¿Fueron los bombardeos de la RAF sobre Alemania una estrategia de venganza?

¿Fueron los bombardeos de la RAF sobre Alemania una estrategia de venganza?

En 1942 el ejército británico, sediento de venganza, dio inicio al bombardeo sistemático de las ciudades alemanas, siendo el de la ciudad de Dresde uno de los más devastadores y sanguinarios. El mariscal que lideró esta estrategia del terror fue Arthur Travers Harris, apodado desde entonces como el Carnicero Harris

¿Fueron los bombardeos de la RAF sobre Alemania una estrategia de venganza? (David Casado Rabanal)
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Juan CastroviejoDoctor en Humanidades

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A finales de 1941, el informe Butt de la inteligencia británica, basándose en los reconocimientos fotográficos, demostraba que solo un avión de cada cinco lanzaba sus bombas en un radio de cinco millas (unos 8 km) en torno a su objetivo. Para defender la actuación de los pilotos de bombarderos y la necesidad de la fuerza aérea, el jefe del Estado Mayor del Aire, el mariscal Charles Portal, elevó un nuevo informe al premier Winston Churchill solicitando la creación de una fuerza de bombarderos pesados de cuatro mil unidades, con el fin de minar la moral de los alemanes y destruir sus industrias, además de exponer que ni el Ejército británico ni la Royal Navy estaban en condiciones de derrotar a Alemania, y solo la Royal Air Force (RAF) podía debilitar a los germanos para el día en que Gran Bretaña pudiera volver a pisar con sus fuerzas el continente europeo.

¿Fueron los bombardeos de la RAF sobre Alemania una estrategia por venganza?

La ciudad de Dresden vista desde la torre de su Ayuntamiento después de los bombardeos aliados del 13-14 de febrero de 1945. Foto: Getty.

Pero además había otro argumento de mayor peso del que Churchill era plenamente consciente: la necesidad de elevar la moral de la población británica, muy castigada por los ataques nocturnos de la Luftwaffe sobre suelo inglés a lo largo de 1940 y la primavera de 1941, difundiendo la impresión de que Inglaterra devolvía los golpes a su enemiga. Y en un momento en el que el ejército de tierra se tambaleaba debido a los desastres en Grecia y Creta, y el avance de Rommel por el norte de África parecía imparable, la necesidad de potenciar la capacidad ofensiva de la RAF no podía ponerse en cuestión, aun sabiendo que aquella estrategia sobre todo estaba dirigida contra la población civil alemana para conseguir un efecto moral, lo mismo que aplicaba la Luftwaffe. Pero lo cierto era que los bombardeos seguían siendo tan poco precisos que solo podían tomarse en consideración objetivos zonales para resultar efectivos, como por ejemplo las ciudades densamente pobladas.

A diferencia de la Luftwaffe, que mantenía una estrecha colaboración con la Wehrmacht, la RAF estaba distanciada del Ejército y la Marina, y rechazaba el concepto de apoyo de proximidad a sus fuerzas en tierra. Pilotos, soldados y marinos no se entendían y tanto los generales como el Almirantazgo calificaban el bombardeo de ciudades como algo «repugnante y anti-británico». La RAF había protestado enérgicamente diciendo que su objetivo no era «matar niños». Pero el hecho de que siguiera insistiendo en atacar la moral del enemigo bombardeando a civiles no planteaba otra alternativa.

Ahora bien, a la hora de evaluar la eficacia de esos bombardeos no se tuvo en cuenta el fracaso que ya había demostrado la ofensiva de la Luftwaffe sobre el Reino Unido, en su intento de destruir las infraestructuras y la moral de la población civil. Portal siguió insistiendo en su estrategia y Churchill le acabó dando su beneplácito el 16 de diciembre de 1940, un mes después de la catástrofe de Coventry, y el Mando de Bombardeo lanzó su primer ataque deliberado sobre Mannheim como represalia.

Mariscal Charles Portal

El mariscal Charles Portal, jefe del Estado Mayor del Aire británico, en 1943. Foto: Getty.

No obstante, la situación cada vez más desesperada de la batalla naval del Atlántico, obligó al Alto Mando a concentrarse en los raid contra los refugios de los submarinos alemanes en la costa francesa, los astilleros y las fábricas en las que se producían los aviones Focke-Wulf, usados por los alemanes contra los convoyes. Pero en julio de 1941 se intensificaron dentro de la propia RAF los argumentos a favor de bombardear las ciudades alemanas de forma indiscriminada

En febrero de 1942, el Mando de la RAF recibió la aprobación del Gabinete de Winston Churchill para emprender esa estrategia de castigo a las ciudades alemanas, y el comandante en jefe Arthur Travers Harris (1892- 1984) asumió el mando, convencido de que el éxito de la misma evitaría la necesidad de enviar tropas al continente para enfrentarse allí a la apisonadora de la Wehrmacht. Hombre duro que se había formado peleando en Rhodesia y Sudáfrica, Harris carecía de cualquier escrúpulo de conciencia y él sí estaba dispuesto a tener que «matar niños». Con el tiempo, la sanguinaria terquedad de Harris y su desprecio al Estado Mayor del Aire ocasionaría agrias disputas internas en la RAF, al igual que con el general Arnold, al mando de la USAAF.

