parte, el clero recibió continuos ataques a su inmunidad. Se limitó la autoridad de los jueces diocesanos, se logró el restablecimiento del pase regio (facultad regia de autorizar las normas eclesiásticas) y se redujeron las amortizaciones de bienes. A todo ello vino a unirse el descontento popular provocado por la política urbanística en Madrid (tasas de alumbrado o prohibición de arrojar basuras a la calle, por ejemplo), los intentos de modificación de las costumbres (bando de capas y sombreros) y algunas reformas administrativas y hacendísticas.

El Domingo de Ramos (23 de marzo) de 1766 estalló el motín en Madrid y en varias provincias, de forma muchas veces simultánea. Los amotinados proferían vivas al Rey y pedían la destitución del marqués de Esquilache y su camarilla de extranjeros. En las provincias se gritaba además contra los especuladores, representantes del poder local. Esquilache fue destituido y se tomaron una serie de medidas sobre el abastecimiento y el precio del grano. Con el restablecimiento del orden social se inició la segunda etapa del reinado. La política pasó a estar en manos de una serie de administradores e intelectuales nuevos, como José Moñino, conde de Floridablanca, Pedro Rodríguez Campomanes, Pedro Pablo Abarca, conde de Aranda, o Gaspar Melchor de Jovellanos, que aseguraron una continuidad en las reformas. La primera medida del nuevo equipo fue la expulsión de los jesuitas (febrero de 1767), a quienes el Dictamen Fiscal, elaborado por Campomanes, acusaba de instigadores del motín y enemigos del Rey y del sistema político, a la vez que denunciaba su afán de poder y de acumulación de riquezas y cuestionaba su postura doctrinal.

Al margen de este hecho, el segundo periodo del reinado español de Carlos III se caracteriza por una profunda renovación en la vida cultural y política. De la primera cabe destacar el intento de extensión de la educación a todos los grupos de la sociedad, mediante el establecimiento de centros dependientes de los municipios o de las Sociedades Económicas de Amigos del País, la creación de escuelas de agricultura o el equivalente a las de comercio en diversas ciudades, las propuestas de reforma de los estudios universitarios (1771 y 1786) y, en fin, el estímulo de la actividad de la Real Academia Española, cuya Gramática castellana (1771) se impuso como texto en las escuelas. De las innovaciones políticas sobresalen: la reforma del poder municipal y las propuestas económicas, cuyas líneas más significativas fueron la remodelación monetaria y fiscal, los intentos de modernización de la agricultura y la liberalización de los sectores industrial y comercial.

El 26 de junio de 1766, un Real Decreto establecía que en todos los pueblos de más de dos mil vecinos se nombraran cuatro diputados del común, que intervinieran con la justicia y los regidores en los abastos del lugar. Tendrían además voto y asiento en el ayuntamiento. La reforma, que fue perfilada con sucesivas órdenes, suponía sobre el papel una grave amenaza para el monopolio de las oligarquías urbanas. Las gentes del común se inhibieron, en general, y esto fue suficiente para que los grupos tradicionales mantuvieran el monopolio del poder municipal.

Las medidas más significativas en política monetaria fueron: las remodelaciones de marzo de 1772; la emisión de vales reales, el primer papel moneda de España, iniciada en septiembre de 1780; y la creación del Banco de San Carlos, en julio de 1782. En el terreno fiscal sobresalió, sin duda, el intento de establecimiento de la contribución única. En el sector agrario se favoreció la estabilidad del campesinado, se congelaron los arriendos y se abordó la confección de una ley agraria, que no vería la luz hasta 1794. En cuanto a los ámbitos industrial y comercial, la lucha contra la rigidez del sistema gremial, o el establecimiento del libre comercio de España con las Indias (1778), son una muestra del acercamiento al liberalismo económico.

En 1787, Carlos III aprobó la creación de un nuevo órgano de gobierno, la Junta de Estado, a instancias del marqués de Floridablanca. El monarca falleció el 14 de diciembre de 1788 en Madrid, y fue sucedido por su hijo Carlos, que pasó a reinar como Carlos IV. De entre los otros doce hijos que tuvo de su matrimonio con María Amalia de Sajonia, destaca Fernando I de Borbón, rey de las Dos Sicilias, el cual, desde 1759, le había sustituido como rey de Nápoles.

