Cuando el mujeriego encontró a la mujer perfecta: la boda de Warren Beatty y Annette Bening

Durante el rodaje de 'Bugsy' comenzaron un romance en secreto que dejó de serlo cuando a los pocos meses anunciaban la venida al mundo de su primera hija. Acababa así una fama (la de don Juan) cimentada durante décadas. Esta es su historia.

Annette Bening y Warren Beatty en los Globos de oro de 1992.

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Fue una boda sorpresa saludada como el fin de toda una época. Cuando el 12 de marzo de 1992 se casaron Warren Beatty y Annette Benning, no solo eran dos actores guapos y talentosos los que estaban contrayendo matrimonio, sino dos arquetipos muy marcados: el Don Juan y la mujer perfecta. Así fue como se encontraron el uno al otro.

Para acompañarle en Bugsy, una película que parecía sacada de otra época, Beatty eligió a una actriz cuya belleza podría encajar tan bien en los 40 como en los 90, o incluso en el siglo XVIII. Annette Bening llevaba una sólida carrera teatral a sus espaldas cuando Milos Forman la fichó para su película Valmont, que adaptaba la novela epistolar de Choderlos de Laclos Las amistades peligrosas. Quiso la casualidad –o no– que poco antes se estrenase otra versión del libro, Las amistades peligrosas de Stephen Frears, que fue mucho más exitosa que Valmont. En el imaginario colectivo, la marquesa de Merteuil pasó a ser Glenn Close y no Bening, pero su talento –y su escena en la bañera- no pasaron desapercibidos. Hollywood empezó a contar con ella, y fue justo Stephen Frears el que la dirigió en Los timadores, con la que consiguió su primera nominación al Oscar a mejor actriz secundaria. Era 1991, y en aquella ceremonia también competía Dick Tracy, la película que Warren Beatty había rodado con su entonces pareja Madonna. Entre el final del rodaje y la entrega de premios habían pasado muchas cosas. Warren y Madonna habían roto y él ya había fichado a Annette para Bugsy, en cuyo rodaje estaban inmersos. Ella acudió a la ceremonia con Ed Begley Jr., con quién salía entonces; no ganó el Oscar pero le ofrecieron el jugoso papel de Catwoman en Batman vuelve. Su carrera parecía encarrilada con paso firme al estrellato.

Pocos días después de la ceremonia de los premios de la Academia sucedió algo que cambiaría la vida y destino de ambos. Durante el rodaje de la escena en la que el personaje de Virginia Hill le dice a Bugsy, “¿por qué no me traes una soda?”, Warren se declaró a Annette. En su libro Star, Peter Biskind recoge las palabras del actor: “Por mucho que me apetezca hacer un movimiento vulgar hacia ti, evitaré hacerlo porque creo que es terrible tener esa presión cuando la gente tiene que trabajar junta, así que no te molestaré con eso. Ella fue muy cortés y rio”. Se entiende que esa forma tan sinuosa de insinuarse gustó a la actriz, porque pronto empezaron un romance casi en secreto para el resto del equipo. Sus paseos y largas conversaciones no despertaban las sospechas de nadie hasta que quedó claro que se estaban enamorando en pantalla y en la vida real también.

Todo fue muy rápido. Peter Biskind relata que los padres de Annette fueron a visitarla al rodaje y Beatty se quedó muy impresionado por la solidez de su matrimonio de 40 años. Cuando ellos ya se iban, llevó a la actriz a un aparte y le dijo: “Tengo que decirte algo. Es sobre follar”. “¿Sí?”, respondió ella. “No voy a insinuarme contigo, pero si fuese tan afortunado de tener tal ocurrencia, intentaría dejarte embarazada inmediatamente”. “Y así lo hicimos”, añade Beatty. Aquella noche concibieron a su primer hijo (hay que mencionar que según el abogado del actor, el “tedioso” libro de Biskind “no ha sido autorizado”, y acusa al autor de poner en la boca de su protagonista palabras que nunca dijo). Por su parte, Benning refiere: “Cuando conocí a Warren tenía 32 años y mi reloj biológico estaba haciendo tic tac. Si él no hubiese querido tener hijos, lo nuestro no habría funcionado”.

Con tanta efectividad a la hora de buscar un embarazo, la pareja dio una rueda de prensa el 16 de julio del 91 para anunciar al mundo que era cierto: Warren Beatty iba a ser padre. Annette tendría que renunciar al papel de Catwoman, que iría a parar a Michelle Pfeiffer con bombásticos resultados. Sería la primera de las muchas renuncias laborales de Annette, decidida a ser madre, esposa y solo en tercer lugar, actriz. El 8 de enero del 92 nació Kathlyn, llamada así por la madre de Warren, y planearon su boda para el 12 de marzo de ese mismo año. Cuando Warren llamó al director Mike Nichols, que había trabajado con ambos en varias películas, para decirle que se casaban, Nichols le dijo: “Bueno, hay una cosa que debes saber sobre ella”. Y tras una larga pausa, terminó: “Es perfecta”.

La noticia del embarazo primero y la boda posterior produjeron asombro y estupefacción. Annette Benning era una actriz talentosa y prometedora, pero es que Warren Beatty era un símbolo gigantesco y poliforme. Su matrimonio fue recibido como “el fin de una era”, una de hedonismo loco surgida de la revolución sexual de los 60. Warren había estado a caballo entre dos generaciones, la del viejo sistema de estudios y el nuevo Hollywood que él ayudó a construir, pero era sobre todo, el mayor amante conocido. No bebía, ni fumaba ni tomaba drogas, solo ingería muchísimas vitaminas… y follaba sin descanso. Asegura que fue virgen hasta los 21 años, pero después se encargó de recuperar el tiempo. Su reputación de mujeriego se basaba en que durante décadas, se encamó casi literalmente con todo Hollywood; su hermana Shirley McLaine diría que era la única mujer de la ciudad con la que Warren no se había acostado. Puede que no le faltara razón.

