Biografia de Urraca I de León

Urraca I de León

(?, hacia 1079 - Salda�a, Palencia, 1126) Reina de León y Castilla (1109-1126). Es una de las personalidades m�s pol�micas de la Edad Media hispana, pues su reinado coincidi� con una de las �pocas m�s tormentosas del incipiente reino de Castilla. Vilipendiada por unos y elevada a los altares por otros, los diferentes juicios de valor efectuados sobre su figura, as� como la escasez de fuentes, hacen que el acercamiento objetivo a su biograf�a sea complejo y delicado, como tambi�n lo resulta el calibrar su verdadera aportaci�n a la Edad Media hispana.

Urraca fue la hija primog�nita de Alfonso VI, y de la segunda esposa de �ste, la reina Constanza de Borgo�a. Debi� de nacer hacia el a�o 1079 y, en principio, se desconocen m�s datos sobre su infancia; es l�gico suponer que no tuviera residencia fija, sino que acompa�ase a la corte itinerante de su padre, el rey Alfonso, y que estuviese presente en la toma de Toledo (1085), verdadero hito de la �poca por su significado en la reconquista peninsular.


Doña Urraca, Reina de Castilla y León

Hacia el a�o 1090, cuando la infanta alcanz� edad n�bil, Alfonso VI, en virtud de las alianzas existentes entre Castilla y el condado de Borgo�a, acept� casarla con el titular del condado galo, Raimundo de Tolosa. Los esponsales debieron de celebrarse ese mismo a�o, pues Alfonso VI obsequi� a los recientes c�nyuges con los condados de Portugal y Galicia; para poder llevar a cabo esta donaci�n, Alfonso VI debi� esperar al fallecimiento de su hermano Garc�a de Galicia, ocurrido aproximadamente en la misma fecha.

En ese momento comenz� la estrecha relaci�n entre do�a Urraca y Galicia, primero por la vinculaci�n titulada al territorio y, en segundo lugar y mucho m�s importante, por la entrada en escena de un personaje clave en el reino castellano de la �poca: Diego Gelm�rez, pariente del obispo de Santiago de Compostela, Diego Pel�ez. La admiraci�n de Gelm�rez por la orden de Cluny le acerc� al conde Raimundo, que nombr� a Gelm�rez, entonces vicario de la di�cesis compostelana, su secretario y notario personal y de su casa. Por lo que respecta a la infanta Urraca, esta primer fase de su vida, aproximadamente hasta el a�o 1106, se caracteriz� por cierto anonimato (no es demasiado mencionada en cr�nicas y documentos de la �poca), y por su supuesta dedicaci�n al cuidado de sus dos hijos: do�a Sancha y don Alfonso, el que iba a ser futuro heredero del trono castellano con el nombre de Alfonso VII.

La sucesi�n de Alfonso VI

La situaci�n cambi� repentinamente a partir de 1107, fecha en la que falleci� el conde Raimundo. Urraca pas� a convertirse en firme candidata a hacerse con el trono en tanto su hijo Alfonso alcanzaba la mayor�a de edad, toda vez que los cinco matrimonios legales de Alfonso VI no hab�an deparado un heredero var�n. Eso s�, hasta el �ltimo momento, Alfonso VI estuvo tentado de nombrar heredero al infante Sancho, m�s conocido como Sanchico, hijo de una de sus concubinas, la princesa Isabel, que no es otra sino la nimia pulchra Zaida, protagonista de los romances, hija de Abul-Qasin Muhammad II, reyezuelo taifa de Sevilla. Pero este infante falleci� siendo un ni�o, el 30 de mayo de 1108, a manos de los musulmanes victoriosos en la batalla de Ucl�s. El dolor de esta muerte aceler� la propia de Alfonso VI, acontecida al a�o siguiente.

