Nace el 1 de marzo de 1596 en La Haye en Touraine, Francia y muere el 11 de febrero de 1650 en Estocolmo, Suecia. Es un filósofo, matemático y físico quien es ampliamente conocido por ser el padre de la filosofía moderna y, además, por sus resonantes aportes a la ciencia en general y, consecuentemente también, a la psicología.

En su famosa obra, «Meditaciones metafísicas», publicada originalmente en el año 1641, Descartes desarrolla la duda metódica, la que surge debido a que el autor cae en cuenta de que todo lo que es aceptado como verdadero puede ser, en realidad, falso. Descartes busca una verdad que sea indudable y, para ello, él cree que es preciso cuestionar y examinar cuidadosamente todo lo que nos circunda. En este texto aparece la frase quizás más famosa del filósofo cogito ergo sum (pienso luego existo) donde expresa que el principio indubitable básico del ser humano es que su ser está basado en su capacidad de razonar.

La duda metódica como principio, inaugura una actitud basal que critica e interroga de manera constante la realidad circundante, actitud que ha resultado ser una herramienta fundamental para el conocimiento y la comprensión del mundo, y ha sido ampliamente utilizada por otros filósofos y científicos a lo largo de la historia.

Un elemento doblemente interesante relacionado con la duda metódica es, de una parte, recoger elementos ya planteados por Platón en el sentido de cuestionar los discursos existentes con el objeto de hacer surgir la verdad y, por la otra, y donde se encuentra el carácter claramente moderno es transformar al individuo, esto es, a cada uno de nosotros, en sujetos que pueden buscar la verdad a partir del método cartesiano. Si para Platón, en sus diálogos, la verdad se obtenía de manera dialógica-dialéctica, esto es por medio de una discusión en donde se contrastan y depuran los planteamientos, en Descartes la verdad se obtiene a través de un método racional que cualquiera, por sí mismo, puede ejecutar. Otra implicancia, que podríamos llamar moderna y posiblemente inadvertida para el autor, es la generación de competencia por cuanto cada verdad obtenida de manera individual necesariamente, dentro de un espacio disciplinar, entrará en disputa con otras. El enfrentamiento de estas verdades redundará en la supremacía de la que mejor explique el fenómeno al que se refiere o en la depuración que obtiene una mejor explicación al integrar los aspectos verdaderos de las demás visiones en disputa.

Otro texto particularmente interesante, y más para la psicología, es «Las pasiones del alma», publicado en el año 1649, donde el filósofo desarrolla la distinción entre la voluntad y las pasiones como dos aspectos diferentes de la experiencia humana. La voluntad, por una parte, se refiere a la capacidad de generar elecciones y de decidir mientras, por la otra, las pasiones están referidas a las emociones y los sentimientos que experimentamos. Si bien la distinción entre voluntad y las pasiones habla de claras diferencias entre ambas, estas no son instancias opuestas, sino que interactúan entre sí y se influyen mutuamente.

Las pasiones son impulsos que nos movilizan en alguna determinada dirección y con una determinada disposición o estado anímico, tales como el amor, el odio, la alegría o el dolor. Se trata de reacciones naturales del alma (pero no surgidas en el alma misma) ante los estímulos externos siendo, a su vez, impulsos involuntarios que resultan fundamentales para nuestra experiencia pues traspasan su influjo a nuestros pensamientos y a nuestro comportamiento. Descartes distingue entre dos tipos de pasiones: las pasiones agradables y desagradables.

Por otro lado, la voluntad implica un elemento de autocontrol, de dominio de sí, es el poder de escoger (de afirmar y de negar) y tiene el poder de operar sobre las emociones. La voluntad es una especie de entidad intermedia entre el alma (que es racional) y las pasiones (propia del cuerpo). Como se expresó previamente, no hay una visión negativa de las pasiones en Descartes pero la búsqueda correcta estriba en evitar la tiranía de éstas a través del ejercicio del dominio de la voluntad sobre las pasiones. Es así que podemos distinguir las almas fuertes, donde la voluntad se supedita a la razón y es capaz de someter las pasiones, de las almas débiles, cuya voluntad se deja simplemente arrastrar por las pasiones.    

Un elemento central en Descartes, cuyo antecedente más resonante lo encontramos en Platón nuevamente, es el dualismo alma-cuerpo, según el cual el alma es una entidad incorpórea, inmaterial e inmortal; racional, completamente diferenciada y separada del cuerpo. Este último, por su parte, es una entidad material, sensible y capaz de ser impactado por los estímulos exteriores a él, una suerte de mecanismo capaz también de reaccionar, de moverse; que evoluciona, cambia y muere. Es importante mencionar que el alma no recurre a la experiencia (producto de la capacidad del cuerpo para ser afectado y reaccionar a los estímulos externos) pues, al ser la dueña y portadora de la inteligencia (razón), tiene la capacidad de encontrar la verdad por sí misma. Es así que para Descartes la verdad se encuentra sin la participación de la experiencia.

El lugar en donde se produce la interacción, aquel que relaciona mutuamente al alma con el cuerpo, es la glándula pineal (órgano ubicado en el cerebro). El filósofo entrega así una explicación y localización, incluso orgánica, que articula estas entidades, por naturaleza, muy distintas y separadas.

Descartes es un autor polifacético que entrega explicaciones a una serie de fenómenos siendo importante en áreas como la filosofía, la física, la mecánica, la geometría, la astronomía e, incluso, la medicina. Para la psicología, así como a la ciencia en general, la dotó de un método, de una actitud, de una estructurada curiosidad que escruta en los diferentes fenómenos y que no da por cierto nada hasta concluir un concienzudo examen. Se trata de un aporte epistemológico de proporciones porque eleva la calidad de las verdades intentando despejar todo vestigio de antojo, de prejuicios infundados y de supersticiones. Una aplicación práctica en la esfera clínica podemos apreciarla, por ejemplo, en la terapia racional emotivo conductual (TREC), de Albert Ellis, la que se caracteriza por la identificación de creencias irracionales para reemplazarlas por otras de carácter más realistas y racionales.