“Sentí su terror en el cuerpo”: cuida niños mientras se decide su adoptabilidad y convive con historias desgarradoras - Infobae

“Sentí su terror en el cuerpo”: cuida niños mientras se decide su adoptabilidad y convive con historias desgarradoras

Infobae visitó un hogar que trabaja con menores que luchan por salir adelante a la espera de una resolución judicial sobre su futuro. Muchos de ellos sufrieron golpes, abusos o fueron abandonados

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"Sentí terror en el cuerpo": Las desgarradoras historias de niños que encuentran una nueva vida en el Hogar Amaranta

¿Qué sucede cuando, por situaciones de riesgo, un niño debe ser apartado de su familia de origen? ¿Y si atrapan a una pareja robando y sus dos bebés estaban solos, en un hotel? ¿Por qué a veces pasan los años y no se decreta la adoptabilidad? ¿Dónde se quedan los chicos mientras la justicia decide su futuro?

En la Argentina unos 9000 niños están institucionalizados, pero solo 2200 se encuentran en situación de ser adoptados. El Hogar Amaranta, de San Isidro, aloja desde bebés recién nacidos hasta chicos de cuatro años que atraviesan situaciones de extrema vulnerabilidad. Por aquí transitan niños que están judicializados, ese tramo del proceso en que el Estado debe definir si los revincula con la familia de origen o les busca un nuevo hogar. Ese plazo nunca debería superar los 180 días, pero por diversas razones, pocas veces se cumple.

“El niño está bajo nuestra guarda mientras el proceso judicial avanza en relación a si estos papás tienen la posibilidad de volver a alojarlos, de volver a ahijarlos, de volver con ellos”, explica la directora del hogar, Alejandra De Renzis Peña. Cuidadosa, evita usar el término “recuperarlos”, pero en líneas generales se trata de evaluar y determinar si la familia de origen cuenta con la capacidad de cuidarlos sanamente.

Una recorrida por el interior del Hogar Amaranta

“Ningún niño llega acá si no hay realmente una situación de extrema vulnerabilidad. Están expuestos a violencia o a situaciones de negligencia extrema”, agrega en esta charla con Infobae que tiene como escenario el arenero, mientras los 10 chicos que albergan hoy en día están merendando, y espían por la ventana.

No todos los menores que han sido vulnerados son destinados a un hogar, según puntualiza De Renzis Peña. La medida debe tomarla el Consejo de Niñas, Niños y Adolescentes, o en su defecto, el servicio local. Y si un chico enviado a un hogar no tiene lugar disponible, puede ser hospedado por una familia de acogida o bien, permanecer en un hospital.

—Es tristísimo que un bebé o un niño se quede en un hospital. ¿Cómo podría crecer y desarrollarse?

—Es una situación de emergencia y nadie quiere que esté en un hospital. Pero a veces no hay espacios, no hay quien pueda recibir a ese niño en el mientras tanto.

—¿El Estado cumple con los tiempos estipulados para ese período transitorio? La nueva ley estableció 180 días para determinar la medida excepcional.

—Sí, la ley dice eso. Y en el hogar no sucede eso. Los tiempos que necesita o que toma ir evaluando a su familia extendida, agota toda esa instancia.

—En el Hogar Amaranta hay chicos que han pasado cuatro años, ¿no?

—Sí. Tenemos algunos niños que han estado, y están todavía, cuatro años. Recién ahora se ha resuelto su situación.

Algunos chicos llegaron a estar cuatro años en el hogar (Crédito: Gastón Taylor)
Algunos chicos llegaron a estar cuatro años en el hogar (Crédito: Gastón Taylor)

—¿Alejandra, cómo empezaste a trabajar en esto?

—Toda la vida me preocupó mucho el tema de las infancias vulneradas. Me lleva a un lugar muy lindo, que es con mis propios hijos. Pensar: “Cuando ustedes sean grandes no dejen de valorar que están en una casa que no se les vuela el techo, que no se inunda. No se olviden de los niños que no tienen nada. Recuérdenlos siempre”. Me emociona mucho porque uno primero lo desea, piensa cómo, y después lo materializa. Y la realidad es que cada vez que veo lo que hemos hecho en estos años, es alucinante.