Artículo de Federico Jiménez Losantos:

CARLOS III: La discreción hecha Rey

Comenzó a reinar a mediados del siglo XVIII. Conocido como el mejor alcalde de Madrid, expulsó a los jesuitas de España, acusados de complicidad en el motín de Esquilache. Durante su mandato, nace el futuro Banco de España, se crea la Lotería Nacional y se instauran los Consejos de Ministros.

Le llamaron El mejor alcalde de Madrid, pero lo cierto es que tuvo que salir huyendo de la Villa y Corte, presa del pánico, y nunca le perdonó al pueblo madrileño el miedo que pasó. Se le cree un gran trabajador, pero dedicó a cazar muchas más horas al día que a cualquier otra cosa, incluído el Real despacho. Tiene ojos de pájaro en los maravillosos retratos de Goya, pero la verdad es que fue casado y viudo célibe, caso lindante con lo milagroso tratándose de Rey y de Borbón. Iba a misa todos los días, rezaba al levantarse y al acostarse, pero eso no le impidió expulsar a los jesuitas de España y de las Indias. Fue tan clemente en sus juicios que para ahorcar a un conspirador tuvieron que hacerlo a escondidas, pero no le perdonó a su hermano Luis el casarse con una persona que no era de sangre real. Famoso por su prudencia, echó a perder inútilmente la flota en Trafalgar. Tenido por el Rey de las Luces y racionalista por excelencia, fue quizás el más creyente de su Corte y fundó la Lotería Nacional. En fin, de los malentendidos que rodean su figura, sólo se salva el de la alcaldía madrileña. Nadie ha hecho tanto como él para que Madrid parezca una capital.

Llegó al trono de España y las Indias de rebote, después de haber reinado felizmente un cuarto de siglo en Nápoles. La muerte de su hermano Fernando VI, aquejado de los mismos raptos de locura y depresión que su padre Felipe V, le hizo temer siempre por su salud mental. A eso se debió su cautela en la lectura y su afición por la caza, a la que dedicó todas las tardes de sus casi tres décadas como soberano español. Nunca hemos tenido un rey tan puntual ni tan reglamentado.

Sabemos por el Conde de Fernán Núñez, su fiel servidor, que se levantaba sin falta a las seis de la mañana, fuera invierno o verano, se vestía y rezaba; a las siete, desayunaba su chocolate, oía misa y pasaba a ver a sus hijos recién levantados; a las ocho, se ponía a trabajar en su despacho hasta las once, nunca más de esas tres horas para todo un imperio. Luego, charlaba con los familiares, colaboradores y el confesor, recibía en audiencia a los enviados extranjeros y dejaba llegar la hora de comer, siempre en público, y, en verano, añadía al postre la siesta. Llegados los fríos, para aprovechar la luz, se echaba inmediatamente al campo en hábito cinegético. En verano, las piezas eran visibles hasta más tarde. Al hacerse de noche, cenaba, jugaba a las cartas un rato, se iba a la cama, rezaba sus oraciones y dormía como un bendito hasta las seis de la mañana. Y vuelta a empezar. Como el célebre filósofo, podía habérsele empleado para poner en hora a los relojes. Era tan cuidadoso de la puntualidad, que si llegaba pronto a una audiencia aguardaba con la mano en la puerta a que fuera la hora exacta para entrar.

Todo lo que tenía de cuidadoso con el tiempo lo tenía de abandonado con su atuendo, que lo usaba hasta que se le caía a jirones y los servidores se lo cambiaban por otro nuevo sin decírselo. Teníanle los que le rodeaban más afecto que los que le obedecían, pero él no se cuidaba mucho de lo uno ni de lo otro. Sólo una conciencia acusadísima de sus obligaciones como Rey gobernaba su conciencia. Y como le costaba tanto cambiar de ministro como de sombrero, la continuidad reinó con él en las Españas, en política como en todo. Si se mira de cerca, el reinado de Carlos III no es sólo el de un buen monarca sino, sobre todo, el del buen tino en manejar una clase dirigente comparable a las mejores de su tiempo y en favorecer el nacimiento de una sociedad civil, criatura la más preciosa de la época. Con poco más de nueve millones de habitantes, España sigue siendo una gran potencia, mediterránea y atlántica.

