Wolfgang Amadeus Mozart. Biografía

Wolfgang Amadeus Mozart

Considerado por muchos como el mayor genio musical de todos los tiempos, Wolfgang Amadeus Mozart compuso una obra original y poderosa que abarc� g�neros tan distintos como la �pera bufa, la m�sica sacra y las sinfon�as. El compositor austriaco se hizo c�lebre no �nicamente por sus extraordinarias dotes como m�sico, sino tambi�n por su agitada biograf�a personal, marcada por la rebeld�a, las conspiraciones en su contra y su fallecimiento prematuro. Personaje rebelde e impredecible, Mozart prefigur� la sensibilidad rom�ntica y fue, junto con H�ndel, uno de los primeros compositores que intentaron vivir al margen del mecenazgo de nobles y religiosos, hecho que pon�a de relieve el paso a una mentalidad m�s libre respecto a las normas de la �poca. Su car�cter an�rquico y ajeno a las convenciones le granje� la enemistad de sus competidores y le cre� dificultades con sus patrones.


Wolfgang Amadeus Mozart

Wolfgang Amadeus Mozart naci� el 27 de enero de 1756, fruto del matrimonio entre Leopold Mozart y Anna Maria Pertl. El padre, compositor y violinista, publicaría ese mismo año un �til manual de iniciaci�n al arte del viol�n; la madre procedía de una familia acomodada de funcionarios públicos. Mozart era el s�ptimo hijo de este matrimonio, pero de sus seis hermanos s�lo hab�a sobrevivido una ni�a, Maria Anna. Wolferl y Nannerl, como se llam� a los dos hermanos familiarmente, crecieron en un ambiente en el que la m�sica reinaba desde el alba hasta el ocaso, ya que el padre era un excelente violinista que ocupaba en la corte del pr�ncipe-arzobispo Segismundo de Salzburgo el puesto de compositor y vicemaestro de capilla.

Por aquel entonces Salzburgo empezaba a recuperarse de los desastres humanos y econ�micos de las guerras civiles del siglo XVII, pero aun as� la vida cultural y econ�mica giraba casi exclusivamente en torno a la figura feudal del arzobispo, al tiempo que empezaban a circular ideas ilustradas entre una naciente burgues�a urbana, todav�a ajena a los centros sociales de prestigio y poder. Una atm�sfera que cabe recordar para, en su momento, hacerse cargo de la mentalidad de Mozart padre, as� como de la rebeld�a juvenil del hijo.

Leopold, en efecto, educ� a sus hijos desde una tempran�sima edad como a m�sicos capaces de contribuir al sustento de la familia y de convertirse lo antes posible en servidores a sueldo del pr�ncipe de Salzburgo. Una aspiraci�n l�gica y com�n en su tiempo. Nannerl, cinco a�os mayor que Wolfgang, ya daba clases de piano a los diez a�os de edad, y uno de sus alumnos fue su propio hermano. El inter�s y las atenciones de Leopold se concentraron al principio en la formaci�n de la dotad�sima Nannerl, sin percatarse de la temprana atracci�n que el peque�o Wolferl sent�a por la m�sica: a los tres a�os se ejercitaba con el teclado del clavec�n, asist�a sin moverse y con los ojos como platos a las clases de su hermana y se escond�a debajo del instrumento para escuchar a su padre componer nuevas piezas.

El m�s precoz de los genios

Pocos meses despu�s, Leopold se vio obligado a dar lecciones a los dos y qued� estupefacto al contemplar a su hijo de cuatro a�os leer las notas sin dificultad y tocar minu�s con m�s facilidad con que se tomaba la sopa. Pronto fue evidente que la m�sica era la segunda naturaleza del precoz Wolfgang, capaz a tan tierna edad de memorizar cualquier pasaje escuchado al azar, de repetir al teclado las melod�as que le hab�an gustado en la iglesia y de apreciar con tanto tino como inocencia las armon�as de una partitura.