—¿Esa fibra social estuvo siempre en vos? ¿Apareció con tu propia infancia, apareció con la maternidad?

—Con mi propia infancia. Mi mamá se enfermó cuando yo era muy pequeña. Somos cinco hermanos, y si mi hermana necesitaba algo iba yo, porque mi mamá no podía. Fui maestra jardinera, después me especialicé. Hace 40 años que me dedico a estar con los niños.

Alejandra De Renzis Peña, directora del Hogar Amaranta  (Crédito: Gastón Taylor)
Alejandra De Renzis Peña, directora del Hogar Amaranta (Crédito: Gastón Taylor)

—¿Después de tantos años sigue doliendo cada vez que llega al hogar un niño que sabés que viene de pasarla mal?

—Es un desafío pensar en un niño que llega absolutamente devastado, aterrorizado. El adulto sabe que lo está llevando a un lugar que lo van a cuidar; el niño, no. El niño vive las emociones, vive los sentimientos: “Salgo de un lugar donde estaba con mi mamá y mi papá, o con quien fuera, pero eran los que me cuidaban como podían”.

—Su lugar conocido.

—Su vínculo de apego: bueno, malo, ambivalente, era lo que había. Y de repente aparece en otro lado, con otras personas, en otro espacio que no conoce. Los bebés llegan así. No pueden… Hemos estado 45 minutos tratando que tome 50 centímetros cúbicos (de leche). ¿Por qué? No puede tragar.

—¿Tiene pánico?

Está aterrorizado. No tiene ningún recurso para pensar lo que va a venir. No puede procesarlo. No hay un aparato psíquico capaz de procesar esto. Por eso desde el minuto cero que llega un bebé acá, es envoltura, la mirada del cuidador. Ese niño no está preparado para ir a otro lugar, está rescatado: nadie saca a un niño si no está en una situación de extrema vulnerabilidad. Ha sido rescatado, pero él no lo sabe. Y llega a un lugar donde todo lo que viene es absolutamente abrumador.

"Ningún niño llega acá si no hay una situación de extrema vulnerabilidad", Alejandra Directora del hogar Amaranta en Infobae

—¿Qué hacés cuando un niño que ya habla, llora y dice que quiere volver con sus papás, con lo que conoce?

—Una sola vez un niño dijo: “Tengo que saber cómo está mi papá porque lo dejé solito, yo lo estaba cuidando”. Tenía tres años y medio.

—¿Qué quiere decir que un nene tan chiquito estaba cuidando a su papá?

—Porque ese papá no podía cuidarlo a él, y él lo estaba cuidando. El papá estaba inconsciente, había tenido un traumatismo por una situación de violencia. Los vecinos avisaron que desde hacía un par de días el niño estaba cuidando a esta persona, que no podía valerse por sí misma. Con el tiempo en el hogar, aparecieron algunas escenas que él relataba. Una vez hicimos una fiesta y habíamos hecho una pequeña fogata, y él dijo: “Yo también hice una fogata una vez con mi mamá”. Y nosotros dijimos: “¡Guau, qué linda imagen!”. Cómo rescató de la situación de indigencia, de estar en la calle, que él también había hecho una fogata con su mamá. Era el único recuerdo que tenía de su mamá.

—No estamos hablando de un papá al que le entraron a robar, que quedó inconsciente y que por eso un niño de tres años quedó solito. Estamos hablando de una situación de mucha marginalidad.

—Mucha marginalidad. Había violencia, había drogas. Todo lo que se puedan imaginar en un contexto así. O sea que había también negligencia hacia ese niño. Lo maravilloso del proceso que él vivió en Amaranta fue que inicialmente nosotros fuimos los receptores de ese dolor, y hay que entenderlo. Si él recibió violencia, cree que esa es la manera y va a relacionarse a través de la violencia. Y también se va a defender, porque él no sabe qué va a pasar acá. Lo que él vivió en su ámbito donde debería haber sido cuidado, lo tiene en el cuerpo, porque tiene cicatrices. Y lo tiene en su alma, que no la vemos; la vemos en el hacer del niño.

