Ben Johnson era la persona más calmada de la habitación 2718 del hotel Hilton de Seúl a primera hora del martes 27 de septiembre de 1988, cuando irrumpió en ella Carol Anne Letheren, secretaria general del Comité Olímpico de Canadá y, compungida, incómoda con la situación, le soltó: "Ben, esto me resulta muy duro, pero tengo que devolver la medalla".

Y allí, lloraba su madre, Gloria, y su hermana, y contemplaban la escena aturdidos su manager, Larry Heidebrecht; y su entrenador, Charlie Francis, el médico que acabaría reconociendo que en los últimos cinco años había pinchado esteroides a Johnson "unas 50 ó 60 veces". "Fue como un velatorio durante un funeral. Había ese sentimiento de dolor, de congoja, de decepción, y seguramente algo de rabia. Y también cierta negación e incredulidad", recordaba Letheren, que destacaba la actitud cooperadora del atleta, que devolvió la medalla a la primera: "Aquí está, no puedo perder nada que jamás fue mío".

ben johnson y carl lewis
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Habían pasado apenas tres días de la final de los 100 metros lisos de los Juegos Olímpicos de Seúl del sábado 24 a las 13:30h, mediodía caluroso en Corea y horario de máxima audiencia televisiva en América, la tierra de nacimiento de los dos colosos de la velocidad, Carl Lewis y Ben Johnson, el duelo acaparaba el mayor interés de la competición. En los últimos ocho años se habían enfrentado 16 veces, con diez triunfos para Lewis y seis para Johnson.

Arrastraban un manifiesto antagonismo y una frontal rivalidad. El estadounidense había brillado cuatro años antes en Los Ángeles 84 con cuatro medallas de oro, como nadie lograba desde Jesse Owens. En esos primeros años, el 'Hijo del Viento' no tuvo rival, pero desde 1985, Johnson, cada vez más hipermusculado, empezó a comerle terreno hasta batirle en el duelo que más importaba, el Mundial de Roma 1987, donde Johnson batió a Lewis por una décima de segundo y destrozó además el récord mundial con una marca de 9,83s y se convirtió en el primer ser humano que derribaba la barrera de 9,90s.

Lewis estuvo todo el año mejorando la salida, uno de los puntos más fuertes de su gran rival, al que derrotó un mes antes de los Juegos en la Weltklasse de Zúrich, por lo que el combate concentraba un interés mundial que se reflejó en la llegada al aeropuerto de Seúl de Johnson, envuelto en una nube de periodistas, aún más pequeña de la que concentraría a su salida. Lewis, en cambio, entró en la capital surcoreana con una identidad falsa para evitar a la prensa.

ben johnson en seul 88
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"Les podría haber enviado una postal"

Tras el juego de máscaras de las rondas previas, la final resultó impactante. Ben Johnson salió de los tacos más rápido que nadie, aceleró hasta alcanzar los 43,39 kilómetros por hora, y fue más rápido que todos sus rivales en siete de los diez tramos de la carrera. Su superioridad resultó aplastante. "Les sacaba tanta distancia que les podría haber enviado una postal", resumió, sobrado, su entrenador Francis.

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Johnson, alzando su brazo derecho, justo antes de cruzar la meta, sin forzar hasta el final, paró el cronómetro en 9,79s, un récord mundial por cuatro centésimas. Otros tres hombres bajaron de los 10 segundos. Carl Lewis (9,92s) y el británico Linford Christie (9,97s) corrieron más rápido de lo que nunca lo habían hecho hasta el momento y el también estadounidense Calvin Smith (9,99s), que luego heredaría el bronce, regresó a su mejor nivel.

Desde la perspectiva actual, cuando el huracán Usain Bolt ha cambiado todo con sus 9,58s, cuesta entenderlo, pero entonces se trataba de la mejor carrera de los 100 metros lisos de siempre. También, 'La carrera más sucia de la historia', como se tituló el libro que el periodista Richard Moore publicó en 2012 y la editorial Libros de Ruta tradujo al español en 2018 y que relata con todo detalle la rivalidad Johnson-Lewis y todo lo que ocurrió tras aquella carrera, en la que seis de los ocho finalistas se vieron envueltos antes o después en algún escándalo de dopaje, incluido Lewis, al que se le tapó el uso de estimulantes durante las pruebas de selección estadounidenses.