El Tratado para una escuela violinística básica,
de Leopold Mozart

Un a�o m�s tarde, Leopold descubri� conmovido en el cuaderno de notas de su hija las primeras composiciones de Wolfgang, escritas con caligraf�a infantil y llenas de borrones de tinta, pero correctamente desarrolladas. Con l�grimas en los ojos, el padre abraz� a su peque�o "milagro" y determin� dedicarse en cuerpo y alma a su educaci�n. Bromista, sensible y vivaracho, el pequeño Mozart estaba animado por un esp�ritu burl�n que s�lo ante la m�sica se transformaba; al interpretar las notas de sus piezas preferidas, su sonrosado rostro adoptaba una impresionante expresi�n de severidad, un gesto de firmeza casi adulto capaz de tornarse en fiereza si se produc�a el menor ruido en los alrededores. Ensimismado, parec�a escuchar entonces una maravillosa melod�a interior que sus finos dedos intentaban arrancar del teclado.

El orgullo paterno no pudo contenerse y Leopold decidi� presentar a sus dos geniecillos en el mundo de los soberanos y los nobles, con objeto tanto de deleitarse con las previsibles alabanzas como de encontrar generosos mecenas y protectores dispuestos a asegurar la carrera de los futuros m�sicos. Renunciando a toda ambici�n personal, se dedic� exclusivamente a la misi�n de conducir a los hermanos prodigiosos hasta la plena madurez musical. Aunque el ni�o era a todas luces un genio, cabe observar que su talento fue educado, espoleado y pulido por la diligencia del padre, al que s�lo cabe achacar haber expuesto a un ni�o de salud quebradiza a los constantes rigores de unos viajes ciertamente inc�modos. La iconograf�a de Mozart ni�o no nos ofrece un retrato fiel de su aspecto, pero los testimonios coinciden en una palidez extrema, casi enfermiza.

As�, los hermanos Mozart se convirtieron en concertistas infantiles en giras cada vez m�s ambiciosas; contaban con el benepl�cito del pr�ncipe, sin el cual no habr�an podido abandonar la ciudad. De 1762 a 1766 realizaron varios viajes por Alemania, Francia, Gran Breta�a y los Pa�ses Bajos. En 1762, un a�o despu�s de la primera composici�n escrita de Mozart, los hermanos daban conciertos en los salones de Munich y Viena. En el mismo a�o viajaron a Frankfurt, Lieja, Bruselas y Par�s.


Su hemana Maria Anna Mozart

En Versalles, aquel ni�o mimado por el aplauso de todos, pero ni�o al fin y al cabo, salt� en un arrebato a las faldas de la emperatriz para abrazarla, y le propuso a la futura reina Mar�a Antonieta, entonces ni�a de su misma edad, casarse con �l, adem�s de hacer un p�blico desplante a madame de Pompadour por negarse a besarlo. De all� marcharon a Londres, donde tocaron en el palacio de Buckingham y conocieron a Johann Christian Bach, el hijo predilecto de Johann Sebastian Bach, cuyas composiciones sedujeron al ni�o. En s�lo seis semanas Wolfgang fue capaz de asimilar su estilo y componer versiones personales de su m�sica.

Sin embargo, no todos los viajes estaban alfombrados de �xito y beneficios. Los conciertos, en ocasiones similares a n�meros de circo, no daban todo lo esperado. El monedero del padre Mozart se encontraba vac�o con demasiada frecuencia. Como la memoria de los grandes es escasa y caprichosa, algunas puertas se cerraron para ellos; adem�s, la delicada salud del peque�o les jug� diversas veces una mala pasada. El mal estado de los caminos, el precio de las posadas y los viajes interminables provocaban mal humor y a�oranza, l�grimas y frustraciones.

