80 años de la muerte de Alfonso XIII: su particular romance con Ena de Battenberg, del flechazo al rechazo mutuo

El abuelo castizo del rey Juan Carlos se apagó sin despedirse de su única esposa, la reina Victoria Eugenia.

Victoria Eugenia y Alfonso XIII el día de su boda, el 31 de mayo de 1906.

Cordon Press.

El rey Alfonso XIII con el uniforme de etiqueta del Cuerpo de Ingenieros de Minas. Obra de M. Oliver Aznar (1925)

@ Ministerio de Industria

Alfonso XII murió de tuberculosis a los 27 años el 25 de noviembre de 1885. Su segunda esposa, María Cristina de Habsburgo-Lorena, estaba embarazada del tercer hijo del matrimonio. Medio año después, el 17 de mayo de 1886, nació el hijo póstumo y único varón del monarca español. Alfonso XIII vino al mundo siendo rey y bautizado, un caso único en la historia, y lo abandonó el 28 de febrero de 1941 –hace hoy 80 años– reconvertido en, según sus propias palabras, “un rey en paro”.

Alfonso León Fernando María Isidro Pascual Antonio de Borbón y Habsburgo se crio durante la estable regencia de su madre, conocida por el pueblo como Doña Virtudes, en una corte en la que todo giraba en torno a él y sus voluntades. Ni la mamá ni la tía, la infanta Isabel ‘La chata’, le negaron nunca un capricho y eso le hizo confiar en su buena estrella (creencia en que todo te va a salir a pedir de boca simplemente porque así lo ha decidido el destino). Con 16 años asumió el poder efectivo del trono, lo que le obligaba a ponerse en la tarea de asegurar la continuidad dinástica. El abanico de candidatas a ocupar el empleo de consorte era amplio y de lo más variado.

A principios de 1905 el rey español emprendió una gira europea en busca de esposa que lo detuvo una semana en la corte británica de Eduardo VII para conocer a la sobrina de su colega, la princesa real Patricia de Connaught, famosa por su belleza. Sin embargo Patsy, como la conocían en casa, sólo mostró desinterés por el joven de 19 años. Ella estaba enamorada de otro. Fue entonces cuando Alfonso XIII reparó, durante un baile en el palacio de Buckingham, en Victoria Eugenia, la sobrina más joven y pobre del soberano anfitrión. Era hija de la princesa Beatriz y de Enrique de Battenberg. Un matrimonio morganático que la reina Victoria aprobó a condición de que su hija se encargase de su cuidado las 24 horas del día los siete días de la semana y de que los hijos de la pareja fuesen reconocidos únicamente como príncipes, en vez de como príncipes reales, tratamiento que distinguía al resto de sus nietos. Este detalle colocaba a Ena, nombre escocés con el que fue bautizada por haber nacido en el castillo de Balmoral, en posición de desventaja en la carrera para conseguir un buen partido frente a sus primas. Eran otros tiempos.

A la adolescente de 17 años tampoco le impresionó demasiado la figura de Alfonso XIII pese a su afición a vestir uniforme militar casi diario, lo exigiese el protocolo o no, para emular al padre que no conoció. “No se puede decir que fuese guapo pero tenía una buena estatura. Era muy simpático, vivaz pero no guapo. Era meridional, muy meridional”, declaró la reina, en una entrevista concedida a la televisión francesa tres años antes de morir. Sin embargo ambos se sentían a gusto juntos y empezaron a intercambiarse postales. “Es difícil olvidar la visita de un rey”, le dijo Ena en su último encuentro en Londres.

En las mismas declaraciones Victoria Eugenia afirma que el soberano la prefirió a ella, lo que no es incompatible con la versión que asegura que Patsy (ni el resto de las opciones inglesas) se mostrase totalmente contraria a ligar su destino al de un todavía imberbe Alfonso. A la reina María Cristina no le gustaba ninguna de estas casaderas porque todas eran anglicanas y liberales. Todo lo liberales que pueden ser los miembros de una familia real. Crista quería para Bubi, como llamaba a su hijo desde que nació, una aristócrata católica. Muy católica. Y si era de origen austriaco, como ella, mucho mejor. Miel sobre hojuelas.