Bajo Carlos III y tras la paz de Versalles, la Corona de España alcanza su máxima extensión americana, incluyendo tres cuartas partes de lo que hoy son los Estados Unidos; y contribuye a su independencia de Inglaterra a través de figuras militares tan extraordinarias como Bernardo de Gálvez, el reconquistador de la Florida.

Todo ello se hace bajo el dominio británico en todos los mares y buscando la alianza, que no sumisión, francesa, amén de pactos muy eficaces con Portugal y Marruecos. También se desarrollan las relaciones con Prusia y Turquía, para compensar el expansionismo de Rusia y Austria, favorecido por Inglaterra. Se trata, en fin, de un torneo de ajedrez con muchas partidas simultáneas, pero donde los españoles, dentro de sus posibilidades, se mueven como pez en el agua.

El nacimiento de la Sociedad Civil, de la que son expresión las Sociedades Económicas de Amigos del País y las instituciones educativas no religiosas, cuenta como instrumento esencial con la prensa y la imprenta, que conocen un auge extraordinario. Periódicos como El Censor, periodistas como Nipho. Intelectuales como Meléndez Valdés, Jorge Juan, Jovellanos y un largo etcétera, propagan los ideales de la Ilustración, dentro de un tono siempre moderado y reformistas con una sola excepción: los jesuitas.

Solos o con la ayuda de Pombal, los masones españoles, con Aranda a la cabeza y Campomanes al estribo, consiguen expulsar a la compañía ignaciana como ya habían hecho Portugal y Francia. No fue un acto antirreligioso sino un ajuste de cuentas dentro de la clase dirigente y de la misma iglesia. Baste decir que en una encuesta tras la expulsión, tres de cada cuatro obispos se manifestaron satisfechos con la medida, que si bien era fruto de una maquinación, obedecía a problemas políticos de más calado.

Nacen el futuro Banco de España y el futuro Consejo de Ministros; se promueve la investigación científica a pesar de la esclerosis universitaria -los colegios mayores son bastidores del inmovilismo-; se impulsan a través de la sociedad toda clase de proyectos educativos, puesto que la instrucción es una segunda religión para los ilustrados. En fin, con sus peculiaridades y divisiones naturales, España vive una tensión soportable y fructífera entre las fuerzas tradicionales que defienden la paz social y las incontables iniciativas para mejorar la situación económica y social. Todas las reformas de Carlos III parecen hacerse con el freno puesto, pero tal vez por eso, con la perspectiva del tiempo, nos parece la época más constructiva entre los Reyes católicos y Cánovas.

No todo son luces. Aunque no toleró que la Inquisición se implantase en Nápoles, Carlos III tampoco llegó a suprimirla en España, y aún permitió coletazos aislados como el proceso a Olavide. Pero sin duda en esas tres décadas se perfilaron las fuerzas sociales que, con el tiempo, defenderían tanto a la Nación como a la Libertad, nombres que aún no eran de curso legal. Además de las sobras, tampoco faltan los misterios. Acaso el más importante, por las consecuencias que tuvo, fue el Motín de Esquilache, que terminó con el primer lustro de reinado carolino bajo la influencia de los consejeros heredados de Italia, bien el valido Squilacci, bien el sabio corresponsal Tanucci, un talento excepcional entre los muchos de su época.

No sabemos aún cómo las medidas higiénicas de Esquilache para mejorar la urbanidad madrileña -de la que el recorte de capas y sombreros fue innecesaria anécdota- degeneraron en motín, el saqueo de la casa del italiano, la huida del Rey empavonecido a Aranjuez y la imputación a los jesuitas de todo el lío, que, convenientemente manejado por Aranda y Campomanes, acabó con su expulsión. Tal vez en la masonería, en el naciente ½Partido Aragonés» y en zonas reformistas de la propia Iglesia que habrían luego de manifestarse en Cádiz, puedan rastrearse y, quién sabe, hasta encontrarse las claves de un hecho que, finalmente, desembocó en la reposición de los ministros reformadores de la época de Fernando VI y sus continuadores.

