Biografia y Gobierno de Victor Manuel II de Italia

Biografia y Gobierno de Victor Manuel II de Italia

Biografia y Gobierno de Victor Manuel II de Italia

Víctor Manuel II (1820-1878), rey de Cerdeña (1849-1861) y rey de Italia (1861-1878), nacido el 14 de marzo de 1820 en Turín, único hijo de Carlos Alberto II y María Teresa de Toscana. Fue educado en las rigurosas ideas absolutistas de su padre.

Era de corta estatura, fornido, con aspecto de atleta o de cazador, lo que correspondía a una realidad.

Sin embargo, bajo aquella apariencia ingrata resplandecía una inteligencia clarísima, una voluntad de hierro, una gran nobleza de corazón y una capacidad innegable para el conocimiento de los hombres; luego, para la elección de ministros y ayudantes.

Ya desde los primeros días de su existencia, la vida de Víctor Manuel fue inquieta, agitada.

Es el auténtico forjador de la unidad italiana, constructor de la nueva nacionalidad. Fue proclamado rey en el año 1861.

Los estados centrales italiano lo aceptaron como rey y luego que el héroe nacional Garibaldi acabe con las Dos Sicilias, Victor Manuel tomo el control político de casi toda Italia con excepción de Venecia y los Estados Pontificios.

En su gobierno tuvo como primer ministro a Camilo Benso Cavour, y realizó importantes logros como mejorar la economía estatal, organizó el ejército y apoyó el comercio y la industria.

Cuando los austríacos intentaron atacar Piamonte, logro rechazarlos y mas tarde se anexó Lombardía a su reino.

En 1870 Roma fue anexionada y se convirtió en la capital de Italia.

Murió el 9 de enero de 1878 en Roma.

Biografia y Gobierno de Victor Manuel II de Italia

Veamos la historia de Italia y su protagonismo político

Antecedentes de la Época Italiana: La unidad política de la península italiana, que había costado a los cónsules romanos siglos de guerras contra todas las tribus y nacionalidades circundantes, se perdió cuando, a la caída del Imperio romano, las hordas de ostrogodos y germanos invadieron Italia.

A partir de aquel ocaso, y pese al influjo del Imperio romano de Oriente, con capital en Constantinopla y base italiana en Ravena, fue imposible coligar lo que, disperso originalmente, había vuelto a su incoherencia anterior.

Los italianos, durante los siglos de la llamada «Edad de las Tinieblas»
— siglos V al X de J.C. —, no tuvieron tiempo para pensar en cosas de esta índole, pues la dureza de los tiempos les obligaba a una defensa de su existencia, realizada día a día.

Más tarde las Cruzadas , así como las guerras mediterráneas contra el Islam, sostenidas por españoles, italianos y balcánicos, despertaron cierta nostalgia de la unidad.

Del siglo XIII al XVI, España, Francia e Inglaterra consiguen estructurar sus formas políticas en Estados nacionales.

En cambio, Italia persistía en el anárquico sistema de raigambre feudal. De un lado, la Iglesia, con su poder temporal y su organización en todo idéntica a la de los magnates seglares.

De otro, la nobleza: los duques, marqueses, condes y señores de los territorios prósperos y bellos de Italia, siempre en guerra cruel, en la que alternaban el uso de las armas en el campo de batalla con las guerrillas, las deslealtades y traiciones, el empleo del crimen y del soborno.

Más por ambición personal que por sentimiento patriótico, algunos de aquellos nobles italianos de principios de la Edad Moderna o del Renacimiento se obstinaron en unas guerras sin tregua, con el anhelo de anexionarse más y más territorios.

Los enlaces matrimoniales servían también a este propósito; el veneno y el puñal actuaban en la sombra. Era la Italia de los Medicis y de los Borgias; la Italia fecunda y maravillosa en descubrimientos.

Los siglos XVI al XIX vieron una cofusión aún mayor; progresivamente se fue apagando incluso la llama de vigor artístico y cultural que hizo de Italia, en la transición de la Edad Media a la Moderna, el espejo de Occidente.

La llamarada de la Revolución francesa, en el año 1789, nos hace ver a Italia todavía en forma de mosaico compuesto por el reino de Cerdeña, el principado de Monaco, la República de Genova, los ducados austríacos de Milán y Mantua, los ducados borbónicos de Parma y Plasencia, el ducado de Módena; la República de Venecia, el gran ducado de Toscana, la República de Luca, les Estados Pontificios (Roma), bajo el papa Pío VI; la República de San Marino, y Napoles y Sicilia, bajo la férula de Fernando IV, hermano del rey de España.