Durante ocho meses el hijo de Alfonso XII le envió una misiva por semana a la princesa británica. Lo que no le impidió mantener una frenética actividad sexual con otras mujeres. El diario monárquico ABC mandó a José Martínez Ruíz (Azorín) a acompañar a Alfonso de Borbón durante su viaje por las cortes extranjeras para mantener a sus lectores informados de las andanzas del rey y promovió una encuesta para que los españoles votasen a su aspirante a reina favorita entre ocho princesas. Éstas eran la francesa Luisa de Orleans, las alemanas Victoria de Prusia, Wiltrud de Baviera y la duquesa María Antonia de Mecklemburgo y las británicas Patricia de Connaught, Olga de Cumberland, Beatriz de Saxe y Eugenia de Battenberg. Ganó Ena con 18.427 votos. En segunda posición quedó su prima Patsy con 5.000 defensores menos. La voluntad del pueblo coincidía con la del rey. La princesa escocesa tenía como principales defensores de su causa a su madrina, la emperatriz Eugenia de Francia en el exilio, y al marqués de Villalobar, diplomático de la embajada española en Londres.

El 25 de enero de 1906 los novios se encontraron en Villa Mouriscot, la residencia de Federica de Hannover en Biarritz. La reina María Cristina había dado su brazo a torcer después de que el rey Eduardo VII nombrase a su sobrina alteza real de Inglaterra e Irlanda. Hasta entonces era únicamente princesa (sin el apellido real, un rango inferior) lo que impedía que el rey de España se casase con ella sin perder la corona. Además de tratamiento, Eduardo le hizo una advertencia a Ena: si la cosa sale mal aquí no vuelvas.

Antes de que se sirviese el almuerzo la princesa Beatriz ya le había concedido a Alfonso XIII la mano de su única hija. Como ‘anillo de pedida’ Victoria Eugenia recibió un corazón de rubíes adornado con diamantes. Apenas se distinguía en el pecho de la prometida dado el insignificante tamaño de la joya. La pieza la había elegido la que se iba a convertir en su suegra, la reina María Cristina, a la que escribió el rey un telegrama a su vuelta a San Sebastián la misma noche: “Me he comprometido con Ena. Abrazos. Alfonso”. Hecho y dicho.

Un par de días después el Borbón recogió a las dos altezas reales británicas en el popular destino vacacional francés y las condujo en coche hasta San Sebastián. Fue la primera vez que Victoria Eugenia pisaba el suelo del país del que fue reina durante casi 25 años. Llegaron mareadas. Alfonso conducía como vivía: muy deprisa. En el palacio de Miramar los recibió la reina María Cristina; llevaba prendido el broche de perla amarilla y perilla colgante con el que la reina Letizia adornó su chaqueta gris de Felipe Varela la Fiesta Nacional del 12 de octubre de 2017 y que tantas veces ha sido confundido con un pendiente de la reina María de las Mercedes, primera esposa y prima carnal de Alfonso XII.

Los cuatro tomaron chocolate para merendar, y a las dos invitadas extranjeras les pareció como masticar ladrillos. El 7 de marzo, en la capilla de ese mismo palacio de estío de la madre del rey, Victoria Eugenia de Battenberg abjuró de la religión anglicana y se convirtió a la fe católica apostólica y romana. Una ceremonia desagradable que Ena recordó siempre como una “verdadera humillación”. Esta conversión tuvo sus consecuencias. Durante el exilio, cuando intentó vivir en Londres, la familia real le recomendó instalarse en un país laico o que abrazase la fe del papa de Roma. Después del bautismo recibió el resto de regalos de boda del novio y su familia. Varios de ellos forman parte del conocido lote como Joyas de pasar que han llegado hasta Felipe VI. Las Cortes aprobaron el matrimonio aunque hubo políticos que exigieron a Gran Bretaña la devolución del peñón de Gibraltar y otros que les animaron a ser felices y comer perdices pero fuera de España y una vez liberados de sus derechos y obligaciones reales.

