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9. Poesía más Poesía: Vladimir Maiakovski y Miguel Oscar Menassa

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Revista Poesía más Poesía dedicada al poeta ruso Vladimir Maiakovski y a Miguel Oscar Menassa.

VLADIMIR MAIAKOVSKI

BIOGRAFÍA

“Soy poeta eso es lo que me hace interesante”, escribe Mayakovski en 1922. Vladimir Mayakovski nació en Baghdati, (Rusia) el 7 de julio de 1893 en el seno de una familia obrera. Su padre era guardia forestal y solía llevar al pequeño Vladimirovich en sus rondas a caballo por el distrito.

El trato intimo con los campesinos, el conocimiento de sus problemas y de las injusticias que tenían que soportar, desarrolló en el niño sensible y apasionado que era entonces Mayakovski, un desgarrado amor por el pueblo que llegará a convertirse en la nota dominante de la sinfonía multicolor de sus futuras composiciones literarias.

Vladímir Maiakovski, poeta y actor - Ventana a Rusia

Una tarde la bruma se abre a los pies del jinete para dar paso a un brillo más grande que el cielo, la electricidad. Padre e hijo estaban en las inmediaciones de una fábrica de duelas. “Tras descubrir la electricidad, la naturaleza perdió interés”. No le pareció lo bastante perfeccionada, la precisión aplicada, la invención técnica, es el puente que más tarde le lleva al mundo moderno y lo vincula con el movimiento literario acaudillado por el italiano Marinetti llamado futurismo. La familia Mayakovski se muda a un pueblo más importante: Kutaisi y Vladimir es admitido tras los exámenes correspondientes en la escuela local. También data una anécdota que, respetada años después por la memoria autobiográfica, pone de relieve la índole iconoclasta y modernista de aquel iluminado por la electricidad, que más adelante le permitirá tutearse con las vanguardias literarias y políticas. Durante uno de los exámenes de admisión un examinador le pregunta por el significado del vocablo “oco” a lo que el candidato contesta que es una medida de peso georgiano, aunque correcta su respuesta, no es completa . En efecto, “oco” en antiguo eslavo religioso significa ojo. Desde aquel momento, recuerda Mayakovski “odié todo lo que es viejo, lo que es eslavo, lo relativo a la iglesia. Es posible, agrega, que ello esté en el origen de mi futurismo, mi ateísmo, mi internacionalismo.”

Vladímir Maiakovski (@Vlad_Maiakovski) | Twitter

Entre los confines de su enorme país, y particularmente la Georgia natal, patria por lo demás del por entonces activista Stalin se propaga la agitación revolucionaria.

En la casa de Mayakovski se reciben revistas como “Noticias Rusa”, “La palabra Rusa”, “La riqueza rusa” … cuyo contenido y efervescencia simultáneamente nacionalista y revolucionario soliviantaban el espíritu ya brioso de Vladimir. Una de sus hermanas trae de sus viajes a Moscú ejemplares de octavillas antizaristas. Estamos en 1905. Vladimir ya no tiene la cabeza pura de meras tareas escolares. Sus ojos le revelan los hechos que le llaman a la acción. De pronto descubre que todo es desafío y que habita un terruño sojuzgado por el centralismo moscovita. «Para mí -escribe-, la revolución empezó de la siguiente manera: mi compañero de escuela Isidoro, ayudante de cocina de la casa del cura, saltó de contento al frente al horno: habían matado al general Alikanov, jefe de la represión unitaria en Georgia. Manifestaciones y mítines. También yo asistía. Era algo hermoso de ver. Conservo impresiones de carácter pintoresco: los vestidos de negro, son los anarquistas; de rojo, los eserres o eseristas (social revolucionarios); de azul los essde (socialdemócratas); los otros colores correspondían a los federales…».

Vladímir Mayakovski - Wikiquote

Mayakovski pasa de la lectura de novelas: Cervantes, Julio Verne.. a la de opúsculos de contenido político: “Abajo los socialdemócratas”, “Charlas sobre economía” etc. Se siente atraído por la figura del socialista alemán Ferdinan Lassalle: “Probablemente porque no llevaba barba. Parece más joven. Lasalle y Demóstenes se mezclan en mi mente. Pronuncio arengas ásperas y provocadoras.” Como vemos no es precisamente humor lo que le falta al joven agitador.

En 1906 muere su padre, cuando Mayakovski tiene 13 años. Su madre tras vender los poquísimos y modestísimos bienes que poseen, emprende el viaje a Moscú con sus tres hijos a donde llegará no sin pasar por algunas vicisitudes. La pensión de viudedad que percibe, no es suficiente para alimentar a todos. “Mamá se vio obligada a alquilar los cuartos restantes y a preparar comida. Los cuartos son tristes, los estudiantes que los alquilan son pobres, socialistas. Todavía me acuerdo de uno de ellos. El primer bolchevique que conocí.” Para aumentar los ingresos familiares Vladimir se inicia en la pintura decorativa, concretamente huevos de pascua de madera. Sigue estudiando a pesar de todo, y sus lecturas paralelas lo consolidan políticamente en su elección ética primitiva. “Ninguna obra de arte me apasionó tanto como el prefacio de Marx y los escritos de Hegel.” Escribe por entonces sus primeros versos. Pero un día considera que eso es incompatible con su dignidad social.

En 1908 se adhiere al partido social demócrata bolchevique. Poco después es elegido miembro del comité juvenil moscovita. Acusado de redactar octavillas lo arrestan y encarcelan en el penal de Presnia. Sale en libertad, aunque no lo estará por mucho tiempo. Unos huéspedes de su madre cavan un túnel para propiciar la evasión de unas mujeres detenidas en la prisión de Novinsk, cosa que logran. Vladimir es arrestado por supuesta complicidad con los autores del hecho y pasa once meses en la cárcel de Beutirki (que sin duda tienen relación con el paródico poema de la Cárcel de Reading que escribirá años después). Libre una vez más, Mayakovski se vuelve hacia la literatura y lee con avidez: la poesía de los simbolistas rusos, algunos «clásicos» como Byron, Shakespeare, Tolstoi y Pushkin. «La novedad formal me excitaba -recuerda en su autobiografia-. Pero lo sentía ajeno. Los temas, las imágenes de esos autores no pertenecían a mi vida. Sin embargo, traté de escribir del mismo modo, pero sobre otra cosa. Muy pronto comprobé que del mismo modo, pero sobre otra cosa era algo imposible de hacer.»

A Vladimir le pesa, pura y simplemente, la falta de una base cultural «sólida»; le pesa su falta de «experiencia del arte». «Soy ignorante -confiesa-. Tengo que buscarme una escuela seria. Si me quedo en el Partido, deberé pasar a la ilegalidad.» En aquellos momentos le parecía que en la ilegalidad no podría aprender nada. ¿Qué le hubiera quedado entonces? Escribir octavillas toda la vida, exponer ideas extraídas de «libros justos» pero cuyo autor no era él mismo. «¿Qué me quedaría si me vaciasen de lo que leí? El método marxista. ¿Pero no había caído esta arma en manos de un chiquillo?» El problema tenía, por supuesto, su trasfondo vital para un espíritu artista como el suyo: «¿Qué puedo oponer a la estética de las antiguallas en circulación?» En definitiva está convencido de que la Revolución le exigirá haber pasado por una escuela seria; en consecuencia, da por terminado su trabajo de militante y se pone a estudiar.

Mayakovski no está encandilado por sus dones; no se escatima la autocrítica: como los textos que escribe le parecen pobres comparados con los poemas de los autores que admira, decide intentar la pintura, el dibujo (para lo cual muchos contemporáneos coinciden en que estaba dotado). Tras frecuentar los talleres de un paisajista y un realista, y siempre con la certidumbre de que es imprescindible «dominar el trazo» (cosa que puede también entrelíneas), ingresa en la Escuela Superior de Bellas Artes de Moscú, único establecimiento educativo donde no se exigía al alumno un certificado de «lealtad política». En esas aulas conoce un buen día a David Burliuk, un joven algo mayor que él, atrevidamente vestido, burlón, iconoclasta e inteligente, además de brillante. Congenian pronto. De esta estimulante y osada camaradería nace, en opinión de Mayakovski, el futurismo ruso. De esa camaradería nace también la celebridad prematura de Mayakovski. En efecto, un día, tras haberle leído a Burliuk un poema de reciente data, Vladimir le oye exclamar: «¿Eres tú quien ha escrito esto? ¡Pero eres un poeta genial!» Al día siguiente, Burliuk presentaba a Mayakovski a uno de sus conocidos de esta manera: «¿No lo conoce usted? es mi genial amigo, el célebre poeta Mayakovski». Y después, una vez a solas con él, le dice con la delicadeza soberbia de su exigencia: «Ahora, tienes que ponerte a escribir. O me pondrás en una situación absurda». Así pues, Burliuk resulta un visionario, un futurista en el sentido menos comprometido del término. Pero Burliuk no se limitó a tamaña desmesura; leía a los poetas franceses y alemanes de su elección, le hablaba sin cesar con la voz inolvidable y aguijoneante del que no necesita pararse a pensar en lo que desea. Y, por si fuera poco, le daba 50 kopeks cada día, para que pudiese escribir sin morirse de hambre… Poco más tarde publican juntos un manifiesto en el que exponen sus planteamientos futuristas «sui generis», “la bofetada que quiere el público.”

Vladimir Mayakovski pasa a ser pues un personaje en el ambiente literario juvenil moscovita; no tanto por lo que escribe, todavía poco seguro de su expresión, como por sus modales y declaraciones, producto de la influencia de su amigo pero también de su genio personal. Su ancha camisa amarilla, su desparpajo y su fluidez verbal producen un impacto que hará historia, y dará paso a los calumniadores de siempre. Pero Vladimir se ha tomado en serio a si mismo. Aquellos años -escribirá- estuvieron dedicados a trabajar la forma, a dominar el lenguaje.

A principios de 1914, Vladimir se siente literariamente seguro, capaz de «dominar un tema», tema que, claro está, debe ser revolucionario. La consigna puede ser una fuente de inspiración. De aquél período ha quedado su poema La nube en pantalones.

Mayakovski acompañado
Maiakoski y Lilí Brik

En 1915, es enrolado en el ejército soviético, pero se las arregla para no ir al frente. Conoce a Ossik y Lili Brik, una pareja que tendrá un papel protagonista en su vida. Ossik, buen amigo y mecenas, le compra los poemas que escribe y publica “La flauta de las vértebras”, “La guerra y el universo”, textos que Mayakovski escribiera entre 1915 y 1916. Lili se convertirá en su amante.

