El maestro de la antigua Grecia

Aristóteles, el padre de la ciencia

Aristotle transparent

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Pensador, filo´sofo e investigador, Aristo´teles fue un hombre interesado en todos los aspectos del conocimiento. Busto de ma´rmol. Museo Nacional Romano, Roma.

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En un famoso fresco de Rafael, La escuela de Atenas, Platón y Aristóteles están en el centro de la escena, entre los grandes filósofos griegos, y ofrecen gestos contrapuestos: Platón apunta con su mano al cielo y Aristóteles con la suya a la tierra. El gran pintor del Renacimiento destaca así algo esencial: el pensador idealista se enfrenta al realista. Platón creía que las ideas eran la verdadera realidad y que el mundo terrestre y sensible era sólo copia de esos modelos celestes. Su discípulo Aristóteles, por el contrario, opinaba que solo existe el mundo que percibimos por nuestros sentidos y que comprendemos mediante la observación y el razonamiento. Eso explica que Aristóteles rechazara la teoría de las ideas de su maestro (en cuya Academia, en Atenas, permaneció dos décadas) y que se dedicara a investigar la realidad que tenía ante sus ojos. 

El respeto intelectual hacia Platón no impidió a Aristóteles desarrollar su labor. En la Ética que dedicó a su hijo Nicómaco explica: «Este género de investigación se ve dificultado por ser amigos de quienes han introducido la doctrina de las Ideas. Pero se admitirá sin duda que es preferible, y constituye también para nosotros una obligación, al menos si queremos salvaguardar la verdad, sacrificar aun nuestros sentimientos personales, sobre todo siendo filósofos: tanto la verdad como la amistad nos son caras, pero es para nosotros un deber sagrado dar preferencia a la verdad» (Ética a Nicómaco, Libro I). 

Un observador de la vida 

Aristóteles poseía las virtudes del pensador abstracto y las del investigador minucioso, experimental, que reúne datos incesantemente, pone a prueba sus conclusiones y analiza el mundo de la mente y de la naturaleza a fondo; un afán al que posiblemente no era ajeno el que su padre fuese médico. Fue, en mucha mayor medida que Platón, un científico enciclopédico. No sólo meditaba acerca del sentido de la vida humana en el cosmos, sino que quería observar la vida en todas sus manifestaciones. No sólo pretendía tratar el mundo de los humanos y las estrellas, sino la zoología y la botánica, además de la psicología y la política. Con ello recuperaba la tradición de los primeros filósofos griegos, que habían investigado la physis (la naturaleza) y el cosmos (el universo). 

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Aristóteles acudió a Atenas (cuya Acrópolis vemos aquí) para estudiar en la Academia que Platón –discípulo, a su vez, de Sócrates– había fundado en 387 a.C

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Aristóteles pensaba que «No se debe menospreciar el estudio de los seres vivos más humildes: en todas las cosas naturales hay algo de maravilloso [...] Hay que investigar todo tipo de animales, pues en todos hay algo natural y hermoso». Desde el hombre a los insectos, los gusanos, los crustáceos y los peces, la naturaleza le ofrece al filósofo un abigarrado espectáculo digno de reflexión, más al alcance de una investigación precisa y minuciosa que el eterno mundo de las estrellas y las utopías de cualquier tipo. 

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En su juventud Aristóteles fue el más brillante de los discípulos de Platón. Retrato del pensador como niño, Charles Degeorge, 1870, Museo de Orsay, París

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Si Platón prefería las puras matemáticas como un preludio al estudio filosófico,
y por eso había inscrito sobre la puerta de su Academia lo de «Nadie entre sin saber geometría», Aristóteles estaba más inclinado al examen de los seres vivos que a los números y los astros, y fue un gran pionero de la zoología, de la taxonomía animal (la clasificación de los animales) y de la anatomía comparada. De vivir en nuestros días habría sido, sin duda, un gran investigador en biología. 

Esa actitud del filósofo no debe hacernos olvidar que era un pensador riguroso con una perspectiva global, y que trataba de encajar sus investigaciones zoológicas en una visión de conjunto de la naturaleza, que, en su opinión, «no hace nada en vano». Es decir, que todo en ella tiene un propósito, una función. 

El más grande biólogo antiguo 

De la importancia que Aristóteles concede al estudio de la naturaleza da cuenta el que una cuarta parte de sus escritos conservados (el llamado Corpus Aristotelicum) trate de temas de zoología y de psicología, desde la Investigación sobre los animales, compuesto por diez libros, hasta Sobre el alma. Y se nos han perdido otros como sus Zoiká (Zoología) y sus Anatomíai (Anatomía), que probablemente contenían buenos diseños y dibujos. Notemos que cuando Aristóteles habla del «alma» (psyché) no se refiere a la esencia espiritual de la que trata Platón, sino al principio de vida que anima a todo ser vivo

Aristóteles no postulaba ninguna evolución de las especies naturales, al estilo de lo que propugnó Darwin en El origen de las especies, ya en el siglo XIX, sino que pensaba que todos los seres vivos estaban programados desde su origen y encajaban en un orden natural armónico. De ahí la importancia de su clasificación de las especies de animales desde los zoófitos (organismos con características intermedias entre las plantas y los animales, como la esponja) al ser humano. Comprendía 426 especies diversas, entre ellas 132 de aves, 105 de peces, 63 de mamíferos y 50 de insectos y bichos menores. Este impresionante sistema clasificatorio no sería superado a lo largo de los dos mil años siguientes. 