—Cuando contás que tiene cicatrices, ¿querés decir que fue golpeado, que fue lastimado?

—Quemado, golpeado. Sí.

—¿Por sus padres?

—No estuve ahí pero puedo imaginar que algo así debe haber pasado. O no lo pudieron evitar. Ha estado expuesto.

—Cuando llega al hogar, ¿está en medio de un proceso judicial que tiene que determinar si los adultos responsables van a poder hacerse cargo de él?

—Sí. Es un niño que hoy brilla. Y eso es muy lindo.

—¿Cuánto tiempo estuvo acá?

—Casi 3 años. Y en ese tiempo pudo vaciar el pozo del dolor y llenarlo con muchas situaciones amorosas, gratificantes. Fue transformando eso y pudo recuperarse. A su mamá nunca la localizaron. Tenemos un equipo técnico que es el que articula con defensorías, con tutor, con defensor del niño, con juzgados, y sabemos que se la intentó localizar. También se trató de ver familia extendida. Al papá primero lo localizaron y después desapareció. Y cuando se comprobó que no había manera de localizarlos, se definió la estrategia, que fue la adopción.

—¿Cómo se fue de acá?

—Cuando se estaba por ir, dijo: “Cuando yo llegué a Amaranta era grande, pero ahora soy chiquito”.

—¿A qué edad y dónde se fue?

—Se fue con una mamá y un papá muy amorosos, que lo ahijaron con todo el amor, y se respira ese amor. Hace poquito cumplió años y nos mandó la foto. Y además, para nuestra alegría invitó a uno de sus amigos que había estado aquí y que también se fue adoptado: se pudieron encontrar y festejar el cumpleaños. Hacía un año, un año y medio que no se veían, y dice que se abrazaban como si se hubiesen visto ayer. Se pusieron a jugar. Creo que eso es lo que mejor define a Amaranta.

—¿Cuando un niño llega en esta situación, no es mucho tardar casi tres años en decretar la adoptabilidad, con padres que no están? Entiendo cuando los padres están y hay algún tratamiento, o manifiestan su intención de sanar para poder ejercer el rol. Pero cuando no es así, o no se puede, ¿no es injusto para los niños que transcurra tanto tiempo?

—Como hogar, no tengo la respuesta. Como ser humano, me pregunto desde lo personal. Cuando cualquiera de nosotros tiene una situación traumática y puede acudir a un terapeuta y demás, tarda muchos años en recuperarse de los efectos postraumáticos. Seguramente esos padres, a su vez, son adultos que en su infancia han tenido situaciones de vulnerabilidad, que están casi cayéndose del sistema.

—Absolutamente.

—Yo no juzgo. Yo sé que un papá desde su corazón quiere y pretende hacer lo mejor, pero ya cuando ese papá no lo tuvo, no puede dar lo que no recibió. Cuando no pudieron, la mamá lo soltó o no sabemos bien qué pasó. El papá resultó herido en situaciones de violencia, en lo cotidiano, y no se podía hacer cargo del niño: quedó con secuelas, tenía hundimiento de cráneo. Igual, el proceso tardó dos años y medio. Necesitás mucho tiempo y los niños no pueden esperar tanto tiempo: se les va la vida en eso. Los primeros tres, cuatro años, son la base para toda la vida. Se sientan las matrices relacionales, cognitivas, psicológicas; todo. No hay tiempo que perder con los niños, con las infancias.

Muchos niños llegan tras sufrir situaciones de extrema vulnerabilidad
Muchos niños llegan tras sufrir situaciones de extrema vulnerabilidad

—¿Los chicos son escuchados?

—Nosotros creemos que el niño tiene que recuperar la posibilidad de creer que el mundo puede ser bueno y bello. Porque ellos, cuando llegaron a este mundo, no tuvieron esas impresiones y se lo merecen, como todos nuestros hijos. Pensar que el mundo le va a dar oportunidades. Hay niños que llegaron y en los primeros años no tuvieron esa oportunidad. Dos hermanos, por ejemplo, fueron rescatados por Gendarmería.

—¿A qué edad llegaron a vos?