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Johnson pagó la vergüenza por todos ellos. "Este récord se mantendrá durante 50 años, incluso un siglo", contó ufano y fanfarrón en la rueda de prensa, a la que había llegado borracho tras beberse ocho latas de cerveza en dos horas para conseguir orinar en el control antidopaje que cambiaría su vida.

Un cambio físico que destapaba sospechas

Arne Ljunqvist, el encargado del control, recuerda verle sus ojos amarillos, un color ictérico que suele reflejar el uso de esteroides, aunque no valdría más prueba de su orina. En realidad, la sospecha sobrevolaba Seúl. La compartían periodistas especializados y rivales. "Aquellos volúmenes, aquella musculatura... Todo era exagerado, incluso para un halterófilo. Con el atletismo no te pones así, va contra su propia naturaleza. Por muchas pesas que levantes, luego tienes que hacer series de 300m. Y con eso te deshinchas: el mismo atletismo te impide crecer tanto", recordaba hace cinco años José Javier Arqués, que cayó en las semifinales de aquellos Juegos, a La Vanguardia.

Y sin embargo, la bomba empezó a explotar en las manos de un coreano, Jong Sei Park, director del laboratorio antidopaje que preveía analizar 1.600 muestras de orina en 16 días de Juegos. "El dopaje es lo mismo que la muerte", había dicho Juan Antonio Samaranch en la previa de la cita. En la tarde del domingo, una muestra sin nombre arrojó un positivo en Estanozolol, un esteroide anabólico, de 80 nanogramos, una cantidad importante. Park reanalizó la muestra y avisó a Alejandro de Merode, el príncipe que dirigía la comisión médica del COI y custodiaba la relación de códigos de las muestras y nombres de los atletas, que cuando comprobó la identidad del positivo informó a Letheren, que hasta la mañana siguiente no habló con Francis y Johnson.

El lunes había que reanalizar la muestra B, y se hizo hasta tres veces sin que nada cambiara. Francis estaba confundido: sus atletas consumían Estragol y no Esnozolol, y el ciclo de esteroides había terminado el suficiente tiempo atrás como para que no diera positivo en Seúl. Y ahí empezaron a encontrar una teoría que explicara el positivo: la conspiración de André Jackson, un amigo de Carl Lewis que consiguió colarse en la sala antidopaje del estadio, donde no pintaba nada, y amenizó las dos horas de espera a Ben Johnson entre cervezas y risas.

1988 olympics men's 100 meter
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La teoría de la conspiración

Johnson mantuvo muchos años después, incluso cuando ya había reconocido que se dopaba de forma habitual, que Jackson le confesó haber echado la sustancia en su cerveza, y que grabó aquello, aunque nunca encontró la cinta. "Sé que fue un sabotaje. Nunca tomé estanozolol, nunca", mantenía. En el libro de Moore, Jackson no lo reconoce, pero tampoco lo niega.

Que el canadiense hubiera dado positivo por una contaminación involuntaria después de años de un programa sistemático de dopaje sería una curiosa paradoja que no borraba lo esencial ni podía frenar la bomba que estaba a punto de estallar y que en el Comité Olímpico Internacional ya empezaban a temer. El vicepresidente, Dick Pound, que años más tarde presidiría la Agencia Mundial Antidopaje, como canadiense y abogado quiso llevar la defensa de Johnson, aunque pronto se percató de que el reanálisis era tan concluyente que no podía impedir que esa noche la comisión médica fallara contra el atleta tras tres horas de deliberación. Ese día él y Samaranch tuvieron que disimular la noticia en una reunión con Coca-Cola, patrocinador olímpico.

juan antonio samaranch y dick pound
PASCAL GEORGE//Getty Images

La noticia se haría oficial a las 9h de la mañana siguiente, aunque esa madrugada el diario coreano Chosun Daily se enteró y preparó su portada con el positivo. La exclusiva mundial era tan gorda que no se atrevieron a darla solos y se la filtraron a la agencia France Press a las 2h de la madrugada en Seúl. Poco después, saltaba al mundo, a primera hora de la noche europea, a primera hora de la tarde en América, en una noche en la que nadie pudo conciliar el sueño en la sede olímpica.