La réplica del Blitz alemán

Desde que pasara las noches sobre el tejado del Ministerio del Aire durante el Blitz viendo caer sobre Londres las bombas alemanas, Harris ansiaba devolver el golpe, empleando bombas incendiarias de fósforo y otros compuestos explosivos tan grandes que superaran las capacidades de los escuadrones de bomberos del enemigo. El Blitz alemán había causado la muerte de 41.000 civiles y hasta 137.000 heridos y desaparecidos. Harris, por tanto, no estaba dispuesto a aceptar ninguna crítica ni peticiones de clemencia que pudieran formularle los políticos, generales o almirantes, en su opinión celosos de la independencia de la RAF. 

Pero a partir de ahora, tal y como declaró a la prensa: «Los nazis entraron en esta guerra con la ilusión bastante infantil de que iban a bombardear a todos los demás y que nadie los iba a bombardear a ellos. En Rotterdam, Londres, Varsovia y medio centenar de otros lugares, han puesto en práctica esta teoría bastante ingeniosa. Pero sembraron vientos y ahora van a recoger tempestades».

La vida de los británicos durante los bombardeos de la Alemania nazi

Junto a la catedral de San Pablo, enormes columnas de humo señalan la destrucción causada por los bombardeos alemanes sobre Londres durante el Blitz. Septiembre de 1940. Foto: Getty.

Durante demasiado tiempo, habían muerto más pilotos en sus aviones que alemanes en tierra. Y desde el primer momento en que se hizo cargo del mando, su máxima preocupación fue mejorar la moral de las tripulaciones de sus aviones, que ya habían sufrido la pérdida de unos cinco mil hombres y 2.331 aparatos en los dos años que llevaban de guerra. La sacrificada vida de sus hombres tampoco tenía mucho que ver con la mucho más glamurosa de las escuadrillas de los cazas Spitfire, aclamados y agasajados por la gente allá donde fueran. 

La mayoría de las bases de los bombarderos de la RAF estaban en aeródromos situados en las zonas rurales barridas por los vientos de Norfolk y Lincolnshire, lugares que habían sido elegidos por estar en la misma latitud que Berlín, y además de estar rodeados de granjas con olor a estiércol, los barracones de estas tripulaciones olían al humo del tabaco, el queroseno de las lámparas y las estufas de carbón, con el sonido de la lluvia tamborileando a menudo sobre los tejados de chapa.

Aparte del bacon, los huevos con mantequilla del desayuno y el té con leche y bromuro para atemperar la libido de todos estos jóvenes, en su mayoría menores de 30 años, su comida consistía en una monótona rutina de alubias, algo de pasta, verduras cocidas en exceso, remolacha y carne enlatada. Muchos de ellos sufrían de estreñimiento y aerofagia, con la única distracción de compartir algunas cervezas aguadas con los compañeros de la misión de turno que volvían vivos, bebiendo hasta emborracharse en unas lúgubres y pueblerinas tabernas. Y como la mitad tampoco eran ingleses, abundaban las tripulaciones procedentes de los países ocupados por los nazis, o bien de los dominios del Imperio, lo que ocasionaba no pocas peleas y altercados entre todos ellos. Hasta ocho mil de estos hombres morirían en accidentes y entrenamientos sin haber tomado siquiera contacto con sus enemigos.

No obstante, las bajas del Mando de Bombardeo se fueron incrementando al ritmo creciente de las incursiones aéreas sobre Alemania, especialmente durante las misiones sobre la cuenca del Ruhr, en donde los enemigos habían reforzado extraordinariamente las defensas antiaéreas para proteger sus industrias mineras y siderúrgicas. Irónicamente, los pilotos llamaban a esta región el «Valle de la Felicidad», puesto que era muy fácil quedarse allí para siempre. 

En vista de las numerosas razias que padecían, los alemanes trasladaron muchas escuadrillas de cazas destinadas al frente oriental para la defensa de sus industrias, y los pesados bombarderos eran presa fácil de los Messerschmitt que los abatían como a conejos. El estallido de un obús del 88 bajo el fuselaje del avión, o la ráfaga de los cañones de 20 mm., de un caza que perforaba las alas, el timón de cola, o incluso los motores del aparato, casi siempre eran una sentencia de muerte inapelable para todos sus tripulantes. Y a veces, bastaba que las balas perforaran algún depósito de combustible para que el regreso a la base de partida resultara imposible. Tal y como los veteranos decían mofándose de los novatos más descreídos: «Ya verás lo rápido que descubres la religión y aprendes a rezar de inmediato».