—El más chiquito tenía casi dos años y el más grande, casi cuatro. El más grande no hablaba: no podía jugar, lloraba todo el día. Sentí su terror en el cuerpo y me lo trasmitió porque lo tenía agarrado como un koala. El corazón le latía que se le iba a salir del pecho. Era una cosa tan fuerte lo que él estaba sintiendo… El terror en carne propia vibró conmigo. Cuando llegó el momento de pasar la puerta donde estaba la cuidadora leyendo el cuento a los otros niños en la cama, él no pudo pasar el umbral del terror de lo que implicaba ir a ese cuarto. Estaba una cuidadora que me dice: “¿Querés que traiga el colchón acá?”, en la sala de juegos que tenemos, una sala intermedia. “Sí, tráelo”. Con él agarrado como koala, me senté en el colchoncito y ahí se desplomó y se durmió. Tardó un año para entrar en la siesta donde había luz en la sala, con un cuento. A él, lo salvaron los libros. Fue su tabla, literal, porque a partir de ahí empezó a poder hablar. Nadie va a obligar acá a un niño a entrar si tiene miedo. Él durmió durante un año y pico en esa sala a la noche, con su velador, con un cuidador que lo acompañaba mientras él dormía, en esa sala intermedia.

—¿Y su hermanito?

—Una vez que este niño se durmió pusimos los dos colchoncitos juntos y se acostó al lado de su hermano. Así descansaron unos días hasta que el más chiquito pudo ir más rápido al cuarto, con las otras cunas, con los otros niños, y siguió todo ese año y pico acompañado con una cuidadora, que le contaba el cuento. Él elegía el cuento, todo bien, hasta que entró solo.

—¿De qué venían esos chicos?

—Estaban en una casa dentro de un asentamiento, y había rejas a través de las cuales se vendía droga. Entraban y salían personas de ahí. Él tenía mucho pánico: en el mismo espacio donde él estaba, no podía haber un adulto mayor varón porque colapsaba. Nosotros tenemos cuidadoras mujeres y varones. ¿Por qué? Porque es muy importante poder reparar esto. Entonces, el varón cuidador se quedaba más lejos y le decía: “Yo voy a esperar”, y venía la cuidadora mujer y le decía: “Permiso”, y era ella quien lo cambiaba. Nosotros le anticipamos al niño todo lo que vamos a hacer, paso a paso.

—Crianza respetuosa.

—Acá hay absoluto respeto por la individualidad del niño, por sus emociones, por sus estados anímicos. He estado una hora y media tirada en el piso abrazando a un niño para cuidarlo porque se golpeaba contra el piso.

El hogar recibe chicos que llegan con vivencias dramáticas en muchos casos
El hogar recibe chicos que llegan con vivencias dramáticas en muchos casos

—Me hablaste de un asentamiento donde se vendía droga. Y evidentemente, con algún referente masculino que debe haber sido muy violento con él, muy malvado. Una situación muy límite.

—Me pareció muy interesante que vos preguntaste si son escuchados los niños. Los niños nos hablan desde que son bebés. A veces escucha el que quiere escuchar, y el que no quiere, no escucha. Una vez él estaba con un cuento, y de repente pasamos una hoja y había una imagen de animales, donde un animal tenía una actitud sobre otro animal. Y él, colapsó. Me miraba, me gritaba y me señalaba. Me estaba hablando de lo que le había pasado…

—¿Había sido abusado?

—Hay muchas formas de abuso. Violentar a un niño de cualquier manera es un abuso. Y la imagen valía más que mil palabras. Por supuesto, todo eso siempre se informa. Se reportó. Y ahí le dije: “Te entendí, me estás contando”. Ahí empezó su recuperación.

—¿Cuánto tiempo estuvieron acá los dos hermanos?

—Dos años y medio, un poquito más.

—¿En ese tiempo, tuvieron algún vínculo con su familia de origen?

—No, no. Ninguno. Nunca preguntaron.

—¿Y alguien de su familia de origen buscaba ese contacto?

—No, tampoco. Ese niño empezó a hablar a los cinco y dejó los pañales a los seis. Poder controlar esfínteres es un proceso de maduración interna que requiere de mucha presencia, mucha constancia, mucha madurez en todos los planos.