Amor poesía de Maiakovski. Poemas de amor en las obras de Maiakovski

Estamos en 1917. La revolución toma el poder. El partido bolchevique se afianza. Como tantos otros intelectuales y artistas, Vladimir exalta y anima los nuevos viejos valores de la cruzada humana. Cree poder consolidar, ahora a la luz del día, una estética revolucionaria. En esa época empieza sus giras de conferenciante y recitador, ininterrumpidas hasta el fin de su vida. En el podio alterna charlas del estilo “Los bolcheviques y el arte” con poemas ofensivos como “Orden nº 2 al ejército del arte”, dirigidos tanto a los literatos todavía aferrados a las tablas de la salvación de la retórica aceptada como a la muchedumbre de anarquistas y semi-místicos tan abundantes en la vieja Rusia, todos ajenos al torbellino polifacético entonces, pero cada vez más embridado, de la revolución social:

¡Acabad de una vez!
¡Olvidad!, haced a un lado
rimas y romanzas, roseledas
y tantas otras merdancolías
…………………………………
Hoy necesitamos maestros,
no predicadores melenudos…
Camaradas, haced un arte
que saque del fuego a la República.

Escribe su primera pieza de teatro, representada en una sala céntrica y en muchas fábricas con el éxito suficiente para aumentar su prestigio, sobre todo entre los intelectuales comunistas, pero también le granjean nuevos impugnadores.

En 1920 termina de escribir 150.000.000. Un año después, abriéndose paso «a codazos a través de la burocracia, la envidia, el papeleo y las estupideces», logra llevar a la escena una variante de “Misterio”, que será representada durante el III Congreso del Komintern.

En 1923 funda, con otros colegas, la revista Lef (Frente Izquierdista del Arte), que dirigirá hasta 1925. Su propuesta estética está impregnada de la ética revolucionaria: tratar un tema social con los medios del futurismo. Su suplemento poético es el poema de agitación económica.

La técnica europea, el industrialismo, y las tentativas de unirlas con la vieja Rusia todavía encenagada, tal ha sido siempre la idea primordial del futurismo-lefovista. La revista tira pocos ejemplares pero se lee y comenta. El problema mayor parece ser el de su distribución, dada «la simple y burocrática falta de interés por determinadas revistas de parte del gran plácido mecanismo de las Ediciones del Estado».

Mayakovski viaja al exterior. En París vuelve a encontrarse con su antigua amiga, Elsa Triolet -hermana de Lili-, conoce a Louis Aragón, al pintor Robert Delaunay, lo triste del caso es que la comunicación con varios de los principales vanguardistas europeos debe hacerse mediante un intermediario, ya que Vladimir no habla otro idioma que el suyo. Para una persona tan oral como él, fue una prueba muy dura. Su ira callada al sentirse incapaz de expresarse le confiere, a los ojos de los extranjeros, un aire atractivamente bárbaro.

En el año 1924, Mayakovski comienza un nuevo ciclo de conferencias a través de la URSS, cuyo tema es Lef. Escribe y luego lee en público “Aniversario”, dedicado a Pushkin​. Termina su “Lenin”, que lee en varias reuniones obreras; tema delicado, si lo hay, sobre todo por la facilidad con que podía caerse en la mera narración política. Pero «la reacción de los auditorios obreros me reconfortó y me afirmó en la certidumbre de que ese poema era necesario».

El futurismo imaginista que, aparente o soterrado, estaba en la base del poema mayakovskiano no era fácil de ser transmitido a un público inculto. Ese poema, sin embargo, tenía la peculiaridad, en boca de su autor, de presentarse eficazmente a su oralidad. 

La poesía debía ser como el viento: oírla y sentirla; un acto verbal público, claro, rico -¡en la medida de lo posible!- que diese ese placer justo que merecían sus fuentes de inspiración: la revolución, el pueblo en marcha, los trovadores y los ministriles. “ Voy de ciudad en ciudad y digo mis versos.” Y esas ciudades no son pocas ni siempre soviéticas: Novotcherkas, Karkov, París, Rostov, Tifflis, Berlín, Kazán, Tula, Praga, Leningrado, Yalta, Eupatoria… Maiakovski tiene un público que cada vez se parece más al que quiere.

Un nuevo viaje, en el que pensaba dar la vuelta al mundo, le lleva a los Estados Unidos, el enemigo fascinante. Naturalmente, le reciben con euforia y con espanto. «Tengo la impresión de que, embrujadas por mi acento, arrebatadas por mi ingenio, conquistadas por la profundidad de mi pensamiento, las mujeres, con sus piernas kilométricas se quedan pasmadas, mientras que los hombres enflaquecen a ojos vista y se ponen pesimistas ya que les resulta imposible rivalizar conmigo». De este viaje data, entre otros textos su “Puente de Brooklin” donde, bastante sumariamente, se admira y se conduele del país de los rascacielos.

Editó poesías, escribió obras de teatro, guiones cinematográficos, canciones para el ejército rojo y para las instituciones del estado obrero. Participó en las batallas teóricas de los formalistas. Compuso el manifiesto futurista ruso, diseñó afiches y otros objetos molestos. Fue amigo de Shklovski y enemigo de Gorki y Marinetti. En 1948 los estadounidenses prohibieron la reedición de los poemas de Mayakovski que en Alemania ya estaban traducidos, editados y dispuestos a la venta. Continuamente perseguido por la burocracia revolucionaria el 9 de marzo de 1930 el diario Prada realiza una dura crítica titulada: “Sobre los caprichos del izquierdismo”, en contra de su obra teatral “Los baños”.

El 14 de abril de 1930, a las 10:15 horas de la mañana, Vladimir Mayakovski con 37 años se pegó un tiro en el callejón de Luvianski con el revólver que le había servido doce años para su papel en la película “No nací para el dinero”. Antes de suicidarse escribió:

¡A todos!
No se culpe a nadie de mi muerte y, por favor,
nada de chismes. Lili ámame.
Camarada gobierno, mi familia es: Lili Brik, mi madre, mis hermanas y Verónica Vitaldovna Polonskaya.
Si se ocupan de asegurarles una existencia decente, gracias.
Por favor den los poemas inconclusos a los Brik,
ellos los entenderán.
Como quien dice
la historia ha terminado.
El barco del amor
se ha estrellado
contra la vida cotidiana
Y estamos a mano
tú y yo
Entonces ¿para qué
reprocharnos mutuamente
por dolores y daños y golpes recibidos?

Vladímir Mayakovski - Wikipedia, la enciclopedia libre

BIBLIOGRAFÍA

http://www.henciclopedia.org.uy/autores/Cegna/Maiakovski2.htm

https://es.wikipedia.org/wiki/Vlad%C3%ADmir_Mayakovski

https://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/maiakovski.htm

POEMAS

“LA NUBE EN PANTALONES”

I
¿Tal vez creen que la malaria me hace delirar?
Esto ocurrió,
ocurrió en Odessa.
«Vendré a las cuatro», dijo María.
Dieron las ocho.
Las nueve.
Las diez.
Y la noche
escapó de la ventana
al horror nocturno,
sombrío,
decembrino.
A mi decrépita espalda carcajean y relinchan
los candelabros.
Nadie podría reconocerme ahora:
esta mole musculosa
gime,
se retuerce.
¿Qué querrá esta mole?
Pues esta mole es mucho lo que quiere.
Porque para uno mismo no importa
ser de bronce
o tener un corazón de hierro frío.
Pero por la noche uno quiere
esconder su tañido
en algo blando,
femenino.
Y aquí me tienen
enorme,
doblado en la ventana
fundiendo con mi frente el hielo del cristal.
¿Habrá amor o no habrá amor?
¿Cómo será?
¿Grande o pequeño?
¿Pero cómo un cuerpo así tendría uno grande?
Deberá ser pequeño,
un amorcito dócil.
Que saltará, asustado, al claxon de los autos
y amará las campanillas de los tranvías tirados por caballos.
Metiendo todavía más
mi rostro
en el rostro picado de la lluvia
espero
salpicado por la estruendosa pleamar citadina.
La medianoche, apuntándome con un cuchillo,
me alcanzó,
me apuñaló.
(Te lo tienes merecido)
Y cayeron las doce
como la cabeza de un condenado cae del cadalso.
En los cristales gotitas grises
se fundían en una
mueca inmensa
como si aullaran las quimeras
del Notre-Dame de París.
¡Maldita!
¿No te basta con esto?
Pronto los gritos lastimarán mi boca.
Y oigo esto:
silenciosamente,
como baja un enfermo de su cama,
salta un nervio.
Primero
camina un poco
y luego
comienza a correr
nervioso,
con paso firme.
Y ahora éste y otros dos más
se lanzan a un zapateo desesperado.
Se desprende el enlucido en el piso de abajo.
Nervios
grandes y
pequeños,
muchos ahora,
galopan enloquecidos
hasta que
a ellos mismos les fallan las piernas.
La noche se extiende como limo en mi cuarto
y en ese limo se hunden mis ojos ya pesados.
De pronto la puerta comienza a rechinar
como si al hotel
le castañetearan los dientes.
Entraste tú,
rotunda con un «ahí tienen»,
torturando la gamuza de tus guantes
dijiste:
«¿Sabe usted?
Me caso.»
¿Qué tiene? Cásese.
No importa.
Resistiré.
¿No ve usted lo tranquilo que estoy?
Como el pulso
de un difunto.
¿Recuerda?
Usted decía:
«Jack London,
dinero,
amor, pasión»,
pero yo sólo veía esto:
¡usted es una Gioconda
que alguien debe robar!

