ANIVERSARIO

85 a�os del Pacto de San Sebasti�n entre la izquierda, la derecha y los nacionalistas

Todos contra el rey

  • El 17 de agosto de 1930 se reun�an en el casino donostiarra los l�deres de los parttidos republicanos de diversas tendencias con el objetivo com�n de instaurar la Rep�blica

  • Su acuerdo no derroc� a la monarqu�a pero sirvi� para aglutinar a rivales pol�ticos y a sus seguidores cuando se produjo la proclamaci�n de la II Rep�blica al a�o siguiente

  • Los republicanos catalanes dieron su apoyo a cambio de un compromiso para elaborar un Estatuto de autonom�a que ser�a sometido al estudio de la Cortes Constituyentes

Primer gobierno de la II Rep�blica en 1931, entre ellos, algunos de...

Primer gobierno de la II Rep�blica en 1931, entre ellos, algunos de los participantes en San Sebasti�n: sentados de izda. a dcha., Alejandro Lerroux, Manuel Aza�a y Niceto Alcal� Zamora.

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A las tres y media de la tarde del 17 de agosto de 1930, quince hombres de edades y aspectos muy dispares se reunieron en los locales del Casino Republicano de San Sebasti�n. Hab�an viajado desde diversos puntos de Espa�a hasta la ciudad cant�brica para negociar un pacto de acci�n de todos los republicanos contra la monarqu�a de Alfonso XIII. Hablaron, acercaron posiciones y salieron convencidos de que hab�an atado un s�lido acuerdo, que ten�a como premisa necesaria la autonom�a pol�tica para Catalu�a.

Nadie crey� necesario ponerlo entonces por escrito. Tardar�an muchos meses en darse cuenta de que cada uno de los presentes hab�a entendido lo que hab�a querido entender. La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) abri� espacios in�ditos al avance del republicanismo espa�ol, por cuanto la suspensi�n de la Constituci�n, el cierre del Parlamento y la virtual disoluci�n de los partidos mon�rquicos le permiti� ampliar el estrecho campo de actuaci�n que, desde hac�a muchas d�cadas, le ten�a asignado el sistema canovista.

Hasta entonces, los republicanos hab�an vivido un rosario de divisiones y reagrupamientos, en torno a cuestiones doctrinales, como el federalismo o la pol�tica social, y a tensiones internas debidas a rivalidades caudillistas o a las estrategias electorales.

Republicanos de clase media

Por otra parte, el auge del movimiento obrero, desde finales del siglo XIX, hab�a restado a los partidos republicanos el concurso de buena parte de las que hab�an sido sus bases populares. Esto los hab�a empujado a asumir, cada vez con mayor evidencia, la representaci�n de los intereses y los puntos de vista de las clases medias de talante laico y progresista.

El rey Alfonso XIII, sentado, junto a los jefes de gobierno de la dictadura, Primo de Rivera -a la izda.- y D�maso Berenguer -detr�s-.

El largo per�odo de barbecho pol�tico de la dictadura facilit� a los republicanos la tranquilidad necesaria para alcanzar un pacto unitario que les permitiera relanzar su opci�n como alternativa democr�tica al r�gimen autoritario que amparaba la monarqu�a. Tal fue la Alianza Republicana, constituida en febrero de 1926 por varios partidos y algunas personalidades independientes, como Miguel de Unamuno, Antonio Machado y Gregorio Mara��n. Figuraba en ella, como decano del republicanismo, el peque�o Partido Republicano Federal.

Tambi�n el Partido Republicano Radical, el de mayor arraigo popular, fundado en 1908 por Alejandro Lerroux. El radicalismo se hab�a caracterizado en sus or�genes por su extremismo social y pol�tico y por su anticatalanismo, pero sus planteamientos se hab�an moderado con el paso del tiempo y el aburguesamiento de sus cuadros directivos. Otro socio era el Grupo de Acci�n Republicana, fundado en 1925, sin estructura de partido y destinado a facilitar la colaboraci�n entre los republicanos. Actuaban en su seno destacados intelectuales y profesionales, como Manuel Aza�a, Jos� Giral, Enrique Mart� Jara y Ram�n P�rez de Ayala.