La primera gira concluy� en 1766. De 1767 a 1769 dieron conciertos por Austria, y desde esta fecha hasta 1771 por Italia, donde recibi� la protecci�n del padre Martini, que gestion� su ingreso en la Accademia Filarmonica. Leopold reconoci� que ped�a demasiado a su hijo y en varias ocasiones volvieron a Salzburgo para poner fin a la vida n�mada. Pero la ciudad poco pod�a ofrecer a Wolfgang, aunque recibir�a a los trece a�os el t�tulo honor�fico de Konzertmeister de la corte salzburguesa; Leopold quiso que Wolferl continuase perfeccionando su educaci�n musical all� donde fuese preciso, y continu� su peregrinar de pa�s en pa�s y de corte en corte. Wolfgang conoci� durante sus giras a muchos c�lebres m�sicos y maestros que le ense�aron diferentes aspectos de su arte y las nuevas t�cnicas extranjeras.


Mozart en Verona (óleo de Saverio dalla Rosa, 1770)

El muchacho se familiariz� con el viol�n y el �rgano, con el contrapunto y la fuga, la sinfon�a y la �pera. La permeabilidad de su car�cter le facilitaba la asimilaci�n de todos los estilos musicales. Tambi�n comenz� a componer en serio, primero minu�s y sonatas, luego sinfon�as y m�s tarde �peras, encargos medianamente bien pagados pero poco interesantes para sus aspiraciones, aceptados debido a la necesidad de ganar el dinero suficiente para sobrevivir y seguir viajando. A menudo se vio tambi�n obligado a dar clases de clavec�n a est�pidos ni�os de su edad que le irritaban enormemente.

Entretanto, el padre se sent�a cada vez m�s impaciente. �Por qu� no hab�a conseguido todav�a la gloria m�xima su hijo, que ya sab�a m�s de m�sica que cualquier maestro y cuya genialidad era tan visible y evidente? Ni sus conciertos para piano ni sus sonatas para clave y viol�n, y tampoco los estrenos de sus �peras c�micas La tonta fingida y Basti�n y Bastiana hab�an logrado situarle entre los m�s grandes compositores. S�lo en 1770 Leopold considerar� que al fin su hijo goza de un �xito merecido: el Papa Clemente XIV le otorga la Orden de la Espuela de Oro con el t�tulo de caballero, la Academia de Bolonia le distingue con el t�tulo de compositore y los milaneses acompa�an su primera �pera seria, Mitr�dates, rey del Ponto, con fren�ticos aplausos y con gritos de "�Viva il maestrino!"


Mozart (al clavicordio) con el violinista
Linley en Florencia, 1770

El 16 de diciembre de 1771 los Mozart regresaban a Salzburgo, aureolados por el triunfo conseguido en Italia pero siempre a merced de las circunstancias. Aquel afamado adolescente de quince a�os ya ten�a en su haber la escritura de m�s de cien composiciones (conciertos, sinfon�as, misas, motetes y �peras) y luc�a con orgullo la Espuela de Oro del papa. Ese mismo a�o, sin embargo, hab�a fallecido el arzobispo de Salzburgo, y las ideas y el car�cter del nuevo mitrado, el conde Ger�nimo Colloredo, alteraron el rumbo de la vida de Mozart.

En Salzburgo

Contra lo que pueda parecer, la atm�sfera en la Austria cat�lica era menos r�gida y puritana que en la Alemania protestante, sobre todo en Viena, y el nuevo arzobispo no era un se�or feudal a la antigua usanza, sino todo un reformista ilustrado, que convirti� a los siervos y criados de su corte en funcionarios p�blicos. En esta operaci�n, sin embargo, Colloredo actu� con la rigidez de un d�spota, y para el joven Mozart, equiparado administrativamente a los jardineros de palacio, la modernizaci�n de la corte le result� m�s humillante y gravosa que el trato benevolente y paternal, aunque arbitrario, de su antiguo se�or. La corte salzburguesa estaba, adem�s, impregnada de clericalismo e intrigas en la tradici�n vaticana, y el vitalismo y cosmopolitismo de Mozart ansiaba la vida de Viena, por la intensidad de su apertura y curiosidad musical y la animaci�n art�stica de sus teatros.