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La fama de Aristóteles llegoó a oiídos de Filipo II, quien le encargo´ la educación de su hijo. Arriba grabado de Aristóteles con el joven macedonio impresa en Barcelona en 1881.

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Aristóteles recoge muchísimos datos acerca de esa fauna mediante sus estudios, bien de la literatura y la tradición anterior, bien de sus propias pesquisas –para las que recurre a veterinarios, pescadores o marineros–, que luego integra en una visión sistemática. Se ha dicho que las observaciones de Aristóteles sobre la fauna marina parecen corresponderse especialmente con la que se encuentra en la costa de Assos, en Asia Menor, donde gozó de la protección del tirano Hermias. 

Se interesa por la fisiología, la reproducción y la anatomía de esos animales, con un afán científico universal y tenaz. Y esa actitud es, en gran medida, la diferencia entre él y otros naturalistas, como el latino Plinio, que escribió trescientos años después. Éste es un coleccionista erudito, un naturalista pintoresco, que da noticia de seres humanos totalmente imaginarios, como los esciápodos, de un solo y enorme pie, o los arimaspos, dotados de un único ojo en medio de la frente. Aristóteles, en cambio, fue un científico y observaciones suyas que se juzgaron fantasiosas se han verificado. Sobre un pez de río, un siluro, Aristóteles explicaba que sus machos permanecen junto a las crías durante cuarenta o cincuenta días para protegerlas y que asustan a los intrusos emitiendo un ruido sordo.

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En 347 a.C., Aristóteles se trasladó a Assos, en Asia Menor (en la imagen, el teatro de la ciudad). Durante los tres años que vivió allí se casó y redactó la mayor parte de su Política.

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Este comportamiento no se observó en el Silurus glanis, común en los ríos de Europa. Pero en el siglo XIX el naturalista Louis Agassiz lo advirtió en los siluros de algunos ríos de América del Norte, y concluyó que la especie a la que Aristóteles se refería no era Silurus glanis, sino otra distinta.Fue localizada en los ríos de Grecia y, en honor del filósofo, se la llamó Silurus aristotelis. 

Las aportaciones de Aristóteles en el terreno de la fisiología y la anatomía merecen nuestra admiración, habida cuenta de los conocimientos de su tiempo. Diseccionó algunas especies animales, pero en la Grecia antigua no se practicó la disección del cuerpo humano. Ya los médicos hipocráticos habían escrito algunos textos interesantes sobre la anatomía humana, pero es Aristóteles quien impulsó de modo definitivo la anatomía comparada. En sus estudios sobre el cuerpo humano cometió algún error curioso, como el de considerar que el centro de las sensaciones era el corazón y no el cerebro (teoría, esta última, que Alcmeón de Crotona había sostenido doscientos años antes). En su visión de la reproducción humana el papel asignado al hombre y a la mujer está condicionado por ciertos prejuicios sexistas, que el filósofo compartía con casi todos sus contemporáneos; consideraba que, en la reproducción, el macho es el principio del movimiento y de él proviene el alma, mientras que la hembra, pasiva, proporciona la materia. 

El maestro de los que saben 

Aristóteles escribió de muchos temas y dio lecciones muy variadas. Se nos ha perdido buena parte de su obra escrita, pero lo que nos queda es impresionante por su horizonte y su densidad y agudeza intelectual. En terrenos tan variados como lógica, retórica, poética, política, economía, metafísica, física, psicología, zoología e historia de las constituciones, sus ideas y aportaciones marcaron el rumbo a toda la investigación posterior durante siglos. Escribió tratados, es decir, estudios en prosa escueta, con intención de ofrecer precisión y claridad, sin la belleza retórica de los diálogos escritos por Platón. 

Por otra parte, muchos de los textos conservados son apuntes, que usaba en sus clases y que tal vez habría corregido para una edición posterior, mientras que sus obras literariamente más cuidadas para un público amplio, los llamados escritos exotéricos, se nos han perdido. La historia de los textos aristotélicos, una vez salieron del Liceo –la escuela fundada por el propio Aristóteles en Atenas–, fue muy complicada. 

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Aunque Aristóteles no acompañó a Alejandro en la conquista del imperio persa, sus ideas impulsaron la exploración de los ignotos territorios de Asia hasta llegar a la India. Retrato del pintor en un óleo sobre tabla de Joos van Gen terminado hacia 1475. Museo del Louvre, París.

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En la tradición posterior, al llegar traducidas sus obras al latín, en el Medievo y el Renacimiento, el inquisitivo Aristóteles quedó visto como el indiscutible sabio («el maestro de los que saben» según Dante). Pero no fue un pensador dogmático, sino un maestro que invita a la reflexión, y, por otro lado, un observador de la realidad sensible de singular agudeza. Cuando uno acude a los textos auténticos, pronto descubre que, bajo un estilo seco y a veces presuroso, Aristóteles es un autor sugerente, vivaz, que no pretende imponerse y sentar cátedra, sino profundizar en las ideas y avanzar con sus críticas. 

Tiene un talante científico, tanto cuando describe sus disecciones de seres vivos como cuando trata de cómo el orador debe estudiar la psicología de su público. Y es un gran teórico, que sabe inventar una terminología muy precisa (en su Lógica, por ejemplo) o advertir los efectos de las tragedias en el ánimo de sus oyentes. Su vasta curiosidad y su afán por conocer constituyen la más completa confirmación de las palabras con las que comenzaba su Metafísica: «Todos los hombres, por naturaleza, desean saber».