El largo per�odo de barbecho pol�tico de la dictadura facilit� a los republicanos la tranquilidad necesaria para alcanzar un pacto unitario

A la Alianza concurri� tambi�n el Partit Republic� Catal�, encabezado por Marcelino Domingo y Llu�s Companys y que ocupaba una posici�n muy a la izquierda en el republicanismo espa�ol, con un fuerte componente catalanista. Los integrantes de la Alianza ten�an en com�n el credo republicano, pero sus ideas pol�ticas y sociales difer�an mucho. Frente al anacronismo de los federales y al pragmatismo de los radicales, los grupos de Aza�a y de Domingo pose�an un concepto m�s elaborado, aunque no necesariamente coincidente, del modelo de Estado y de las reformas que necesitaba el pa�s.

Conspiraciones contra la monarqu�a

Las organizaciones republicanas no tuvieron papel alguno en la ca�da del r�gimen de Primo de Rivera, producida semanas despu�s, v�ctima de las dificultades econ�micas y del propio desgaste de su proyecto pol�tico. La sustituci�n del dictador por el general D�maso Berenguer, un militar muy pr�ximo a Alfonso XIII, y el anuncio del retorno al sistema constitucional de 1878, tras la convocatoria de elecciones parlamentarias, no pod�an ilusionar al conjunto de las izquierdas, cuyos partidos hicieron p�blico enseguida el rechazo a una transici�n pol�tica destinada a hacer borr�n y cuenta nueva y salvar con ello a la monarqu�a.

En los primeros meses de 1930, se produjeron fren�ticos movimientos en los diversos sectores pol�ticos, destinados a tomar posiciones ante el incierto futuro inmediato. Los m�s espectaculares procedieron de algunos mon�rquicos, del entorno constitucionalista, que estimaban necesaria la democratizaci�n del r�gimen mediante la convocatoria de Cortes constituyentes y la aplicaci�n de responsabilidades por el golpe de 1923, responsabilidades que deb�an llegar incluso hasta la Corona.

El 27 de febrero, S�nchez Guerra denunci� la actitud del monarca en un discurso en el madrile�o teatro de La Zarzuela, pronunciando, ligeramente cambiados, unos versos atribuidos a G�ngora: "La verdad del caso ha sido/ que el dictador fue Bellido/ y el impulso soberano". En las semanas siguientes, otros pol�ticos mon�rquicos, como Melqu�ades �lvarez y �ngel Osorio y Gallardo, se unieron en la exigencia de Cortes constituyentes y de la abdicaci�n del rey. Se trataba, no obstante, de propuestas reformistas, que no quer�an terminar con la monarqu�a. Otros, sin embargo, pensaban que s�lo una rep�blica facilitar�a una salida democr�tica a la crisis pol�tica.

La vieja pol�tica a favor del cambio

En febrero, Miguel Maura, el inquieto hijo de don Antonio, declar� en una conferencia en San Sebasti�n: "En cuanto vea que un hombre de prestigio eleva la bandera republicana, me unir� a �l". Ese hombre tard� pocas semanas en aparecer. Se llamaba Niceto Alcal�-Zamora, hab�a sido ministro de Fomento y de la Guerra y era uno de los m�s caracter�sticos representantes de la vieja pol�tica en las filas del liberalismo mon�rquico. Su lealtad al sistema liberal-parlamentario le hab�a llevado, sin embargo, a enfrentarse primero con el dictador, a denunciar despu�s la actitud c�mplice del rey y a convencerse, finalmente, de que s�lo una rep�blica de car�cter moderado, o "de orden", garantizar�a la vigencia de los procesos paulatinos de democratizaci�n frustrados por la dictadura.

