ANIVERSARIO

El fin de una dinast�a

Carlos II, ni hechizado ni tan decadente

Menospreciado como un agujero negro en la Historia de Espa�a, el reinado del �ltimo monarca de los Austrias empieza a valorarse bajo nuevos prismas, frente a los mitos que lo han ensombrecido.

La figura triste de Carlos II (Madrid, 1661-1700), profundamente arraigada en el imaginario hist�rico espa�ol como el "Hechizado", ha constituido tradicionalmente el paradigma de la decadencia espa�ola en la segunda mitad del siglo XVII. Sin embargo, la investigaci�n de su largo reinado (1665-1700) comienza a ofrecernos una visi�n m�s matizada y objetiva del �ltimo de los Austrias y su tiempo, que pone en cuesti�n los varios mitos imperantes sobre ellos, algunos tan generalizados como el del "Hechizado", un aut�ntico t�pico, o lugar com�n, en la cultura espa�ola y occidental. Analicemos brevemente tales mitos, confront�ndolos con las nuevas visiones procedentes de la investigaci�n sobre el personaje y su reinado.

El reinado de Carlos II es uno de los per�odos de nuestra Historia m�s deformado por los mitos, cuya fuerza ha sido tanta que, hasta hace unos a�os, �ramos muy pocos los historiadores que nos interes�bamos en �l. Para qu� estudiar algo cuyas caracter�sticas generales se daban por descontadas a priori. El mito de la decadencia era tan grande y el atractivo del Rey tan escaso que muchos estudios sobre la �poca de los Austrias conclu�an en el entorno de 1665 y numerosas Historias de Espa�a, escritas por prestigiosos historiadores espa�oles y extranjeros, pasaban sobre ascuas por aquellos oscuros a�os, deseosas de enlazar cuanto antes con 1700 y la llegada al trono del primer rey Borb�n.

Afortunadamente, las cosas est�n comenzando a cambiar y el reinado de Carlos II es hoy uno de los m�s atractivos para los j�venes historiadores modernos. La investigaci�n y el conocimiento detallado de personajes, hechos, instituciones y procesos nos est�n permitiendo prescindir de los mitos acumulados sobre aquel per�odo de la Historia de Espa�a. Pero �no nos enga�emos! Por mucho que podamos estudiar y escribir, por muy numerosas que sean las pruebas documentales que aportemos, me temo que para la mayor�a de la gente Carlos II seguir� siendo el rey Hechizado, su reinado el de la m�s profunda decadencia y sus gobernantes el ep�gono de la degradaci�n de la aristocracia en el poder. S�lo la llegada de una nueva dinast�a permitir� que las cosas comiencen a cambiar...

Esta �ltima afirmaci�n nos sit�a sobre una de las claves para entender algunos de los mitos. La degradaci�n anterior serv�a de contrapunto para exaltar el tiempo nuevo inaugurado con la dinast�a borb�nica; colaboraba, pues, a arraigarla en el subconsciente colectivo de los espa�oles, lo que explica que las valoraciones negativas del reinado del �ltimo de los Austrias proliferen con la Ilustraci�n. �sta aportar�, adem�s, un nuevo elemento que saldr� a la luz sobre todo en el liberalismo posterior. Frente a los Borbones reinantes, la tiran�a de los Austrias, manifiesta en hechos como la represi�n de los comuneros o las diversas atrocidades denunciadas desde finales del siglo XVI por la Leyenda Negra. Una Espa�a retrasada y dominada por el fanatismo, cuyo �ltimo representante ser�a el degenerado Carlos II.

�Qu� hay de cierto en todo esto? Tratar� de resumir algunos aspectos del Rey y del reinado que no casan demasiado bien con tales visiones m�ticas.

Escasa confianza en s� mismo

En primer lugar, el Rey. El mito del Hechizado es injusto, pues se basa en unos hechos muy concretos de finales del reinado, propios, adem�s, de una cultura que cre�a ampliamente en tales supercher�as. Lo peor es que, como todo mito, elimina cualquier matiz sobre la personalidad del Rey, impidi�ndonos conocerle. No cabe duda que fue un mal rey, probablemente el peor de toda su dinast�a en Espa�a, aunque muchos de los que vinieron despu�s de �l no fueran mejores. De los Borbones anteriores a la Restauraci�n de 1875, �nicamente Felipe V y, sobre todo, Carlos III le superan. No se trata de establecer un ranking -que por otro lado, no resultar�a sencillo- pero su dedicaci�n al trono no fue inferior a la de varios de ellos y en cuanto a dignidad e integridad moral estuvo claramente por encima de la mayor parte, en especial de Carlos IV y Fernando VII.