Annette Bening y Warren Beatty en 'Bugsy'.

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La primera actriz famosa con la que se le relacionó fue nada menos que Jane Fonda, que con el tiempo llegaría a ser también un símbolo de varias épocas y una octogenaria reverenciada y adorada. Ocurrió en 1959, cuando ambos hicieron una prueba para un largometraje titulado Parrish que nunca llegó a rodarse. Era el primer casting para un Beatty que solo había hecho televisión y teatro, y también para la inexperta hija de Henry Fonda, por lo que se sintieron un poco intimidados por la exigencia de besarse apasionadamente. Al principio lo hicieron de forma tímida, con lo que el director apremió al joven “¿tienes miedo de Jane o qué pasa?”. El resultado, según contaría Beatty a Biskind, fue que “nos juntaron como si fuéramos unos leones encerrados en una jaula, y nos estuvimos besando prácticamente hasta desgastarnos la cara”. Fonda añade en tono socarrón sobre su primer encuentro: “Me pareció que Warren era gay. Era muy guapo, y todos sus amigos eran homosexuales y brillantes. Y le gustaba tocar el piano en un piano bar". Pronto tendría ocasión de comprobar que no era así, pues empezaron a salir, “como amigos, no como amantes”, puntualiza ella.

Estaban juntos en el restaurante La Scala, en Beverly Hills, cuando vieron pasar a la entonces mucho más famosa Joan Collins. Jane advirtió que Warren ya no tenía ojos para ella, y lo mismo notó la exitosa actriz, que asegura en sus memorias Past Imperfect que estaba lamentándose de su último fracaso sentimental cuando “notó que el joven indecentemente guapo la miraba con audacia desde una mesa cercana. Tenía 22 años en ese momento, pero parecía que apenas tenía la edad suficiente para conducir”. No es que Joan fuese una mujer madura, pues apenas tenía 26 años, pero su experiencia en Hollywood la hacía aparecer mucho mayor y experta. Enseguida empezaron a pasar todo el tiempo posible juntos, normalmente practicando sexo, a veces incluso durante las llamadas telefónicas que recibía el joven. Si Warren goza de tal fama de Casanova incansable es en buena parte gracias a las descripciones de su capacidad amatoria que Joan haría de él: “Era insaciable. Tres, cuatro, cinco veces en un día no era inusual con él. Me sentía como una ostra en una máquina tragaperras”. “No creo que pueda durar mucho más. Nunca se detiene, deben ser todas esas vitaminas que toma… En unos años, estaré agotada”. Claro que en su relación de unos dos años, en la que llegaron a prometerse, también hubo escenas que no parecían sacadas de una comedia bufa. Cuando Collins se quedó embarazada, ambos convinieron en que lo mejor para sus carreras sería que ella abortase, aunque Joan escribiría después: “Deseaba desesperadamente poder quedarme al bebé. Pero el hecho de que él ni siquiera considerase la posibilidad me hirió profundamente”.

Burt Reynolds, Jane Fonda y Warren Beatty en una entrega de premios en 1978.

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Pronto aparecería una amenaza en la relación de ambos y la siguiente de una larga, larga lista, en forma de la actriz Natalie Wood. Beatty vio premiada su audacia cuando rechazó un sustancioso contrato con la Metro para volver a Nueva York a interpretar la obra de teatro A Loss of Roses, de su mentor William Inge. El montaje fue un fracaso, pero el director Elia Kazan le vio en la escena y se convenció de que él era el idóneo para para protagonizar Esplendor en la hierba junto a Natalie. Todo un acierto. Al poco tiempo los jóvenes iniciaban un romance a espaldas (más o menos) de sus respectivas parejas. “No me dio pena”, escribiría Kazan. “Ayudó a sus escenas de amor” (por su parte, Kazan había comenzado un romance adúltero durante el rodaje con la actriz Barbara Loden). Existe una versión paralela, que detallamos aquí, según la cual Natalie dejó a su marido Robert Wagner no por ponerle los cuernos con su partenaire sino por lo contrario, por encontrárselo a él poniéndoselos a ella con el mayordomo. Su historia con Warren, según esto y según él mismo, habría empezado después del rodaje, no antes, aunque este es un dato que discuten sus biógrafos). En cualquier caso, cuando se estrenó la película, el país ya había gozado de la aparición de Warren en las columnas de cotilleos por combinar romances simultáneos con Natalie y Joan. Esplendor en la hierba fue un éxito generacional aupado por la separación simultánea de sus protagonistas. En el verano el 61 rompieron Natalie y Robert Wagner por un lado y Joan Collins y Warren Beatty por otro. “Era obvio para mí que tenía que romper con Warren”, diría Joan. “Él parecía satisfecho dejando que lo nuestro fuese a la deriva lentamente”.