Base de submarinos alemanes en Lorient

Estructuras de hormigón de la base de submarinos alemanes en Lorient. Al no poder destruir las instalaciones, los aliados bombardearon la ciudad y el puerto. Foto: Shutterstock.

The Bomber Command

El poder ofensivo del Mando de Bombardeo solo estuvo a la altura de lo que se esperaba de la RAF con la llegada de los nuevos cuatrimotores Halifax y Avro Lancaster, que comenzaron a sustituir a los desfasados modelos Hampden y Wellington. Su bautismo de fuego tuvo lugar en la noche del 3 de marzo de 1942, cuando fueron enviados un total de 235 aparatos en el primer ataque masivo contra un objetivo en Francia: la fábrica de automóviles Renault en Boulogne-Billancourt, a las afueras de París. La destrucción del complejo industrial que surtía de vehículos blindados a la Wehrmacht resultó casi total, muriendo 367 civiles alojados en los bloques de viviendas de los trabajadores. 

El 28 de marzo se repitió esta incursión masiva sobre el puerto de Lübeck, al norte de Alemania, con una mezcla de bombas incendiarias y de alto poder explosivo. La ciudad portuaria ardió por los cuatro costados y el Führer se mostró indignado, amenazando con sembrar el terror en los cielos británicos, cosa que conseguiría en 1944 a base de las primeras bombas volantes Vergeltungswaffe V1 y, más adelante, los cohetes V2. Un mes después, la RAF bombardeó Rostock, a 80 km, causando una destrucción aún mayor. Goebbels lo llamó Terrorangriff (ataque de terror) y a partir de entonces los pilotos británicos pasaron a llamarse Terrorflieger, para toda la propaganda alemana.

Eufórico, Harris calificaba el éxito de sus operaciones en función del número de hectáreas urbanas calcinadas por sus hombres, por lo que se ganó el merecido apodo de «Bomber» o «Butcher» (Carnicero) Harris, y muchos de sus oficiales, comenzaron a pensar, no sin razón, que servían a las órdenes de un carnicero sangriento. Pero lo peor estaba por llegar. A medida que aumentaban las entregas de los nuevos aviones, acompañados de mejoras a la navegación y ayudas electrónicas, Harris planificó las llamadas «Operaciones Millennium», consistentes en reunir hasta un millar de bombardeos para cada misión de envergadura. Su primer ataque tuvo lugar en la noche del 30 al 31 de mayo de 1942 contra la ciudad de Colonia, poniendo en práctica la llamada «corriente de bombardeos», una innovación táctica diseñada para abrumar y encender las noches alemanas, con tanto éxito que el comandante en jefe fue ascendido a mariscal del aire el 1 de diciembre de 1942.

También resultó felicitado por los soviéticos, cuyos interrogatorios a los prisioneros alemanes revelaban que la moral de los soldados del Reich comenzaba a resentirse. Stalin nunca perdió su afición a la venganza, especialmente desde que habían perecido alrededor de medio millón de civiles rusos como consecuencia de los bombardeos de la Luftwaffe. Y durante el verano de 1942, la 8.ª Fuerza Aérea de los Estados Unidos empezó a concentrarse en Inglaterra. Confiados en el adelanto que suponía su mira Norden, anunciaron que su campaña de bombardeos iba a tener lugar a plena luz del día. Muy pronto, se darían cuenta de su error, no sin pagar un alto precio en forma del derribo de sus fortalezas volantes fabricadas por Boeing.

Muchos guías explican a los turistas que hoy realizan cruceros de placer por el Rhin cómo estas formaciones de bombarderos aliados elegían la senda plateada de las aguas del caudaloso río para penetrar profundamente en las oscuras noches de Alemania, antes de desviarse a cada uno de sus objetivos. Un papel que también cumplió el río Elba, cuando el Mando de Bombardeo decidió arrasar la ciudad de Hamburgo en los primeros días de agosto de 1943, sufriendo la ciudad verdaderas tormentas de fuego, al igual que sucedería casi al final de la guerra con la monumental Dresde.

El bombardeo de Hamburgo se justificó entonces por la existencia de los arsenales y astilleros en donde la Kriegsmarine fabricaba sus submarinos, y con la misma intención los británicos bombardearon más adelante la base francesa de La Rochelle. Sin embargo, llegó a resultar tan evidente el objetivo de sembrar el terror sobre la población alemana, que Harris se creyó en el deber de ser honesto con la opinión pública británica, afirmando ante la prensa que: «El objetivo de la Ofensiva Combinada de bombarderos debe establecerse sin ambigüedades como la destrucción de ciudades alemanas, el asesinato de trabajadores y la interrupción de la vida civilizada en toda Alemania... La destrucción de casas, transportes públicos y vidas, la creación de un problema de refugiados en una escalada sin precedentes, y el desmoronamiento de la moral tanto en casa como en los frentes de batalla por temor a bombardeos prolongados e intensificados, son objetivos aceptados y previstos de nuestra política de bombardeos... No son los subproductos de intentos de atacar fábricas ni daños colaterales».

