Sin duda una película que me marcó muy fuertemente fue Vania en la calle 42, estrenada en 1994, con dirección del francés Louis Malle y adaptación del dramaturgo estadounidense David Mamet. Yo tenía alrededor de veinte años cuando el film llegó a la Argentina y era, en ese entonces, una estudiante de teatro que daba mis primeros pasos en el deseo de ser actriz y directora. Concurría a una escuela de artes escénicas ubicada en el barrio de San Telmo, todos los sábados por la mañana y como tenía una hora y media de viaje de ida y otro tanto de vuelta arriba del colectivo 86, aprovechaba la entonces ausencia de celulares para leer obras teatrales. En ese tiempo, había recibido como regalo de cumpleaños un libro con tres obras de Antón Chéjov, y estaba muy enganchada con su lectura, cuando me llega la noticia del estreno de una película basada en una de sus obras, Tío Vania. Todo indicaba que no podía ignorar esa coincidencia y decidí que iría a verla… entonces busqué en la cartelera del diario, apunté la dirección y los horarios más próximos y salí decidida a no perderme ese estreno.

Llegar a la entonces pujante peatonal de la calle Lavalle era toda una experiencia, sobre todo para una chica que venía del barrio de Ciudadela y que no era una gran concurrente de esas zonas céntricas. Caminé por esas calles deslumbrada por las luces de las marquesinas, que en unas apretadas cuadras –entre Carlos Pellegrini y Florida– concentraba una gran cantidad de salas de cine, hoy convertidas en oficinas, templos religiosos y otros múltiples y variados destinos.

Compré mi entrada y al ingresar sólo éramos un puñado de espectadores entre muchísimas butacas vacías, me sorprendió la poca concurrencia, pero rápidamente se apagó la luz y comenzó lo que sería una experiencia que jamás olvidaré.

Vania en la calle 42 es una película que cruza cine, teatro y documental, pero lo hace de una manera muy particular ya que no se trata de una obra filmada ni tampoco es exactamente una película sobre una obra, sino que su entramado es mucho más complejo e inquietante, con actores y actrices brillantes, diálogos hipnóticos entre dos ficciones y el cruce de dos tiempos.

El film se centra en un grupo de teatro integrado por actores y actrices como George Gaynes, Julianne Moore, Wallace Shawn y Brooke Smith entre otros/as, que comandados por el director teatral, escritor y actor André Gregory (formado junto al polaco Jerzy Grotowski), se proponen llevar a escena la obra Tío Vania de Anton Chejov en el entonces abandonado teatro de New Ámsterdam ubicado en la Calle 42, una de las principales del barrio de Manhattan de la ciudad de Nueva York. El dato de color es que el teatro había estado abandonado durante casi diez años, pero en 1995 (posterior a la filmación de la película) fue comprado y reformado por The Walt Disney Company y hoy es una de las salas del circuito de Broadway.

La obra del dramaturgo Anton Chejov está ambientada en una zona rural a finales del siglo XIX, pero en Vania en la calle 42 no hay vestuarios, peinados ni decorados de época, sino un grupo de actores y actrices maravillosos que con prendas contemporáneas y entre descascaradas paredes de un teatro casi en ruinas, reviven con intensidad dramática el mundo chejoviano. Lo mejor de todo, es que no hace falta más que esos intérpretes y unos primerísimos primeros planos para que la película penetre con intensidad en los y las espectadores/as. Luego de ciento veinte minutos aparecieron los créditos, pero no pude hacer nada conmigo misma más que mirar la pantalla algo hipnotizada e intentar procesar todas las emociones por las que había atravesado. Salí del cine movilizada, la película me había llegado de una manera muy particular a mis casi veinte años, pero el sentimiento que recuerdo fuertemente es un raro estado de renovación, como si esa experiencia me hubiera reafirmado en la búsqueda de un camino teatral que hasta ese momento era más incierto y fortuito.

Hoy tengo imágenes vagas de algunas escenas, pasaron más de veinticinco años desde que la vi, pero nunca quise volver a ella, posiblemente para no romper el encantamiento de aquella noche.

Algo muy parecido me sucedió con la obra teatral Máquina Hamlet del dramaturgo alemán Heiner Müller estrenada por el grupo El Periférico de Objetos, que tuve la suerte de ver en la sala El Callejón de los Deseos, en el barrio del Abasto, también por aquellos años. Si bien se trata de dos experiencias completamente distintas, cada una y a su manera fueron dos hechos artísticos que movilizaron y reafirmaron mi deseo por el teatro.

Cintia Miraglia es directora, dramaturga y docente. Sus trabajos más recientes como directora son La Falcón, musical de tango de A. Patané en teatro El Extranjero (4 nominaciones premios ACE y 7 nominaciones premios HUGO), No tengo tiempo de María Pia López en teatro el Extranjero (Declarada de Interés Cultural por la Legislatura Porteña), Blanca de Natalia Villamil en el Centro Cultural San Martín, El casamiento de W Gombrowicz en Teatro El Extranjero, Rayito de Sol de Natalia Villamil en Espacio Callejón y Teatro 25 de Mayo. Actualmente en cartel Indómita, la vuelta al pago de M. Lucila Quarleri en el teatro Del Pueblo. Participó con espectáculos bajo su dirección en festivales nacionales e internacionales, en congresos sobre artes escénicas tanto nacionales como internacionales y recibió menciones y premios por su labor como directora. Recientemente nominada a los premios ACE a mejor dirección en musical y mejor espectáculo musical y a los premios Hugo como mejor dirección de espectáculo off y mejor musical off por su trabajo de dirección en La Falcón, musical de tango.