No está claro cuándo empezó realmente el romance entre Natalie y Warren, pero cuando empezaron a aparecer juntos, el público gozaba al ver aquel amor frustrado de la pantalla consumado por fin en la vida real. Cuando Natalie no ganó el Oscar en el 62 –lo hizo Sofía Loren por Dos mujeres–, Hedda Hopper escribió “al menos se llevó a casa el premio de consolación más bello: Warren Beatty”. Aunque en privado, según escribe el biógrafo de la actriz Warren G. Harris, la conminaba a casarse porque su relación era un mal ejemplo para los jóvenes de América. La mención de Hedda al poder consolador de Beatty no tenía nada de extraordinario; si el actor tenía tanto éxito no era solo por su encanto descrito tantas veces como intoxicante, su resistencia amatoria y su inteligencia, sino también por su rotunda e indiscutible belleza. “Es tan guapo; solo con mirarlo se me saltan las lágrimas. Qué desperdicio”, diría sobre él Tennessee Williams. Según las memorias del dramaturgo, el actor llamó a la puerta de su habitación de noche para darle las gracias por el papel en La primavera romana de la señora Stone, y Williams le rechazó, lo que no parece muy factible. Menos dudas hay sobre su –no confirmado– romance con la estrella de la película, Vivien Leigh. Richard Burton contaría que la ya madura protagonista de Lo que el viento se llevó y el joven Beatty se acostaban en donde podían, lo que incluía armarios de escobas, mesas de billar o huecos debajo de las escaleras. A todo esto, Natalie y Warren seguían juntos; llegaron a convivir durante un año entre idas y venidas, pero la joven salió escaldada del romance. Biskind refiere que Warren Beatty no dudaba en coquetear con la hermana de Natalie, de 16 años, o dejarla tirada en un restaurante para fugarse con la encargada del guardarropa. Cuando desapareció durante un fin de semana junto a una rubia anónima, Natalie quemó sus ropas y le echó de casa. Aun así, su recuerdo del actor, al menos de puertas afuera, sería magnánimo: “Warren va detrás de las mujeres a una escala industrial. Pero lo hace con encanto”.

Entre esa escala industrial había estrellas del presente como Kim Novak o del futuro, como Cher. La cantante contaría en Playboy: “Cuando tenía 16 años, me follé a Warren Beatty” (que tenía entonces 25). Mamie Van Doren aseguró haberse morreado –sin coito– con él, y afirmaba “babea mucho”. Otros de sus hitos en la cultura popular es que fue una de las últimas personas en ver a Marilyn Monroe con vida. Por si alguien lo duda, no, no estuvieron juntos en el sentido bíblico de la palabra. Y tampoco fueron reales otros affaires que se le atribuyeron, como uno con Jackie Kennedy u otro con Bianca Jagger. Parece improbable también el rumor de que estuvo con la princesa Margarita de Inglaterra. Sí fue pública y notoria su relación de dos años con Leslie Caron, que estaba entonces casada con el director Peter Hall. En el 64 Leslie acabó reconociéndole a su marido: “Sí, estoy teniendo un affaire con Warren Beatty. ¿No lo está teniendo todo el mundo?”. En su demanda de divorcio, Hall nombraba a Beatty corresponsable, aunque declaraba que no culpaba a ninguno de los dos por haberse enamorado. Aun así, sus hijos quedaron bajo custodia del marido; Jennifer, la pequeña, recordaría al actor con mucho cariño como un hombre cariñoso y solícito. El escándalo estaría a punto de echar por la borda la fama de la angelical y dulce actriz, como si una criatura de su aura delicada no fuese capaz de tener deseos sexuales, y cimentó todavía más el aura de Don Juan del actor. Actuaron juntos en Prométele cualquier cosa, pero el final del romance llegó entre enérgicas peleas y constantes infidelidades. Muchos años después, Leslie contaría a El diario de Córdoba: “Warren era encantador pero estar con él me atosigaba porque me exigía mucha atención. Una vez me despertó a las cinco de la mañana y me reprochó: "Prefieres dormir que pensar en mí". Y, además, la prensa nos perseguía a todas horas. En esa época yo era como Angelina Jolie, la reina de Hollywood. Eso era lo que él quería, pero a mí me agotaba”.

Natalie Wood y Warren Beatty en los Oscar de 1962.

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A rey muerto, rey puesto. Julie Christie se convirtió en “la mujer más importante de su vida desde 1965”. Cuando se conocieron ese año, Christie estaba nominada al Oscar que ganaría por Darling y era la gran sensación por Doctor Zhivago. “El rostro de los años 60”, la llamaron. Desde luego, hacían una gran pareja: hermosos, talentosos y llenos de proyectos estimulantes. Aunque en realidad, los de ella eran bastante más potentes que los de él. Puede que Warren no dejase de protagonizar chismes, pero su carrera se encontraba en un punto crítico hasta que llegó, en el 67, Bonnie y Clyde, que además produjo él mismo. Antes de fichar a la casi desconocida Faye Dunaway para el papel de la forajida, Warren tentó a su ex Natalie Wood. Según los biógrafos de la actriz, después de que él fuese a verla para ofrecerle el contrato, ella tuvo una crisis nerviosa que desencadenó un intento de suicidio con pastillas. La elección de Faye cimentó la brillante y conflictiva carrera de la actriz, y en una película con un contenido sexual tan marcado, fueron inevitables los rumores sobre ambos, aunque el director Arthur Penn diría que estuvieron mucho más cerca de él que ellos juntos. Cuando la película se estrenó, el nuevo Hollywood quedó inaugurado, y Beatty alcanzó otra categoría como personalidad en la industria. Ya no era solo un niño bonito, sino alguien a tener en cuenta, alguien a quien respetar. El mundo estaba cambiando y la nueva moral ya no veía al actor con los ojos llenos de reproches de Hedda Hopper, sino como a un héroe.

Para finales de los 60 Warren se pasaba la vida viajando de aquí a allá, con la cabeza bullendo en mil proyectos, enredado en otras tantas mujeres y soltando frases como “Te llamaré al llegar a Acapulco” o “Hablaremos de eso en Londres”. Su célebre respuesta cuando cogía el teléfono, “What’s new, pussycat?” (¿qué hay de nuevo, gatita?”), acabaría teniendo su propia película, que resultaría ser una comedia loca de Woody Allen, el mismo que diría “me gustaría reencarnarme en las yemas de los dedos de Warren Beatty”. La estrella vivía en hoteles de distintas ciudades como el Beverly Wilshire, el Plaza o el Carlyle. “Un hijo de la era jet”, lo bautizaba la revista Life. Era como un James Bond en la vida real, cambiando el espionaje por una profesión igual de violenta, el cine. En el año 68, declaraba a la revista Life: “el matrimonio de por vida es de una moralidad ya caída. La gente ahora tiene una serie de matrimonios. Tenemos lo que yo llamaría una poligamia secuencial”.