Antes de morir, quedaba por finiquitar una cuesti�n: �conven�a a do�a Urraca contraer nuevo matrimonio? La nobleza castellano-leonesa comenz� a mover los hilos para que el candidato fuese G�mez Gonz�lez, conde de Candespina, uno de los m�s poderosos se�ores feudales de Castilla. Alfonso VI convoc� a todos los prelados del reino a un consejo y decidi� casarla con el monarca aragon�s, Alfonso el Batallador, ceremonia que se celebr� en el castillo de Mu��n poco antes del fallecimiento de Alfonso VI, en 1109. Parece que la desconfianza de su nobleza ceg� al monarca castellano, ya que, por no someter al reino a las luchas aristocr�ticas, acab� por involucrar en los asuntos castellanos al que era entonces el mayor dominador territorial de la pen�nsula: Alfonso, monarca de Arag�n, de Navarra y ahora rey consorte de Castilla.

A pesar de esta decisi�n, Alfonso VI no pudo evitar totalmente las luchas aristocr�ticas. Es bastante probable (sobre todo visto el devenir posterior del enlace) que fuese verdadera la negativa de la propia Urraca a casar con el monarca aragon�s, y, por la misma senda de la sospecha, que su pasi�n hacia el conde de Candespina, G�mez Gonz�lez, fuera asimismo cierta. Alrededor del conde de Candespina, que contaba con el apoyo del arzobispo de Toledo, don Bernardo (arma important�sima de la Iglesia, dada la consaguinidad de los c�nyuges), se conform� el primer grupo de poder en la corte castellana. El segundo fue encabezado por los enemigos de G�mez Gonz�lez, sobre todo el antiguo ayo de la reina Urraca, Pedro Ans�rez, a quien las sospechas se�alan como el fact�tum de que saliese a relucir el nombre de Alfonso el Batallador como esposo de la reina viuda. Un tercer personaje de importancia, que desempe�� un papel fundamental, fue Pedro Froilaz, conde de Traba, ayo del pr�ncipe Alfonso, quien se criaba en tierras gallegas (en Castrelo de Mi�o), ajeno en principio a todas estas luchas.

Una vez celebrado el enlace, en octubre de 1109, Urraca acompa�� a Alfonso hacia tierras aragonesas, donde iba a ser recibida con los honores que merec�a. Pero r�pidamente, ante la noticia del fallecimiento de Alfonso VI, ambos regresaron de nuevo a Castilla para hacerse cargo de la monarqu�a. Aunque exist�an temores de c�mo recibir�an los castellanos a Alfonso, todos los grandes se�ores respetaron el luto por el finado monarca y la �ltima decisi�n de �ste, por lo que Alfonso y Urraca pudieron hacerse cargo de todos los enclaves importantes, as� como iniciar una pol�tica de repoblaci�n en diversos lugares, en especial Belorado, Almaz�n y Soria.

A pesar de ello, pronto surgieron las primeras desavenencias en el matrimonio, provocadas por los temores de Alfonso el Batallador a que la existencia de un parentesco demasiado estrecho entre �l y su esposa (eran primos segundos) hiciese nulo el matrimonio. Para evitar cualquier acci�n contraria a sus intereses, Alfonso, ante el malestar de Urraca y de buena parte de la aristocracia, no dud� en entregar las fortalezas castellanas m�s importantes a aragoneses de su s�quito, leales a su causa.

Esta decisi�n fue la que encendi� la mecha de la secesi�n gallega. El conde de Traba, al tener noticia de lo sucedido, se apresur� a proclamar al peque�o Alfonso VII como rey independiente de Galicia. Alfonso el Batallador mont� en c�lera y se apresur� a dirigir las milicias aragonesas hacia el territorio rebelde. Ante esta noticia, los se�ores feudales de Galicia comenzaron a reclutar tropas se�oriales, en especial Pedro Arias, se�or de Deza, su hijo Arias P�rez, y el propio arcediano de Compostela, Gelm�rez, que comenz� aqu� su intrigante carrera pol�tica.

