Historia del cine zombi (II). Por Edgar Pozo | by Mujercitos Magazine | Medium

Historia del cine zombi (II)

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6 min readFeb 4, 2021
ArtCover por Claudia Patricia

Por Edgar Pozo

La revolución haitiana fue un absoluto fracaso.

Los hay quienes culpan de esto al bloqueo económico y cultural que le impusieron las grandes potencias esclavistas de la época –EEUU, Gran Bretaña y Francia– por miedo a la expansión de la revuelta esclava.

Otros denuncian las políticas abiertamente racistas del primer presidente de la isla, Jean-Jacques Dessalines, y su negativa a reconocer a la población blanca como parte del estado naciente. Dessalines ordenó actos genocidas contra esta minoría y privó a la nueva sociedad del grupo con más conocimientos científico-técnicos en ese momento.

Jean-Jacques Dessalines

Sea como fuere, la nación que primero se independizase de Latinoamérica se convertiría en la más pobre de ese continente y en uno de los lugares más paupérrimos del mundo. La tasa de analfabetismo permanecería alarmante hasta el día de hoy y su nivel de desarrollo humano quedaría por debajo del de muchos países africanos.

La primera revolución de esclavos de toda la historia sería también la última.

Haití, sin duda, no había sido el mejor ejemplo de república libre para los oprimidos del mundo. Gobernantes despóticos autoproclamados en monarcas, traiciones políticas entre camaradas, conflictos civiles, limpieza étnica y guerras anexionistas. Todos estos elementos abundaron en la triste historia del país durante el siglo XIX y hasta la actualidad.

En medio de tanto sufrimiento y, sobre todo, de tanto desengaño, la población, diezmada e iletrada, recordó con terror la leyenda del sanguinario Jean Zombi.

Los términos arcaicos nsumbi (demonio) o nvumbi (cuerpo sin alma), procedentes del sincretismo del vudú africano con las creencias locales, fueron asociados a las penurias que sufría el estrato más pobre de la isla.

Un zonbi, como finalmente quedaría escrito en la lengua criolla haitiana, hacía referencia a una persona aparentemente asesinada, cuyos restos, tras el entierro, serían traídos de nuevo a la vida por un hechicero. El cuerpo, ahora despojado de alma, quedaría a merced del brujo y sería obediente a todos sus mandatos. A menudo estas entidades serían empleadas para las arduas labores del campo, donde, sin vida, labrarían la tierra a la luz de la noche.

Las semejanzas con las condiciones de servidumbre impuestas a la población negra del Caribe de la época resultan evidentes.

Pero es momento de hacerse la pregunta que nunca nadie se hace. ¿Cómo es posible que el zombi como metáfora psicosociológica del trabajador del campo desalmado proceda del lugar que primero se deshizo de la práctica esclavista?

La respuesta es la misma que describe el dolor por el cual ningún haitiano podía decir vivir mejor después de la revolución que antes que ella. En la práctica, la esclavitud no había terminado en el país antillano, solo se había transformado.

Bajo el sudor de la palma, el zombi originario denota a un individuo que es materia sin sustancia, en tanto que su alma ha sido desprendida de todas las ilusiones revolucionarias. El cacique que le auguraba una salida gloriosa de la vida que antes lo aplastaba, ahora le cortaba los codos y la lengua a su hijo por no rendir pleitesía al emperador igbo Henri Christophe I, al tiempo que dejaba secar la cosecha. Ampollas y callos en sus manos y pies blancos, da igual quien estuviera en el poder; negro nació, negro murió.

El zombi nace en Haití porque Haití es la primera gran decepción del individuo con su nueva “libertad”. Fue entonces cuando los blancos regresaron a la isla, ansiosos por retratar la deseada debacle.

El primer cruce entre el mundo del cine y la antigua tradición zombi sucedió con la película White Zombie (1932), protagonizada por el legendario Béla Lugosi y distribuida por la poderosa United Artists.

En el filme, ambientado en Haití, los zombis son representados como sonámbulos deshumanizados controlados por un rico terrateniente blanco conocedor del vudú, quien los usa para el trabajo en su plantación de azúcar. Estas criaturas no atacan a las personas a menos que les sea ordenado por su amo; pueden incluso llegar a servirles educadamente mientras así les encomiende el que esté en posesión de su alma robada. No hay mención alguna al gusto por la carne humana o a un posible “contagio” de la condición zombi.

Es importante resaltar que en el momento del estreno de la cinta, el ejército estadounidense llevaba casi 20 años ocupando la isla de La Española. Tanto Haití como República Dominicana, al igual que anteriormente Cuba o Nicaragua, habían sucumbido al martillo imperialista. Desde la guerra contra España, los norteamericanos intervenían con regularidad en el Caribe para proteger la integridad de sus empresas, especialmente aquellas dedicadas al comercio frutero.

Por un lado, Hollywood es usualmente acusado, desde la comodidad del presente, de blanquear la posición estadounidense en la ocupación isleña. Haití, población tribal e ignorante, aún bajo el dominio de las viejas supersticiones, necesitaba de una potencia que actuase como fuerza civilizadora. ¿Quién mejor que los Estados Unidos de América?

Otros vimos más bien en escena a un pensamiento liberal de larga tradición en EEUU, bastante crítico con la política exterior de su país desde las invasiones irredentas de Hawái o Filipinas. Las durísimas condiciones de vida que nuevamente imponen a los nativos los empresarios blancos y europeos son mostradas al gran público a través del filtro de muertos sin emociones que reviven de la tumba para matarse a trabajar. No es descabellado ver en esto un ejercicio de sagaz denuncia social, siempre infravalorada en el cine de terror.

Americano posando con cadáveres de rebeldes haitianos durante la ocupación.

¿Entonces el cine zombi temprano es colonialista o anticolonial? Quizá sea imposible saberlo con seguridad, pero lo que sí es incuestionable es que no hablamos de cine escapista.

Despreciando el cine de muertos vivientes como serie B de barata, ¿sospechaste alguna vez del íntimo vínculo entre los zombis y la United Fruit Company?

Aunque el enfoque del zombi como una suerte de sirviente de ultratumba de los poderosos, siempre en lugares exóticos –y siempre negro–, se mantendría durante años, las cosas poco a poco comenzaban a cambiar.

En su obra I Walked with a Zombie (1943), el magnífico Jacques Tourneur intenta indagar en aquello que diferencia a los vivos de los no muertos. El racismo se iba dejando de lado lentamente y, por primera vez, la criatura era mirada de igual a igual. ¿Qué es lo que hace que nosotros no seamos ellos y viceversa? En una época donde la psicología florecía al igual que el interés por el mundo de los sueños, Tourneur busca el sentido en el onirismo y la hipnosis.

¿Pero qué más da? Lo importante no es la respuesta a la pregunta, sino el hecho de que la pregunta haya sido planteada.

Comenzaba aquí nuestro romance íntimo con el zombi como ente individualizado. ¿Dónde estaba la línea que lo separaba a él –inercial, impulsivo y aletargado– de nosotros?

Nos entró demasiado miedo al mirar a sus ojos. No estábamos dispuestos a renunciar a nuestros privilegios. Fuimos presas del pánico. No quisimos quedarnos a solas con el ser.

Entonces fue cuando estos vinieron en avalancha.

George A. Romero

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