El arzobispo Colloredo (óleo de F. X. Koenig, 1772)

S�lo su naturaleza alegre y despreocupada salv� al joven de la apat�a o la rebeli�n y le permiti� crear en esta �poca m�s y mejor que nunca. Era el fin del ni�o prodigio y el comienzo de la madurez musical. En sus conciertos romp�a con las concepciones tradicionales alcanzando un verdadero di�logo entre la orquesta y los solistas. Sus sinfon�as, de brillantes efectos instrumentales y dram�ticos, eran excesivamente innovadoras para los perezosos o�dos de sus contempor�neos. Mozart resultaba para todos a la vez nuevo y extra�o. Pero tampoco su siguiente �pera, La jardinera fingida, en la que fund�a por primera vez audazmente drama y bufonada, constituy� un �xito, aunque hab�a tratado de seguir al pie de la letra las reglas de la moda y los convencionalismos. El joven se sent�a frustrado, deseaba componer con libertad y huir del marco estrecho y provinciano de su ciudad natal. Nuevas y breves visitas a Italia y Viena aumentaron sus ansias de amplios horizontes.

Durante este per�odo su producci�n de encargo fue b�sicamente sacra, aunque Mozart compuso adem�s varias �peras cortesanas, cuartetos de cuerda, sonatas y divertimentos. Tras una estancia en Munich, en enero de 1775, para representar ante el elector Maximiliano III La jardinera fingida, Mozart consigui� finalmente autorizaci�n de Colloredo para una nueva gira. Acompa�ado esta vez de su madre, parti� de Salzburgo, feliz de abandonar su �salvaje ciudad natal� y con la esperanza de revivir sus �xitos infantiles en Par�s. Pero primero se detuvo largos meses de 1777 en Munich, Augsburgo y Mannheim, entre otras ciudades. En la �ltima trab� amistad con Ramm, Wendling y Cannabich y escribi� el Concierto para piano que fue la n�mero 271 de sus composiciones.

El 23 de marzo de 1778 lleg� a Par�s, donde conoci� la primera de sus m�s amargas experiencias: la ciudad le ignoraba; hab�a crecido; ya no era, por su edad, un fen�meno de la naturaleza que pudiera ser exhibido en los salones, unos salones contra los que Mozart escribi� dur�simas palabras por la frivolidad e insensibilidad musical ante su obra. Sus condiciones de subsistencia se hicieron extraordinariamente precarias, lo que sin duda contribuy� a minar la ya precaria salud de su madre. Anna Maria falleci� el 3 de julio, y esta muerte contribuy� a incrementar los malentendidos y tensas relaciones entre padre e hijo.


La madre de Mozart, Anna Maria Pertl

Derrotado, antes de regresar a Salzburgo, Mozart recal� en el hospitalario refugio de la familia Weber en Mannheim. Durante su viaje de ida se hab�a enamorado de Aloysia Weber, quien, a su corta edad, presagiaba una prometedora carrera de cantante. Si esperaba entonces encontrar consuelo en ella, �sta ser�a su tercera experiencia de dolor. En su ausencia, Aloysia hab�a triunfado y le hizo saber claramente que no unir�a su vida a un m�sico sin un futuro asegurado como �l.

Los dos a�os siguientes los pas� en Salzburgo, languideciendo en su �esclavitud episcopal�, hasta que le lleg� un encargo de Munich: la composici�n de una �pera, Idomeneo, en la que Mozart, aun dentro del esquema cortesano de Gluck, superar�a sus anteriores composiciones para la escena. En 1781 Mozart y la familia Weber coincidieron en Viena. �l, como miembro de la corte de Colloredo, trasladada a la capital; la familia Weber, para seguir los acontecimientos musicales de la temporada. Surgi� entonces el amor por la hermana de Aloysia, Constance.