Y así ocurrió.
Otra vez enamorado, entraré al juego,
iluminando con fuego la curva de mis cejas.
Pero ¿qué tiene de extraño?
¡Hasta en una casa consumida por el fuego
a veces viven vagabundos!
¿Se burla de mí?
«Posee menos esmeraldas de locura
que kopeks un indigente.»
¡Pero no olvide
que Pompeya pereció
cuando irritó al Vesubio!
¡Ey!
Señores
amantes
de lo sacrílego,
del crimen,
¿han visto lo
más terrible?
¿Mi rostro
cuando
estoy
del todo calmo?
Y ya siento que
mi «yo»
me queda estrecho.
Que alguien pugna por salir de mí.
¡Hola!
¿Quién habla?
¿Mamá?
Vuestro hijo está bellamente enfermo.
¡Mamá!
¡Sufre un incendio de su corazón!
Dígale a mis hermanas, a Liuda y a Olia,
que ya no tiene adónde ir.
Cada palabra suya
hasta la broma
que regurgita de su boca requemada,
se lanza afuera como una prostituta desnuda
de un prostíbulo en llamas.
¡La gente husmea
y les huele a quemado!
Trajeron a ciertos tipos.
¡Relucientes!
¡Con cascos!
¡¿Pero adónde van con esas botas?!
Háganles saber a los bomberos
que a un corazón ardiente se sube con caricias.
Déjenme, mejor yo mismo
achicaré mis ojos llorosos con barriles.
Permítanme apoyarme en la costilla.
¡Voy a saltar! ¡Voy a saltar! ¡Voy a saltar!
Y sólo caen los bomberos.
¡No es posible dejar de un salto el corazón!
En el rostro quemado,
de entre las grietas de los labios,
un beso abrazado quiere alzarse.
¡Mamá!
¡No puedo ya cantar!
En la pequeña iglesia de mi corazón se quema el coro.
Figurillas quemadas de palabras y números
abandonan mi cráneo
como niños en edificio en llamas.
Así el miedo,
queriendo agarrarse del cielo,
elevaba
sus ardientes manos en el Lusitania.
Ante las gentes temblorosas
en la paz de sus casas
un resplandor de mil ojos se desgajaba del muelle.
¡Un último grito:
tú al menos
clama a los siglos que me abraso!

II
¡Glorifíquenme!
No puedo compararme a los grandes. Y en todo lo que han
hecho pongo «nihil».
Jamás
quiero volver a leer nada. ¿Un libro?
¡Qué me importan los libros!
Antes creía
que los libros se hacían de este modo:
llegaba el poeta,
entreabría fácilmente los labios
y al momento comenzaba a cantar el simplón inspirado
¡ahí les va! Pero resulta
que antes de que se comience a cantar
caminan largo rato, les salen callos de tanto fermentarse,
y en el silencio chapotea en el limo del alma
el tonto pez de la imaginación.
Y mientras hierven, revolviendo con rimas
cierto guiso de amor y ruiseñores,
la calle se retuerce atrofiada, sin lengua,
sin tener con qué gritar ni conversar.
Orgullosos, levantemos de nuevo
las torres de Babel de las ciudades
mientras Dios
destruyendo ciudades
crea pastos
y mezcla la palabra.
La calle cargaba en silencio su tormento. Un grito le
asomaba al gaznate. Se erizan, atravesados de través en
taxis regordetes y huesudas calesas. Le han apeatonado el
pecho. ¡Peores que la tisis!
La ciudad cerró el paso con tinieblas.
¡Y cuando!…
¡De todos modos!…
La calle escupió la turba a la plaza
sacándose el atrio que aprisionaba su garganta,
he pensado:
entre un coro de arcángeles Dios, saqueado, va a castigar.
Y la calle se sentó y lanzó un grito: «Vamonos a llenar la
panza».
Maquillan a la ciudad los Krupps y los kruppitos, amenazan enarcando las cejas. En la boca
se pudren los cadáveres de palabras muertas,
sólo dos viven y engordan:
«canalla»
y alguna otra más, «borsh», creo.
Los poetas
reblandecidos en llanto y sollozos abandonan la calle, los
cabellos hirsutos: ¿cómo tan sólo con esas dos cantarles a
las señoritas, al amor, y a las florecitas cubiertas de rocío?
Y tras los poetas
los millares que habitan la calle:
estudiantes
prostitutas
capataces.
¡Señores!
¡Deténganse!
Dejen de comportarse como indigentes,
no se atrevan a pedir limosnas.
Nosotros, los robustos,
que caminamos a trancos,
no debemos obedecerlos, sino arrancarlos
a todos ellos,
a los que se aferran como un apéndice
gratis a cada cama matrimonial.
¿Pedirles a ellos dócilmente «ayúdame»?
¿Rogarles con un himno, un oratorio?
Creémoslas nosotros mismos como un ferviente
himno entre el ruido de las fábricas
y los laboratorios.
¡¿Qué me importa si bajo el fuego artificial
de los cohetes Fausto se desliza con Mefistófeles
por el parque del cielo?!
¡Sé
que tengo un clavo en la bota,
una pesadilla mayor que las fantasías de Goethe!
Yo
pico de oro,
de quien cada palabra
renueva el alma
y celebra el cuerpo,
les digo:
¡la más diminuta mota de lo vivo
es más valiosa que lo que he hecho y haré!
¡Escuchen!
Predica
convulso y quejoso
Zaratustra, el labio-gritón de hoy.
Nosotros
con cara como sábanas soñolientas,
con labios colgantes como lámparas,
nosotros,
presidiarios de ciudades-leprosarios,
donde el oro y el lodo han llagado a la lepra,
¡estamos más limpios que el azul celeste de Venecia
que bañan a diario los mares y el sol!
¡Me importa un bledo
que ni en Homero ni en Ovidio
aparezcan gentes como nosotros,
picados por la viruela del hollín.

que el sol palidecería
si pudiera ver las reservas de oro que guardan nuestras
almas.
Más seguros que los rezos son los tendones y los músculos.
¿Por qué habríamos de rogar una limosna al tiempo? ¡Nosotros,
cada uno de nosotros,
sostenemos en nuestras cinco
las correas de transmisión del mundo!
Esto me aupó al Gólgota de los auditorios
en Petrogrado, en Moscú, en Odessa, en Kiev,
y no hubo ni uno que no gritara:
«¡Crucifíquenlo, crucifíquenlo!».
Pero para mí todas las gentes
(y también aquellas que me ofendieron)
son lo más querido y cercano.
¿No han visto cómo un perro
lame la mano que lo ha golpeado?
Yo,
escarnecido por las tribus de hoy
como un chiste largo y escabroso,
veo cómo avanza a través de montañas de tiempo
alguien para todos invisible.
Donde el ojo de los hombres se desploma segado,
cual un jefe de hordas hambrientas
con la corona de espinas de las revoluciones
llegará el año dieciséis.
Yo soy un profeta entre las gentes,
estoy donde está el dolor: en todas partes;
me he crucificado
en cada lágrima.
Ya no puedo perdonar nada.
He quemado almas donde cultivaban la ternura.
¡Algo más difícil que tomar
miles y miles de Bastillas!
Y cuando,
proclamando con una revuelta su arribo,
salgan a recibir al salvador, yo
me sacaré el alma, la pisotearé
¡para hacerla más grande!
y así ensangrentada se la daré como estandarte.


III
¿Qué sentido tiene todo esto?
¿De dónde aparece en la luminosa
alegría ese blandir los puños sucios?
Llegaste,
y tu desespero corrió sobre mi cabeza
una cortina que me evitó pensar en el manicomio.
Y
como en la tragedia de un acorazado
entre espasmos asfixiantes
los marineros se lanzan por la escotilla abierta:
a través de
mi ojo desgarrado hasta el grito
salía, enloquecido, Burliuk.
Casi ensangrentados sus sufridos párpados
salió,
se incorporó, se acercó
y con ternura inesperada en
un hombre grueso de pronto dijo: «¡Qué bueno!».
¡Qué bueno cuando una blusa amarilla protege
tu alma de las miradas ajenas! ¡Qué bueno
si cuando te lanzan a los dientes del patíbulo
alcanzas a gritar:
«Tomen cacao de Van Gutten»!
Y este segundo fuego de bengala, sonoro,
no lo cambiaría por nada ni por mi propio pico.
Y entre el humo de tabaco, como una copa de licor,
se alarga la cara abotagada-ebria de Severianin.
¿Cómo se atreve a llamarse poeta
y gorjear tan gris como una codorniz?
Hoy
hace falta
pegarle duro al cerebro del mundo con una manopla.
Usted
a quien inquieta este solo pensamiento
«¿bailó elegantemente?» mire cómo me divierto yo:
¡chulo de plaza y tahúr de naipes!
A ustedes
por el amor reblandecidos,
que durante siglos
sólo han vertido lágrimas,
los dejaré,
me pondré el sol de monóculo en el ojo bien abierto.
Y ataviado de este modo increíble iré por la tierra
para gustarles aunque los queme y atado a una cadenita,
abriéndome camino, pasearé a Napoleón como a un dogo
enano.
La tierra entera se tenderá como una mujer,
agitará sus carnes, ansiosa por entregarse.
Sus ropas cobrarán vida
y los labios de sus ropas
sisearán zalameros:
«¡Precioso, precioso, precioso!».
De pronto
los nubarrones
y todo lo demás nuboso
levanta en el cielo una gran agitación
como si obreros vestidos de blanco se dispersaran
tras declararle una airada huelga al cielo.
De detrás de una nube, un trueno, furioso,
salió y se sonó las narices desafiante.
El rostro del cielo se crispó por un segundo
con la mueca severa del férreo Bismark.
Y alguien
enredado en los lazos del cielo alargó
sus brazos a un café: de una manera algo femenina,
como tiernamente,
y también como la cureña de un cañón.
¿Usted piensa que el sol, tierno,
palmea la mejilla del café?
Pues no, es el general Galiffet
que va a fusilar a los rebeldes.
Sáquense, transeúntes,
las manos de los bolsillos:
cojan una piedra, un cuchillo, una bomba,
y si alguien no tiene manos
que venga a golpear con su frente.
¡Vayan los hambrientos, los sudorosos, los sumisos,
los podridos en lo pulgoso y sucio!
¡Vengan
los lunes y los martes,
coloreémoslos con sangre como los días feriados!
¡Que la tierra se acuerde al sentir
los cuchillos de aquellos que quiso ultrajar!
¡La tierra,
cebada como una amante
de las ya usadas por Rothschild!
Para que los estandartes restallen en el ardor de
la metralla como en cada fiesta
que se digne de serlo: levanten
a la altura de los faroles
los cuerpos ensangrentados de los tenderos.
Blasfemando,
implorando,
acuchillando,
pasando por sobre alguien,
para hundir sus dientes en el costado,
en el cielo, rojo como la marsellesa,
temblaba, palmándola, el crepúsculo.
La locura absoluta.
Pero no pasará nada.
Caerá la noche, morderá algo, y se lo tragará.
¿No ve
que el cielo vuelve a ofrecer como un Judas
un puñado de estrellas salpicadas de traición?
Y por fin cae la noche.
Festeja como Mamai,
posando su trasero sobre la ciudad.
Esta noche, tan negra como Azef,
no habrá ojos que la atraviesen.
Encogido en el fondo de las tabernas,
me erizo. Riego con vino mi alma y el mantel
y veo:
en un rincón -mis ojos redondos como platos-
los ojos de la Virgen se me meten en el corazón.
¡Qué sentido tiene ofrecer
su resplandor pintado a esta turba tabernaria!
¿No ves que otra vez en lugar de al ultrajado
en el Gólgota prefieren a Barrabás?
Quizá yo, a propósito,
entre el amasijo humano,
no muestro un rostro más nuevo.
Aunque yo,
quizá,
sea el más hermoso de todos sus hijos.
Dale a ellos
enmohecidos en su alegría
la muerte rápida del tiempo.
Para que haya niños los jóvenes deben
crecer, hacerse padres,
las jóvenes, embarazarse.
Y a los recién nacidos déjenles
crecer las escrutadoras canas de los magos,
y vendrán
y bautizarán a los niños
con nombres tomados de mis versos.
Yo, que he cantado la máquina y a Inglaterra,
acaso, simplemente,
en el más común de los Evangelios,
soy el decimotercer apóstol.
Y mientras mi voz obscenamente ulula
hora tras hora, días enteros,
Jesús Cristo, quizás,
aspira el olor del nomeolvides de mi alma.