Entre esta serie había aristócratas como la princesa Elizabeth de Yugoslavia o cantantes como María Callas, destrozada porque Onassis acababa de dejarla para casarse con Jackie Kennedy, pero sobre todo triunfaban las actrices. En la ceremonia de los Tony del 67, acudió como pareja de Barbara Harris, pero la dejó aquella misma noche poco antes de que ella ganase el premio a mejor actriz por The Apple Tree. Sus fotos en el Hotel Plaza con cara de circunstancias son un documento único. Era cuestión de tiempo que Warren chocase con su equivalente donjuanesco femenino de la época, Brigitte Bardot, recién separada de Gunther Sachs. A lo largo de ese año 67 se les vio juntos en distintos lugares, como alternando con el matrimonio de Roger Vadim y Jane Fonda en Francia. Poco después, en Hollywood, habría rumores sobre una orgía constituida por el dream team de Michelle Phillips, Jane Fonda, Roger Vadim y Warren Beatty. En el 1969, otra it girl de la época, Edie Sedgwick, se presentó en la habitación de su hotel vestida con un impermeable amarillo sin nada debajo. Mientras juguetaban, oyeron en la televisión que estaba encendida de fondo “Un pequeño paso para el hombre. Un gran paso para la humanidad”. Y, por supuesto, de fondo siempre estaba Julie Christie, a la que, como le ocurría con todas sus parejas, parecía “incapaz de serle fiel”.

Pero no siempre tenía éxito. En el 71 le suplicó a Carole King que se acostase con él porque estaba muy embarazada y quería saber qué se sentía al estar con una mujer en tan avanzado estado de gestación. Quien no le rechazó fue la también cantante Carly Simon, lo que daría pie a una de las canciones más famosas de nuestra era, adornada con una leyenda que la embellece todavía más. Las dudas sobre a cuál de los amantes de Carly está dedicada su You’re so vain persisten todavía hoy, aunque Warren no tenía ninguna duda de que sí, era a él, ¿quién si no? Simon confesaría que en parte sí estaba dedica a él, aunque no toda, sino que estaba inspirada en tres hombres. A la vez que con la cantante, Warren salía con la también artista Joni Mitchell, que al parecer estaba con él por despecho, porque James Taylor había preferido a Simon antes que a ella. Y también (cogemos aire) tenía relaciones con Twiggy, Goldie Hawn y Liv Ullmann. Aquí habría que sacar a relucir la vieja historia según la que una noche Warren recibió la llamada de una antigua amante a la que ya no recordaba, que le contó que desde que había tenido que someterse a una doble mastectomía por el cáncer de pecho, su marido ya no quería tener relaciones sexuales con ella. Warren se indignó y le dijo “Yo te follaría sin dudarlo. Coge un avión y ven a verme”. Sin embargo, Carly Simon cuenta que cuando ella pasó por lo mismo en el 97 y se encontró con su antiguo amante en el Carlyle, la reacción de él cuando ella le contó que venía de ver al oncólogo fue encogerse y desaparecer. Según Biskind, la canción Scar de la cantante contiene algún verso envenenado dedicado a él.

Julie Christie y Warren Beatty, en un estreno en 1971.

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Y siguiendo con la música y el espíritu hippie de Laurel Canyon, ese que languidecía tras los asesinatos de Charles Manson –Beatty era gran amigo de Polanski y Sharon Tate, y de hecho su personaje de peluquero en Shampoo junto a Goldie Hawn y Julie Christie estaba inspirado en otra víctima de La familia, Jay Sebring–, también entró en su vida Michelle Phillips. La cantante de The mamas and the papas estaba intentando reorientar su carrera hacia la interpretación tras la dramática muerte de Mama Cass Elliot y su divorcio de su marido John Pillips, un personaje tan siniestro que Polanski dudaba si él habría matado a Sharon y a los demás, porque le creía capaz de ello, y con el que años después su hija Mackenzie contaría que había mantenido una relación de “incesto permitido”. Cuando conoció a Warren, Michelle había salido con Jack Nicholson –otro personaje ubicuo de la época– y mantenido un efímero matrimonio de ocho días con Dennis Hopper. Estuvieron juntos unos tres años. “Estaba locamente enamorada de él”, declaró a Vanity Fair. Además, Warren ejercía de positiva figura paterna para su hija Chynna: “Le ayudaba con los deberes y hablaba mucho con ella. Yo quería tener otro hijo y hablábamos mucho sobre matrimonio, pero él era muy reacio al compromiso”. Michelle cree que si ella se hubiese quedado embarazada, Warren, como hombre chapado a la antigua que era en el fondo, se hubiera casado con ella, pero ella se negó a utilizar ese tipo de trucos para “cazarle”. “Simplemente esperaba a que me lo pidiera”, petición que nunca llegó, igual que el plan de hacer una película juntos. Con el paso del tiempo, “ya no podíamos vivir bajo el mismo techo, nos peleábamos todo el rato”. “Warren no quería que yo me dedicase a la actuación, sino a estar con él todo el tiempo. Cuando le dije que me iba a rodar Valentino (de 1977), me soltó “bueno, este es probablemente el fin de nuestra relación”. Y así fue.