Niños víctimas de los bombardeos de la RAF

Cadáveres de niños víctimas de los bombardeos indiscriminados de la RAF sobre la población civil. Foto: Getty.

En noviembre de 1943, el Bomber Command, tal y como ya era conocido el Mando de Bombardeo de la RAF, inició la campaña de Berlín. La capital alemana, muchísimo más extensa y mejor defendida, resultó un hueso duro de roer, pero la devastación de la ciudad alcanzó cotas de infarto, y decenas de miles de berlineses hallaron la muerte. Los alemanes habían mejorado mucho sus defensas antiaéreas y el balance también resultó desolador para los británicos, que perdieron 1.047 aparatos, incluidas todas sus tripulaciones, además de 1.682 aviones dañados que regresaron a sus bases con tripulantes heridos, cuando no tuvieron que ser rescatados de las aguas del Canal de la Mancha tras desplomarse sus aparatos en pleno vuelo. Y a estos últimos pronto se sumaron los 94 derribados y 71 dañados del bombardeo sobre Núremberg del 30 de marzo.

Antes de la invasión del Día D (6 de junio de 1944), los bombarderos británicos cambiaron de objetivo, centrándose en las vías férreas francesas, sus puertos, las defensas costeras e instalaciones fabriles y petroleras, lo que significó cierto respiro para las ciudades alemanas; pero Harris siguió comprometido con sus bombardeos de áreas y muy pronto reanudó el castigo de las poblaciones alemanas. Son muchos los historiadores que lamentan que los aliados no atacaran con igual contundencia las estaciones de ferrocarril y los trenes de la muerte vacíos que luego conducían a las víctimas del holocausto a los campos de exterminio.

La culminación de la ofensiva del Bomber Command sobre Alemania tuvo lugar en marzo de 1945, cuando la RAF lanzó el mayor tonelaje de bombas de toda la guerra, y su última incursión aérea fue sobre Berlín, en la noche del 21 al 22 de abril, justo antes de que los soviéticos llegaran al centro de la ciudad y Hitler pusiera fin a su vida en el búnker de la Cancillería.

Dresde, como la bomba nuclear

El mariscal Harris recibió la Legión Estadounidense del Mérito el 30 de enero de 1945, poco antes de convertirse en un criminal de guerra. De la misma calaña que sus homólogos alemanes Hugo von Sperrle y Wolfram von Richthofen, ambos al mando de la Legión Cóndor durante la guerra de España y responsables directos del bombardeo de Guernica, además de planificadores de la Blitzkrieg contra Polonia, la URSS y el propio Blitz sobre Inglaterra. 

La incursión más terrible de todas las que realizaron los aliados sobre Alemania se produjo, precisamente, bajo su mando, a última hora de la tarde del martes 13 de febrero de 1945. El bombardeo de Dresde por parte de la RAF y la USAAF resultó casi similar al empleo del arma nuclear sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki meses después. 

Dresde, conocida como la «Florencia del Norte», era un museo en vivo del Renacimiento y el arte del Barroco, sede de la realeza alemana y capital del Estado de Sajonia, en el este de Alemania. La ciudad, que se había librado hasta entonces de los raid aéreos, carecía de cualquier valor militar y mucho menos a esas alturas del conflicto, doce semanas antes de la rendición total de Alemania y con los rusos rebasando todas sus fronteras orientales.

Bombardeos Dresde

Trabajadoras retiran los escombros de la catedral de Dresde tras los bombardeos de la ciudad (13 de febrero de 1946). Foto: Getty.

Se estima que las víctimas del holocausto de fuego que asoló Dresde oscilan desde las 25.000 hasta las 35.000 personas abrasadas solo en aquella noche en la que se desataron todas las furias del infierno. Jamás antes ni después del uso de la bomba atómica, un bombardeo con armas convencionales causó un espanto ni devastación semejantes, ni siquiera en las guerras actuales de Siria o Ucrania. La ciudad estuvo ardiendo durante días enteros, y cuando por fin los incendios consumieron todo el oxigeno posible, apenas sí quedaban algunas paredes en pie. El horror y la repulsa unánime que la destrucción de Dresde hoy nos provoca ha convertido a la ciudad alemana en el símbolo europeo del rechazo a la guerra, con el mismo significado que Guernica, al que seguramente se sumará muy pronto la ucraniana Mariúpol.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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