IV
¡María! ¡María! ¡María!
Déjame entrar, María,
¡no puedo vivir en las calles!
¿No quieres?
¿Esperas
que mis mejillas se hundan, que degustado por todos, soso, venga
y masculle sin dientes que hoy
«seré asombrosamente honesto»?
María, ¿ves?
ya comienzo a encorvarme.
Por la calle
las gentes agujerean la grasa en sus buches de cuatro
pisos,
asoman por allí unos ojos
raídos por el trajín de cuarenta años
y chismorrean socarrones
porque entre mis dientes sostengo
-¡otra vez!-
el panecillo seco de una caricia de ayer.
La lluvia cubrió de llanto las aceras.
Como un pillo atrapado entre los charcos,
mojado, el cadáver olvidado de un adoquín lame la calle
y en las cejas grises,
¡sí!
en las cejas de los carámbanos
hay lágrimas,
¡sí!
y en los ojos entornados de las cañerías de desagüe.
La jeta de la lluvia ha chupado a todos los transeúntes. En los carruajes un atleta sigue a otro atleta gordo. Revientan las gentes de tanto comer
y a través de sus grietas gotea el sebo un río turbio que
fluye de los carruajes junto con un panecillo cubierto de
saliva y la masa masticada de viejas croquetas.
¡María!
¿Cómo hacer entrar en sus oídos grasientos una sencilla
palabra? El pájaro
pide limosnas con sus trinos; canta,
hambriento y sonoro,
pero yo soy un hombre, María,
un hombre simple,
que la tísica noche escupió en la sucia mano de la calle.
María, ¿quieres a alguien así? ¡Déjame entrar, María!
¡Mis dedos crispados aprietan la garganta de hierro del
timbre en tu puerta!
¡María!
Se enfurece el pastizal de las calles.
En el cuello tengo rasguños de una turba de dedos.
¡Abre!
¡Me duele!
¿No ves que tengo clavados en los ojos alfileres de
sombreros de mujer?
¡Has abierto!
No temas, criatura,
si ves en mi cuello,
como una bestia sudorosa, la montaña húmeda de
mujeres: es que yo arrastro por la vida millones de amores
puros, enormes, y un millón de millones de sucios
amorcitos. No temas si otra vez desgraciado e infiel vuelvo
a sobar las caritas preciosas “de las miles que aman a
Maiakovski”, ésas que ya son una dinastía de reinas
entronizadas en mi alma de loco.
¡Ven, María, acércate!
Desnuda y sin pudor,
o quizá mínimamente temblorosa,
y dame el jamás marchito encanto de tus labios.
Mi corazón y yo nunca hemos llegado a mayo,
y en toda mi vida
hay un sólo centésimo abril.
María!
El poeta de sonetos canta a Tiana
pero yo,
hecho sólo de carne, hombre todo, sólo pido tu cuerpo, como un cristiano pide: «Danos el pan nuestro de cada día».
¡Dámelo, entonces, María!
¡María!
Temo olvidar tu nombre
como el poeta teme olvidar
la palabra nacida
en el tormento de la noche
y que le recuerda a Dios por su grandeza.
Amaré, cuidaré de tu cuerpo como el soldado recortado por
la guerra, inútil,
solitario,
cuida su única pierna.
María, ¿no quieres?
¿No?
¡Ja!
Bien: otra vez, entonces, sombrío y cabizbajo tomo mi corazón bañado en lágrimas para llevármelo, como el perro que arrastra hasta su cubil
la pata aplastada por un tren.
Riego el camino con sangre de mi corazón
que se pega como flores de polvo en la guerrera.
Como la hija de Herodías,
el sol danzará mil veces rodeando la tierra,
como al cráneo del Bautista.
Y cuando haya danzado hasta el final los años que me
tocan,
millares de gotas de sangre cubrirán el camino que lleva a
la casa del Padre.
Saldré entonces
sucio (de todas las noches pasadas en las cloacas)
y me pondré junto a Él,
me inclinaré
y le diré al oído:
«¡Escuche, señor Dios!
¿Cómo no le aburre
en esta jalea nebulosa
mojar cada día sus bondadosos ojos?
¿Por qué no, sabe usted,
arma un carrusel
con el árbol del estudio del bien y del mal?».
Ubicuo, estará en cada armario y pondremos vino por toda
la mesa, para que hasta al taciturno apóstol Pedro le
entren ganas de bailar el ki-ka-pu.
Y otra vez llenaremos el paraíso de Evitas:
una palabra tuya y
esta misma noche
te traeré las más bellas muchachas
de los bulevares.
¿Quieres?
¿No?
¿Sacudes la cabeza, desgreñado?
¿Enarcas tu ceja canosa?
¿De verdad crees que ése
detrás de ti, ese alado, sabe qué es el amor?
Yo también soy un ángel, lo fui:
como un corderito azucarado miraba a los ojos
pero me cansé de regalar a las yeguas
floreros hechos con sufrimiento de Sévres.
Todopoderoso, tú inventaste las manos,
hiciste
que cada uno tuviese una cabeza
¿por qué, entonces, no eliminaste el tormento
de besar, de besar, de besar?
Yo pensaba que eras un diosazo omnipotente
y no eres más que un alumno retrasado, un diosecillo minúsculo.
Mira cómo me agacho,
me saco de la bota
una navaja.
¡Bellacos alados!
¡Acurrúquense en el paraíso!
¡Larguen sus plumas temblando de miedo!
¡A ti, oloroso a incienso, te daré un navajazo
desde aquí hasta Alaska!
¡Déjenme ir!
No me detendrán.
Les miento,
no sé si con razón,
pero no puedo estar tranquilo.
Miren:
¡han decapitado de nuevo a las estrellas
y la matanza ha ensangrentado todo el cielo!
¡Eh, ustedes! ¡Cielo!
¡Quítense el sombrero! ¡Voy a entrar!
Silencio.
El universo duerme apoyando en la pata,
garrapateada de estrellas, la oreja enorme.

AHÍ TIENEN

Dentro de una hora, a ese limpio callejón
fluirá vuestra adiposidad hombre a hombre como gotas de grasa,
y yo que les he abierto tantos cofres de versos
yo, pródigo derrochador de palabras sin precio.
Usted, señor, por ejemplo, tiene col en el bigote
de una sopa dejada a medias en alguna parte.
Usted, señora, por ejemplo, con su cara repintada de blanco
parece una ostra que asoma entre la concha del vestido.
Todos ustedes, tan sucios, con chanclos o sin ellos,
se han trepado a la mariposa del corazón poético.
La turba se restriega enfurecida
y eriza sus patitas de pulga multicéfala.
Y si a mí, un huno rudo,
no me dan ganas hoy de mostrarme simpático
lanzaré una carcajada y les escupiré,
les escupiré a la cara alegremente,
yo, pródigo derrochador de palabras sin precio.  

CONVERSANDO CON LA TORRE EIFFEL

París,
caminada por millones de pies,
gastada por miles de llantas.
Ando errante por tus calles,
solo, hasta el horror,
ni un rostro amigo,
hasta el horror,
ni un alma.
Alrededor mío,
los autos fantasean una danza.
Alrededor mío,
desde sus fauces de dragones-pescados y luises,
silba y cae el agua de las fuentes.
Llego a la plaza de la Concordia,
y espero a que venga a la cita,
cruzando la niebla,
surgiendo tras las casas apiladas,
la torre de Eiffel.
¡Chist…!
Torre,
más despacio,
que la pueden ver.
La luna, tema de guillotina,
asiste a nuestra cita.
Me acerqué a ella,
susurrándole en la radio-oreja.
He aquí lo que le digo:
-He hecho propaganda a los edificios y a las cosas.
Nosotros,
sólo esperamos su aprobación.
Torre,
¿quiere encabezar la insurrección?
Torre,
nosotros la elegimos jefe.
Usted,
modelo de genio y técnica,
no debe quedar aquí,
ocultando sus contornos Apollinarios.
No es para usted,
este lugar de podredumbre,
París de prostitutas,
la Bolsa,
y los “poetas”.
Los Metró están de acuerdo.
Los Metró están conmigo.
Ellos,
arrojarán al público,
de su embaldosados vientres.
Y la sangre nueva,
lavará las paredes,
de los afiches de polvo y perfume.
Ellas,
-las paredes-
están convencidas.
Ellas no quieren ser esclavas de los avisos lujosos,
ellas saben que les sienta mejor a la cara,
nuestros agudos carteles de lucha.
¡Torre!
¡No tenga miedo a las calles!
Si el Metró no suelta la gente,
la calle lo castigará con los rieles.
Yo levantaré el motín de los rieles.
¿Teme?
Los tractores vendrán en columnas,
nos defenderán.
Vendrá Rive-gauche en nuestra ayuda.
¡No tema!
Ya me puse de acuerdo con los puentes.
Vadear los ríos,
no es fácil.
Los puentes,
se levantarán de golpe,
movidos por el encono,
cerrando las entradas a la ciudad,
por todos los costados de París.
Al primer llamado,
se amotinarán los puentes,
arrojando a los peatones,
con su toros de piedra.
Se rebelarán todas las cosas,
las cosas,
ya no pueden soportar más,
este orden de cosas.
Pasarán quince años o veinte,
se ablandará el acero,
y las mismas cosas
se lo aseguro,
irán solas,
a venderse por las ferias de Montmartre.
¡Torre vamos!
Venga con nosotros.
Usted,
allá, en casa,
nos hace más falta.
¡Venga con nosotros!
La recibiremos,
con el brillo de nuestros aceros.
La recibiremos,
con más ternura que al primer amante amado.
¡Vamos a Moscú!
Torre,
allá tenemos más lugar.
Usted,
tendrá todas las calles que quiera.
Nosotros,
la cuidaremos,
cien veces al día,
lustraremos su acero y su cobre,
y quedará como el sol.
Deje,
que su ciudad-,
París de tontas pitucas,
París de bulevares abribocas,
acabe sola,
enterrada en el cementerio del Louvre,
con el vejestorio de su museo en los bosques de Boulogne.
¡Adelante!
¡Marche!
¡Marche con sus cuatro patas poderosas,
remachadas según lo planos de Eiffel,
para que en nuestro cielo,
asome tu frente de radio,
para que nuestras estrellas,
ante ti se avergüencen!
¡Decídase, torre!
Hoy se levantan todos,
removiendo a París,
desde la cabeza hasta los pies.
¡Vamos,
venga con nosotros a la URSS!
¡Venga, con nosotros!
Yo,
le conseguiré el pasaporte.