Ese mismo año 77 la modelo Iman, futura esposa de David Bowie, fue fotografiada junto a él de fiesta. En ese árbol de ramificaciones infinitas que es su vida sexual, también aparecen nombres como Vanessa Redgrave, Diana Ross y Barbra Streisand. Bebe Buell, la madre de Liv Tyler, hizo una excepción en sus habituales romances con músicos para liarse con él –también lo hizo con Jack Nicholson–. La diseñadora Diane von Furstenberg le contó a Helen Gurley Brown que hizo el amor con Warren y con Ryan O’Neal el mismo día. Melanie Griffith contaría que tuvo relaciones de distinta intensidad –en distintos momentos– con los miembros de ese trío calavera formado por Jack Nicholson, Ryan O’Neal y Warren Beatty. Entre sus affaires encontramos caras sorprendentes como la actriz de serie B Marisa Mell, que también fue pareja de “nuestro” Espartaco Santoni, y otras luminarias como Candice Bergen, Raquel Welch o Christina Onassis. Si alguien se pregunta si su rendimiento amatorio era todavía el mismo que dejaba a Joan Collins sin aliento, Britt Ekland tiene una opinión fundada: “Comparado con Rod Stewart, Peter Sellers, George Hamilton y Ryan O’Neal, mi affaire con Warren Beatty entraba en una categoría que nunca había experimentado antes, donde la fantasía se convertía en realidad. Warren fue el amante más divino. Su líbido era un gas letal de alto octanaje. Nunca había conocido tanto placer y pasión en mi vida”.

Y aunque pasaban años sin que actuase en una película, seguía siendo atractivísimo para la prensa. En 1978 Frank Reach escribía en la Revista Time: “Es varias veces millonario, pero vive en dos habitaciones de hotel pequeñas y descuidadas. Viaja con la multitud más rápida del país, pero rara vez bebe y nunca resopla ni fuma. Le ofrecen los mejores trabajos de su profesión, pero rechaza la mayoría de ellos. Su idea del pecado es comer helado. Su idea de un gran momento es hablar por teléfono. Su idea del cielo es pasar horas debatiendo los pros y los contras de la Proposición 13. Usa jeans sucios tres días seguidos, mastica píldoras de vitaminas y recuerda todo. Hace reservas de avión de costa a costa para seis vuelos consecutivos y luego los pierde todos. Casi la única pertenencia en consonancia con su celebridad es una libreta de direcciones que Don Juan envidiaría”.

Una fuente anónima declaraba al mismo medio: “No solo quiere seducirte, sino encantarte literalmente. Te dice que eres fabulosa y se ríe de todos tus chistes. Cuando nos conocimos, pasamos seis horas hablando de política y artículos de The Atlantic y sexo y del mundo del espectáculo y de Julie Christie. Está tan enamorado de sí mismo que es contagioso. Es muy divertido. Ciertamente no me arrepiento de haberlo conocido”. Lee Grant, que había trabajado con él en Shampoo, años después contaría: “Solo quería llevarlo a casa, subir al piso de arriba y tener sexo. Se había apoderado de todo, mi cabello y mis nervios y mi vida y mi vagina. Estaba consumida por Warren”, matizaba en aquel momento: “las conquistas de mujeres de Warren no son totalmente exitosas. Su porcentaje es de alrededor del cincuenta por ciento. Aquellas a quienes no puede conquistar no quieren ser parte de una multitud, una de las chicas de Warren. Pero la cualidad de Peter Pan en Warren es muy atractiva para algunas. Él les enseña a volar y tienen experiencias extraordinarias con él. Luego crecen y continúan, y él sigue volando. Como Peter Pan, siempre vuelve a otra niña que está lista para volar con él a la tierra de nunca jamás”.

Warren Beatty, Goldie Hawn y Julie Christie en 'Shampoo'.

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Una de esas mujeres que no quería ser una de “las chicas de Warren” fue Diane Keaton. Como tantas mujeres de su generación, había caído bajo el hechizo de la estrella al ver Esplendor en la hierba siendo todavía una niña llamada Diane Hall. Y cuando se estrenó Bonnie y Clyde, su madre rodó hasta una versión casera familiar en la que la pequeña interpretaba no a Bonnie, sino a Clyde Barrow. “Ese acabó siendo nuestro mayor problema. Yo quería ser Warren Beatty, no amarlo”, diría ella en sus memorias Ahora y siempre. Durante la época en la que estudiaba danza en Nueva York, había sido advertida contra la “mala fama” de Warren; siempre había rumores sobre una chica a la que Warren se había llevado al hotel Waldorf Astoria. “Por Dios, qué horror, qué humillación. Todas juramos que nunca caeríamos en esa trampa. Jamás”. Unos años después, se había convertido en Diane Keaton, era una estrella de cine y Warren Beatty era su novio.

Todo empezó cuando Warren le propuso trabajar a su lado en su película El cielo puede esperar, pero ella rechazó el papel –que sería para, cómo no, Julie Christie– para protagonizar Buscando al Sr. Goodbar. “Cuando Warren me llamó en Nochebuena, no fue por trabajo”, escribe ella en sus memorias. “Y siguió llamándome. En enero de 1978 Warren y yo empezamos a salir. Me dije que sería temporal. Que podía manejarlo. Sabía que Warren era listo como un zorro. Y, sí, todavía estaba como para parar un tren, era un sueño hecho realidad. No sé por qué pensaba yo que podía manejar algo así; bueno, eso no es verdad, no pensaba nada. Me enamoré. Y seguí enamorándome durante mucho tiempo”.

Su relación coincidió con el éxito arrollador de Annie Hall, estrenada en el 77, con lo que todo el mundo daba por hecho que Woody Allen y ella eran pareja cuando en realidad habían roto años antes y solo les unía una gran amistad y camaradería. Diane vivía en una doble realidad: por un lado era la chica bohemia y un poco atolondrada, un nuevo modelo de mujer de los 70 que se reía de sí misma y sus neurosis, que no terminaba de creérselo del todo, insegura, con problemas de autoestima, y por otra, era pareja del hombre más sexy del mundo, o uno de ellos, entrando así en el estrellato con mayúsculas. Era la outsider metida en el mainstream, y eso le generaba tensiones. “Nuestro problema no fueron las circunstancias. Fue el carácter. Reconozco que también influyó un poco el hecho de que nos halláramos en dos mundos diferentes; al fin y al cabo Warren era El príncipe de Hollywood y yo era, como me llamaba mi padre, Di-Annie Oh Hall-ie”, reflexiona ella. “De su brazo entré en casas de personas como Katherine Graham, Jackie Kennedy, Diane von Furstenberg, Jack Nicholson, Anjelica Huston o Diana Vreeland. Resistí una temporada, pero nunca llegué a aprobar el examen de enterada/lista. Ganas de estar allí no me faltaban, pero carecía de la fuerza necesaria para prolongar mi momento bajo el sol. Preferí retirarme”.