Entretanto, las relaciones con el arzobispo se encresparon. Mozart, para desesperaci�n de Leopold, no era ning�n modelo de diplomacia y, pese a su car�cter risue�o y bondadoso, reaccionaba con acritud instant�nea cuando se sent�a atacado o humillado. A primeros de mayo, Mozart recibi� la orden, a trav�s de un lacayo de Colloredo, de abandonar inmediatamente Viena, al parecer, para llevar un paquete a Salzburgo, en donde se le indic� que deb�a permanecer. Mozart present� su carta de dimisi�n al arzobispo, quien la acept� de inmediato. Libre de patrones, Mozart residir�a en Viena el resto de su vida.

En Viena

Mozart prefiguraba as� el artista moderno del romanticismo, muy en consonancia con el esp�ritu rebelde del Sturm und Drang y la sensibilidad wertheriana que conmocionaba a la juventud alemana de la �poca; un artista que quer�a liberarse de la servidumbre feudal, que se resist�a a insertarse en las filas del funcionariado cultural, y pretend�a sobrevivir a sus solas expensas. Mozart habr�a de pagar muy cara su ejemplar osad�a; pero, por el momento, se sinti� feliz y libre. Comenz� a dar lecciones de piano y a componer sin descanso.

Muy pronto la suerte se puso de su lado: recibi� el encargo de escribir una �pera para conmemorar la visita del gran duque de Rusia a Viena. Como por aquel entonces estaban de moda los temas turcos, exponentes del exotismo oriental con ciertos toques levemente er�ticos, Mozart abord� la composici�n de El rapto del serrallo, que, estrenada un a�o m�s tarde, se convirti� en su primer �xito verdadero, no solamente en Austria sino tambi�n en Alemania y otras ciudades europeas como Praga.

El 4 de agosto de 1782, poco despu�s de este gran triunfo, Mozart se cas� con Constance Weber, a quien dedic� la serenata Nachmusik (K. 388). Mucho han discutido los bi�grafos los motivos de esta boda. �Aut�ntico amor? �Debilidad ante las maniobras casamenteras de la madre de Constance? �Necesidad de afirmarse en su nueva independencia frente a las presiones de Leopold? Posiblemente hubiera de todo un poco. La genialidad musical de Mozart no ten�a por qu� coincidir con la madurez del car�cter.

En general se tiende a creer que la se�ora Weber, que hab�a so�ado alguna vez con convertir al prometedor joven en su yerno, intent� despertar el inter�s de Mozart por su hija menor, Constance, de catorce a�os. No ser�a dif�cil: Wolfgang no pudo ni quiso resistirse a la dulce presi�n y se prometi� a la muchacha, que era bonita, infantil, alegre y cari�osa, aunque quiz�s no iba a ser la esposa ideal para el ca�tico compositor. Constance ten�a a�n menos sentido pr�ctico que �l, todo le resultaba un juego y no pod�a ni remotamente compartir el profundo universo espiritual de su marido, enmascarado tras las bromas y las risas. Pero aunque era una joven de poca finura espiritual, su vitalismo ten�a que agradar e incluso fascinar al rebelde Mozart. Y Mozart se consider� el hombre m�s afortunado del mundo el d�a de su boda, y continu� creyendo que lo era durante los nueve a�os siguientes, hasta su muerte. Parece injusto afirmar que Constance fuera la sola causa de su ruina y quebrantos. No es seguro que le fuera fiel (algunas de las cartas del marido a la esposa son extremadamente pat�ticas, en sus ruegos de que sepa �guardar las apariencias�), pero tampoco lo es que Mozart se lo fuera a ella en todo momento.


Constance Weber (óleo de Joseph Lange, 1782)

Lo indudable es que, al igual que su joven esposo, Constance no era la administradora que la delicada situaci�n de un artista independiente hubiera requerido, y parece ser que derrochaba con la misma alegr�a que Wolfgang Amadeus: el hogar vien�s de los Mozart recib�a diariamente la visita de peluquero y otros servidores; en los momentos de mayor penuria, Mozart se las ingeniaba para aparecer en p�blico impecablemente vestido y mostrarse liberal y obsequioso. S�lo tras su muerte, sus amigos, muchos de ellos en envidiable situaci�n econ�mica, se enterar�an con sorpresa de la magnitud de su endeudamiento.

