Tal día como hoy, hace 316 años, moría en Madrid Carlos II, rebautizado con el sobrenombre de "el Hechizado". La historia del rey Carlos es un relato de despropósitos. Nació y creció con la enfermedad de Klinefelter, una alteración genética que causa la esterilidad a quien la sufre. Entonces esta patología no estaba identificada. Y Carlos, en su condición de heredero al trono –primero– y de rey –después–, fue sometido a unos largos, intensos y estrambóticos tratamientos con el único propósito de hacerle engendrar un real heredero. Además, sufría graves problemas psicológicos que lo limitaban mucho.

Ni con el concurso de dos reinas de probadas facultades, ni con los conjuros de los elementos más reputados del gremio de la brujería consiguieron ningún resultado. Murió joven con 35 años; pero las fuentes de la época lo describían como un viejo de 70. Una vez muerto, se abrió solemnemente el testamento que designaba al heredero de la monarquía hispánica, un conglomerado de estados semi-independientes extendidos por toda Europa y un imperio colonial que abarcaba casi toda América. Un testamento polémico, más cuando todas las fuentes de la época destacan que el rey había perdido el juicio y la voluntad.

Felipe de Anjou –el primer Borbón– fue el agraciado de la real gracia. Y a partir del hecho se desencadenó una tormenta de protestas que –una vez convertida en guerra– en Catalunya cerró de forma trágica con los hechos de 1714. Significó, también, un conflicto a nivel continental para dirimir el liderazgo de Europa. Incluso para derribar y desescombrar el edificio político hispánico. Con el cambio de dinastía desaparecía el modelo confederal de imperio y el estatus nacional catalán. Y con el resultado de la guerra se certificaba, definitivamente, el descenso de España a la segunda división de las potencias europeas.