En cualquier caso, el retrato que hace Diane de Warren confirma su imagen de hombre inteligente y decidido. “Siempre buscaba lo que se escondía detrás de la fachada, y fue la única persona lo bastante curiosa para preguntarme si mis gafas de Annie Hall estaban graduadas. Me pilló”. Diane estaba muy interesada en el arte y la fotografía, y cuenta que mientras Woody Allen siempre la animaba diciéndole que su trabajo cada vez era mejor, Warren analizaba sus collages un tanto torpes y le soltaba: “Eres una estrella de cine. Eso era lo que querías. Lo has conseguido. Acéptalo. ¿Adónde te va a llevar todo esto?” Era lo que me gustaba de él: decía lo que pensaba”. Esto no quiere decir que Warren intentase aplastar el espíritu de su pareja. Como sabía que la aterrorizaba volar en avión, la acompañó en un vuelo cogiéndole la mano para que no sufriese, y en cuanto aterrizaron, se embarcó en otro avión de regreso al punto de partida. Su generosidad extravagante típica de las estrellas también le hacía atractivo: “el día de San Valentín me compro una sauna seca para un cuarto de baño y una sauna húmeda para el otro”. Y puede que no creyese en las posibilidades como artista del collage de su pareja, pero sí en muchas otras: le aseguraba que podría ser directora, política y “una de las actrices más respetadas del mundo si lo deseaba”. En su libro, Diane incluye una carta que le escribió Warren donde le asegura “Anoche, cuando nos sentamos a cenar, hubo un momento en que te miré y parecías tener tanto talento que me dio miedo”. También afirmaba que la mujer había llegado a una gran posición en la industria del cine y que debería realizar su propia película: “Deja de perder el tiempo y hazla. Lo harás mejor que nadie. Sabes más que nadie. Le darías un toque de rebeldía que sería fascinante. Yo podría ponerla en marcha. Y producirla, o mantenerme al margen si lo prefieres. Hazla ya. Así te sentirás mejor con el cine en general y con la interpretación en particular. De alguien que te admiró a distancia anoche. Que querría llegar a conocerte mejor”. Lo que obviaba Warren es que quizá esos eran sus deseos para su pareja, pero no los de ella. Tal vez Diane necesitaba no que la animasen a ser directora de cine –algo que finalmente empezaría a hacer tras romper su relación–, sino algo que él no estaba dispuesto a darle.

Aunque ella sea discreta sobre el tema, las otras mujeres nunca desaparecieron de la vida de su novio. La modelo Janice Dickinson fue una de ellas. En sus memorias relata cómo ella estaba con el actor en el hotel Carlyle de Nueva York esperando a que él dejase de hablar por teléfono con Diane Keaton para poder dedicarse a otros menesteres, cuando Beatty recibió por otra línea una llamada de Mary Taylor Moore, con la que también se estaba acostado. Dejó a Keaton en espera y procedió a conversar de forma amorosa y encantadora con Moore, sin olvidar que una asombrada Dickinson también estaba presente.

“Warren siempre estaba trabajando en algo, pero al mismo tiempo le atormentaba la perspectiva de ponerse a trabajar. Su problema era comprometerse”, recuerda Diane. “¿Cómo había llegado yo a lo alto de la colina con Warren Beatty? ¿Me quería o estaba destina a ser una de las muchas mujeres conducidas a la cima para luego ser lanzadas cuesta abajo?”. El culmen de su relación fue el rodaje de Rojos, que Warren escribía, dirigía y protagonizaba en uno de esos proyectos megalómanos que rara vez salen bien. En esa ocasión, lo hizo. La película fue un éxito de crítica y le procuró a Warren un Oscar a mejor director, pero en lo que respecta a Diane, las cosas fueron muy distintas. “El solitario año de rodaje en Inglaterra fue para mí, dese el punto de vista emocional, como dar dos pasos atrás y ninguno adelante”. No le gustaba el personaje y se sentía incómoda con las repeticiones de tomas constantes a las que le obligaba su pareja. “Todos sabían que lo pasaba mal con la forma de dirigir de Warren. Era imposible trabajar con un perfeccionista que rodaba cuarenta tomas de una escena. A veces me sentía como si me hubieran dejado aturdida con un arma de electrochoque. Ni siquiera ahora puedo decir que sienta mi interpretación en la película como mía. Era más bien una reacción al efecto que producía Warren Beatty”. Para comienzos del 82, su romance ya hacía aguas, y “tras ganar el Oscar al mejor director, Warren estaba y no estaba, hasta que dejó de estar”. Ese Oscar certificó su status como parte primordial de una industria a la que había llegado décadas atrás y de cuya transformación había logrado formar parte con brillantez. Su amigo el guionista Robert Towne diría sobre él: “La gente dice que no se aprende del éxito sino de los fracasos. Warren aprende del éxito”. Claro que también estaba Dustin Hoffman, que opinaba que “si Warren fuera todavía virgen, se le conocería como el mejor director del mundo”. Los 80 fueron una década desigual para Beatty. Los empezó a lo grande con Rojos, y se dedicaba a seleccionar sus proyectos con cuidado, a viajar, se implicarse en política hasta el punto de que Norman Mailer desearía que hubiese sido presidente y se relacionaba con grandes personajes como Kissinger. Pero en lo profesional, su carrera sufrió un duro varapalo con el fracaso de Ishtar, la única película que protagonizó seis años después de Rojos. Durante el rodaje, por cierto, Isabelle Adjani y Beatty le propusieron un trío a Fran Drescher que ella rechazó. Su vida sentimental seguía siendo tan agitada como siempre, con nuevas incorporaciones como Daryl Hannah o la escritora Joyce Hyser, ex pareja de Bruce Springsteen. Hyser contaría que acabó quejándose mucho a su terapeuta sobre el actor, hasta que “Warren, que era un yonki de hacer terapia, se coló en mis sesiones y mi terapeuta acabó enamorada de él”.