El matrimonio se instal� en Viena en un lujoso piso c�ntrico que se llen� pronto de alegr�a desbordante, fiestas hasta el amanecer, bailes, m�sica y ni�os. Era un ambiente enloquecido, an�rquico y despreocupado, muy al gusto de Mozart, que en medio de aquel caos pudo desarrollar su enorme impulso creador. Una sombra en estos a�os fue la poca salud de su mujer, debilitada con cada embarazo; en los nueve a�os de su matrimonio dio a luz siete hijos, de los que s�lo sobrevivieron dos: Karl Thomas y Franz Xaver (nacido cuatro meses antes de la muerte de Mozart y futuro pianista). Constance se vio obligada a seguir curas de reposo, gravos�simas para la endeble econom�a familiar.

Todo en Mozart era, por tanto, derroche: de facultades, de vitalismo, de proyectos, de obras y de sentimientos. No se acerc� a la francmasoner�a en 1784 en busca de una ayuda econ�mica que nunca, por orgullo, solicit� de sus amigos, sino por saciar un ansia de universal fraternidad y espiritualidad que Mozart, como muchos cat�licos austriacos, sacerdotes incluidos, encontr� en los s�mbolos y los ritos masones antes que en la pompa clerical de la Iglesia. Una simbolog�a que m�s adelante sabr�a plasmar musicalmente en la composici�n de La flauta m�gica.

Los nueve a�os que separan su matrimonio de su muerte pueden dividirse en dos per�odos. Hasta 1787, y sobre todo a partir de los �xitos vieneses de 1784, Mozart disfruta de unos a�os que pueden ser calificados de �felices�. Durante este primer per�odo, su producci�n fue ingente en todos los g�neros: conciertos para piano, tr�os, cuartetos, quintetos... De 1783 es la Misa en do menor, a la vez solemne y exultante; de 1784 datan sus m�s c�lebres Conciertos para piano; en 1785 dedicar� a Haydn los Seis cuartetos. Todas ellas son obras magistrales, pero el p�blico seguía mostr�ndose consternado ante una m�sica que no acababa de entender y que por lo tanto le ofendía.


Representación de Las bodas de Fígaro

De 1786 data la �pera Las bodas de F�garo, con libreto de Lorenzo da Ponte a partir de la obra de Beaumarchais. La elecci�n del tema era arriesgada, pues la obra original estaba prohibida; pero en esta misma elecci�n se puso de manifiesto el arrojo liberal del compositor al participar de la cr�tica suave, pero en el fondo corrosiva, que de los privilegios nobles hab�a llevado a cabo Beaumarchais. Mozart espera con impaciencia el d�a del estreno de su nueva �pera: los mejores artistas hab�an sido contratados y todo parec�a anunciar un triunfo absoluto, pero despu�s de algunas representaciones los vieneses no volvieron al teatro y la cr�tica descalific� la obra tach�ndola de excesivamente audaz y dif�cil.

El ocaso

Viena empez� a cerrarle inexplicablemente sus puertas e inici� as� un per�odo gris y doloroso que durar�a hasta su muerte. Los bi�grafos hablan de su excesivo tren de vida, de las costosas enfermedades de Constance y de las maquinaciones de los m�sicos vieneses, envidiosos no de su fortuna pero s� de su genio. En la casa de los Mozart se instal� de pronto la mala suerte. El dinero faltaba, los encargos escasearon y el desprecio de los vieneses se redobl�. Mozart se enfrent� a la amenaza de la miseria sin saber c�mo detenerla.