La vida de Johnson cambió entonces para siempre. Tras la irrupción de Letheren en la habitación, pronto empezaron los planes para abandonar Seúl lo más rápido posible, un camino tortuoso sin apenas poder caminar por el aeropuerto por la masa de periodistas que le rodeaban. Una escena parecida se encontró en la escala de Nueva York y en su llegada a Toronto. La prensa acampó, contaría después, durante seis meses a la puerta de su casa. Y el récord de los récords de aquellos Juegos que iba a durar medio siglo, apenas se mantuvo tres días.

ben johnson abandona el aeropuerto de seul
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El mayor escándalo de la historia del olimpismo

El escándalo no tenía precedentes en la historia del olimpismo. Dos halterófilos búlgaros, Mitko Grablev y Angel Guenchev, habían perdido sus dos oros olímpicos, como Johnson, pocos días antes por sendos positivos, pero la magnitud de su trampa no encontraba comparación. El positivo marcó un antes y un después en la historia del dopaje en el deporte y quebró, quizá para siempre, la confianza en las hazañas de los deportistas.

Carl Lewis recibió el oro que Johnson entregó una semana después en una habitación oscura del estadio, sin prensa ni imágenes. El presidente del atletismo Primo Nebiolo lo quiso así. Sospechaba quizá del resto de participantes en aquella carrera. "Siento que el ganador del oro debería haber sido yo", diría después Calvin Smith, uno de los que nunca se vio involucrado en ningún escándalo, y que con el positivo logró el bronce.

ben johnson
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Johnson acabaría reconociendo sus trampas en la Comisión Dubin, aunque eso no le impidió seguir haciéndolas. Regresó tras la sanción, no pasó las semifinales de los Juegos Olímpicos de Barcelona y en 1993 volvió a dar positivo por testosterona. Y, ya casi como un exatleta, de nuevo por un diurético, que suele usarse como enmascarador de otras sustancias, en 1999.

En su vida de exatleta llegó a preparar físicamente a Diego Armando Maradona y Al-Saadi Gadafi, el hijo futbolista del dictador libio, otros dos habituales de las sustancias prohibidas. En 2013, cuando se cumplieron 25 años del escándalo, regresó a la pista de Seúl, recreó aquella carrera para las cámaras, ya mucho más lento y pesado, y consciente quizá de que pagó por todos, resumió la historia: "Estoy orgulloso de lo que conseguí corriendo los 100 metros, pero no de haberlo hecho consumiendo sustancias. Creo que podría haber ganado aquellos Juegos Olímpicos sin haber consumido drogas, pero eso nunca ocurrió".

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Ismael Pérez

Ismael Pérez es periodista experto en atletismo y deporte olímpico. Se enganchó en los Juegos Olímpicos en Atenas 2004 y desde entonces es feliz siguiendo competiciones desde la tribuna de prensa, hablando con los deportistas, siguiéndolos en las redes sociales y contando historias, aunque también saliendo con la bicicleta o saltando en un concierto.

Estudió la Licenciatura de Periodismo en la Universidad de Valladolid y tiene un Máster en Periodismo y Comunicación Digital en la EAE Business School de Madrid. Ha vivido en Turín y Roma y ha cubierto actualidad de todo tipo en El Norte de Castilla, El Mundo de Castilla y León, Televisión Castilla y León, Rome Reports y trabajado la comunicación corporativa en Burson Cohn & Wolfe. También ha escrito sobre grandes campeonatos de atletismo en Somos Olímpicos, Vavel o Foroatletismo y ha intervenido en la IAAF Global Running Conference en Lanzhou (China).

Con una trayectoria de más de una década en el oficio, lleva desde 2019 vinculado a Runner's World, Men's Health y Women's Health en Hearst Magazines y escribiendo sobre actualidad del atletismo de competición, carreras populares, triatlón, trail running, olimpismo aunque a veces también le ha tirado al ciclismo, la escalada, la vela, la natación, el tenis, el piragüismo, el judo, el snowboard…o cualquier cosa que tenga hueco en los Juegos Olímpicos (que no Olimpiadas).