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Ava Gardner presintió su muerte

Falleció a los 67 años de una neumonía. Su persona ha vuelto a la actualidad gracias a la serie Arde Madrid dirigida y protagonizada por Paco León.

Falleció a los 67 años de una neumonía. Su persona ha vuelto a la actualidad gracias a la serie Arde Madrid dirigida y protagonizada por Paco León.
Ava Gardner en Estocolmo en 1954 | Wikipedia

Ava Gardner fue una de esas pocas estrellas del firmamento cinematográfico del pasado cuya luz no se ha distinguido del todo, aunque hayan transcurrido ya veintinueve años de su muerte, acaecida en Londres, su última residencia, el 25 de enero de 1990. Como sin duda su nombre está vinculado a generaciones anteriores, los más jóvenes han podido recientemente conocer algunos pasajes de su apasionante vida, aunque algo distorsionados, merced a una serie televisiva de éxito producida por Movistar +, con pasajes de pura ficción. En cualquier caso gracias a Arde Madrid, Ava Gardner ha ocupado páginas en medios periodísticos y espacios de la pequeña pantalla. ¿Por qué, hay razones para esa nostalgia? Desde luego: fue un mito, de los últimos que surgieron de un Hollywood ya casi periclitado, cuando desde hace tiempo son las productoras de televisión, sobre todo "las de pago", quienes dominan el gran negocio audiovisual.

¿Cómo fueron los últimos tiempos de Ava Gardner, los que no aparecían en la antes citada serie auspiciada por Paco León y la guionista Anna R. Costa, su mujer?

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Fotograma de 'Arde Madrid' de Movistar +

Había vivido en España en temporadas desde que en 1951 rodara en la Costa Brava Pandora. A finales de esa década su estancia en Madrid ya se había convertido en duradera. Su impetuoso amor con Luis Miguel Dominguín, desde años atrás, la retuvo en nuestra capital. Pero sus problemas con el Fisco español iban a ser la causa de su marcha de España, tras la filmación de 55 días en Pekín, en 1963, donde interpretó el personaje de la baronesa Natalie Ivanoff, junto a Charlton Heston y David Niven. Le reclamaban los impuestos resultantes de sus emolumentos en dicho filme producido por Samuel Bronston, amén de otros de anteriores trabajos entre nosotros. Se estima que la cantidad que debía ingresar era de setenta mil dólares. La habían avisado desde el Ministerio, ella "se hacía la sorda", su representante español medió en el asunto, como asimismo Bronston que recurrió al Príncipe don Juan Carlos, con el que mantenía buena relación. En sus memorias, la actriz eleva la cantidad reclamada a un millón de dólares. Concluía: "Hice las maletas y me trasladé a Londres en 1968 y nunca eché la vista atrás".

Pero antes de su adiós definitivo a nuestro país Ava Gardner se entrevistó con el Ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, al que la actriz llamaba "señor Braga". Quiso el político gallego atender en parte la solicitud de la estrella, teniendo en cuenta que gracias a ella el nombre de España había sido publicitado en diversas ocasiones. El encuentro tuvo lugar en la residencia de Aline Romanones, en el barrio de El Viso. Fraga le hizo ver a la Gardner que su deuda era de diez mil dólares. Y Ava, sorprendida, le replicó: "¡Ah!, pero si me habían dicho que de un millón..." Metió la pata, como apuntaba en su excelente libro Marcos Ordóñez, Beberse la vida, repleto de datos inéditos sobre la diva.