El matrimonio cambi� de casa diversas veces buscando siempre un alojamiento m�s barato. Sus amigos les prestaron al principio con gesto generoso sumas suficientes para pagar al carnicero y al m�dico, pero al darse cuenta de que el desafortunado m�sico no iba a poder devolverles lo prestado, desaparecieron uno tras otro. Si la pareja segu�a bailando en salas de dimensiones cada vez m�s reducidas durante los largos e inclementes inviernos de Viena no era por su alegr�a festiva, sino para que la sangre circulase por sus heladas piernas. La salud de Constance empeoraba y Mozart tuvo que enviarla, pese a sus deudas, a un sanatorio. Era la primera vez que los esposos se separaban, y el compositor sufri� enormemente; nunca dej� de escribirle cada d�a apasionadas cartas, como si su amor continuara tan vivo como el d�a de la boda.

Para sobrevivir, el genio se vio obligado al recurso de las clases particulares, que no siempre encontr�. La ausencia de Constance, la humillaci�n de sentirse injustamente relegado, las penurias econ�micas, la experiencia del dolor, en suma, no agriaron su car�cter; es m�s, se acrecent� y afin� su inspiraci�n musical en una fecunda serie de obras maestras en el �mbito de la sinfon�a, del concierto, de la m�sica de c�mara y de la �pera. Las composiciones de esta �poca nos hablan de un Mozart tierno, ligero y casi risue�o, aunque con algunos toques de melancol�a. La Peque�a m�sica nocturna y su c�lebre Sinfon�a J�piter son buena muestra de ello.


Fotograma de Amadeus (1984), de Milos Forman

Mientras Constance est� internada, Mozart recibir� desde Praga el encargo de una �pera. El resultado ser� Don Giovanni, estrenada apote�sicamente el 29 de octubre de 1787. Praga, enamorada del maestro, le suplic� que permaneciese all�, pero Wolfgang rechaz� la atractiva oferta, que seguramente hubiera mejorado su posici�n, para estar m�s cerca de su esposa. Al fin y al cabo, Viena le atra�a como el fuego a la mariposa que ha de quemarse en �l.

En 1790 se estren� en la capital austriaca su �pera Cos� fan tutte y al a�o siguiente La flauta m�gica. Inesperadamente, ambas fueron recibidas con entusiasmo por el p�blico y la cr�tica. Parec�a que los vieneses apreciaban al fin su genio sin reservas y deseaban mostrarle su gratitud te�ida de arrepentimiento, aunque fuese tarde. Pero su salud se quebr�: sabemos que el d�a del estreno en Viena de La flauta m�gica, el 30 de septiembre de 1791, ya no pudo asistir al gran triunfo popular de la m�s optimista y querida de sus composiciones. El maestro comenz� a padecer fuertes dolores de cabeza, fiebres y extra�os temblores.

Un R�quiem para su propia muerte

Mucho se ha escrito sobre la muerte de Mozart. La idea rom�ntica de que fue envenenado ten�a incluso un protagonista: Antonio Salieri, m�sico de �xito de la �poca al que la leyenda dibuja como un artista mediocre que supo, como ninguno en su �poca, comprender el original genio de Mozart, y, muerto de envidia, no pudo soportar la idea de que un hombre ani�ado tuviera semejante don. El paroxismo lleg� al extremo de creer que Mozart fue enterrado en una fosa com�n para borrar las huellas del homicidio. Hasta tal punto se extendi� esta historia que se convirti� en el argumento de la �pera Mozart y Salieri de Rimski-K�rsakov, de una obra de teatro del c�lebre escritor ruso Alexander Pushkin y del drama Amadeus de Peter Shaffer (texto en el que se basa la exitosa pel�cula hom�nima de Milos Forman, estrenada en 1984 y protagonizada por Tom Hulce). No existe ning�n referente hist�rico que pueda corroborar dicha versi�n.


Antonio Salieri

La realidad es que en julio de 1791, cuando ya sufr�a los s�ntomas de la enfermedad que le resultar�a mortal (posiblemente uremia), Mozart recibi� la visita de un personaje �delgado y alto que se envolv�a en una capa gris�, que le encarg� la realizaci�n de un r�quiem. La leyenda rom�ntica pretende que Mozart vio en el an�nimo personaje la encarnaci�n de su propia muerte. Desde 1954 se conoce, por un retrato, el aspecto f�sico del visitante, que no era otro que Anton Leitgeb, cuya catadura era ciertamente siniestra; le enviaba el conde Franz von Walsegg, y la misa de r�quiem era por la recientemente fallecida esposa del conde.