—¿Los adoptaron juntos?

—Sí, unos papás divinos.

"Hay que revincular, y también hay que dar herramientas al que llega para que sepa cómo es ese niño", explican en el hogar  (Crédito: Gastón Taylor)
"Hay que revincular, y también hay que dar herramientas al que llega para que sepa cómo es ese niño", explican en el hogar (Crédito: Gastón Taylor)

—Hay un caso muy tremendo de unos hermanos que ustedes recibieron, que habían sido dejados solitos en un hotel.

—Sí. Los padres salieron a robar, los atraparon en el hecho, y la mamá avisó que los niños estaban solos en la habitación de un hotel. No sabemos cuántas horas, pero era de noche, así que la policía los fue a buscar. Uno tenía siete meses y el otro, un año y medio.

—Y llegan esos dos hermanos, con sus padres detenidos.

—Y empezó todo un proceso con la mamá, que salió en libertad con tobillera. Desde el Estado se hizo de todo para acompañar a esa mamá, desde iniciar tratamientos, que ella intentó. Se hizo de todo.

—Me imagino que el hecho de que saliera con una prisión domiciliaria fue para poder mantener vínculo con los hijos.

—Sí. Y en ese tiempo el Estado ha estado agotando todas las instancias, porque la ley está y hay que cumplirla. Pero para estos niños pasó mucho tiempo.

—¿Era una mamá que quería recomponer ese vínculo?

—Sí. Y lo intentó. En dos oportunidades no pudo concretar. Revinculó y no pudo sostenerlo.

—¿Qué quiere decir que no pudo sostenerlo? ¿No pudo cuidarlos como tenía que cuidarlos?

—No pudo sostener porque tenía que cumplir determinadas cuestiones, y no lo pudo hacer. Que no depende de nosotros.

—O sea, hay una problemática mayor a la del delito.

—Sí. Hay muchos componentes. El tema es que mientras tanto, los niños crecieron.

—¿Cuánto tiempo pasó?

—Los dos estuvieron acá cuatro años. Uno llegó con seis meses y el otro con año y medio. Imaginate…

—Es un montón de tiempo.

—Es mucho, sí.

—Más allá de lo bien que los chicos puedan estar acá, tienen derecho a tener una familia.

—Sí. Para un niño, el mejor lugar para estar es con una familia. Eso lo sabemos todos. Nosotros también bregamos para que eso suceda. Ahora, desde acá, lo que hacemos es mandar informes, pedir, decir cómo están, si les afecta les afecta la permanencia. También, cómo les afecta saber que se van a ir, y que se trunque dos veces.

—¿Cómo fueron esas dos veces que se iban a ir y no pudieron?

—Estaba todo listo, pero su mamá no pudo. No voy a juzgar, es muy delicado el tema. Ella hizo todo lo que podía, pero no era suficiente para lo que estos niños necesitaban. Hay que tener en cuenta que esas situaciones fallidas al niño le generan más dolor.

—Mucha incertidumbre.

—Tremendo. Los niños no pueden estar en ese limbo de no saber si me voy a ir con mi mamá, si va a venir, si no va a venir, cuándo va a venir… Llega un momento en que el niño suelta, porque es tanto el dolor y la resignación. Y no se tienen que resignar. Somos muchos adultos que estamos trabajando y todos queremos que esos niños tengan lo mejor, incluida su mamá por supuesto. El tema acá es dónde se corta eso. El niño que llegó acá no es el mismo que está hoy acá. Hay que revincular, y también hay que dar herramientas al que llega para que sepa cómo es ese niño, qué le gusta a ese niño, cómo se maneja, cuáles son sus ritmos.

—Muchos se quejan de la ley de adopción y hay varios mitos instalados al respecto por los que te quiero consultar. ¿Es mala la ley?

—La ley está, porque de hecho cuando nosotros trabajamos con juzgados diferentes, con defensorías diferentes, con tutores defensores. Cuando se piensa en el niño y en la familia se encuentran las herramientas, están.