En este punto, las fuentes se contradicen: para la Historia Compostelana, Alfonso el Batallador supo ganarse al concejo de Lugo y al castillo de Monterroso (contrarios al desp�tico gobierno se�orial de Gelm�rez y el conde de Traba), desde donde dirigi� ataques a los rebeldes que les hicieron desistir de este intento; para el An�nimo de Sahag�n, las tropas gallegas lograron que Alfonso claudicase y entablara negociaciones con los nobles gallegos. En cualquier caso, hacia el a�o 1110, Pedro Froilaz, conde de Traba, ya era muy consciente de que la proclamaci�n de Galicia como reino independiente deber�a esperar una mejor ocasi�n. Y, por id�ntico motivo, Alfonso el Batallador supo que, mientras el infante Alfonso siguiese en manos del conde de Traba, Galicia ser�a un grave problema para sus intereses hegem�nicos en la pol�tica peninsular.

Las desavenencias matrimoniales

A partir de este momento fue cuando verdaderamente tom� relevancia el papel de la reina Urraca tanto en su vertiente pol�tica, como en la vertiente �ntima de sus problemas con Alfonso el Batallador. De nuevo existen sospechas razonables de que fuese la propia reina, siempre apoyada por el conde de Candespina y por el arzobispo de Toledo, quien forzase el env�o al papa Pascual II de las pistas necesarias para declarar nulo el matrimonio por incestuoso. A principios de 1110 la reina y el rey discutieron tan gravemente que do�a Urraca opt� por abandonar Le�n y refugiarse en el monasterio de Sahag�n, en espera de que las bulas pontificias llegasen. Y, entre que llegaban y no, Urraca mantuvo relaciones con el conde de Candespina, G�mez Gonz�lez, con quien tuvo un hijo.

Tal vez ello explique la reacci�n de Alfonso el Batallador: en septiembre de 1110, despu�s de una breve reconciliaci�n con la reina, sus oficiales la prendieron en Sahag�n y la encerraron en la fortaleza aragonesa de El Castellar (Teruel). El siguiente paso fue formar un impresionante ej�rcito (formado por aragoneses en su mayor parte, pero tambi�n mercenarios navarros, normandos, franceses e incluso musulmanes), con el objetivo de arrasar Castilla y demostrar qui�n era el rey. Alfonso, haciendo honor a su apelativo, tom� todas las plazas fuertes del reino, incluyendo Toledo (donde depuso al arzobispo don Bernardo), Sahag�n (donde hizo lo propio con el abad), Burgos, Palencia, Osma y Orense.

Ante esta situaci�n, el conde de Candespina encabez� la resistencia castellana y envi� al castillo turolense donde se hallaba encerrada Urraca a sus dos hombres de confianza, Pedro de Lara y G�mez Salvadores, para tratar de liberarla, cosa que lograron. Pero, antes de que Urraca pudiese tomar las riendas de Castilla en contra de su esposo, recibi� una noticia peor: los nobles gallegos enemigos del conde de Traba, en connivencia con Gelm�rez, hab�an sitiado Castrelo de Mi�o y secuestrado a su hijo, el pr�ncipe Alfonso.

Por si no hubiera ya demasiados intereses en el conflicto castellano, a ellos se uni� la ambici�n de Enrique de Borgo�a, rey de Portugal y cu�ado de do�a Urraca, pues estaba casado con Teresa, hija tambi�n de Alfonso VI. En primer lugar, Enrique de Borgo�a se ali� con Alfonso el Batallador, que le prometi� negociar las conquistas territoriales que se produjesen. De esta forma, aragoneses y lusos formaron un ej�rcito conjunto que se enfrent� al castellano en la batalla del Campo de Espino (cerca de Sep�lveda), el 12 de abril de 1111, contra las tropas dirigidas por G�mez Gonz�lez, conde de Candespina, y su amant�sima reina do�a Urraca. La victoria sonri� al Batallador y a su aliado portugu�s, y no s�lo la victoria, sino que su principal enemigo, el conde de Candespina, hall� la muerte en el campo marcial, para desconsuelo de la reina. Pero la situaci�n dar�a un vuelco sorprendente d�as m�s tarde.