Carlos II no s�lo tuvo la desgracia de ser el �ltimo de los monarcas de su dinast�a, sino tambi�n la de vivir en el per�odo posterior a la derrota y la p�rdida de la hegemon�a internacional de su monarqu�a y, sobre todo, la inmensa mala fortuna de que su competidor, el rey de la potencia dominante despu�s de las derrotas consumadas en tiempos -no lo olvidemos- de Felipe IV, fuera Luis XIV, el m�s astuto e inteligente monarca europeo de la �poca, y uno de los m�s grandes de la Edad Moderna; alguien que, adem�s, para su objetivo fundamental de engrandecerse �l y engrandecer a Francia, necesitaba enfrentarse y debilitar a la monarqu�a de Espa�a. Carlos IV y Fernando VII tampoco lo tuvieron f�cil con Napole�n, pero su cobard�a y bajeza moral quedaron muy lejos de la resoluci�n y dignidad con que Carlos II se enfrent� al rey de Francia.

Los informes de embajadores y testigos no son un�nimes. Unos le presentan con rasgos claramente negativos, mientras que otros resaltan en �l capacidades y valores diversos. Carlos apenas recibi� la educaci�n necesaria para el oficio de rey y fue siempre d�bil de car�cter, irresoluto y voluble, en parte por una escasa confianza en s� mismo y en su propio criterio. Por ello, las personalidades m�s fuertes, y especialmente las mujeres de su propia familia, tuvieron un gran influjo sobre �l. Durante buena parte de su vida, aunque no siempre, se dedic� escasamente a las tareas de gobierno. Con todo, tuvo una inteligencia normal y es muy probable que, a pesar de su debilidad, fuera tambi�n perfectamente normal desde el punto de vista f�sico. Posiblemente fuera est�ril, pero tal carencia, que afecta habitualmente a un determinado porcentaje de la poblaci�n, no implica anormalidad alguna. Las morbosas descripciones de sus �rganos que circularon a ra�z de su embalsamamiento son dif�cilmente conciliables con los casi cuarenta a�os que vivi�. Habitualmente bondadoso y bienintencionado, sus principales virtudes fueron la piedad, la religiosidad y la rectitud de conciencia. Todo parece indicar que estuvo m�s sano y fue m�s trabajador de lo que siempre se ha dicho, aunque ello no fuera nunca suficiente para afrontar el enorme peso que llevaba sobre sus hombros. Como a tantos otros Reyes -espa�oles y extranjeros- a lo largo de la Historia, le vino grande el peso de la p�rpura. Si hubiera vivido en otra �poca, como le ocurri�, por ejemplo, a su abuelo Felipe III, tambi�n bastante inepto, la historia habr�a sido, sin duda, bastante m�s ben�vola con �l.

Carlos II rein� en un momento en el que el modelo de rey del Renacimiento y la primera Edad Moderna fue sustituido por el del soberano absolutista, encarnado en Luis XIV, que habr�a de convertirse en la figura a imitar por los monarcas ilustrados de la centuria posterior. Tales cambios no dejaron de influir en Espa�a, lo que contribuye a hacer m�s atractivo su reinado. No en vano, el �ltimo de los Austrias espa�oles fue uno de los reyes m�s retratados de la Historia. Poco conocido es, por ejemplo, su patronazgo art�stico y la importancia de su reinado -aunque especialmente durante la regencia de su madre- en la reconstrucci�n de buena parte del monasterio de El Escorial tras el incendio sufrido el 7 de junio de 1671, o la decisi�n con la que Carlos II defendi� las pinturas del patrimonio de la Corona de la rapi�a de su segunda esposa, empe�ada en regal�rselas a su hermano el elector Juan Guillermo del Palatinado, que era un �vido coleccionista. La idea ampliamente difundida de un monarca que temblaba ante Mariana de Neoburgo no se corresponde con ello. Como se�ala �ngel Aterido: "Las intrigas de los agentes de Juan Guillermo y las peticiones de Mariana no consiguieron ablandar las negativas del Rey".

