Los candidatos van a los debates con la intención de no arriesgar, desean un formato que no les implique demasiados riesgos, pero a la vez buscan oportunidades para golpear a sus competidores. Dicho de otra manera, a la hora en la que se negocian los debates, los partidos políticos siempre busca minimizar el riesgo, lo que se traduce en formatos aburridos.
Esto lo hemos podido constatar con los debates presidenciales, los de las entidades federativas, alcaldes y legisladores, son ejercicios que levantan poco animo con formatos acartonados, que no propician ni el contraste de ideas, mucho menos las interpelaciones entre candidatos.
A la ciudadanía por el contrario le conviene que los candidatos sean exigidos, que reciban ataques y se vea si son capaces de contestarlos, que afronten las preguntas difíciles y que se puedan interrumpir en lugar de limitarse a bloques cerrados, por ende, entre menos formato es mejor para el desarrollo de las ideas.
Tenemos un modelo de mensajes de elección basados en spots de 30 segundos, en panorámicos o en trípticos, que no le aporta información profunda al elector, por el contrario, debemos transitar a un esquema con más debates para todos los cargos, que nos permita profundizar en las propuestas y en el historial de cada candidato.
Por lo cual parece ser el tiempo propicio para que como sociedad vayamos empujando mejores modelos de debate, que tengan más frecuencia, que abarquen más cargos, que haya menos reglas para que sean flexibles y se permitan las interpelaciones directas.
Ello sin duda contribuiría a generar un voto más informado, porque el objetivo del debate también es ver las facetas de los candidatos que los mismos buscan esconder, es decir, no solo lo que ellos buscan transmitir en una campaña de medios.
Se trata de un esquema en donde los que ganen sean los electores, que también propicie que los partidos hagan mejor selección de cuadros, así como campañas de más calidad, con propuestas bien soportadas en datos.