Campomanes en la economía y la administración; Aranda en la política interior e institucional; Floridablanca en la política exterior son las figuras más brillantes de un reinado tranquilo en el que, bajo las pelucas empolvadas, se maquinaba la lucha por el poder. Don Pedro Abarca de Bolea, conde de Aranda, y don José Moñino, conde de Floridablanca, lucharon por el privilegio de gobernar las reformas que aquella corte monótona promovía.

La imagen que nos ha quedado del reinado de Carlos III no es, sin embargo, la de sus grandes personajes, sino la de las bellas artes y las obras públicas. En pintura, detrás de Tiépolo y Mengs, se abre paso el joven Goya, cuyo talento asoma ya en los cartones para tapices y en los retratos del rey. En arquitectura, Sabatini, tras destronar a Ventura Rodríguez, culmina austeramente, limpiando de figuras el techo, el Palacio Real, la obra más importante de este tiempo, escoltada por los Reales sitios. Y aunque la imagen más popular es también suya -la Puerta de Alcalá- será Juan de Villanueva quien con el Museo de Ciencias Naturales, hoy Museo del Prado, abra la joya definitiva de una Corona y una época tan amables, tan perdurables.

  1. Historia | El 14 de diciembre de 1788 murió Carlos III, rey de España.

A la una menos veinte de la madrugada del 14 de diciembre de 1788 , Carlos III murió. Llegó el momento de cumplir con sus órdenes testamentarias, no sin antes comprobar que de verdad estaba muerto. Y se hizo de forma novedosa por decisión del ministro de confianza del rey, Floridablanca, que introdujo en el protocolo funerario algo nunca utilizado en la monarquía hispánica.

El investigador Javier Varela, quizás la máxima autoridad en funerales reales, narra en su libro “La muerte del rey” que Floridablanca, se acercó a la cama y gritó ante el cuerpo del monarca: “¡Señor! ¡Señor! ¡Señor!”. Como el rey no contestó, el ministro acercó a su cara hasta casi rozar la nariz del supuesto difunto y repitió las tres voces. Como Carlos III tampoco reaccionó a esta segunda tanda de llamadas, acercó un espejito a su boca para comprobar que el aliento no lo empañaba. Y no lo empañó.

Solo entonces Floridablanca redactó el certificado de defunción, que cosió al testamento, en estos términos: “Cadáver de muerte natural, sin señal alguna de viviente”. Inmediatamente después comunicó al príncipe de Maserano, el capitán de la Guardia de Corps que esperaba instrucciones, el fallecimiento de Carlos III. “¡El rey ha muerto! ¡Pues el rey viva! ¡Doble guardia a los príncipes nuevos soberanos!”, fue la comunicación oficial de Maserano a quienes esperaban en palacio. Inmediatamente después, y en presencia de todos los cortesanos, el capitán de la Guardia de Corps rompió su bastón de mando en dos pedazos y los dejó en la cama del rey.

Trece horas permaneció Carlos III en su cama. Un tiempo prudencial para comprobar que, efectivamente, la muerte era real. Fueron menos horas de las habituales porque su fallecimiento fue natural y la vida se le fue apagando poco a poco, a lo largo de los días y frente a innumerables testigos. En el caso de su padre, Felipe V, la muerte fue repentina y se decidió esperar 48 horas para asegurarse de que la defunción era cierta.

Tras la prudente espera, el cuerpo del rey fue introducido en un ataúd y trasladado a una cama imperial de doble dosel. El trámite de una a otra cama no se demoró demasiado porque Carlos III pidió no ser embalsamado. La explicación correcta y oficial dice que el rey, al igual que casi 30 años había hecho su esposa María Amalia de Sajonia, rechazó el embalsamamiento por humildad; porque los designios divinos después de la muerte llevan a la corrupción, y nadie debería evitar retrasar ese proceso.