MI PRIMERO DE MAYO

A todos,
los que marchan por las calles
y detienen las máquinas y talleres.
A todos,
deseosos de llegar a nuestra fiesta,
con las espaldas cargadas de trabajo.
Salid el primero de Mayo,
al primero de los Mayos
Recibámoslo, camaradas,
con la voz entrelazada de canciones.
Primavera mía,
derrite las nieves
Yo soy obrero,
este Mayo es mío
Yo soy campesino,
este Mayo es mío.
A todos,
tendidos en las trincheras,
esperando la muerte infinita:
a todos, los que desde su blindado,
apuntan contra sus hermanos,
hoy es primero de Mayo.
Vayamos al encuentro
del primero de los Mayos nuestros,
enlazando las manos proletarias.
Callad vuestro ladrido, morteros
Silencio, ametralladoras
Yo soy marinero,
este Mayo es mío
Yo soy soldado,
este Mayo es mío.
A todos,
a las casas,
a las plazas,
a las calles,
encogidas por el hielo invernal.
A todos,
hambrientos de hambre,
estepas,
bosques,
campos.
Salid en este primero de Mayo
Gloria al hombre fecundo
Desbordaos en esta primavera
Verdes campos, cantad
Sonad, sirenas y pitos
Yo soy de hierro,
este Mayo es mío!
Yo soy la tierra,
este Mayo es mío.

CAMARADAS HEREDEROS

¡Respetables,
camaradas herederos!
Revolviendo
la mierda endurecida de hoy,
estudiando nuestros días de niebla
ustedes,
tal vez preguntarán por mí,
y tal vez,
vuestro sabio dirá
con alarde de erudición,
hurgando en los problemas de hoy:
dicen,
que una vez vivió
un cantor del agua hervida
enemigo rabioso del agua cruda
Profesor,
quítese los lentes-bicicleta
Yo mismo,
hablaré de mí tiempo,
y de mí.
Yo,
saneador tempestuoso de la revolución,
movilizado y por vocación,
me fui al frente,
dejando los jardines señoriales de la poesía,
mujer caprichosa
Dicen, cantan;
“Yo planté mi jardincito,
la hijita,
la casita
el agua tranquilita,
sola hice el jardincito,
sola lo he de regar.”
Quién los versos,
riega en regadera,
quien gotea rimas con la boca,
de Mariquitas y matronas,
¿Quién demonios los entiende?
No dan tregua a los suspiros,
mandolinan tras la reja:
“Tarantin, tarantan,
ten…”
Muy poco honor,
para que yo levante entre estas rosas,
mis angustiosos sueños,
por la calle donde escupe la tuberculosis,
donde el reo y la sífilis…
Al Agitprop,
lo tengo entre los labios,
y podría hacer romances a medida,
más fácil y pagan mejor.
Pero yo,
me contenía,
pisando la garganta
de mi propia canción
¡Escuchen!
camaradas herederos,
al agitador
y caudillo vocinglero,
apagador de las charlas poetizantes
Yo pasaré
por encima de los líricos tomitos,
hablando frente a frente,
como si estuviese vivo.
Yo no vendré,
al comunismo lejano,
como los trinos cantores de Esénin
Mi verso llegará,
a través de la cumbre de los siglos,
por encima de cabezas,
poetas y gobiernos.
Mi verso no llegará,
no,
como llega la flecha lírica amorosa,
no,
como llega al numismata,
una moneda gastada,
ni como llega la luz,
de las estrellas muertas.
Mi verso,
ciclópeo,
romperá,
la mole de los años,
como llegó,
a nuestros días,
visible,
grosero,
palpable,
el acueducto de Roma,
por los esclavos hecho.
Entre pilas de libros,
entre versos enterrados,
al descubrir por casualidad,
el hierro de mis estrofas,
ustedes, con respeto,
las palparán
cómo viejas armas,
pero aun temibles.
Yo,
con la palabra,
no acostumbro a acariciar el oído.
Las orejitas de señoritas de rulito y buclecito,
yo no las tocaré,
yo, el de los amores desbordantes.
Desplegaré
mis páginas,
en desfile,
como tropas,
y pasaré
por mi frente firmemente.
Mi verso,
está de pie,
con peso de plomo,
espera la muerte,
o la vida eterna de la gloria.
Los poemas están inmóviles,
con sus cañones,
apuntando con sus titulares deslumbrantes.
La agudeza de mi verso,
con la agilidad de la caballería,
el arma preferida de la gente,
está inmóvil,
con las rimas sublevadas,
y sus lanzas afiladas,
dispuesta a partir al galope.
Y todos mis ejércitos
armados hasta los dientes
que veinte años combatieron
y en victorias han volado,–
hasta mi última página
te la entrego a ti,
planeta proletario.
La clase, enemiga del obrero,
es mi enemiga,
implacable,
profunda
y hace tiempo.
Nos mandaron ir
bajo la enseña roja,
años de trabajo,
y días de hambre.
Pero nosotros,
abrimos de Marx
cada volumen,
como en nuestras casas,
se abren las ventanas,
y sin leerlos,
sabíamos a donde ir,
y en que frente combatir.
La dialéctica,
nosotros,
no la estudiábamos de Hegel
Con estruendo de combate,
entraba en nuestros versos,
cuando bajo las balas,
huían de nosotros los burgueses,
como nosotros,
antes huíamos de ellos.
Dejen,
que tras los genios,
en marcha fúnebre,
marche la gloria,
viuda inconsolable.
¡Muera mi verso,
muera como soldado anónimo,
en la tempestad de nuestros días!
Escupo yo,
a todos los bronces monumentos
escupo yo,
al mármol panegírico.
Ya arreglaremos,
nuestras cuentas con la gloria,
–entre nosotros,–
si somos hermanos.
Dejen,
que el socialismo sea,
construido en los combates,
el monumento,
que mejor nosotros merecemos.
Herederos,
corrijan,
del diccionario algunas palabras.
Al río del olvido irán,
los restos de aquellas como:
“prostitución”,
“tuberculosis”,
y “bloqueo”.
Para ustedes,
que son sanos y ágiles,
el poeta,
pintaba con esputos de tisis,
el tosco color de los carteles.
Con la cola de los años,
me vuelvo semejante,
a los monstruos cuaternarios,
descubiertos bajo tierra.
¡Camarada vida,
a ver,
más rápido,
marchemos,
marchemos por el resto del quinquenio!
A mí,
los versos no me acumularon rublos,
no enviaron
los muebleros,
a mi casa,
muebles de caoba.
Y más,
que una camisa limpia y fresca,
les diré,
sinceramente,
no me hace falta nada.
Ante el C.C.,
de los años,
preclaros venideros,
por encima de una banda,
de vividores y fulleros,
yo levantaré,
como carnet bolcheviquista,
todos,
los cien tomos,
de mis libros partidistas.
*
Yo conozco el poder de la palabra,
yo conozco su llamado poderoso.
Hay palabras,
que levantan a los seres de las tumbas,
y marchan solas,
sobre sus cuatro patas.
A menudo,
hay palabras que se pierden,
se tiran,
no se imprimen,
no se publican.
Pero la palabra corre,
ajustándose el cinto,
resonando en los siglos,
y se acercan los trenes arrastrándose
lamiendo,
las manos callosas de la poesía.
Yo conozco el poder de la palabra,
más que muchos,
más que un pétalo caído,
bajo el pie que danza
Pero el hombre,
entrega el alma,
los labios,
entrega todo su cuerpo…

Mayakovsky : Por pertenecer al Partido comunista, pero eso fue hace mucho
Una voz: ¿Está usted afiliado al partido comunista?
Mayakosky: No, no soy miembro del partido comunista.
Una voz: Es lamentable
Mayakovsky: Yo no lo considero lamentable.
Una voz: ¿Por qué?
Mayakovsky: Porque a lo largo de mi vida he adquirido una serie de costumbres inconciliables con el trabajo organizativo.
Tal vez sea un prejuicio salvaje, pero tuve que luchar de forma tan encarnizada, me han combatido tanto. Hoy ustedes me llaman “su poeta”, pero hace nueve años todas las editoriales se negaron a publicarme Misterio bufo y el jefe de la Editorial del Estado me dijo: “Me siento orgulloso de no publicar semejante porquería…” Yo no me separo del Partido y me considero obligado a cuplir odas las resoluciones del partido Bolchevique, aunque no tengo el carnet de partido.

