Carlos V, el emperador vencido por el dolor. - Sociedad Valenciana de Reumatología

(Gante 1500, Monasterio de Yuste 1558). Soberano de tierras de Europa, África, Asia y parte del reino inca en Perú y del Imperio Azteca en México, Carlos V de Alemania y I de España, el gran emperador, fue una de las figuras más notables de la historia de todos los tiempos.

Su figura dominó la política europea desde 1525 hasta 1556 sin embargo, la salud de Carlos V se fue deteriorando hasta el punto que decidió abdicar dejando España y sus territorios ultramarinos en manos de su sucesor, Felipe II, y sus otros dominios imperiales de Europa en las de su hermano Fernando. Hecho esto, en 1556, se retiró a una villa junto al monasterio de San Jerónimo de Yuste en Cáceres, donde falleció el 21 de septiembre de 1558.

Cinco siglos después de su muerte, un estudio realizado por los doctores Julián de Zuloeta, Pedro Alonso, y Pedro L. Fernández, junto con un equipo de investigadores del Hospital Clínico de Barcelona, coordinado por Jaume Ordi, ha podido confirmar que Carlos V padeció unos terribles ataques de gota y una grave artritis que influyeron decisivamente en su reinado.

La demostración se ha realizado con modernas técnicas paleopatológicas que han analizado un dedo del emperador, tal y como escriben hoy los investigadores españoles en la revista científica New England Journal of Medicine. La falange, momificada de forma natural, se encontraba en una pequeña caja en la Sacristía del Monasterio de El Escorial, en Madrid. A su muerte, Carlos V fue enterrado en el Monasterio de Yuste como era su deseo, pero en 1574 sus restos fueron trasladados al monasterio madrileño, y su dedo apartado del resto del cuerpo.

Al conocer la existencia de ese pequeño cofre, los investigadores del Hospital Clínico emprendieron los trámites para realizar los análisis que les permitiera confirmar si el emperador fue gotoso, asmático, tuvo diabetes o murió de malaria, como afirmaban sus historiadores. La muestra viajó de Madrid a Barcelona en el cofre original de terciopelo rojo para someterse a las técnicas más modernas de análisis.

Externamente, el fragmento de dedo (se desconoce si de la mano izquierda o derecha) tenía un color marrón oscuro y consistencia coriácea. Lo primero que los investigadores hicieron, fue rehidratar los tejidos momificados en una solución de Sandison. Una vez conseguido esto, se extrajo una biopsia. “Los tejidos momifican porque pierden rápidamente el agua, y una vez rehidratado se procede a extraer una biopsia, como en los pacientes actuales” explica el Dr. Fernández.

Los investigadores también hicieron radiografías del dedo, seccionaron la muestra en lonchas de milésimas de milímetro para poder observarlas al microscopio, e hicieron distintos tipos de análisis químicos para averiguar la composición de los cristales. En total el trabajo les llevó alrededor de un mes.

Las radiografías de la falange mostraban la erosión del hueso por los cristales de urato, propia de la gota. Estos cristales fueron estudiados con diferentes métodos para averiguar la composición de los mismos. Así se pudo comprobar la extrema gravedad del cuadro articular de Carlos V.

“Nuestros hallazgos son relevantes en dos aspectos. Primero, la detección de cristales de urato en tejido momificado representa un hallazgo excepcional en paleopatología”, escriben en The New England Journal of Medicine. Y segundo, porque “confirma la gravedad extrema de la enfermedad  artrítica del Emperador”. La dolencia había destruido la articulación de la falange, y se extendía a los tejidos blandos circundantes.

El análisis “confirmaba lo recogido históricamente, pero en un grado avanzado”, señaló el Dr. Fernández.”Sus médicos diagnosticaron su artritis como gota. Sin embargo, y hasta donde sabemos, nunca ha habido una confirmación biológica objetiva de este diagnóstico”, escriben los autores. Y más adelante: “Informamos aquí del hallazgo de gran cantidad de tofo de gota con depósitos de urato que confirman la sospecha clínica de gota grave en  esta muestra única de los restos momificados de Carlos V”, escriben los autores.

“Ya era conocido que la gota le causaba gran incapacidad física”, relata el patólogo, quien recuerda que el monarca la padecía desde los 28 años. “Sus médicos le recomendaban que siguiese una dieta estricta, pero el emperador tenía un apetito voraz, sobre todo para la carne. También le gustaba beber grandes cantidades de vino y cerveza. De este modo, sus hábitos dietéticos no fueron nada beneficiosos para reducir sus ataques de gota”, añade el artículo.

“A pesar de su poder, Carlos V tuvo que vivir con las limitaciones de una artritis muy intensa durante la mayor parte de su vida adulta, y necesitó, por ejemplo, una silla especial para desplazarse”, escribieron los investigadores.  En una de las cartas dirigidas a su hija María de Hungría, fechada en 1532, ya le describe sus ataques de gota y en 1553 es incapaz de escribir a Felipe II de su puño y letra. “Esta carta no está escrita por mí… los pequeños agujeros -probablemente úlceras- de mi pequeño dedo se han abierto de nuevo”, escribió a su sucesor.

La enfermedad se volvió más grave y molesta. Sus dolores cada vez más frecuentes al final de su vida, probablemente lo obligaron a aplazar una acción militar en Metz impidiéndole, según los historiadores, su conquista en 1552 . Este fallo, y posiblemente su enfermedad, lo llevaron a abdicar. “Su sufrimiento físico influyó en las decisiones que tomaba, que afectaron al futuro de muchos países”.

Cuatro años después de esta batalla, en 1556, Carlos V se retiró al monasterio de Yuste. Pedro Antonio de Alarcón en su libro Viajes por España, afirma en relación a su paso por Yuste que “Carlos I fue el más comilón de los Emperadores habidos y por haber. Maravilla leer el ingenio, verdaderamente propio de un gran jefe de estado mayor militar, con que se resolvía la gran cuestión de vituallas, proporcionándose en aquella soledad de Yuste los más raros y exóticos manjares. Sus cartas y las de sus servidores están llenas de instrucciones, quejas y demandas, en virtud de las cuales nunca faltaban en la despensa y cueva de aquel modesto palacio de Yuste los pescados de todos los mares, las aves más renombradas de Europa, las carnes, frutas y conservas de todo el universo. Con decir que comía ostras frescas en el centro de España, cuando en España no había ni siquiera caminos carreteros, bastará para comprender las artes de que se valdría para hacer llegar en buen estado a la sierra de Jaranda sus alimentos favoritos”.

Tenía sólo 58 años cuando falleció, probablemente de malaria, pero parecía un hombre viejo y lisiado que apenas podía caminar o utilizar sus manos.

Dra. Pilar Trénor
Valencia, 2012