Niceto Alcal�-Zamora, a la derecha, durante su estancia en la c�rcel en 1931.

El 13 de abril de 1930, en el Teatro Apolo de Valencia, Alcal�-Zamora se declar� republicano y defendi� su proyecto de "una rep�blica viable, gubernamental, conservadora, con el desplazamiento consiguiente hacia ella de las fuerzas gubernamentales de la mesocracia y de la intelectualidad espa�ola", en la que incluso pudiera sentirse c�modo "el cardenal de Toledo". Los pasos dados por Maura y Alcal�-Zamora, aunque estrictamente personales, ten�an una gran importancia pol�tica. No s�lo representaban un golpe para los planes del Gobierno, sino que pod�an facilitar el desembarco en las filas republicanas de no pocos mon�rquicos, dispuestos a fortalecer un proyecto de "rep�blica de orden", que anulara el peligro de una revoluci�n social a cargo de la izquierda proletaria.

A corto plazo, para el minoritario republicanismo era un refuerzo de gran valor, por cuanto le permit�a ampliar su espectro con un ala derechista que equilibrara el ya muy necesario pacto con las organizaciones obreras. Que el partido Derecha Liberal Republicana (DLR), creado a mediados de julio, s�lo contase con unas docenas de afiliados, amigos pol�ticos de Alcal�-Zamora y Maura, no era relevante. S� lo ser�a que la presencia del cat�lico ex ministro de la Corona entre los l�deres republicanos constituyese una garant�a de tranquilidad social ofrecida a la burgues�a y a la Iglesia ante un futuro cambio de r�gimen.

Quedaba patente la unidad de criterio en cuanto a la necesidad urgente de traer la rep�blica con un sistema de democracia parlamentaria

El 11 de julio, una delegaci�n socialista, integrada por Juli�n Besteiro, Fernando de los R�os y Manuel Cordero acudi� al Ateneo de Madrid para entrevistarse, en el despacho de Manuel Aza�a, presidente de la instituci�n, con algunos dirigentes de la coalici�n republicana. Pese a la cordialidad de la entrevista, no se lleg� a ning�n acuerdo concreto, ni lo hab�an pretendido los interlocutores. Quedaba patente la unidad de criterio en cuanto a la necesidad urgente de traer la rep�blica con un sistema de democracia parlamentaria, pero los socialistas esperar�an a que fuese total la inteligencia pol�tica entre los propios republicanos. Se aplicaron �stos, pues, a la tarea en los d�as siguientes. La adhesi�n de la reci�n creada Derecha Liberal Republicana era un hecho incuestionable y sus l�deres, Alcal�-Zamora y Maura, ejerc�an ya como dirigentes de la Uni�n. Quedaban los partidos de �mbito regional, que actuaban en Catalu�a y, de un modo menos se�alado, en Galicia y Valencia.

Las demandas del nacionalismo catal�n

El republicanismo catal�n, m�s antiguo y m�s potente, constitu�a un serio problema. Adem�s del Partit Republic� Catal�, cofundador de la Alianza, exist�an otros grupos, como Acci� Catalana, dirigida por Jaume Bofill y Llu�s Nicolau D'Olwer; Acci� Republicana de Catalunya, surgida de una escisi�n de la izquierda de AC y presidida por Antoni Rovira i Virgili, y Estat Catal�, un partido abiertamente independentista, fundado por Francesc Maci�. La tradici�n federalista de este republicanismo, alimentada por el crecimiento del sentimiento nacionalista entre sus militantes, obligaba al resto de los republicanos espa�oles, entre los que eran minoritarios los planteamientos federalistas, a considerar la cuesti�n de la estructura futura del Estado, y el papel particular de Catalu�a en ella, como parte de la negociaci�n con los catalanistas.