A partir de este momento un anhelo unitario latiera en las almas de los mejores de todas las clases sociales del país, fue además, la epopeya napoleónica (e incluso el hecho de la italianidad de Napoleón) la que despierta las conciencias dormidas.

Era tal vez posible la regeneración de Italia, ya que había podido producir un hombre de tal temple.

A pesar de ello, habían de transcurrir aún más de setenta años hasta que la soñada unidad se consiguiera.

Vencido Napoleón, y en virtud del tratado de Viena, las regiones italianas fueron de nuevo entregadas a sus antiguos gobernantes.

Los treinta años siguientes presenciaron aisladas tentativas para conseguir lo que Napoleón había hecho conocer fugazmente: los ideales de patria y libertad.

En 1831 el príncipe Luis Napoleón (más tarde coronado en Francia con el nombre de Napoleón III) ayudó a diversas tentativas de liberación en las provincias italianas.

En cambio, las represiones del Gobierno austríaco eran cada vez más duras, atrayéndole por ello el odio de los patriotas y liberales italianos.

En 1832, José Mazzini fundó la sociedad secreta de la «Joven Italia», en la cual la acción de los artistas e intelectuales, de tono romántico y civil, ayudó a extender la eficacia y prestigio de las ideas de liberación y de unidad.

El joven duque de Saboya

Este es el momento en que entra en escena Víctor Manuel II (1820-1878).

En 1821 estallan disturbios en el Piamonte, y los príncipes de Carignano se ven precisados a refugiarse en Toscana.

El pequeño Víctor Manuel apenas cuenta un año, y no ha transcurrido otro todavía cuando por una imprudencia de su nodriza, se prende fuego a la mosquitera de su cuna y falta poco para que el futuro primer rey de Italia perezca allí abrasado.

El sacrificio de la propia nodriza le salva; corre, sin embargo, la leyenda de que el principito ha muerto, siendo substituido por el hijo de unos campesinos.

Por la misma época, en el Congreso de Verona se hablaba ya de derribar a Carlos Alberto del trono de Cerdeña para otorgar este reino al pequeño Víctor Manuel, casi en pañales.

En 1824 regresan los príncipes Carlos Alberto y María Teresa al Piamonte.

Tienen ahora dos hijos: Víctor Manuel y Fernando, a cuya educación principesca van a dedicar sus mayores desvelos.

Víctor Manuel no parecía, sin embargo, muy inclinado a las disciplinas literarias o científicas, y su preceptor dilecto (Saluzzo) fue que hizo de él, ante todo, un atleta, un buen espadachín, un magnífico jinete.

Cuando, en 1831, Víctor Manuel alcanza su mayoría de edad y recibe el título de duque de Saboya, despide a los preceptores, se entrega con ardor a las prácticas de la instrucción militar y pasa a estar bajo la directa, estrecha y dura vigilancia de su padre.

Encuentro de Victor Manuel II y Garibaldi
Encuentro de Victor Manuel II y Garibaldi

En sus aficiones ocupan todavía —y siempre— preferente lugar las alegres cabalgatas, las cacerías, las arriesgadas ascensiones alpinas… y las no menos arriesgadas aventuras amorosas.

Osado, temperamental, en ocasiones violento, este joven duque de Saboya es un alud, un torbellino.

En el año 1842 le casan con una princesita suave y bondadosa, María Adelaida, hija del archiduque Raniero y de Isabel de Saboya Carignano; esposo deferente e incluso apasionado, padre amantísimo de nada menos que ocho hijos, el matrimonio no cambiará, sin embargo, en gran cosa sus costumbres ni apaciguará su turbulencia.

Es, sin duda, un marido respetuoso que reconoce, privada y públicamente, los méritos y virtudes de su joven esposa, mas, en cuanto a su propia virtud, él mismo confiesa que hay pas peu á íaire, según su propia confesión a Alfonso de la Marmora.

Sin embargo, el movimiento para la liberación y unidad de Italia sigue adelante. Carlos Alberto intuye la gran misión histórica de su pequeño país en esa unidad que forjará el futuro de su patria.

Y no descuida la «educación del príncipe» — futuro rey — de Víctor Manuel, su primogénito.

Es cosa sencilla, sin duda alguna, para él, componer en 1842 una larga disertación sobre la Amministiazione genérale dello stato, labor en que le ayudan sus antiguos preceptores, ya que no es el joven duque de Saboya muy amigo ni de las letras ni de las teorías; en cambio, en la política activa del país su temperamento ardiente, su impaciente juventud, no pueden soportar lo que él imagina debilidad del rey, su padre.