Los niños luchan por salir adelante mientras las justicia decide su futuro (Crédito: Gastón Taylor)
Los niños luchan por salir adelante mientras las justicia decide su futuro (Crédito: Gastón Taylor)

EL DÍA EN EL HOGAR

Amaranta funciona en una casa de San Isidro que deben dejar cerca de fin de año: se termina el alquiler. La situación genera angustia, tanto como llegar a cubrir cada mes las necesidades de niños tan pequeños, que se merecen todos los cuidados que les fueron quitados.

—¿A qué hora se levantan los chicos?

—Seis y diez, seis y media, pero a las siete y media todos los bebés duermen. Algunos ya duermen de corrido con un año.

—¿Van al jardín?

—A partir de los cuatro van al jardín, sí.

—¿Y los que todavía no van al jardín, tienen rutinas acá?

—Sí. Todos los días hay un ritmo establecido que es como un reloj impecablemente perfecto. ¿Por qué? Porque en la constancia del ritmo este entorno, que les resultaba absolutamente desconocido, les da seguridad porque saben lo que va a pasar.

—¿Qué pasa cuando uno de los chicos se enferma?

—Se queda en el hogar, por supuesto, con una referente que conoce para que lo esté acompañando.

—¿Y qué pasa cuando uno se levanta a la noche, con una pesadilla?

—Está el cuidador al lado y le dice: “Acá estoy, no me voy a ir a ninguna parte. ¿Qué pasó? ¿Tenés miedo? Acá estoy. Te acompaño a tu cama”.

“Nadie saca a un niño si no está en una situación de extrema vulnerabilidad” (Crédito: Gastón Taylor)
“Nadie saca a un niño si no está en una situación de extrema vulnerabilidad” (Crédito: Gastón Taylor)

—¿Se festejan los cumpleaños?

—Sí, por supuesto. Se festejan todos los cumpleaños. Ahora tenemos el cumpleaños de una niña que cumple un año y va a venir su hermana, que está institucionalizada en otro hogar. Ella en su momento priorizó que adopten a sus otros hermanitos.

—¿Cuántos hermanos son?

—Creo que son cuatro.

—¿Y por qué no podían ser adoptados los cuatro juntos?

—A veces no hay familias para cuatro. A veces se corre el riesgo de que estén mucho tiempo porque es muy difícil conseguir una familia.

—¿Y su hermana mayor, qué edad tiene?

—Va a cumplir 17 o 18. Fue muy lindo porque cuando su hermana llegó para vincularse con la bebé, venía con sus reservas: no sabía cómo iba a estar su hermanita. Acá le fuimos mostrando, se adecuó a su hermanita, y ganó muchas herramientas.

—Es importantísimo para quien el día de mañana vaya a adoptar a esta beba saber que tiene una hermana y que pueda mantener ese vínculo. Ahora, en algo falló el Estado para que haya una adolescente de 17 en adopción, una de un año en adopción, y en el medio dos hermanos que fueron adoptados. Hay una mamá que, sin juzgar, evidentemente no pudo, pero siguió teniendo hijos en una situación de mucha vulnerabilidad.

—Sí. Es un derecho del adulto. A veces hay una línea ahí, que es difícil de trazar. Además, estamos viviendo desde hace muchos años un deterioro general. Tenemos una trabajadora social que me decía que en un servicio local que ella estaba, tenía 700 casos. ¿Cómo podés abordar todos estos casos?

—No le podés dedicar lo que necesita.

—Y de repente hay un juez, y el otro está subrogando porque el otro no está, porque no hay un cargo, porque está vacante. ¿Y sabés qué pasa?

—Los chicos van creciendo…

—El chico tiene derecho a tener una familia. Tenemos que movilizarnos todos para que eso sea así.

—Y no lo vas a decir vos pero lo voy a decir yo: no todos los hogares son Amaranta. No todos tienen un cuidador de noche, por ejemplo. Y por supuesto: una mujer adulta puede elegir tener hijos. Pero también me pregunto qué pasa con el Estado y los organismos que no pueden detectar estas situaciones. Si tuvo que dar en adopción a su primera hija, hoy adolescente, y que va a salir del sistema sin haber sido adoptada, ¿cuánto tiempo se espera para darle la adoptabilidad a la de un año?