Un punto importante fue la cuesti�n de la estructura futura del Estado, y el papel particular de Catalu�a en ella, como parte de la negociaci�n con los catalanistas

Conforme se acercaban los plazos de la anunciada convocatoria de elecciones a Cortes, se hac�a m�s urgente la necesidad de que todos los republicanos actuaran con una sola voz para combatir al Gobierno. En la tarde del 7 de agosto, se reunieron en el Ateneo madrile�o Aza�a, Lerroux, Alcal�-Zamora, Maura, Albornoz, Domingo, Galarza y Giral. De all� sali� el acuerdo de celebrar una reuni�n m�s amplia en San Sebasti�n pocos d�as despu�s, a la que se invitar�a a los representantes catalanes, y en la que se intentar�a cerrar el pacto de la conjunci�n republicana.

El Pacto de San Sebasti�n

La reuni�n en el Casino republicano estuvo presidida por Fernando Sasia�n, l�der del Partido Provincial Aut�nomo y responsable de la conjunci�n republicana en Guip�zcoa. Asistieron por Alianza Republicana, Lerroux y Aza�a; por el radical-socialismo, Domingo, Albornoz y Galarza; Alcal�-Zamora y Maura por la Derecha Liberal; Casares Quiroga, por la ORGA; Jaume Aiguader, de Estat Catal�; Maci� Mallol, de Acci� Republicana y Manuel Carrasco Formiguera, de Acci� Catalana. A t�tulo de independientes figuraban Felipe S�nchez Rom�n, Eduardo Ortega y Gasset y el socialista Indalecio Prieto, y expres� su adhesi�n el Partido Federal, que no envi� representante.

La reuni�n dur� poco m�s de hora y media. Dada la heterogeneidad de las fuerzas presentes, no hubo debates program�ticos. Enseguida se plante� el problema de fondo: el precio pol�tico a pagar en el futuro por asegurar el concurso de los nacionalistas catalanes. Aunque Aiguader era quien representaba al sector m�s radical de �stos, el peso del debate lo llev� Carrasco Formiguera. La exposici�n de ambos incidi� en la necesidad de que la futura rep�blica reconociera la personalidad diferenciada de Catalu�a y que ello se manifestara en un r�gimen pol�tico propio.

De otra forma, los grupos catalanes no se sumar�an a la conjunci�n republicana. Carrasco exigi� el derecho a la autodeterminaci�n y lleg� a plantear la posibilidad de la independencia, lo que algunos de sus interlocutores interpretaron como una amenaza. Tras unos momentos de "silencio general y penoso", Domingo intent� justificar la actitud de su paisano. Por contra, Albornoz manifest� con aspereza su desacuerdo y el vehemente Maura afirm� que aquel camino conduc�a al separatismo y a la guerra civil y que el Estatuto catal�n no pod�a ser obra "de cuatro se�ores alrededor de una mesa".

Prieto y Sasia�n, por su parte, expresaron su preocupaci�n de que los nacionalistas vascos utilizaran aquel resquicio para plantear sus propias reivindicaciones de autogobierno. Para sorpresa de todos, dada su larga historia de pleitos con el catalanismo, Lerroux se mostr� especialmente conciliador, dispuesto, seg�n escribi� m�s tarde, a ense�ar a sus correligionarios "c�mo se lidiaban aquellas fieras". Terci� entonces, conciliador, Alcal�-Zamora con argumentos de naturaleza jur�dica. Pregunt� a los catalanes si aceptaban como base de cualquier acci�n pol�tica la Declaraci�n de Derechos del Hombre, y al responder �stos que s�, se�al� que entonces deb�a ser el sufragio universal el que, dando la palabra a todos los ciudadanos, decidiera el r�gimen que la rep�blica contemplar�a para Catalu�a.