El monarca aragon�s entr� triunfalmente en Toledo el 18 de abril siguiente, lo que despert� las iras de Enrique de Borgo�a, ya que �ste se hab�a propuesto como objetivo la cesi�n de la ciudad imperial. Por otra parte, algunos magnates castellanos, entre los que destacaba el nuevo liderazgo de Pedro de Lara, sitiaron a los aragoneses en Pe�afiel. Entonces Enrique tuvo una entrevista secreta con do�a Urraca para pasarse a su lado y combatir juntos a Alfonso el Batallador, para lo cual el portugu�s cont� con la presencia de su esposa Teresa, hermana de Urraca, factor que, siguiendo a la leyenda popular, fue un craso error.

Al parecer, y seg�n el vulgo, era tal la enemistad entre ambas hermanas que Urraca tom� una decisi�n impensable para todos: reconciliarse con su esposo. Reunidos ambos en Carri�n de los Condes y hecha p�blica la reconciliaci�n por todo el reino, los monarcas portugueses reaccionaron con furia, pues procedieron a sitiar la villa palentina. Pero los nobles castellanos y leoneses acudieron en su ayuda, poniendo en fuga a los portugueses y asistiendo a lo que parec�a un feliz reencuentro entre rey y reina.

A�n quedaba por dilucidar la espinosa cuesti�n del infante Alfonso; la reina Urraca accedi� a entrevistarse con los principales nobles gallegos, entre ellos Gelm�rez, Arias P�rez (el nuevo custodio del futuro Alfonso VII), el conde de Traba y un misterioso Fernando Garc�a, de quien se sospecha que pudiera ser hijo del fallecido rey de Galicia, Garc�a I. Los rebeldes fueron claros: perd�n para todos por los delitos cometidos y proclamaci�n de Alfonso como rey de una Galicia independiente. La respuesta de la madre fue, evidentemente, afirmativa, lo que conllev� el que Alfonso fuera coronado en Santiago de Compostela el 17 de septiembre de 1111, bajo la promesa de que, inmediatamente despu�s de la coronaci�n, el p�ber Alfonso fuese llevado a Le�n, a brazos de su madre.

Es de suponer que, otra vez, la reacci�n del monarca aragon�s fuese col�rica contra su mujer, pues reuni� a su ej�rcito y atac�, a mediados de octubre, a la comitiva gallega que transportaba a Alfonso hacia Le�n en el paso de Viadangos (cerca de Astorga). Fernando Garc�a falleci� en la escaramuza, el conde de Traba fue hecho prisionero y Gelm�rez, a duras penas, pudo escapar hacia Galicia llev�ndose consigo a su rey, ante las lamentaciones de Alfonso y Urraca... pero por motivos distintos, naturalmente.

La coronaci�n de Alfonso como monarca galaico produjo una nueva separaci�n de Urraca y el Batallador, lo que encendi� de nuevo la mecha de la guerra civil. Para entonces, el conde don Pedro de Lara se hab�a convertido en influyente amante de Urraca. Hacia la primavera de 1112, Urraca pudo reunirse al fin con su hijo en Galicia, donde tambi�n recibi� apoyos, subsidios y tropas para enfrentarse a su esposo, que, cegado por la ira, cometi� toda clase de tropel�as en Castilla. Con los nuevos refuerzos y la direcci�n de Pedro de Lara, las tropas de do�a Urraca resistieron el cerco de Astorga y empujaron al ej�rcito del Batallador hacia Carri�n de los Condes.

En aquel momento, los consejeros de ambos monarcas acordaron una nueva tregua basada... en una nueva reconciliaci�n de los beligerantes c�nyuges, que se llev� a efecto en el invierno de 1112. La reina Urraca, acompa�ada de su esposo, viaj� hacia Zaragoza para compartir los tesoros de la recientemente conquistada ciudad del Ebro, pero apenas permaneci� unos meses: las desavenencias entre ella y su esposo eran insufribles, a pesar de que la llegada de un legado pontificio, el abad de Chiusi, intent� poner un poco de orden en una de las m�s ins�litas parejas de la Historia europea.

En Castilla, entretanto, la guerra continuaba y con buenas noticias para la reina: las tropas que permanec�an leales a su causa (dirigidas, obviamente, por Pedro de Lara), se hab�an hecho con el control de Sahag�n, Carri�n y Burgos, pero Urraca era plenamente consciente de que dichas conquistas s�lo obedec�an a que su todav�a marido se hallaba m�s preocupado de la situaci�n en Arag�n. Por ello, decidi� recurrir a una carta que no hab�a jugado todav�a: la del poderoso Diego Gelm�rez.