La situación del soberano de Cerdeña es, evidentemente, crítica. Son, fuera, los conflictos con Austria, con el Pontificado; es, dentro, la hostilidad de los partidos avanzados, que inclinan el país derechamente hacia la república.

Pero Carlos Alberto no es tan débil como su hijo imagina: para complacer a su pueblo jura la Constitución y en seguida declara la guerra a Austria. Es el año crucial de 1848.

El joven duque de Saboya, que se pone a la cabeza de una división del ejército, hace sus primeras armas en Pastrengo, Santa Lucía, Goito y Custozza.Pero la suerte de las armas no es propicia a los italianos. La derrota es inminente.

Todavía toma parte Víctor Manuel, duque de Saboya, en las desastrosas jornadas de Mortara y Novara, que llevan a su ejército a la catástrofe.

A la hora de firmar el armisticio, Carlos Alberto, que conocía el odio personal que hacia él sentían las austríacos, creyó que las condiciones de la paz serían más humanas si, en vez de firmarlas él, las firmaba su hijo, quien, además, por parte de su esposa, María Adelaida, estaba emparentado con Francisco José, emperador de Austria.

Abdicó, pues, Carlos Alberto, rey de Cerdeña y del Piamonte.

Víctor Manuel II- El Rey Caballero

Le llamaron así, o, para ser exactos, literalmente il Re Galantuomo.

Su lucha en los años de su reinado fue titánica. Políticamente, Italia era un caos, entre los extremismos de clericales, republicanos y carbonarios.

De una vitalidad exuberante, tuvo la fortuna de contar con dos ministros que, sin duda, fueron los hombres públicos de más talento que haya tenido Italia en los últimos siglos: d'Azeglio y Cavour.

Rey de Italia VIctor Manuel II
Rey de Italia VIctor Manuel II

Este último, principalmente, fue su brazo derecho en la complicada trama de proyectos y realizaciones que dieron como bello final la unidad italiana.

Para conseguir el pleno reconocimiento de esa unidad, Víctor Manuel y su ministro comprendieron que era necesario comprometer a Italia en
una campaña exterior, que, a la vez que unificaba a los italianos, diera lugar al agradecimiento de las potencias aliadas.

Por esta causa firmó una alianza con Inglaterra y Francia en la Guerra de Crimea (1855) contra Rusia, lo que garantizó a Italia un puesto en el Congreso europeo.

Austria seguía siendo la nación más aferrada a la reacción, la nación que se oponía a la unidad de Italia. Por esta razón fueron un gran avance para la causa de los patriotas italianos las derrotas austríacas de Magenta y Solferino. Por la paz de Villafranca, Austria cedió al rey de Cerdeña la Lombardía.

Los Estados más poderosos del centro de Italia, expulsaron a sus gobernantes y, por un gran plebiscito nacional, se pusieron bajo las órdenes de Víctor Manuel, quien a partir de este histórico instante fue reconocido como el campeón de la tan deseada unidad italiana.

Un personaje curioso y pintoresco, Garibaldi, cuyos rasgos biográficos parecen los de un condotiero del ideal, surge en este momento histórico.

Había desembarcado en Marsala con mil hombres, los «Mil Inmortales», y entró vencedor en Nápoles.

En las proximidades de Teano se encontraron Víctor Manuel y Garibaldi, cada uno con su ejército, con su campaña, pero luchando por la misma finalidad. Sin embargo, el acuerdo absoluto de ambos personajes, aun persiguiendo el mismo fin, era difícil.

El pontífice de Roma amenazaba con la excomunión a quien menoscabara los Estados Pontificios, y esto a Garibaldi no le importaba, pero a Víctor Manuel sí.

Napoleón III exigía Saboya y Niza y algunas ventajas militares para Francia a cambio de su consentimiento a la anexión de la Italia Central, y esto Garibaldi no lo admitía, aunque Víctor Manuel se inclinase a ceder, pues había recabado ayuda del emperador y, por matrimonio de su hija Clotilde con el príncipe Napoleón, estaba emparentado con la casa reinante de Francia.

Los ministros de Víctor Manuel no se entendían con Garibaldi y sus hombres; era absurdo, además, cuando se luchaba, sobre todo por un principio de unidad, admitir la división de mandos, pero el buen sentido y el inmenso prestigio del rey dominaron todas las discordias.