150.000.000

150,000,000 es el nombre del artífice de este poema.
Su ritmo: la bala.
Su rima, el fuego saltando de un edificio al otro.
150,000,000 hablan por mi boca.
Esta edición fue impresa con la rotativa de los pasos,
en el papel vitela del adoquinado.
¿Hay quién pregunte a la luna?
¿Hay quién pretenda que el sol le rinda cuentas?
¿Quién se atrevería a afirmar:
éste es el autor más genial de la tierra?
De igual modo
este poema
no tiene autor.
Su única idea es
brillar en el día naciente.
Ese mismo año,
en ese día y hora,
bajo tierra, en la tierra por el cielo y aún más arriba
aparecieron estos
carteles,
octavillas,
affiches:
«¡A TODOS!
¡A TODOS!
¡A TODOS!
¡A todos
los que ya no aguantan más! ¡Salid
y marchad juntos!»
(firmas):
La Venganza —maestro de ceremonias.
El Hambre —administrador.
La Bayoneta.
La Pistola.
La Bomba (tres
firmas:
los secretarios
¡Vamos! ¡Vamos, vamos!
¡Ja. ja!
ja, ja, ja, ja, ja, ja! ¡Se caen!
¡Eh, Juanón!
¡Mete billetes en la alpargata!
¡No vayas descalzo al mitin!
¡Adiós, Rusia del alma!
¡Se acabó la pobre!
¡Ya encontramos otra Rusia!
¡La internacional!
¡Vamos!
Sentado en sillón de oro
toma té con bizcochos.
Iré a verle,
furioso.
Iré a verle
tísico.
Iré a verle
y le diré:
«Wilson, oye,
Woodrow,
¿quieres un cubo de mi sable? Ya verás…»
Llegaremos hasta el mismísimo
hasta Lloyd George
Y le diremos:
«Oye,
Jorgito…»
—Hasta él no llegas.
Hasta él hay océanos.
Con esos no puede el jamelgo
No importa.
Iremos a pata. Despertaba a la llamada
de los bosques. Fieras y fierecillas segregaban fuerza.
“Un lechón gruñía aplastado por un elefante.
Los cachorros formaban hileras de cachorros.
El grito humano es insoportable.
Pero la fiera se exprimía el alma.
(Os traduciré el bramido de los animales,
si no conocéis la lengua animal):
«¡Escucha, Wilson,
bola de grasa! Si la culpa es del hombre,
castígalo.
Nosotros
no hemos firmado el pacto de Versalles.
Las fieras, sí,
¿pero por qué debemos pasar hambre?
¡Que sufran ellos nuestro dolor animal!
¡Quién pudiera hartarse una vez más!
¡Vamos a las Indias, rebosantes de hierbas!
¡A las praderas americanas!»
¡Oh! ¡Oh-uh!
Ya no cabemos en la jaula-bloqueo.
¡Adelante, automóviles!
¡Al mitin, motocicletas! ¡Lo pequeño, a la derecha!
¡Ceded el paso a los camiones!
¡Los caminos se pusieron en fila india!
Escuchad lo que dicen los caminos
¿Qué dicen? «Nos asfixiamos de tanto viento y polvo,
retorciéndonos en los raíles por estepas hambrientas.
Por dóciles kilómetros sin empedrar,
estamos hartos de arrastrarnos tras los presidiarios.
Queremos saturarnos de asfalto,
ceder bajo el peso del expreso, ¡levantáos!
¡Basta de dormir carreteras mecidas por el polvo!
¡Vamoooos!» ¡Vamos a las minas! ¡A por pan!
¡A por el moreno!
Sembrado para nosotros.
Sin leña
sólo los tontos pueden andar. ¡Al mitin, locomotoras!
¡Locomotoras, al mitin!
¡Rápiiiido!
¡Rápidorápido!
¡Eh,
regiones,
levad anclas!
Tras Tula, Astrakán,
una mole tras otra,
inmóviles
desde Adán,
arrancaron
y avanzan sobre otras, con ruido de ciudades.
Llevando por delante la oscuridad rezagada,
tropezando con las frentes de los faroles,
iban al mitin legiones de luz,
con las zancadas de postes eléctricos.
Y por encima
conciliando el agua y el fuego,
pudriéndose de ahogados, fluían los mares.
«¡Paso a las olas del Caspio!»
¡No volveremos a Rusia! No en el flaco Bakú,
en las playas de la jubilosa Niza brincaremos
con la ola mediterránea.»
Y, por fin,
tras el trueno
de correr y de trotar, respirando a pleno pulmón,
en borbotones de nubes salieron
por los agujeros los aires ya tormentosos de Rusia.
¡Vamo-o-o-s! ¡Vamosvamos!
¡Y todos
los ciento cincuenta millones de gentes, billones de peces,
trillones de insectos, animales salvajes,
animales domésticos, centenares de regiones,
con todo lo que
hay construido, lo que vive en ellas,
todo lo movible,
inamovible,
lo que apenas se movía, reptando,
arrastrándose, nadando.
Marcho en avalancha
¡en avalancha!
Y retumbaba el sitio
donde estuvo Rusia.
Lo importante
no es comerciar con sacarina.
¡El corazón quiere ser campana que doble!
Hoy al paraíso
lanzaremos a Rusia más allá
de los irisados pozos del crepúsculo.
¡Ja, ja,
ja, ja, ja, ja,
ja, ja!
¡Vamosvamos!
¡A través de la guardia blanca de las nieves!
¿Por qué las regiones sacan sus carnosidades de los límites
que por siglos les fijaron las autoridades?
¿Por qué aguzan el oído los cielos?
¿A quién atalaya el horizonte?
Por eso
hoy
los ojos del mundo entero están puestos
en nosotros y todos los oídos alertas
captan el más mínimo sonido nuestro
Para ver esto
Para escuchar estas palabras: esto
es la voluntad de la revolución,
lanzada más allá de sus últimos límites
esto
es un mitin
armazones de máquinas, gentes,
y cuerpos de animales, esto
son manos
patas
pinzas
bielas levantadas
aun donde el aire enrareció
prometiendo una misma cosa al unísono.
Olvidad
a los poetas
que lanzan aullidos celestiales,
olvidadlos,
escuchad esta canción: «Vinimos a través de ciudades,
nos abrimos paso en la tundra,
pisamos fango y charcos.
Vinimos millones
millones de obreros,
millones de trabajadores y empleados.
Vinimos de las casas,
escapamos de los almacenes,
de las callejuelas alumbradas por los incendios.
Vinimos millones,
millones de objetos,
destrozados,
rotos, arruinados.
Bajamos de las montañas
reptamos por bosques
y campos de cebada agostados por los años.
Vinimos,
millones,
millones de ganado,
cerriles,
embrutecidos, hambrientos.
Vinimos
millones
de impíos,
paganos
y ateos
con la frente,
el hierro oxidado,
el campo,
Recemos todos a Dios, con fervor. ¡Aparece,
no de un mullido tálamo estelar, Dios de hierro,
Dios de fuego
Dios, ni Marte,
ni Neptuno, ni Vegas,
Dios de carne,
¡Dios-Hombre!
Baja de las estrellas que brillan en las arenas,
liberado de las alturas, terrestre,
¡sal,
aparece
entre nosotros!
No el que
«estás en los cielos».
Hoy
a la vista de todos obraremos milagros,
nuestros propios milagros.
Nos encabritamos
si en tu nombre
hay que batallar
en medio del humo en el fragor del turno.
Nuestras hazañas
serán más difíciles que las del Creador
que llenaba
de cosas el vacío.
No sólo tenemos que construir con imaginación nueva,
sino también dinamitar lo viejo.
¡Sed, danos de beber! ¡Hambre, aliméntanos! Ya es hora
de llevar el cuerpo al combate.
¡Más tupida sea la descarga contra los cobardes!
¡Contra el montón, fuego de metralla!
¡Que todo venga
del mismísimo fondo del alma!
¡A fuego,
a llama,
a hierro,
a luz,
abrasa,
quema,
corta,
destruye!
Nuestras piernas
son abanicos que aventan la polvareda.
Nuestras aletas son naves.
Nuestras alas son aeroplanos.
¡Caminar!
¡Volar!
¡Cruzar!
¡Rodar!
haciendo inventario del mundo entero.
Si esa cosa es útil,
bien,
sirve.
Si es inútil,
¡al diablo!
Una cruz negra.
¡Acabaremos contigo,
mundo romántico!
Basta de fe
en el alma,
¡electricidad,
vapor!
¡Basta de mendigos!
¡Embolsad las riquezas de todos los mundos!
¡Matad cuanto es viejo!
¡De los cráneos haced ceniceros!
Arrasadas las antiguallas,
un mito nuevo se impondrá en el mundo.
Romperemos con el pie la barrera del tiempo.
Miles de arcoiris colorearán el cielo.
En un mundo nuevo se abrirán
las rosas y los sueños ensuciados por las rimas.
Todo estará hecho
para el placer
de los niños grandes que somos.
Inventaremos
rosas nuevas,
rosas de capitales con pétalos de plazas.
Vosotros,
los marcados con el estigma del suplicio,
ved al verdugo de hoy.
Y sabréis
que los hombres
pueden ser cariñosos,
con el amor
que la estrella trepa por un rayo.
Nuestra alma
será
confluencia de los Volga de amor.
Todo el que las aguas traigan
—tú o cualquier otro—
será bañado por una mirada luminosa.
Por las arterias más finas
botaremos
las naves faéricas de los hallazgos poéticos.
Y tal como lo escribimos
el mundo será
el miércoles
y ayer
y hoy
y mañana y siempre,
por los siglos de los siglos. Por el verano secular,
lucha,
canta:
«En la batalla final» ¡Coreemos un himno común!
¡Más de un millón!
¡Multipliquémonos por cien! ¡Vamos, por las calles!
¡A los tejados!
¡Tras los soles! ¡En los mundos!
¡Gimnastas de la palabra!
Y Rusia
ya no es un pordiosero
no es un montón de escombros, no es ceniza de casas
Rusia
Rusia entera
es un solo Iván,
sus brazos
son
el Neva
y sus pies las estepas del Caspio.
El siguiente fragmento narra
el cuerpo a cuerpo que sostienen Iván,
en harapos tras atravesar océanos y montañas,
y W. Wilson, en Chicago.
Atrincherado en su palacio,
Wilson resiste, acciona unos resortes dorados,
y de inmediato se alarga
la cadena de formaciones inhumanas.
Más terrible que tanques,
que aguerridos regimientos,
el hambre
se levanta, sin vientre,
con cien bocas, con millones de mandíbulas,
y sale de un salto.
Muerde una ciudad
—se rompe como una nuez.
Atrapa una villa —y sus huesos crujen.
A los hombres, a los animales,
se los traga a puñados.
Precediéndola,
aguzado el oído,
abre la marcha la ruina.
La fábrica respira.
la ruina la oye.
La ruina oye.
La fábrica respira.
La ruina la estrecha,
la fábrica se desmorona.
Ataca, blandiendo un trozo de vía férrea.
Todo se convierte en polvo, declina,
se hunde. ¡Prepárate!
¡Al ataque!
¡Trabaja!
¡Suda!
La garganta del hambre,
el morro de la ruina,
¡Las estrangularemos
con el nudo corredizo de las vías
Y cuando el país iba a quedar sin aliento
—cortado por el hambre—
entonces,
blandiendo el ariete hidráulico de los trenes,
el transporte se puso en marcha.
Las locomotoras, con su blanca barba al viento,
combaten, el hambre cede,
y los trenes cargados de trigo,
empezaron a pasar por encima de su cuerpo,
comiéndose los restos.
Estremecido de rabia,
Woodrow
ordena:
«Aniquiladlo enseguida»
y envía enjambres de guerreros jóvenes…
Y todos avanzan protegidos por el fango,
espiroqueta sobre espiroqueta,
vibrión sobre vibrión.
El veneno de los microbios,
las patas de los piojos,
ensucian la sangre,
hacen cosquillas a los cuerpos.
De una copa inédita
surgen las enfermedades,
de pronto,
el hombre
adormecido
se llena de manchas se hincha, y estalla
como un hongo. Entonces se ponen en marcha
precedidos por cierta
farmacia arcoiris,
poniendo en las troneras botellas de fenol, lazaretos,
clínicas,
hospitales. Los piojos retroceden
estrechando filas,
perseguidos
por el fuego
de los microscopios.
La cadena desinfectante los golpea y golpea.
Los enemigos son puestos
patas arriba.
Y abajo
blandiendo como bandera una receta,
desfila triunfalmente el Narkomzdrav del mundo entero.
De Wilson sale un extraño sonido,
— Enfermedades y penurias han sido vencidas,
y envía su último ejército,
el ejército envenenado por las ideas.

