William Randolph Hearst, el creador de la prensa amarilla

William Randolph Hearst, el creador de la prensa amarilla

Hace 65 años

Hearst fue un innovador de nuestro tiempo, un auténtico creador de uno de los productos que más éxito tiene en la sociedad de masas, aunque al mismo tiempo sea uno de los de los que más se abomina. Hablamos del periodismo sensacionalista

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'Ciudadano Kane' dirigida y protagonizada por Orson Welles, en el papel de William Randolph Hearst (1 de enero de 1941)

Aquellos que alguna vez hayan recorrido en coche la Highway 1, la carretera de la costa californiana que atraviesa las playas más bellas del mundo, es posible que hayan tenido la tentación de desviarse hacia el interior al leer un cartel que dice ‘ Castillo Hearst’ .

¿Un castillo en Estados Unidos, un país fundado a finales del siglo XVIII? Su dueño realmente tuvo que ser alguien muy excéntrico. Y si suben hasta él, verán grandes torres inspiradas en iglesias españolas, piscinas construidas en carísimo mármol que parecen pertenecer a un emperador o salones góticos. Sí, William Randolph Hearst era un ostentoso y fanfarrón millonario.

Pero más allá de sus vanidosas demostraciones de grandeza, Hearst fue algo más. Un innovador de nuestro tiempo, un auténtico creador. No de la forma que lo puedan ser un científico o un informático, pero con una influencia igual o mayor, aunque no la podamos calificar de positiva. Porque Hearst creó uno de los productos que más éxito tiene en la sociedad de masas, aunque al mismo tiempo sea uno de los productos de los que más se abomina. Hablamos del periodismo sensacionalista.

La comunicación populista y manipuladora, aquella que toma un acontecimiento real para deformar su interpretación, o que dedica un espacio privilegiado no a los hechos más importantes, sino a aquellos que más excitan los bajos instintos del público (sucesos, la vida privada de los famosos, la exhibición pública de los sentimientos) nace toda ella con William Randolph Hearst, el hijo de un millonario propietario de grandes yacimientos mineros que, a los 24 años y tras ser expulsado de la universidad de Harvard, ávido de nuevas sensaciones decidió dirigir un diario. El periódico era el venerable y respetado The San Francisco Examiner , que su padre, según se decía, había recibido en pago por una deuda de póker. La calidad del diario era inversamente proporcional a su salud financiera. El joven Hearst decidió convertirlo en un éxito y lo consiguió con una decisión fundamental que lo adaptaba a los nuevos tiempos: dejó de ser un periódico vespertino y pasó a editarse por las mañanas. El contenido también experimentó un giro radical: titulares espectaculares, asuntos truculentos, mucho patrioterismo y la colaboración especial de los mejores escritores americanos de la época, fichados a golpe de talonario, como Jack London (él mismo natural de San Francisco), Mark Twain o Ambrose Bierce.

El nuevo formato del Examiner encantó al público. Hubo coberturas antológicas que llevaban a que se agotaran sus ediciones, como la dedicada al incidente de Mayerling, que tiñó de sangre a la familia de la emperatriz austríaca Sissí en 1889.

Con el público y los anunciantes acudiendo en masa –y con el apoyo financiero de su padre– Hearst reunió suficiente dinero para comprar un diario en Nueva York, el Morning Journal , que también se encontraba a punto del cierre. Era la misma estrategia seguida en San Francisco, pero aquí la ambición se duplicaba: entraba en la ciudad más importante y habitada de Estados Unidos y planteaba una confrontación directa con Joseph Pulitzer, otro conspicuo practicante del sensacionalismo y por entonces el gran magnate de la prensa con su diario New York World Hearst redujo el precio del diario a un céntimo y prosiguió su política editorial de temas sensacionalistas, consiguiendo así unas cifras de difusión sin precedentes. El ambicioso editor no se limitaba únicamente a hacerse eco de acontecimientos espectaculares, sino que se atrevía a sentar cátedra sobre ellos y deformarlos según le interesase: el caso más conocido es el del hundimiento del acorazado Maine, de la Armada estadounidense, en La Habana en 1898, durante la crisis que desembocó en el enfrentamiento entre España y EE.UU. en la Guerra de Cuba. Murieron 258 tripulantes y Hearst dedicó una atención desmesurada al acontecimiento, con coberturas de ocho páginas diarias y un equipo de enviados especiales. La culminación fue la oferta de una recompensa de 50.000 dólares para quien localizase a los “criminales” que habían hundido el barco. El estado de opinión creado por Hearst entre la opinión pública norteamericana fue decisivo para que Estados Unidos decidiese entrar en guerra con España.