Warren Beatty y Diane Keaton en los Oscar de 1979.

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Pero sobre todo, conforme avanzaba la década, se iba haciendo patente que los años pasaban incluso para el galán número 1 de Hollywood. “Nos entristecía y no sabíamos muy bien por qué”, decía Dustin Hoffman. “Hay una soledad primordial en él, algo que me recuerda a Howard Hughes. Quiero decir, puedo imaginármelo muriendo solo, sin nadie que le ame ni tome su mano”. Britt Ekland coincidió con él en una fiesta en los 80 y le pareció que aunque su antiguo encanto estaba ahí, empezaba a verse un poco maltrecho. Sus llamadas nocturnas con el “¿Qué hay de nuevo, gatita?”, parecían de pronto más que insinuantes requerimientos de deseo, gritos de socorro de un hombre que se sentía solo. El Washington Post escribió que estaba “al borde de hacer el ridículo”, y medios enfocados a un público más joven, como Spin, no dudaban en hacer chanza de su faceta de rompebragas cincuentón. Assumpta Serna, que llegó a Hollywood a finales de los 80, contaría en el XL Semanal que le ofrecieron tener un romance falso con algún hombre de una lista entre los que estaban Tom Cruise y Warren Beatty. “Yo dije que no a cosas que me habrían acortado el camino. La propuesta de tener un romance me llegó a través de Vicky Light, que era mi agente, y en la lista de hombres los había muy conocidos. Warren Beatty, Tom Cruise. Esas cosas pasan de verdad. Me pasó a mí”. Podemos imaginar que lo que se trataba de conseguir con esta estratagema no era ahuyentar unos inexistentes rumores de homosexualidad, sino promocionar por igual a una recién llegada y a una estrella que empezaba a declinar. Así estaban las cosas cuando apareció en el horizonte otra versión femenina de él, con su misma ambición, talento y concepción creativa y lúdica del sexo: Madonna.

En su podcast You must remember this, Karina Longworth contempla su relación como una simbiosis en la que ambos obtenían un beneficio: él, rejuvenecer como un vampiro, alejar su temor a quedarse desactualizado gracias a ir de la mano de una mujer que representaba rebeldía, modernidad y, al menos tanto como él en su día, sexo. Ella se vinculaba al Hollywood clásico, algo a lo que había aspirado desde siempre ya fuera remedando a Marilyn en el videoclip de Material girl o de forma literal, actuando en películas (o casándose con Sean Penn). Coincidieron en Dick Tracy, la película con la que él buscaba recuperar el favor del público tras el desastre de Ishtar. La adaptación del cómic era una película con vocación popular, pero también una oda a la nostalgia por un mundo que Madonna imitaba y Warren había vivido en sus propias carnes. De ahí salió Vogue, una de las canciones más aplaudidas de la artista, si no la que más, inspirada tanto por el voguing de los clubs de ambiente de Nueva York como por el Hollywood clásico con el que ya le unía un grado de separación. Estuvieron juntos unos quince meses, durante el rodaje de la película y del documental En la cama con Madonna, donde Beatty ejercía un papel secundario con el que no se le veía muy cómodo. Para sorpresa de nadie, la relación se rompió y cada uno volvió a seguir alimentando su leyenda: en breve, a Beatty se le relacionaba con las nuevas encarnaciones de la belleza femenina, las supermodelos. Elle MacPherson y Stephanie Seymour se sumaron a “las chicas de Warren”, una lista cuyo crecimiento el mundo miraba ya con escepticismo. Seymour combinaba el romance con el actor con otro con Axl Rose, que durante un concierto, le dedicó una canción “a un hombre que está tan vacío que solo sabe jugar a jodidos juegos. A un parásito. A un hombre que vive de chupar la energía de otros. Un viejo que vive de forma vicaria a través de la gente joven, vampirizando su vida porque no tiene una propia. Me gustaría dedicarle esta canción a una mierda barata llamado Warren Beatty”.

Así estaban las cosas cuando el actor/director fichó a Benning para Bugsy. Era como si el mundo fuese capaz de mirar con simpatía y compadreo a un hombre famoso por su promiscuidad, pero llegado un momento, no tolerase que una persona así envejeciese y sin “sentar la cabeza”. El concepto implicaba que todo el pasado había sido una locurilla, una aventura larga y llena de fluidos, pero que el destino final de todas las personas era tener una pareja monógama y si no lo conseguían, había algo roto, enfermo o triste en ellos. La aparición de Benning fue providencial, o puede que Beatty supiese que había llegado la hora de su reinvención definitiva: el fin del alegre follarín, convertido en leal padre y esposo. Para sorpresa de muchos, funcionó.