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Quien al final se salió con la suya: fuese de España y como diría aquel, no hubo nada. Y no volvió. Antes de su marcha, en esas fechas de su entrevista con Fraga, tuve oportunidad de estar junto a Ava. Sólo unos minutos, en dos turnos. Lo explico: fui hasta la plaza madrileña de las Salesas, donde vivía su abogado norteamericano. No me franquearon la entrada porque su criada negra, Carmen, me echó del descansillo con cajas destempladas. Esperé unos minutos. Salió Ava Gardner a la calle: muy desmejorada, sin maquillar. Le entregué una revista en la que yo prestaba mis servicios entonces, donde aparecía en la portada junto al cantante Raphael, a quien había visitado semanas atrás en Acapulco donde él rodaba la película El golfo. Apenas sonrió. Y se metió en un coche que la esperaba. Era la hora del almuerzo. Volví al mismo lugar, dos horas y media después. La interpelé. Y no obtuve frase alguna. Pero el recuerdo de ambas escenas no se me han borrado y además conservo unas fotografías que mi compañero gráfico obtuvo apostado detrás de un árbol, para disimular. Aquel mito, aquella mujer de la que dijeron era "el animal más bello del mundo", era entonces una copia desteñida, marcada por las huellas del tiempo desde luego pero sobre todo de sus excesos. Y sólo tenía entonces cuarenta y cinco años. ¡Qué desilusión…! Con arrugas en el rostro, los ojos cansados, la mirada desvaída… Y esa mujer había sido también aclamada como el mito sexual de una época dorada, aquella que, según uno de sus muchos biógrafos, Lee Server en su libro Una diosa con pies de barro, era quien había aprendido todo tipo de técnicas sexuales para que ningún hombre pudiera dominarla en la cama. Un icono del Séptimo Arte que ella misma había contribuido a su fatal deterioro. Una de sus obsesiones era que podría padecer cáncer, como varios familiares suyos, de estómago o de la vagina. Lo que contribuyó para asentarse en la capital británica, donde tenía consulta su médico habitual.

Ya había protagonizado La noche de la iguana, junto a Richard Burton, en 1964; después intervino en La Biblia. Para en 1969 ser la emperatriz Isabel en Mayerling, al lado del atractivo egiocio Omar Sharif. Cuanto rodó después ya marcaba su decadencia artística, lentamente, con papeles de menor relevancia: La balada de Tam Lin, El juez de la horca, Terremoto, Permiso para matar, El pájaro azul, El puente de Casandra, La centinela, City on fire, Secuestro de un presidente y Piest of love. Convendrán conmigo que salvo uno o dos de estos títulos, de los demás quedan poca memoria. Después de su último filme citado, de 1981, ya sólo fue reclamada para series de televisión, en papeles más o menos episódicos, en A.D, El largo y cálido verano (remake, lógicamente de una renombrada película) y Maggie, de 1986, que es cuando se retiró ya definitivamente.

En ese 1986 padeció su primer ataque de apoplejía, en Santa Mónica, California, donde volvió a encontrarse con Frank Sinatra, el amor de toda su vida, aun contando con sus frecuentes peleas y separaciones. Hacía tiempo que no sostenía relaciones íntimas con nadie. Al menos, que se sepan. De regreso a su casa londinense ya salía poco a la calle, si acaso a dar algún paseo por Hyde Park. Siempre en compañía de su sirvienta Carmen Vargas, aquella que quiso zurrarme en Madrid. Se habían muerto grandes amistades, como la princesa Grace de Mónaco, que la visitaba de vez en cuando, confiándole que Rainiero le ponía los cuernos. Sinatra llamaba a Ava por teléfono muy a menudo y le enviaba regalos desde Los Ángeles. Ava caminaba cada vez con mayores dificultades, afectada asimismo de su brazo izquierdo, casi inmóvil. Sufrió de neumonía. Frank pagó su traslado en un avión especial a Los Ángeles. Era primavera, la del año 1990. Regresó a Londres, echando cada día de menos la compañía de Frankie, de quien escuchaba día tras día sus canciones favoritas. Ya apenas comía, no tenía apetito. Vislumbraba su final…

En la noche del 25 de enero de ese mentado 1990, cuando una gran tormenta se cernía sobre el cielo negro de Londres, hacia las diez de la noche, Ava Gardner se tomó un vaso de leche, un par de galletas que le sirvió, solícita, su doncella, a la que pronunció sus últimas palabras: "Estoy muy cansada". Media hora más tarde, expiraba.

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