Victoria Eugenia, la reina que amaba España

En 1968, Victoria Eugenia regresó a España para bautizar a Felipe VI. Llevaba 37 años en el exilio. Un año después, en abril de 1969, murió en Suiza. Recordamos la vida de la esposa de Alfonso XIII con su biógrafo y su bisnieta, Simoneta Gómez-Acebo.

La reina Victoria Eugenia con los reyes eméritos Juan Carlos y Sofía

Giorgio Lotti/Mondadori Portfolio

Lausana, Suiza. Eran las 11 horas y 18 minutos de la noche del 15 de abril de 1969 cuando Victoria Eugenia de Battenberg, reina de España durante 25 años, exhaló su último suspiro. De riguroso luto y esforzándose por contener la emoción, su hijo, don Juan, extendió sobre el cadáver de su madre el manto de la Virgen del Pilar. “Estaba muy afectado. Se encargó de preparar un féretro de nogal y damasco blanco. A Ena le gustaba mucho ese color. De hecho, su casa, Vieille Fontaine, estaba decorada en tonos blancos y algún toque amarillo. Al funeral acudió toda Europa, porque era nieta de Victoria de Inglaterra, la monarca que reinó durante 63 años en Reino Unido. Recuerdo que los mandatarios y soberanos extranjeros se quedaron en el Hôtel Royal de Lausana y Luis Martínez de Irujo, marido de la duquesa de Alba, Cayetana Fitz-James Stuart, y jefe de la casa de la reina, lo pagó todo”, evoca medio siglo después Luis María Anson, biógrafo de don Juan.

Un año antes de fallecer, la esposa de Alfonso XIII volvió a visitar España después de casi cuatro décadas en el exilio. Tras la proclamación de la II República en 1931, la familia real española se vio abocada al destierro. “En febrero de 1968, vino al bautizo de su bisnieto, el rey Felipe VI, de quien fue su madrina. Yo la acompañé en el avión. Viajamos desde Niza porque estaba pasando unos días en Montecarlo con los príncipes de Mónaco. A los pocos minutos, salió el capitán y exclamó: ‘Su majestad, tengo el honor de comunicarle que estamos cruzando los Pirineos. ¡Viva España!’. Junto a él estaban dos azafatas de Air France con varias copas de champán. Ella brindó, dio un sorbo y se echó a llorar. Luego me dijo: ‘Han pasado tantos años... ¡Seguro que ya nadie me recuerda!”, relata Marino Gómez-Santos, su biógrafo español.

El día de su boda con Alfono XIII

Cordon Press

Pero en Madrid no se habían olvidado de ella. “La gente se agolpó y el coche no podía avanzar. Aquel clamor dejó estupefacto al Régimen. Durante la visita, que duró unos días, se hospedó en el Palacio de Liria. Ofreció un besamanos y estuvo, con 79 años, ocho horas de pie recibiendo a más de 20.000 personas. Luego se sentó y siguió saludando. Tuvimos miedo de que vinieran los de la Falange a armar follón, pero Cayetana, que era su ahijada, dijo: ‘Aunque me destrocen el palacio, el besamanos se celebra”, recuerda Anson.

“Mi madre [la infanta Pilar] me ha hablado mucho de ella; tenía adoración por su abuela. Decía que era una mujer fuerte, generosa y con sentido común. Tanto es así, que me llevó a Lausana con tres meses para que la conociera. Tengo una foto en la que estoy sentada encima de la reina, que ya estaba en la cama justo un mes antes de morir. A lo largo de mi vida, mi madre me ha contado anécdotas de carácter íntimo. Por ejemplo, cuando iba al cine, le mandaba comprar las entradas baratas y luego se sorprendía al verse bien sentada. Mi madre había pagado por detrás la diferencia entre las baratas y las buenas”, cuenta Simoneta Gómez-Acebo, bisnieta de Victoria Eugenia.

Reina Victoria Eugenia con su nuera María de las Mercedes

© Gtres Online

Durante su último viaje a España, la reina, que era anglicana y se había convertido al catolicismo antes de casarse, también pudo visitar la Iglesia de los Jerónimos, el templo en el que en 1906 se celebró su enlace y desde el que salió el cortejo nupcial en el que estuvo a punto de perder la vida después de que el anarquista Mateo Morral intentara matar a los cónyuges con una bomba camuflada en un ramo de flores. “Poca gente quiere tanto a España como yo, a pesar de que me recibieron con una bomba y me despidieron destronándome”, le dijo a Anson, haciendo gala de su sentido del humor tan inglés. Ena, como la llamaban, había nacido en Balmoral (Escocia) y se había criado en Windsor.

El día de su boda, lució un traje de novia de Julia de Herce, confeccionado con la ayuda de 40 oficiales y encajes traídos de Inglaterra. “Era uno de los maravillosos talleres que había en Madrid, frecuentado por la alta sociedad de entonces. Cuando podía, también le gustaba vestir de Lucile o de Worth”, explica Lorenzo Caprile. En el trágico recorrido por las calles de la capital, Victoria Eugenia se manchó de sangre el velo. “Era precioso, con flores de lis y el águila imperial austriaca bordada, porque pertenecía a su suegra, la reina María Cristina. Lo llevó la infanta Cristina cuando se casó en 1997. Lo tuvimos que arreglar porque tenía varios agujeros del día del atentado”, desvela el modista.