Alfonso de Borbón y Victoria Eugenia de Battenberg se dieron el 'sí, quiero' el soleado 31 de mayo de 1906 en Los Jerónimos de la capital. Ena entró en la iglesia siendo princesa británica y salió convertida en reina de España. La cara del monarca era un poema. Sabía que los anarquistas planeaban un atentado contra él. A la altura del número 88 (actualmente el 84) de la calle Mayor –casi al final del recorrido real hasta el Palacio Real- Mateo Morral lanzó contra la carroza de los contrayentes un ramo de flores que escondía una bomba de fabricación casera desde un balcón del edificio. El mismo Morral explicó en el libro Pensamiento Revolucionario cómo debía fabricar este artefacto conocido como bomba Orsini. Los reyes salieron ilesos. “Les puedo asegurar que no fue agradable bajar y ver toda aquella sangre. Vi a un pobre soldado con las piernas así (dibuja una x con sus dedos) ¡Qué horror! Otro que pude ver estaba completamente destrozado”. Con estas palabras recordó el ataque terrorista la abuela y madrina del rey emérito en la antes citada entrevista gala grabada en 60 años después.

Pese a que en el intento de regicidio murieron 28 personas y los heridos se cifraron en un centenar, los contrayentes no suspendieron la recepción en el Palacio de Oriente. Entre los invitados no figuraba ninguno con título de rey. Casi todas las familias reinantes enviaron a los repuestos pese a que Alfonso era un monarca en ejercicio. Hay quien ha fechado en esta falta de empatía con las víctimas el principio del camino que España emprendió hacia la república. Cuatro meses y medio antes de empezar a reinar, Alfonso escribió, como si intuyese lo que le deparaba el futuro, en su diario: “Yo puedo ser un rey que se llene de gloria regenerando a la patria, cuyo nombre pase a la historia como recuerdo imperecedero de su reinado, pero también puedo ser un rey que no gobierne y por fin puesto en la frontera”.

Los amantes pasaron la Luna de Miel en el palacio de la Granja de San Idelfonso, un capricho versallesco que mandó construir Felipe V, el primer Borbón rey de España, en la provincia de Segovia. En su capilla está enterrado su promotor junto a su segunda esposa, Isabel Farnesio, porque ni muerto quería compartir techo con sus antecesores los tristones de los Austrias. Borbón y Battenberg parecían entenderse a las mil maravillas. El pasatiempo favorito del monarca era enseñar palabras malsonantes a su consorte para que ésta las repitiese en las reuniones diplomáticas.

Ya en el Palacio Real de Madrid, su residencia oficial, los reyes eligieron dormir en la misma cama. La novedosa medida duró poco en práctica y Alfonso volvió a su infantil dormitorio de soltero de carácter castrense. La nueva soberana no fue recibida, como se suele decir, con los brazos abiertos. La primera decisión de Alfonso XIII como rey fue disponer que su madre fuese reina hasta su muerte y que siguiese habitando en palacio. María Cristina vivió hasta 1929, prácticamente todo el reinado de su hijo. Supo imponer su voluntad a la de su nuera amparándose en el miedo de los españoles a los cambios. En la corte regida por el estricto y anticuado protocolo austriaco no gustaron las costumbres de vestir pantalones, fumar y hacer ejercicio de la reina Ena. Se iba a misa y se servía cocido los días laborables y los festivos.

El 10 de mayo de 1907 nació el ansiado heredero al que bautizaron con el nombre del padre que también había sido el del abuelo: Alfonso. La bisabuela de Felipe VI decidió prescindir de la ayuda de un aya o ama de crianza y amamantar ella misma a su hijo. Una decisión contra la voluntad de su suegra pero que la hizo bastante popular entre las españolas. Presionada por el entorno, Victoria Eugenia renunció a su decisión. También la impidieron utilizar cloroformo durante el parto como era costumbre en la corte inglesa desde la época de la reina Victoria. “Nosotras, las españolas, nunca gritamos cuando traemos un rey al mundo”, susurraba Crista a su nuera cada vez que ésta abría la boca durante el alumbramiento, que duró 12 horas, del primogénito real.