En el Salón del Trono (o de Embajadores) se dispuso todo para la instalación de la capilla ardiente. Sacaron todo: muebles, pinturas, adornos… despejaron el espacio y forraron las paredes con dos tapices flanqueando la campa imperial.

Sobre la cama reposaba el ataúd con el rey, bajo el que acomodaron dos almohadas para facilitar a los visitantes que estaban por venir la visión del cuerpo. Cuatro monteros de Espinosa montaron guardia y dándose relevo. Los dos que se situaron en los laterales de la cabecera portaban, uno, el cetro, y otro, la corona.

A las nueve y media de la noche del 14 de diciembre se permitió la entrada a todas las personas, sin distinción de clases, hombres y mujeres, que quisieran ver al rey difunto. Cerró la capilla ardiente a las once de la noche, pero volvió a abrir a la mañana siguiente para mantenerse abierta hasta bien entrada la noche.

El día 16 de diciembre de 1788, a las tres de la tarde, la comitiva fúnebre con el cadáver de Carlos III emprendió camino hacia El Escorial para cumplir con otro de los deseos del rey: que lo enterraran junto a su querida María Amalia.

En El Escorial se entregó el cuerpo a los frailes y allí se repitió el novedoso protocolo importado de la corte borbónica extranjera. Esta vez fue el capitán de la Guardia de Corps el encargado de llamar tres veces al rey, y a voces, con el consabido “¡Señor, Señor Señor!”. “Pues que su majestad no responde –dijo Maserano- Verdaderamente está muerto”. Y otra vez rompió su bastón de mando (el segundo) y lo arrojó a los pies del féretro.Carlos III no llegó a cumplir los 73 y se encerró para siempre en El Escorial con la satisfacción del deber cumplido. Entre las últimas cosas que dijo aquel 13 de diciembre, a escasas dos horas de morir, fue aquello de “He hecho el papel de rey, y se acabó para mí esta comedia”.

Fuente: Extracto el artículo “Carlos III: dos camas para la muerte del rey ilustrado” de Nieves Concostrina.

Carlos III de España, nacido el 20 de enero de 1716 en Madrid y fallecido el 14 de diciembre de 1788 en la misma ciudad, es una figura destacada en la historia de España. Fue el tercer hijo de Felipe V y el primero que tuvo con su segunda esposa, Isabel Farnesio.

Carlos III ascendió al trono español en 1759 y gobernó hasta su muerte en 1788. Antes de ser rey de España, fue duque de Parma y Plasencia (como Carlos I) entre 1731 y 1735, y rey de Nápoles (como Carlos VII) y rey de Sicilia (como Carlos V) entre 1734 y 1759.

Durante su reinado, Carlos III implementó políticas ilustradas y reformas que avudaron a modernizar España y mejorar la vida de sus ciudadanos. También supervisó un periodo de gran prosperidad económica en el país.

Carlos III se casó en 1738 con María Amalia de Sajonia, hija de Federico Augusto II, duque de Sajonia y de Lituania y rey de Polonia.

En cuanto a su política exterior, Carlos III firmó el tercer Pacto de Familia con Francia en 1761, alineando a España con Francia en su conflicto permanente con Gran Bretaña. Esto llevó a España a intervenir en la Guerra de los Siete Años (1756-63) y en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos de América (1775-83).

Carlos III es recordado como uno de los monarcas más importantes e influyentes de la historia española. Su legado sigue siendo recordado y celebrado en la historia de España.

  Fotos & documentos

{{ media.title }}

{{ mediasCtrl.getTitle(media, true) }}
{{ media.date_translated }}

 Ver árbol

x Luis de Francia el Gran Delfín 1661-1711 imagen
x María Ana Cristina de Baviera 1660-1690
 x Eduardo II de Farnesio 1666-1693 imagen
x Dorotea Sofía de Neoburgo
||||






||
imagen
x Felipe V rey de España, Rey de España 1683-1746
 imagen
x Isabel de Farnesio, Reina de España 1692-1766
||



|
imagen
x Carlos III rey de España, Rey de España 1716-1788