Principio de acuerdo

Qued�, finalmente, encauzado un principio de acuerdo, basado en el reconocimiento de "la personalidad de Catalu�a" y en el entendimiento de que los partidos catalanes elaborar�an un Estatuto de autonom�a, que ser�a sometido al estudio de las Cortes Constituyentes. Flotaba en el ambiente la idea de una Rep�blica federal espa�ola, conforme la defend�an los catalanes, pero no parece que hubiera ning�n acuerdo sobre ello, ni lo hubo sobre los l�mites pol�ticos y administrativos de la futura autonom�a de Catalu�a.

La prensa, sometida a la censura, no pudo dar noticia de los acuerdos alcanzados que, por otra parte, no se pusieron por escrito, por lo que todo qued� en "un pacto entre caballeros", en frase de Maura

Salvado este escollo, se pod�a abordar la cuesti�n m�s urgente: la coordinaci�n de todos los grupos republicanos con vistas a los pactos con las organizaciones obreras y a la preparaci�n de un movimiento insurreccional que derribara r�pidamente a la monarqu�a. Era necesario, pues, formar un Comit� "revolucionario".

Maura propuso que estuviera presidido por Alcal�-Zamora e integrado por Prieto, Aza�a, Aiguader, Galarza y �l mismo. Todos los presentes se mostraron de acuerdo. Ya en uso de la presidencia, don Niceto pidi� nombres para los comit�s de asuntos militares y de relaciones con las distintas organizaciones obreras. Su socio, Maura, se apresuraba en cada caso a hacer las propuestas, que eran admitidas sin discusi�n. Pronto se hizo evidente que Lerroux, en teor�a el m�s importante de los dirigentes republicanos, estaba siendo marginado. Cuando finalmente se le nombr� enlace con las min�sculas organizaciones comunistas, el l�der radical tuvo la seguridad de que sus correligionarios desconfiaban de �l y de su partido, y de que Maura hab�a maniobrado h�bilmente para alejarle de cualquier puesto de responsabilidad.

La reuni�n de San Sebasti�n se hab�a preparado con el mayor sigilo, hasta el punto de que el Gobierno se enter� tras su celebraci�n. La prensa, sometida a la censura, no pudo dar noticia de los acuerdos alcanzados que, por otra parte, no se pusieron por escrito, por lo que todo qued� en "un pacto entre caballeros", en frase de Maura.

No obstante, Indalecio Prieto se encarg� de redactar, sobre un velador de bar, una lac�nica nota de prensa que entreg� a varios periodistas, en la que afirmaba cr�pticamente: "Examinada la actual situaci�n pol�tica, todos los representantes concurrentes llegaron, en la exposici�n de sus peculiares puntos de vista, a una perfecta coincidencia, la cual qued� inequ�vocamente confirmada en la unanimidad con que se tomaron las diversas resoluciones adoptadas".

Pero esto no era as�, como demostr� enseguida un comunicado de los delegados catalanes en apoyo del derecho de autodeterminaci�n. La cuesti�n, mal cerrada, de la autonom�a catalana, que afectaba al modelo general de la organizaci�n del Estado republicano, plantear�a serios problemas en los primeros meses del nuevo r�gimen, antes de dar con la ambigua f�rmula constitucional del Estado integral.

A corto plazo, sin embargo, el Pacto de San Sebasti�n facilit� la unidad de acci�n de todos los grupos republicanos y consolid� el liderazgo de Alcal�-Zamora. Anim� a los socialistas a unirse poco despu�s a la Conjunci�n, con la incorporaci�n de Largo Caballero y Fernando de los R�os a un Comit� revolucionario en el que ya estaba Prieto. Y puso en marcha la conspiraci�n c�vico-militar que culminar�a en el fracasado levantamiento del mes de diciembre de ese a�o. A la postre, ser�an unas simples elecciones municipales las que trajeran la rep�blica, algo imposible de prever por los estrategas pol�ticos reunidos orillas del Cant�brico en la can�cula de aquel a�o de 1930.

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