Annette Benning, desde luego, era consciente de la vida de su marido, pero parecía lo bastante segura de sí misma como para que los celos por la cifra no la asustasen: “Warren ha sido famoso durante tanto tiempo que entiendo que representa… algo concreto en la mente de la gente. Así que sí, supongo que podría verse como el principio del fin de una era”. Sobre los titulares referidos a este fin de una época, el vanidoso Beatty reconocería “mentiría si dijese que no me gustaron”. Pero, ¿cómo de astronómica era esa cifra de parejas sexuales? Aquí hemos citado solo algunas de las mujeres famosas con las que Beatty se acostó, pero había también innumerables anónimas de bellezas y atractivos desiguales, porque el actor siempre dijo que no habría ninguna mujer con la que no pudiese tener relaciones. Y como se aseguraba que al menos, mantenía una relación sexual al día, era cuestión de echar cuentas. Así lo hizo Peter Biskind: “Un coito al día durante unos 35 años suponen 12.775 amantes, cifra que no incluye los aquí te pillo aquí te mato durante el día, las mamadas en coches, los achuchones y los besos furtivos”. Warren desmintió ese número astronómico, entre otras cosas porque eso implicaba que jamás repetía con la misma mujer, cosa que no era cierta. A People, declaró: “No entiendo esa imagen de playboy y eterno soltero. Estuve unos siete años con Julie. Estuve cinco años con Diane. Estuve dos años con Natalie. Estuve tres años con Leslie. Pero como yo era un chico guapo, me consideraban como “ohhh”.

Annette Bening y Warren Beatty en los Oscar de 2011.

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En el 78, su hermana Shirley McLaine había dicho: “Ninguno de los dos tendrá un matrimonio convencional debido a la intensidad del matrimonio que presenciamos todos los días cuando éramos niños. Necesitamos más espacio para respirar en nuestras vidas. No puedo imaginar a Warren con niños. Cuando conoció a mi hija, la examinó en silencio como si fuera solo un espécimen de vida humana en lugar de su sobrina”. Claro que desde entonces habían pasado décadas, y ahora Beatty ejercía de padre entregado que le cantaba a su bebé canciones de Cole Porter. El matrimonio tuvo cuatro hijos; el mayor transicionó a hombre, eligiendo como nombre Stephen Ira en honor de su abuelo paterno. “Es un revolucionario, un genio y mi héroe, al igual que todos mis hijos”, declaró su ilustre padre.

Con una maternidad tan intensa, se entiende que Annette dejase de lado su carrera durante sus primeros años de matrimonio. Juntos interpretaron un remake de Tú y yo que tuvo la mala suerte de estrenarse a la vez que Algo para recordar, que incluía su propia cita en lo alto del Empire State. En Un asunto de amor se interpretaban un poco a sí mismos: un actor famoso que encontraba el amor verdadero gracias a un dechado de virtudes hecho mujer. Algo parecido sucedía en El presidente y Miss Wade, donde Benning se enamoraba de un presidente de los Estados Unidos viudo que no por casualidad estaba interpretado por Michael Douglas, otro hombre de legendaria promiscuidad aunque su personaje en la película no lo fuera. De hecho, se valoró que Warren la protagonizara. Annette cimentaba con su vida real y ese tipo de papeles esa fama de mujer perfecta, un estereotipo en el fondo envenenado porque implica que ella había sido capaz de domar a la bestia, algo que las anteriores no pudieron hacer, como si el cambio de conducta de un hombre solo se produjese cuando encuentra a una mujer lo “bastante buena” para cortarse la coleta. Que con Annette Warren fuese un hombre fiel y feliz parecía implicar que el resto de sus centenas de amantes no habían sido suficiente y ratificaba ese final feliz que solo parece existir si uno tiene una pareja estable y monógama. El miedo de Dustin Hoffman a que su amigo muriese solo había sido exorcizado.

Las ex de Warren, por su parte, parecían encantadas con Annette. Julie Christie diría: “Ha hecho de Warren un ser humano decente, algo que nunca fue. Estoy orgullosa de Annette, no sé cómo lo ha aguantado todo”. Michelle Phillips declaró: “Me encanta a Annette y rezo por ella cada día. Ella es capaz de manejar a ese hombre, cosa que yo nunca pude hacer. ¡Me sacaba de mis casillas!”. Él, por su parte, solo tiene buenas palabras para las otras mujeres de su vida, y con muchas mantiene una buena amistad. En 2016 afirmaba que cuando Julie Christie y su marido iban a Los Ángeles, se alojaban en su casa para invitados. De Diane Keaton, aseguraba: “La adoro. Es una combinación de integridad, humor, inteligencia y justicia y, ¿he dicho ya belleza? Y un brillante sentido de la comedia”. De Joan Collins, defiende: “Era una belleza y estaba muy subestimada como cómica. Ahora es Dame Joan Collins. Me hace feliz ver que ya no se la subestima”.

La carrera de Benning ha sido, especialmente en los últimos años, mucho más prolífica e interesante que la de su marido, logrando trascender ese estereotipo de mujer sin mácula. Él vivía prácticamente retirado del show desde que hizo Enredos de sociedad en 2001, pero en 2016 volvió para dirigir una película que pasó sin pena ni gloria, La excepción a la regla, sobre un Howard Hughes con el que llegó a comparársele en su día. Pero sin duda su última aparición estrella fue la que hizo para presentar el Oscar a mejor película junto a Faye Dunaway, con un catastrófico resultado que nadie podría haber adivinado. La confusión con los sobres entre La la Land y Moonlight es uno de los hitos de la cultura pop reciente, historia de los Oscar y un episodio que ya ha pasado a formar parte indeleble de la leyenda de ambos actores.

Warren Beatty es muy famoso en comparación con lo poco prolífica que ha sido su carrera. Tiene un par de papeles que son iconos del cine –el Bud de Esplendor en la hierba y Clyde Barrow, y fue una exitosa encarnación del actor convertido a director. Pero, en esencia, su fama está por encima de su carrera y eso es en parte a su arrolladora personalidad y en parte gracias a su currículum amoroso. Cuando uno piensa en Warren, piensa en su vida sexual, y al fin y al cabo eso es algo tan Hollywood como la más sólida de las carreras.