EL PUENTE DE BROOKLYN

Lanza un grito
de alegría, Coolidge.
Para lo bueno
no ahorro palabras.
De los elogios
ruborízate como el paño de mi bandera,
aunque seas
superunited states
of
América
Como a la iglesia
va
el creyente extraviado,
como, sencillo y severo,
se retira a una celda,
así yo
en el gris
crepuscular
piso
humildemente
el puente de Brooklyn.
Como en la ciudad
hecha polvo
entra el vencedor
sobre cañones
largos como jirafas,
así yo,
ebrio de orgullo,
hambriento de vida,
me encaramo
altivo,
al puente de Brooklyn.
Como el pintor
clava su ojo
enamorado y agudo
en la virgen del museo,
así yo
de pie, bajo el cielo
plagado de estrellas,
miro
a Nueva York
desde el puente de Brooklyn.[…]Estoy orgulloso
de ese
kilómetro de acero,
en él se han concretado
mis sueños:
la batalla
de las estructuras
contra los estilos,
el cálculo riguroso
de tuercas
y del acero.
Si
llegase
el fin del mundo,
el caos
pondría el planeta
patas arriba
y sólo
quedaría
este puente
encabritado sobre el polvo de la ruina,
y así como
de huesos finos como agujas,
engorda
en el museo
los enormes lagartos fósiles,
así
con ese puente
el geólogo de los siglos
podrá
reconstruir
nuestro presente.
Dirá entonces:
Esta
pata de acero
unía
mares y praderas,
desde aquí
Europa se lanzaba al Oeste
aventando
plumas indias.
Aquella costilla
parece
una máquina.
Calculad
¿le bastarían los brazos
para
con un pie de acero
puesto en Manhattan
atraer
por el labio
a Brooklyn?
Por los cables
del tejido eléctrico
deduzco:
era la época
posterior al vapor.
Aquí
la gente
ya
gritaba por radio,
aquí
la gente
ya
volaba en aeroplano.
Aquí
la vida
era
despreocupación
para unos
un prolongado grito de hambre
para otros.
Aquí
los parados
se tiraban
de cabeza
al Hudson.
De aquí en adelante
mi tela se pinta sola,
hasta tal punto
que por las cuerdas sonoras
llego al pie de los astros.
Veo
que aquí
estuvo Mayakovski,
estuvo
y, silabeando, escribió sus versos.
Miro
como mira el esquimal a un tren,
me aferro
como la garrapata se aferra a la oreja.
El puente de Brooklyn
sí…
¡realmente es algo!

CAMARADAS DE LA RAPP* NO ME CONSIDERO FALTO DE ESPÍRITU

En serio, no hay nada que hacer.
Saludos.
Decídle a Yermílov que lamento haber retirado el cartel.
Tenía que haber discutido hasta el fin.
En mi mesa hay 2000 rublos envíenlos al erario público
lo demás cobrarlo en las ediciones del estado.
Vladimir

*(Camaradas de la RAPP, que es la asociación de escritores proletarios a la que ingresó Mayakovski el año antes de morir, y con la cual había peleado constantemente por su sectarismo y falsa posición cultural)

MIGUEL OSCAR MENASSA

Director y Fundador – Escuela Grupo Cero

YO ANTES DE CONOCERLO

Yo, antes de conocerlo, me creía viviendo,
hasta llegué a decirle a mi madre que era feliz
y para él, todo lo mío era insuficiente.
Un día me llegó a decir que, si lo amaba,
que si gozaba con sus cosas, debía decírselo.

Una tarde, en el colmo de la crueldad,
me reprochó que nunca, nunca,
le había dedicado ningún poema.
Yo, esa tarde, lloré con desesperación
pero él estaba ensayando la crueldad
y me dijo:
Llorar, siempre has llorado para mí
pero nunca me dedicaste un poema.
Yo, ahí, tenía intención de matarlo
pero no tenía fuerzas para hacerlo
entonces le pedía que me pegara.

Él, esos días, ni me pegaba ni nada,
él esas tardes lo sabía, lo adivinaba,
esas tardes grises la asesina era yo.
Pero él era, verdaderamente, cruel,
su crueldad, amigas, no tenía límites:

Se quedaba, ahí, quieto, como muerto,
días, semanas, meses enteros, siglos y,
después, cuando ya nadie lo esperaba,
ni mis amigas, ni siquiera yo misma,
él, de golpe, nacía nuevamente al amor,
distraído en un beso, iluminado de caricias
y pasaba, entre nosotras, como una ráfaga
de incendio y velocidad y fuertes aullidos
como si amor y sexo estuvieran uniéndose
precisamente, amiga, en nuestros cuerpos.

Y cuando estábamos a punto de conocer,
de lo imposible, un rasgo inexistente,
él se quedaba ahí, quieto, como muerto.
Y yo llamaba a mis amigas para revivirlo
y, ahí, era donde su crueldad era infinita:

me obligaba con razonamientos absurdos
y, totalmente convencida por sus palabras,
terminé haciendo el amor con mis amigas
y ese goce me volvía, perfectamente, loca
y fue, también, por eso que no le vi más.

Comencé a leer sus versos en secreto
para que nadie viera tanto amor,

pero todo el mundo se daba cuenta:
cuando estaba a su lado
mi cuerpo se incendiaba,
cuando se alejaba de mi lado
mi pensamiento para alcanzarlo
se incendiaba y tocaba el dolor,
pero yo leía sus versos en secreto
para engañar al mundo entero
que era su cuerpo lo que amaba,
para que, él, no se enterara nunca de que,
yo, estaba enamorada de sus versos.

CARTA DE OLGA DE LUCÍA A MIGUEL OSCAR MENASSA CON MOTIVO DE SU 75 CUMPLEAÑOS.

Querido, si dijera que hace casi medio siglo que te conocí, no estaría muy desacertada. Sin embargo se me hacen tantos años y tan pocos. Fue la tuya una trayectoria precoz. Ya habías participado en poesía junta y tenías dos libros publicados: Pequeña Historia y La Ciudad se Cansa y estabas escribiendo Los otros tiempos. Recuerdo qué admiración se hacía presente en mí al escuchar de tu voz los poemas recién alumbrados, aún inéditos. Tu pasión en ellos nos llevaban de la mano al elixir del abrazo, al goce de los cuerpos.
Paladín de una revolución inédita fundaste el Grupo Cero. Mejor dicho, legitimase el Grupo Cero con el primer manifiesto, el mismo año que sellamos ante el mundo nuestro pacto de amor. Tú, a la sazón, tenías dos hijos de tu matrimonio con Marta con quien habías vivido dos años en Milán y a causa de ello habías interrumpido los estudios de medicina que retomaste al regreso y en mil novecientos sesenta y nueve terminabas la carrera. Hacía diez años habías comenzado tu psicoanálisis y tu formación y a la sazón trabajabas como psicoanalista y fue así como te conocí. Precisamente en un grupo de estudio que coordinabas sobre lecciones introductorias de Psicoanálisis. Mi fascinación iba en aumento.
Comencé a participar en tus talleres de poesía y, como todo lo que tocas adquiere una energía especial, al poco tiempo María Chévez publicaba su primer libro como producto de su pertenencia al taller. Muchas son las situaciones que dejaron un recuerdo imperecedero pero dos momentos merecen ser destacados: uno la presentación de la revista Grupo Cero, multitudinaria en el taller de Alberto Cedrón y otra la presentación de Yo Pecador, más concurrida aún en el teatro Martín de la ciudad de Buenos Aires. Si importante fue el hecho no menos importante un gesto que habla de tu generosidad. En el acto nos permitiste leer algunos poemas a los alumnos del taller.
Cuando partimos ya habían nacido Alejandra y Pablo y nuestro cambio de país y sus dificultades lejos de quebrantar nuestro amor nos hizo más fuertes.
Luego vino la comunidad Carbonero y Sol, experiencia alucinante, que sin duda nos enseñó muchas cosas queriendo poner en escena una manera de pensar diferente. Dejó alegría y cicatrices. Esa certeza en lo grupal como máquina productora de deseos es siempre una de las premisas que guían tu quehacer. Esa fidelidad a la escritura, esa coherencia con tu pensamiento, ese tesón para conseguir los objetivos son cualidades que admiro de ti.
En mil novecientos setenta y nueve nace Fabián y en mil novecientos ochenta y uno Manuel. Habías publicado Salto Mortal. Nunca dejaste de publicar poesía, psicoanálisis, novela, cine, pintura, hablan de un estilo particular.
En mil novecientos ochenta y uno otro hito en tu historia acuñó la fundación de la Escuela de Psicoanálisis y Poesía Grupo Cero y así, congreso tras congreso, verso a verso, el territorio Grupo Cero fue creciendo.

UNA CANCIÓN DE AMOR

España por fin es mi país. Madrid mi ciudad
Hay un decreto ley,
del 26 de agosto,
donde se me promulga
para toda España
ciudadano español
casi nativo
casi
con todos los derechos
con todos los deberes.
 
Oriundo de un Sur
donde las cosas
más que suceder
se sueñan
al principio no podía
creer lo que pasaba.
 
El señor Juez me dio la mano y me dijo:
Obediencia y serenidad y obediencia.
 
La secretaria del Juez bailaba
con las dos bellas mujeres
que siempre me acompañan
una danza Inca
para festejar el milagro
de mi nacionalización.
 