La entrevista se realiz� en mayo de 1113, y en ella el taimado Gelm�rez pidi� lo que m�s deseaba: que la di�cesis compostelana se convirtiese en arzobispado y, naturalmente, que �l ocupase el puesto de arzobispo. La reina Urraca le prometi� ambas cosas a cambio de ayuda militar, lo que signific� la espoleta para un nuevo enfrentamiento entre ella y Alfonso de Arag�n. En una acci�n conjunta, la guarnici�n aragonesa de Burgos fue sitiada por las tropas de Gelm�rez, mientras que Pedro de Lara y el ya veterano Pedro Froilaz, conde de Traba, detuvieron al ej�rcito de refuerzo, dirigido por el propio monarca aragon�s, en Villafranca de Montes de Oca. La situaci�n tensa se resolvi� de la peor manera posible: a instancias de Gelm�rez, Urraca y Alfonso firmaron una nueva reconciliaci�n, que dur� tan escaso tiempo como la anterior.

Tampoco puede concretarse, dado el historial anterior, que esta reconciliaci�n fuese m�s deseada que otras, pero el caso es que la entrada en escena otra vez de su hermana Teresa (ya viuda de Enrique de Borgo�a), desencaden� los acontecimientos. Teresa, en busca de una alianza con el rey de Arag�n, le inform� de que su hermana Urraca planeaba envenenarlo y hacerse con todos sus estados. Esta vez Alfonso el Batallador, sin buscar excesivas pruebas de que fuese cierto el rumor, no mont� en c�lera, sino que directamente repudi� a la reina Urraca, la expuls� de sus reinos y prohibi�, bajo pena de muerte, que alguien le diese cobijo.

Urraca, una reina abandonada

La ruptura definitiva con Alfonso el Batallador en 1114 provoc� un punto de inflexi�n, no ya en el devenir de la reina Urraca, sino en todo el reino de Castilla, hastiado de las luchas militares. Hay que destacar que el conflicto latente que subyac�a era el existente entre la alta aristocracia castellana, se�ores feudales, laicos o eclesi�sticos, que dominaban sus territorios a todo lance, y entre los incipientes concejos urbanos, siempre dispuestos a recortar el poder se�orial de la manera que fuese. Es evidente que mientras los primeros, con mayor o menor gana, cerraron filas hacia la reina, el embri�n de la burgues�a de los concejos castellanos apoy� siempre a Alfonso el Batallador, que era quien les garantizaba un proyecto pol�tico de paz y prosperidad en el �mbito peninsular.

Por esta raz�n, a partir de 1114 se abri� una etapa negra en el devenir de la reina Urraca: sin apoyo exterior, enemistada con Portugal, Navarra, Arag�n y Francia y con la amenaza de los musulmanes en la frontera del Tajo cada vez m�s latente. Por si fuera poco, parte de su reino (sobre todo el grupo burgu�s antes mencionado) se mostraba abiertamente partidario de Alfonso, a quienes se unieron ciertos magnates castellanos, hartos de que Pedro de Lara, rey de facto, se pasease por el territorio con �nfulas de rey. Pero a�n hab�a otro problema mayor: Gelm�rez.


Estatua de Doña Urraca

El verdadero dominador de la situaci�n era el ya obispo de Santiago, quien, con la ayuda del conde de Traba, impulsaba cada vez m�s la autonom�a del reino de Galicia, esgrimiendo a Alfonso como baluarte, pues sab�a que la reina jam�s ir�a en contra de su hijo. Claro que, desde la perspectiva de la reina, eran dos cosas distintas. En una de sus muchas demostraciones de car�cter, y cuando peor parec�an marcharle las cosas, por dos veces Urraca entr� en Santiago de Compostela para prender al obispo y por dos veces �ste se escap�, pero no se pudo evitar que la discordia civil se encendiese de nuevo.

