La cápsula del tiempo de una vida no es lisa. Sus rugosidades son accidentes memorables que remiten, siempre, a una cadena de acontecimientos deseados o sufridos. Martín, nuestro autor, nació en Tucumán en febrero de 1976, un mes antes de que se iniciara el gobierno criminal de los dictadores. Pero ya corría mucha sangre en los valles Calchaquíes. Sus padres eran docentes y militantes populares. Debieron huir antes de que la muerte los alcanzara. 

En el otoño de 1977, con la derrota política de la utopía revolucionaria de los guevaristas, recuerdo que conocí a Mario y Estela, y por supuesto a Martín, su bebé. Tuve la tarea de conducirlos, junto a otros compañeros, hacia Brasil en el inicio del exilio que duraría hasta 1983. 

Éramos un grupo de siete: a los Burgos se sumaron una embarazada de siete meses y una pareja del oeste bonaerense. El avión de Aerolíneas partió la lluviosa mañana del 7 de julio de 1977 del Aeroparque Jorge Newbery. Luego de hacer aduana en Puerto Iguazú, recién pudimos hablar al cruzar a Brasil. Un micro nos llevó a Río de Janeiro desde Foz, un territorio habitado por miles de militantes --argentinos, uruguayos, chilenos-- que huían del Plan Cóndor, del exterminio de las dictaduras del Cono Sur. Luego de mucho caminar, llegamos a un hotel, imposible olvidarlo, en Praia Flamengo, llamado Caxambú en la vía Aldemar Dutra. 

Y entonces, Martín, vuelvo a aquel hotel color sepia, de putas y travestis, y veo a tus padres dándote la mamadera conseguida clandestinamente por una garota que se apiadó de unos argentinos desesperados de exilio. Vuelvo a sentir tu cuerpo en esa cama con un colchón de agua en una habitación diseñada para el sexo donde dormimos abrazados, junto a la compañera embarazada, mientras tu llanto interminable originaba olas furiosas y un espejo gigantesco en el techo devolvía la imagen de un trío desesperado. 

La historia continuó en San Pablo. Imposible olvidar tu llanto hambriento en la Rodoviaria de una ciudad inabarcable e insondable. Ese invierno austral fue la última vez que te vi en aquellos años de penas y olvidos, atravesados por un empecinado deseo de volver a la patria, cruzado de furias, abandonos, deserciones y desarraigos. Y también de militancias por la memoria y el regreso a la patria. Pasarían treinta años antes de volver a vernos.

Lo cierto, digo, escribo, es que conocí a Martín antes de que fuera un niño en Francia, que no es lo mismo que ser un niño francés. Las marcas de su origen están en este texto conmovedor. Original por su voz templada, sin rastros de furias ni culpas. Necesario por ser un eslabón en la cadena de las generaciones de nuestra historia nacional. 

Solo resta decir que lo mejor que hizo mi generación, que tuvo en sus brazos a este bebé, hoy un hombre, fue salvarlo de los lobos para que nos contara, como ahora, la vida entre dos mundos. Para que pudiera desafiar la tragedia ontológica del exilio, de la fractura entre el ser y el estar: ser argentino, pero estar francés. Para que pudiera elegir ser argentino definitivamente sin renunciar al placer de ser francés. Y este libro absolutamente original en su factura y decir, es el verdadero triunfo de la memoria contra el olvido.

De la vida vivida y por vivir.

* Prólogo del libro "El arte del exilio", publicado en Chile. Se presentará en la Feria del Libro de Buenos Aires.