La reina Victoria Eugenia en su casa de Suiza con su dama Pepita Santos Suárez, el duque de Alba y Marino Gómez-Santos.

Mariano Gómez: Santos

“A la reina siempre le preguntaban por este suceso. Ella aprovechaba para alabar la templanza de su marido. Aunque aquel suceso le impactó, su recuerdo de España era excelente. En su casa de Suiza siempre ofrecía una copa de jerez de aperitivo y, para comer, mandaba preparar gazpacho o tortilla de patatas. Yo comía allí en ocasiones e incluso coincidí con un amigo y vecino suyo especial: Charles Chaplin”, prosigue Anson.

En 1905, un año antes del enlace, la entonces princesa, ahijada de la emperatriz Eugenia de Montijo, conoció a Alfonso XIII en una cena celebrada en su honor en el palacio de Buckingham y organizada por su tío, el rey Eduardo VII de Inglaterra. Lo primero que el monarca le preguntó fue si coleccionaba tarjetas postales, “una tradición de la belle époque de las grandes cortes europeas, de las que la reina fue una de sus últimas exponentes”, matiza Gómez-Santos. Luego mantuvieron contacto por carta y, en el transcurso de esa relación epistolar, se enamoraron. Un año después, se casaron y, al poco tiempo, llegó al mundo el primero de sus siete hijos, el príncipe de Asturias. “Alfonso Pío nació con hemofilia. El rey tenía una contrariedad enorme, sobre todo con su madre, porque no le habían hablado de que su esposa podía transmitir esta enfermedad”, cuenta Gómez-Santos. “Él lo sabía desde el primer momento, pero estaba muy enamorado y decidió seguir adelante”, replica Anson. Gonzalo, el último de sus vástagos, también contrajo la dolencia y murió joven.“A la reina siempre le preguntaban por este suceso. Ella aprovechaba para alabar la templanza de su marido. Aunque aquel suceso le impactó, su recuerdo de España era excelente. En su casa de Suiza siempre ofrecía una copa de jerez de aperitivo y, para comer, mandaba preparar gazpacho o tortilla de patatas. Yo comía allí en ocasiones e incluso coincidí con un amigo y vecino suyo especial: Charles Chaplin”, prosigue Anson.

La reina Victoria Eugenia a su llegada a Madrid en 1969

Central Press

En 1905, un año antes del enlace, la entonces princesa, ahijada de la emperatriz Eugenia de Montijo, conoció a Alfonso XIII en una cena celebrada en su honor en el palacio de Buckingham y organizada por su tío, el rey Eduardo VII de Inglaterra. Lo primero que el monarca le preguntó fue si coleccionaba tarjetas postales, “una tradición de la belle époque de las grandes cortes europeas, de las que la reina fue una de sus últimas exponentes”, matiza Gómez-Santos. Luego mantuvieron contacto por carta y, en el transcurso de esa relación epistolar, se enamoraron. Un año después, se casaron y, al poco tiempo, llegó al mundo el primero de sus siete hijos, el príncipe de Asturias. “Alfonso Pío nació con hemofilia. El rey tenía una contrariedad enorme, sobre todo con su madre, porque no le habían hablado de que su esposa podía transmitir esta enfermedad”, cuenta

Cuentan que esta situación derivó en un distanciamiento entre Alfonso XIII y su esposa. Son conocidas las relaciones extramatrimoniales del monarca con la vedette Celia Gámez o la actriz Carmen Ruiz Moragas, con la que tuvo dos hijos, Teresa, fallecida de forma prematura, y Leandro, quien en 2003 consiguió que la Justicia, en una sentencia histórica, le concediera el apellido Borbón.

La reina Victoria Eugenia a su llegada a Madrid en 1969

Archivo ABC

Fumadora ocasional, lectora empedernida, enfermera de la Cruz Roja, políglota y avezada amazona —logró convencer a su marido de que en las corridas de toros los caballos llevaran un peto para que los astados no los destriparan—, era una gran aficionada a la orfebrería. “La última noche que pasó en palacio, mientras oía a las masas en la plaza de Oriente, metió sus joyas y las de su suegra en una bolsa y las llevó con ella todo el viaje”, finaliza Anson.

Su joyero me parece un conjunto muy valioso. Durante el exilio tuvo que vender una parte, como el collar de esmeraldas, el cual compró el sah de Persia para la coronación de Farah Diba. Salvo la pieza central, el resto provenía del collar de la reina”, concluye Simoneta. ¿La joya más icónica de su colección? “Sin duda alguna, la tiara de Flor de Lis. La realizaron en platino y diamantes para su boda”, dice Jaime Mato-Ansorena, CEO de Ansorena, la joyería que la elaboró. Pero esta no es la única pieza legendaria que lució la reina. Victoria Eugenia siempre sostuvo ser poseedora de la mítica Peregrina, la perla que Felipe II compró para Isabel de Valois y que han llevado ocho generaciones de reinas españolas. Sin embargo, el historiador Fernando Rayón dice que no era la verdadera.