Recuperaci�n econ�mica

Hoy sabemos adem�s que, en buena medida, la recuperaci�n demogr�fica y econ�mica del siglo XVIII hunde sus ra�ces en aquellos a�os. Ciertamente, hubo una decadencia, que culmin� en el per�odo posterior a la derrota internacional de Espa�a y a la sustituci�n de su hegemon�a por la francesa. Pero �sta ha de ser matizada. Afect� esencialmente a la capacidad de la monarqu�a para reclutar y financiar sus ej�rcitos y marinas, que se vio fuertemente reducida. Espa�a segu�a siendo una gran potencia, con territorios extendidos por media Europa, adem�s de su formidable imperio colonial. El problema, ante la falta de dinero y hombres, era la escasa capacidad para defender sus posesiones. Con grandes dificultades -y gracias en buena medida, a la pericia de sus pol�ticos y diplom�ticos, que supieron contrarrestar el poder de Francia buscando la ayuda de Holanda, Inglaterra y Austria- la monarqu�a de Carlos II consigui� llegar casi intacta al final del reinado, aunque es justo reconocer que tambi�n contribuyeron a ello las aspiraciones de Luis XIV de cara a la sucesi�n. Un hispanista brit�nico, Christopher Storrs, ha ensalzado la capacidad de resistencia de Espa�a, tanto en Europa como en Am�rica, utilizando el concepto de resiliencia, procedente de la f�sica.

La pol�tica internacional fue, sin embargo, un permanente quebradero de cabeza ante la situaci�n de penuria. Hubo, ciertamente, distintas coyunturas, pero la amenaza francesa remiti� raramente. En este sentido, conviene diferenciar Italia, donde Espa�a mantuvo sus posiciones con una solidez muy alejada de la idea de decadencia, de los Pa�ses Bajos, mal defendidos y en los que la ayuda de los aliados result� fundamental.

Y no se trataba exclusivamente de defensa, tambi�n de gobierno y de capacidad para conservar y rehacer, en su caso, los pactos pol�ticos sobre los que se sustentaba el poder de la monarqu�a. El reinado de Carlos II mantuvo s�lidamente las riendas del Gobierno en N�poles, Sicilia y Mil�n, gracias a una amplia serie de virreyes y gobernadores generales cuya capacidad pol�tica nada ten�a que envidiar a la de los grandes personajes de tiempos anteriores. Tal vez el mito cuya inconsistencia nos aparece hoy m�s evidente es el de la incapacidad de los gobernantes de Carlos II, tanto en el gobierno de los reinos y territorios como en la Corte o las embajadas. Al igual que en la �poca de Carlos V o Felipe II, los hubo mejores y peores, pero un n�mero importante de ellos fueron excelentes pol�ticos y gentes con s�lida formaci�n y cultura.

Gracias a tales gobernantes pudieron ponerse en pr�ctica en la Corona de Castilla reformas como la creaci�n de la Junta de Comercio (1679); las dr�sticas disposiciones monetarias, de 1680 y 1686, que acabaron con la peste secular de las manipulaciones; la reorganizaci�n de la estructura de la Hacienda castellana, o la eliminaci�n de la importante deuda acumulada por los juros. Desde el punto de vista de la fiscalidad castellana, el reinado supuso un remanso tras m�s de un siglo y medio de alza casi constante. Las bases de la recuperaci�n econ�mica se asientan en tales medidas.

Innovaciones

Mejor� tambi�n la relaci�n entre la Corte y los reinos, tras las graves crisis de los a�os centrales del siglo que dieron lugar a las revueltas de Catalu�a, Portugal, N�poles y Sicilia. En el terreno institucional hubo innovaciones interesantes, aunque las transformaciones derivadas del cambio de dinast�a posterior impidieron, a medio plazo, comprobar sus posibles efectos. Las m�s importantes fueron, tal vez, la pr�ctica eliminaci�n de las convocatorias de Cortes y el reforzamiento del Consejo de Estado -reducto principal de la aristocracia dominante- como �rgano central de la pol�tica de la monarqu�a. En fin, el reinado contempl� las primeras huellas en Espa�a de la ciencia moderna, producto de la importante revoluci�n cient�fica producida en diversos territorios europeos durante dicho siglo.

Son, pues, muchos los aspectos y matices del reinado. Hubo, naturalmente, algunos otros negativos. Pero lo que no se sostiene es la visi�n derivada de los mitos, pese a la firme resistencia con que se resiste a desaparecer. Aun con la escasa esperanza a la que alud�a al principio, conf�o en que, al menos, estas l�neas apresuradas sirvan para debilitarlos, incrementando en los lectores el deseo de conocer mejor un per�odo que ya no es aquel agujero negro, olvidado y desconocido en la Historia de la Espa�a Moderna.

*Extracto del art�culo publicado por el autor en el n�mero 136 de La Aventura de la Historia. Puede leer el texto completo en http://quiosco.historia.orbyt.es/

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