En adelante, Hearst ya no se iba a conformar únicamente con ser un editor, sino que empezó a albergar ambiciones políticas. En 1903 consiguió un acta de congresista durante una legislatura, pero eso sería lo máximo que lograría. Intentó en sucesivas ocasiones optar al cargo de alcalde de Nueva York y de gobernador del mismo Estado, pero nunca pudo sobreponerse al fuerte rechazo que concitaba por su condición de gran poder en la sombra.

Cuando a mediados de la década de 1910 se dio cuenta de que su ambición política ya no podría progresar, Hearst cambió de vida. Se hizo amante de Marion Davies, con la que empezó a convivir abiertamente en California sin preocuparse de las habladurías y abandonando de hecho a su esposa, Millicent Veronica Wilson, con la que había tenido cinco hijos.

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William Randolph Hearst y la actriz Marion Davies jugando al croquet

Marion Davies era una jovencita de apenas veinte años, 34 de diferencia con el magnate. Ella aspiraba a ser actriz y Hearst volcó todo su poder en convertirla en una estrella. Incluso llegó a crear unos estudios cinematográficos, Cosmopolitan Pictures, para producir películas que no eran sino vehículos del protagonismo de Davies. Los esfuerzos de Hearst tendrían un resultado contrario al previsto, ya que Davies nunca consiguió el estrellato que su amante pretendía. Según la propia actriz escribiría mucho más tarde en sus memorias, el exceso de promoción desarrollado por el magnate había sido contraproducente.

De esta época de dolce vita entre ambos amantes data un hecho que conmocionó al Hollywood de los años 20. El posesivo y talludo millonario se halló involucrado en un homicidio cometido durante una fiesta celebrada a bordo del yate ‘Oneida’, auténtico palacio flotante de su propiedad. Quiso el azar que Thomas H. Ince, pionero de Hollywood y creador del western, fuese abatido por error de un tiro disparado por Hearst quien, presa de los celos pretendía acabar con la vida de Charles Chaplin, que rondaba a su querida . El inconmensurable poder mediático del ejecutor le permitió salir impune. Oficialmente Ince que irónicamente era el protagonista de la fiesta, se celebraba su 43 cumpleaños, habría fallecido de una indigestión. El suceso sería recreado en el filme ‘El maullido del gato’, dirigida por Peter Bogdanovich.

Por esta época, Hearst también se dedicó a comprar grandes propiedades inmobiliarias en California, como una gran casa en Beverly Hills con forma de hache, escenario de una de las más famosas escenas de ‘El Padrino’, o una mansión llamada Ocean House en la playa de Santa Mónica. También inició la construcción del castillo de San Simeón .

En 1941, Hearst sufriría el más perdurable golpe contra su imagen. No se lo proporcionó ningún periódico rival, sino el cine: la película Ciudadano Kane , dirigida por Orson Welles, retrataba la vida de un personaje megalómano, Charles Foster Kane, obsesionado con lograr el máximo poder económico y político, y que acababa siendo incapaz de superar la frustración de no lograr todo lo que quería. Hearst intentó frenar la distribución de la película, sin éxito .

En 1947, un anciano Hearst tuvo que abandonar su castillo, porque su remota localización dificultaba la atención médica. Toda una paradoja. Se fue a vivir a su mansión de Beverly Hills, donde falleció solo en 1951, contaba 88 años.

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