El hecho de que altos personajes encargaran secretamente composiciones a m�sicos famosos y las presentaran en p�blico como obras propias no era algo infrecuente por aquel entonces, y no pod�a sorprender a Mozart, quien, en cualquier caso, acept� el dinero del encargo. Pero la ominosa coincidencia del siniestro aspecto del mensajero, la condici�n f�nebre del encargo y la conciencia de la propia debilidad de sus fuerzas tuvo que impresionar profundamente la sensibilidad del m�sico, quien no ocult� a sus amigos su creencia de estar componiendo su propio r�quiem.

En cualquier caso, est� fuera de lugar la calumniosa hip�tesis de una alevosa trama o de un envenenamiento urdido por Salieri o alg�n otro m�sico rival. Mozart nunca fue diplom�tico con sus colegas de inferior talla art�stica, pero precisamente Salieri no escatim� sus alabanzas a Mozart, y fue uno de los entristecidos asistentes a su funeral. Hoy en d�a s�lo un dudoso inter�s novelesco puede ignorar las razones y la identidad, perfectamente establecida, que se ocultaba tras el encargo del r�quiem. Si bien se mira, las coincidencias reales del azar son m�s inquietantes que la maliciosa fantas�a de los fabuladores.


Mozart componiendo el Réquiem

Mozart acert� en su intuici�n de que morir�a antes de terminar su R�quiem. Como en las otras obras de este �ltimo per�odo, su estilo es m�s contrapunt�stico y su escritura mel�dica m�s depurada y sencilla, pero ahora con protagonismo de unos muy sombr�os clarinetes tenores y fagotes. A la muerte de Mozart, Joseph Eyble recibi� la partitura para su terminaci�n, que no llev� a cabo, recayendo esta tarea en S�ssmayer. �ste pretendi� haber orquestado completamente los movimientos del R�quiem, desde el �Dies irae� hasta el �Hostias�, pretensi�n sobre la que no existen pruebas fehacientes.

La ma�ana del 4 de diciembre de 1791, Mozart todav�a trabaj� en el R�quiem, preparando el ensayo que sus amigos m�sicos habr�an de realizar por la tarde en su alcoba. Hac�a ya una semana que los m�dicos le hab�an desahuciado. Aquella tarde, durante el ensayo del �Lacrimosa�, Mozart llor� y le dijo a su cu�ada Sophie, llegada para ayudar a Constance: �Ah, querida Sophie, qu� contento estoy de que hayas venido. Tienes que quedarte esta noche y presenciar mi muerte�. A la noche, con gran serenidad, dio sus �ltimas instrucciones para despu�s de su fallecimiento y entr� en coma. Muri� a las pocas horas, en la madrugada del 5 de diciembre.

Su amigo el conde Deym le hizo una mascarilla f�nebre, lamentablemente perdida, pues habr�a podido clarificar el enigma de su aspecto f�sico, tan contradictorio en sus varios retratos. A continuaci�n tuvo lugar un funeral en una nave lateral de la catedral de Salzburgo, al que asistieron, pese a la fort�sima tormenta de nieve y granizo desencadenada, un nutrido n�mero de m�sicos, francmasones y miembros de la nobleza local. El dato es significativo, porque desmiente la leyenda sobre la indiferencia que rode� su muerte y entierro. Es cierto, sin embargo, que nadie acompa�� el cad�ver al cementerio de San Marx, donde fue enterrado sin ata�d. Pero �stas eran las normas dictadas por el emperador Jos� II en su curioso af�n de �modernizar� la salubridad p�blica, normas que, incluso despu�s de ser abolidas, fueron respetadas por numerosos librepensadores y francmasones.

C�mo citar este art�culo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].