Tras la anexión de Nápoles, Umbría y Sicilia se unieron al reino de Víctor Manuel, y después el reino de Cerdeña se transformó en reino de Italia (14 de marzo de 1861), siendo Víctor Manuel proclamado rey de Italia y consagrándose así la unidad del país. Víctor Manuel II.

Cavour, gran liberal, pero… liberal piamontés, halló modo de conciliar la voluntad del rey con la de la nación. ¿Qué no conciliaria el gran conciliador?.

Este fue, sin embargo, su último acto de diplomacia. Cumplida su gran misión de hacer al rey del Piamonte rey de Italia, el insigne político murió el 6 de junio de aquel año triunfal.

Como capital del flamante reino de Italia, la Constitución fijaba la ciudad de Roma, pero aun había que conquistarla.

En 1866 estalló la guerra entre Prusia y Austria; los italianos siguieron fieles a su política de intervención, que tales resultados les había proporcionado. Se daban cuenta de que su mal tenía un origen externo y lo curaban combatiendo a los austríacos.

Garibaldi visita al Rey Victor Manuel II
Garibaldi visita al Rey Victor Manuel II

Un cuerpo de voluntarios garibaldinos peleó al lado de Prusia contra los enemigos, y gracias a la Victoria de Prusia, Venecia — hasta entonces posesión austríaca — fue devuelta a Italia.

El partido republicano, con el insigne Mazzini a la cabeza, creía indispensable sostener al rey en su actitud valerosa de campeón del de la unidad italiana frente al extranjero, pero en el interior no vacilaba en hacer la vida imposible a Víctor Manuel II.

También el propio Garibaldi, pese a su heroísmo, desataba conflicto tras conflicto con su repetida indisciplina, impulsada, sin duda, por la impaciencia en marchar cuanto antes sobre Roma; y más de una vez hubo de ser llamado al orden por el rey, que el 3 de agosto de 1862 había definido enérgicamente su actitud.

Mas, en particular, el conflicto latente con la Santa Sede — o, si se prefiere, «la cuestión de Roma» — conflicto en sí gravísimo y agravado todavía más por el hecho de haberse constituido Napoleón III en defensor del Papa.

Por añadidura, la propia vida sentimental y familiar del rey se complicaba también por esta época.

En el año 1855, y en el transcurso de dos meses (enero-febrero), había visto Víctor Manuel morir a la reina madre, María Teresa, a su dulce esposa, María Adelaida, y a su hijo Fernando, duque de Genova. Su sincero dolor no parecía conocer límites.

En vano Cavour invocó la razón de Estado para obligar al rey viudo a casarse con una princesa rusa. Fiel a su corazón como a la palabra dada, Víctor Manuel hizo a la condesa de Miraflores su esposa "eterna".

En el año 1870, Roma pasó a en manos de Víctor Manuel II.

Al iniciarse las hostilidades entre Francia y Prusia, en 1870, la primera intención de Víctor Manuel fue ayudar a Napoleón III, no obstante, la guerra era entre amigos, incluso parientes suyos, y se daba el caso de que, por un lado, los franceses seguían manteniendo guarnición en Roma, y por otro, los inteligentes ministros de Víctor Manuel advertían a éste de que todas las probabilidades de victoria se hallaban, sin duda alguna, de parte de los prusianos.

El rey de Italia se puso, pues, del lado de los prusianos. Tras la derrota de Sedán y la prisión del emperador francés, fue retirada de Roma la guarnición francesa.

Víctor Manuel dio entonces orden a sus ejércitos para que ocuparan los Estados Pontificios.

Al año siguiente se estableció la capitalidad en Roma y Víctor Manuel II se instaló en el Quirinal, rematándose de esta manera la tan deseada unificación italiana, al tiempo que tenía oficialmente el secular poder temporal de los Papas.

Víctor Manuel procuró suavizar en lo posible los rozamientos con el papa Pío IX, que se declaró a sí mismo «prisionero» en el Vaticano.

Ingresó en la Triple Alianza, con ello Italia tenía ya un papel importante entre las potencias de Europa.

La monarquía se consolidaba definitivamente.

Víctor Manuel II llegó a gozar en los últimos años de su vida de un prestigio y una popularidad inmensos. Murió serenamente, con su misión cumplida, el 9 de enero de 1878.

Fuente Consultada:
UNIVERSITAS Enciclopedia Cultural Tomo 17 Capítulo: Historia y Biografia Tema: Biografía de Víctor Manuel II


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