Ante los recurrentes desmanes cometidos por el ej�rcito comandado por Pedro de Lara, Gelm�rez recurri� a la ayuda de Teresa de Portugal, que le envi� tropas para que sitiasen a Urraca en el castillo de Sobroso, fronterizo con Portugal. A su vez, Urraca logr� que se uniesen a su causa los habitantes de Santiago de Compostela, hartos del gobierno desp�tico de Gelm�rez. El caso es que las guerras asolaban otra vez Galicia y en el horizonte no se ve�a una soluci�n inminente, a pesar de que Urraca y Gelm�rez firmaron una especie de tregua en Tierra de Campos a principios de 1117.

El golpe de gracia lo dio tal vez el personaje m�s f�rreo y clarividente de una �poca en que tales valores no parec�an demasiado abundantes: Pedro Froilaz, el conde de Traba. �ste se hallaba junto al ya adolescente Alfonso en Toledo, donde el futuro rey velaba sus primeras armas contra los musulmanes. Enterado de las noticias que ven�an del norte, el conde resolvi� llevar a Alfonso a Galicia, donde el joven pr�ncipe expuso sus derechos a la corona de Galicia y a la de Castilla, instando a su madre a la concordia. As�, en mayo de 1117, Gelm�rez y Urraca firmaron el llamado pacto del Tambre, que puso fin a los conflictos b�licos y que, de manera m�s que evidente, consolid� el futuro de Alfonso en el trono castellano.

Resulta complejo el determinar, aun con el paso de los tiempos, cu�les fueron las motivaciones que impulsaron a do�a Urraca en sus �ltimos a�os para continuar en la brecha b�lica, sobre todo con la cuesti�n de Santiago de Compostela. Uno de los hitos de su vida tuvo lugar el mismo a�o de 1117, durante nuevas conversaciones entre reina y obispo en la capital jacobea que derivaron en mot�n. Urraca y Gelm�rez tuvieron que refugiarse en la torre del palacio episcopal, pues los insurrectos hab�an prendido fuego a la catedral en busca de venganza.

Cuando por fin el populacho hall� el escondite de reina y obispo, las reacciones de ambos bastan para situar a cada uno en el lugar que le corresponde: Gelm�rez arranc� la capa a un pobre vagabundo y escap� embozado, trepando por los tejados de la ciudad hasta refugiarse en la iglesia de Santa Mar�a. La reina Urraca fue violentamente atacada y despojada de sus ropas; pero aun as�, en pa�os menores, plant� cara a los amotinados y les conmin� a que expusiesen sus quejas, ayudando con ello a calmar la violenta situaci�n. Finalmente, accedi� a relevar a Gelm�rez como se�or jurisdiccional de la ciudad y a reponer la justicia. Incluso en tales circunstancias vergonzantes, una reina deb�a comportarse como una reina.

Tal vez otra muestra m�s de car�cter sea el que no cumpli� nada de lo prometido, sino que, con la ayuda del conde de Traba, llev� a cabo una violenta represi�n contra quienes hab�an protagonizado el mot�n. Eso s�: jam�s perdon� a Gelm�rez y, de hecho, sus �ltimos a�os se caracterizaron por el respeto a la figura de su hijo, a todas luces el personaje dominante tras una �poca confusa (Pedro de Lara tambi�n hab�a fallecido ya), pero tambi�n por continuar con la implacable persecuci�n contra el obispo compostelano, al que lleg� a hacer prisionero en 1121. Pero para entonces las cosas hab�an cambiado y Gelm�rez se hab�a ganado la simpat�a de los compostelanos por haber organizado la exitosa defensa de las costas gallegas del a�o anterior, en la que repeli� un ataque de piratas almor�vides.

Para frenar las ansias de su madre contra el arzobispo (historia truculenta donde las haya), Alfonso, a la saz�n un joven ya de veinte a�os, se arm� caballero en la catedral de Santiago en 1124, ceremonia que signific� la retirada de la escena pol�tica de Urraca, para alivio de Gelm�rez. La ind�mita reina castellana falleci� en Salda�a, el 8 de marzo de 1126, y su hijo hered� sin mayor problema el reino de Castilla y Le�n.

C�mo citar este art�culo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].