Pensar que estaba otra vez delirando
era prematuro y sin embargo, el Juez,
detuvo la danza para pedirme
800 pesetas prestadas
para unos sellos en mi trámite
y, luego, todavía,
las tres mujeres se mataban
unas a otras
para poder besar
los labios del Juez.
 
Mis mujeres hembras de luz
mataron a la secretaria
y la archivaron
entre las personas que
no habían nacido
y alternativamente
besaban y mordían
los labios del Juez.
 
Después bajaron corriendo
las escaleras
gritando:
Somos la nueva España.
Somos la nueva España.
 
Saludaron al policía de la puerta
con un movimiento a dúo de caderas
y escaparon por la calle
ciegas
plenas de libertad.
 
Yo trataba
de explicarle al Juez
que en mi trabajo
habíamos descubierto
que ciertos procesos interiores
se parecen
a ciertos procesos exteriores
y, entonces, expliqué:
 
Yo quería ser español y, ahora, lo soy.
Se da cuenta lo que le quiero transmitir.
 
Cuando las fantasías se hacen realidad
es cuando, a veces, se parte el corazón.
 
Comprendo, dijo el Juez,
usted quiere morir entre mis brazos
como mueren los pájaros sedientos
como mueren los hombres desesperados los hombres que como usted
lo han conseguido todo.
 
¡Defínase! Menassa. Olvide su pasado.
 
Ahora, usted, es español
serénese,
escuche cómo su corazón
late alborozado
de tener una nueva Patria
a quien deberse.
 
Espere, señor Juez,
la mili no la puedo hacer.
Tengo cuarenta y dos años
y seis hijos
y siete mil pensamientos
girando todo el tiempo
en mi cabeza
y trabajo de médico
todo el día
y pinto algún cuadrito
y escribo
algún poema miserable
y hago el amor
con esas dos fieras
que, usted,
alucinó hace un instante.
 
¿Vio cómo se prendían de sus labios,
como bocas abiertas de libertad?
 
Así voy por la vida:
 
hablando del camino
después de recorrerlo.
Así voy por la vida
como si no existiesen
ni mapas ni países
sino sólo mis versos.
 
El Juez sonriente
por haber entendido
me concedió
la Gracia de ser dos.
Y así voy por la vida
con el alma partida
en dos volcanes.
 
Viven en mí
como dos amplias mujeres
en los días de gloria
un corazón de plata
donde la imagen
persistente de un río
dulce y marítimo
golpea una ciudad
abierta a todos los idiomas
a todos los males.
Y un corazón de sol
donde la imagen
persistente de la luz
cósmica y sonora
revive
en la ciudad donde vivo
recuerdos
de otras ciudades
en tiempos de paz.
 
Y cada mañana con la luz
me voy alejando de la muerte.
 
Y así voy por la vida
ambicionando poder
además de mi madre
una mujer.
 
Y así voy por la vida
ambicionando poder alimentar
pasiones tan diversas.
Al mismo tiempo
un corazón de plata
mi vieja Buenos Aires
siempre a punto de morir
o de recordar alguna muerte.
Y un corazón de sol
mi pequeña Madrid
que estoy haciendo
siempre
a punto de olvidarse
de todos sus muertos
siempre a punto de nacer.
 
Comprende señor Juez
por qué habré de pagar
todos mis impuestos.
 
Porque en mi alma
ciudades y mujeres
se pasean libremente
en cualquier dirección
sin ponerse, nunca,
de acuerdo para nada.
Viajan por el espacio
alado de mi voz,
una detrás de la otra
o todas al mismo tiempo.
 
Comprende señor Juez
por qué habré de pagar
todos mis impuestos.
Ciudades y mujeres
y ciudades y mujeres
bailando
frenéticamente en mí
tratando
de ser reconocidas
cada una a su tiempo
o todas a la vez.
 
Por eso
pago los impuestos.
Para que nadie
me venga a preguntar
por esta oceánica
soledad
partida en dos.
A tu lado

CONTINÚA LA CARTA…

A tu lado aprendí que los afectos obnubilan el pensamiento que ellos y la ideología deben ser psicoanalizadas, que sin psicoanálisis uno desconoce las posibilidades del ser que el yo se construye y el amor si no se trabaja para reavivarlo, se apaga. Te amo con los motivos inconscientes que determinaron que me enamorara de ti y aún más por los conscientes que estoy manifestando y te sigo amando porque a tu lado aprendí a gozar con el sexo, con la escritura, con la pintura, con el cine, con la maternidad, con la libertad que se puede conseguir cuando el otro es consciente de nuestra naturaleza mortal y las asociaciones que el deseo trama para unirnos a la vida , al deseo de vivir. Vivir cerca de Menassa es apostar por el goce y por el saber. Es someterse a una forma de vivir que cuestione desde el psicoanálisis los celos, la envidia, el odio, el amor, como sentimientos infantiles que analizados son puestos como energía en el mundo que queremos transformar.
Amo a Menassa por su sentido del humor y su pujanza. Le amo porque ama vivir. Le amor por su mano siempre tendida al semejante, por su escritura, por su pensamiento que abre la puerta a otra dimensión. Por ser el timón de una familia particular, donde lo que se privilegia es la creación, donde el trabajo es la única posibilidad de inscribirse como humanos y el amor algo que hay que producir. En España no has dejado de trabajar, de crear, de hacer crecer tu pensamiento y hacer crecer lo que vive a tu alrededor. Ni la muerte de Pablo quebró tu voluntad, ni tus superados problemas de salud te alejaron de tu deber.

A VECES ERES MUY INTELIGENTE, DIJO SARCÁSTICA

A veces eres muy inteligente, dijo sarcástica
mientras mostraba sus nalgas al espejo
y rozaba, moviendo delicadamente las manos,
sus pechos rosados y ardientes tras la blusa.
Entiendo que hay algo que me pasa, le dije,
cuando el poeta me toma de sorpresa
y me obliga, sin más, por su presencia
a escribir de la noche y una mujer llorando.
Tomo el llorar de la mujer y bordo un río
y con la noche, visto a la mujer de negro
y, después, junto al río,
con la mujer de negro,
podré besar los senos de la noche
hasta el amanecer.
Amarillo limón para vestir a la diosa
que se levanta y ya empieza a cantar.
Al verbo lo que es del verbo, cantaba
mientras yo la ensartaba contra la pared.
Colgada de mi cuerpo, agitaba los brazos
y gritaba: “Al verbo lo que es del verbo”
y se retorcía y yo me daba cuenta
que ella era la diosa del movimiento
y hablaba en voz alta de su cuerpo:
“¡Qué tetas! ¡qué culo! ¡qué barbaridad!”
y ella rugía y en el rugir decía:
no debes preocuparte por mi goce,
gozar, en mí, es algo natural,
me pasa siempre, hasta cuando me gritas.
Me aterrorizan tus gritos y, sin embargo,
sigo gozando en el horror, en la caída.
Era infinito el goce viéndola caer
y, entonces, yo hablaba de su cuerpo:
¡Qué tetas! ¡qué culo! ¡qué barbaridad!
De golpe se detuvo y fue piedra, dolor,
enmudeció su goce y dijo:
¿Porqué con ella tal o cual cosa
que conmigo no?
Yo nunca fui un mendigo, le dije,
siempre fui un comerciante.
A unos les vendía una cosa
y a otros les vendía otra cosa.
Te comería el corazón, dijo ella,
tensando la armonía hasta el dolor
y, entonces, yo, ambicionando un beso,
le dije, tratando de cerrar la cuestión:
Si me comieras el corazón
lo vomitarías,
porque en mi corazón,
yacen los restos de mi madre.
Está bien, dijo ella, y me besó.

CONTINÚA LA CARTA

La propuesta de dos mil diez como candidato al premio Nobel, un incentivo para seguir profundizando en la obra producida. Infinito amor sobrecogido por la belleza de la letra. Sigamos avanzando sin temor. No olvides que a los cien tenemos acordado un compromiso.

A MEDIDA QUE ME ACERCO A LOS SETENTA AÑOS

A medida que me acerco a los setenta años
comprendo con lujuria que estoy un poco solo.
Los jóvenes que crecen todo el tiempo
y los adultos que tienen problemas de dinero
y las bellas mujeres que vivirán al lado mío,
hasta que la muerte, en verdad, nos separe,
están muy ocupadas con sus cosas
con su propia vejez que se les viene encima
sin prisa pero sin ningún recato.
Así que te lo digo, a los setenta años,
conseguiré quedarme solo,
sin lazos de amor y de dolor,
solo, atado al mundo que me toca vivir
por palabras, por versos, algo de música
algún color desesperado con luz propia.
Pensando así, la verdad, amor mío
¿a quién no le gustaría envejecer?
A mí, me dijo ella, a mí
no me gustaría envejecer ni sola
ni mal acompañada y ya más de mil veces,
te dije, amado mío, que envejecen las plantas,
los muebles, el pavimento, las armas de guerra
pero la mujer, el sexo y la alegría no envejecen.
La sentí tan segura que llegué a pensar
que ella, de alguna manera, me decía:
Podrán envejecer hasta tus versos
pero nuestro amor, querido, no envejecerá,
aquí estoy yo, para sostenerlo,
y era tan hermosa cuando lo decía
que yo la vi diosa y desnuda,
desnuda y valiente toda para mí
y ahí fue cuando no tuve
miedo de envejecer o de morir.
Ella me habló del mar y yo lo entendí todo:
su carne esplendorosa sería la guarida
de mi vida carnal y mi palabra
y su carne, sin límites, del deseo,
la pulsión desmedida de mi canto,
será tumba de amor para mis huesos.
Palabra contra piedra, piedra contra palabra
se escribirá una historia, tal vez, de amor.
Hoy dos amantes mueren y, a la vez,
perduran en un verso de amor
donde la muerte atada por palabras
unidas entre sí al sol,
ocupada, con alguna inocencia,
de sus cosas, nos dejará
vivir un día más, un amor más,
nos dejará terminar este poema.
Y, después, dijo ella resignada,
la muerte perseguirá a los amantes
hasta alcanzarlos y algo les dirá,
algo les dirá, repitió ella, interrogándome.
Bueno, le dije yo, tranquilizándola,
si se tratara de nosotros dos
la muerte no diría nada.
Se quedaría enmudecida, pálida de dolor,
por tener que matar tanta hermosura.
Pero algún día, igual, lo hará
insistió ella, terca y ensombrecida
y yo, macho y cantor,
sin darme cuenta de mis años
le dije toda la verdad:
Tenemos como cien años, amor mío,
algún día vendrá.

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