—La de un año entró siendo un bebé pequeño. Va a cumplir un año y está en proceso de definirse la estrategia para resolver eso. Están agotando todas las instancias judiciales que hay que agotar.

—¿Hay alguien de la familia de origen que la reclama?

—Sí. Es una situación muy delicada. Muy difícil.

Alejandra De Renzis Peña y Tatiana Schapiro recorren el hogar Amaranta Crédito: Gastón Taylor
Alejandra De Renzis Peña y Tatiana Schapiro recorren el hogar Amaranta Crédito: Gastón Taylor

—Estamos hablando en estos días de casos tremendos de niños muy chiquitos con síndrome de abstinencia por haber recibido drogas en su casa, o durante el embarazo ¿Tuviste alguna situación así?

—Sí. Bebés.

—¿Cómo se trata?

—Con mucho sostén. Con mucha, mucha, mucha, mucha tolerancia. Mucha presencia: “Estoy acá, sabiendo que vos estás llorando, y yo te voy a acompañar”. Mucho reconocimiento de que necesita algo que yo no le voy a dar porque no es bueno para él, por supuesto. Pero el niño no lo sabe; lo que siente es la falta. La falta extrema. Por eso es muy importante que haya un adulto con esos bebés, casi uno a uno.

—Son muchas las necesidades, muchos niños. Y me imagino que necesitan terapias particulares. ¿Están los recursos que hacen falta?

—Es muy difícil. El sistema de salud está colapsado y nosotros estamos pidiendo que tengan cierta prioridad en los hospitales, por ejemplo.

—¿Qué porcentaje cubre el Estado?

—El 30% de los gastos. Puede sonar como un dilema: si vos tenés más niños tenés más becas, tenés menos déficit, pero no podríamos darle la calidad de cuidado que nosotros le damos.

—¿Y ese 70% restante de dónde sale?

—Remamos en dulce de leche repostero. Tenemos una red: hay mucha gente que todos los meses no ayuda todos un poquito. Lo que pasa es que con la inflación y con toda la coyuntura económica, no alcanza. Tendríamos que tener el doble de donantes, casi.

—Se puede colaborar con donaciones económicas, con lo que cada uno pueda, porque cada uno está en una situación distinta. Las empresas, por supuesto, también son bienvenidas.

—Obvio. Todo es bienvenido.

—¿Qué pasa con el que te dice: “Yo no tengo plata, tengo tiempo”? ¿Hay algo que pueda hacer, que sirva?

—Sí. El tiempo es muy valioso. Acá tenemos una red de voluntarias, que les llamamos hadas: ellas hacen todo lo cotidiano de lo que es la casa, la ropa limpia. Hay mucho trabajo. Si no tuviéramos hadas, no sé qué haríamos. Hay profesionales que se han jubilado en distintas profesiones y que también donan su trabajo, y nos ayudan un montón. Hay un mail, que es voluntarios@amaranta.com.ar

—Todos, de alguna manera, podemos involucrarnos.

—Todo el mundo puede ver en Instagram lo que pasa acá, en el día a día. Es una manera de mostrar lo bien que están esos bebés mientras permanecen aquí. Y también nos pueden contactar.

—Quiero decirte tres cosas. La primera es que todos podemos comprometernos y hacer algo. La segunda tiene que ver con lo aleatorio de la vida: mis hijos estén calentitos en casa, con la panza llena, en un hogar amoroso, y tiene que ver con la suerte que tuvieron de nacer en esa casa y no en otra, en la que los padres, por distintos motivos, no podían. Y lo tercero es recalcar siempre que la responsabilidad del Estado es para con los niños, no para con los adultos. La obligación que tenemos como sociedad de restituir el derecho de esos niños a ser criados y cuidados y amados en un hogar seguro.

—Es que son el futuro de nuestra sociedad. Si no nos ocupamos de los niños, ¿qué clase de personas somos? ¿Vos viste algún animalito que abandone a su cría o que no se ocupe, o que no la cuide la manada cuando ese adulto no puede? ¿Lo viste eso en la naturaleza? ¿Por qué nosotros no hacemos eso?

—¿Me llevás a conocer a los chicos?

—Dale.

Una recorrida por el interior del Hogar Amaranta

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