El príncipe de Asturias padecía hemofilia como sus tíos maternos Leopoldo y Mauricio; una enfermedad que impide la normal coagulación de la sangre. La transmiten las mujeres pero la padecen los hombres. Ena la heredó de su madre, la princesa Beatriz, y ésta a su vez de la suya. Tres de los hijos de la reina-emperatriz Victoria la manifestaron y la princesa Alicia la transmitió a la casa real prusiana y la princesa Alejandra a la rusa. Existen diferentes versiones sobre el nivel de conocimiento del rey español sobre esta realidad; la primera dice que Alfonso XIII ignoraba esta información, una segunda asegura que hasta la propia reina Victoria Eugenia la ignoraba, una cuarta afirma que ella le ocultó el detalle a su marido para no truncar su noviazgo y una cuarta concluye que el monarca era conocedor de esta posibilidad pero le dio igual. En aquella época era imposible saberse portadora ni doliente de la enfermedad porque aún no había sido descubierto el factor VIII (8) deficiente que la causa. Se podía sospechar pero no diagnosticar. Mientras que la hemofilia, que también afectó al zarévich, unió al zar Nicolás II y a la zarina Alejandra creó una brecha una irreparable entre los reyes de España.

El rey Alfonso XIII, acostumbrado a que las cosas le saliesen como quería, no asimiló bien la noticia de la enfermedad de su primogénito y se refugió en tantos brazos lejos de los de su esposa como sus obligaciones políticas le permitieron. Entre tanta amante destaca la actriz Carmen Ruiz Moragas con la que el español tuvo dos hijos: a Ana María Teresa en 1925 y al televisivo Leandro Alfonso cuatro años después. Él consiguió ser reconocido como hijo de su padre en 2004.

En 1908 Victoria Eugenia dio a luz a su segundo hijo, Jaime Leopoldo Isabelino Enrique. Nació sano pero a la edad de cuatro años le rompieron los huesos auditivos durante una doble mastoiditis y se quedó sordo. A Alfonso XIII no le cabía en la imaginación un rey que no pudiese escuchar y eso que él era bastante duro de oído. Dos años después nació muerto Fernando. Las infantas Beatriz y María Cristina entraron a formar parte de la lista de sucesión en 1909 y 1911 respectivamente, pero el rey Alfonso seguía empeñado en tener un descendiente varón con todas garantías de sobrevivirlo. No se podía creer que hubiese malgastado su buena estrella en las carreras de coches, rallies en los que sus competidores no tenían como objetivo hacerse con el premio sino ganarse el favor del rey.

Don Juan de Borbón vino al mundo en 1913 sin rastro aparente de hemofilia y un año después lo hizo don Gonzalo, que padeció de forma menos perniciosa la misma enfermedad que su hermano mayor. El rey no volvió a visitar la alcoba de la reina; el infante Juan parecía lo suficientemente sano para llegar a la edad adulta y sucederlo a título de rey cuando él faltase. Finalmente fue el hijo que heredó sus derechos dinásticos aunque nunca llegó a ser coronado. Todos los cortesanos se apresuraron a justificar las infidelidades del rey. Como siempre que un matrimonio fracasa y ella no se busca un entretenimiento (y eso que el duque de Alba bebía los vientos por ella) fue acusada de no atender sus deberes conyugales y definida como frígida.

La convivencia se hizo insoportable, los reyes se dirigían poco la palabra en público y nada en casa. Durante la I Guerra Mundial, pese a que España permaneció neutral, se celebraban en palacio las victorias de las Potencias Centrales pese al origen británico (bando Aliado) de Victoria Eugenia. Alfonso tampoco disimulaba su interés por otras damas (incluso las hacía coincidir con la consorte) y la reina María Cristina, que tanto había sollozado por las infidelidades de su marido Alfonso XII, únicamente le recomendaba a su nuera resignación. Las reinas no lloran. Ena, al cabo de cada deslealtad, se tragó sus lágrimas de puertas para afuera. Fue entonces cuando el rey empezó a compaginar sus labores laborales con las de productor de películas pornográficas. Incluso escribió los argumentos de varias de ellas.

El 14 de abril de 1931 se proclamó la Segunda República Española y el rey, como su abuela Isabel II 68 años antes, emprendió rumbo al exilio parisino. Buscaba evitar un enfrentamiento armado. “Quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil”, había escrito el día anterior. Abandonó solo España desde Cartagena (Murcia) a bordo del crucero Príncipe Alfonso de la Armada Española. “Todo ha terminado, no hay nada en contra tuya, te puedes quedar esta noche y te irás mañana con los niños”, le dijo a su mujer la última noche que cenó en palacio. Su familia cogió el tren desde Aranjuez la mañana del 15 para reencontrarse con él en el hotel Le Maurice de la capital francesa. Don Alfonso no se prodigó en carantoñas con los suyos, estaba muy ocupado conspirando contra la nueva forma de gobierno. En plena Guerra Civil mandó a luchar a su hijo, el infante Juan, junto al ejército sublevado. Don Alfonso, que había desembarcado en Marsella el día 15, pasó esa noche en el Hotel París de Mónaco donde fue fotografiado por la prensa gala. El pie de foto rezaba “el rey playboy degustando el cóctel Alfonso XIII que ha inventado el barman Emile”.

Al poco tiempo, y con una fortuna estimada en 48 millones de euros actuales en el bolsillo, se mudaron al Savoy de Fontainebleau (a 55 kilómetros de la capital) a razón de 5 francos la noche por habitación. Algunas no tenían baño individual. El bisabuelo de Felipe VI alegaba problemas económicos: “estoy sin guita, soy un rey en paro”. Sin embargo mantuvo una suite en el Meurice frente al jardín del palacio de Las Tullerías como despacho y discreto lugar de encuentro con sus chiquitucas y nenetas.

En el Savoy no estaban todos. El príncipe Alfonso estaba ingresado en una clínica suiza por sus problemas de hemofilia, el infante Juan continuaba su formación militar en la Escuela Naval de Dartmouth y Gonzalo estudiaba en Lovaina. En los pasillos del hotel le espetó la reina Victoria Eugenia al rey Alfonso aquello de “no quiero ver tu fea cara nunca más”. Era meridional, muy meridional. La consorte, después de una breve estancia en Reino Unido junto a su madre, se mudó al Hotel Royal de Lausana (Suiza). Estaban separados de hecho y ella le reclamó la dote, los intereses generados por ésta durante 24 años de matrimonio y una pensión anual. Él se mudó al Gran Hotel de Roma. Allí contaba a todo aquel que le quería escuchar eso de que estaba “pasado de moda ¡A la larga los reyes exiliados aburrimos!” y que lo peor del exilio era “que se engorda mucho”.

Ena y Alfonso volvieron a coincidir en contadas ocasiones. Se vieron, por ejemplo, en el entierro de su hijo Gonzalo fallecido en 1934 a consecuencia de una hemorragia provocada en un accidente de tráfico, en el bautizo del rey emérito en la capital italiana en 1938 o en la boda de la infanta María Cristina en 1940. No se evitaban tanto como se ha escrito. El rey por ejemplo no asistió a la boda de su hijo Alfonso en 1933 porque no aprobaba su matrimonio con la plebeya Edelmira Sampedro no por no encontrarse con su esposa y la reina no asistió a las bodas de Juan, Jaime y Beatriz, celebradas las tres en 1935, no porque las apadrinase Alfonso sino porque aún no se había repuesto de la muerte de su hijo pequeño.

Alfonso XIII murió en la suite real de una angina de pecho el 28 de febrero de 1941. Lo atendían el doctor Frugoni y sor Inés. Sus últimas palabras fueron: “¡Dios mío! ¡España!”, según las crónicas monárquicas. Otras sostienen que sólo pidió un vaso de agua. Su esposa, nunca llegaron a divorciarse legalmente, intentó verlo los días anteriores pero él se negó a recibirla. “A pesar de sus errores, Alfonso amaba profundamente a los españoles y se sentía como un enamorado al que su novia abandonaba sin ninguna razón”. Así definió la reina, al final de sus días, al único hombre que había amado. Ena sobrevivió al monarca 28 años. En 1980, cinco años después de que su nieto fuese proclamado como Juan Carlos I, los restos del rey fueron trasladados desde la romana iglesia nacional española de Santiago y Montserrat hasta la cripta real del monasterio de El Escorial en Madrid. Cinco años después se movieron al mismo panteón los de Ena desde la capilla del Sacre Coeur de Lausana. Desde entonces descansan bajo el mismo techo.