El compromiso de los obispos con la Catedral de Jaén

El compromiso de los obispos con la Catedral de Jaén

La historia de la construcción de la Catedral de Jaén va irremediablemente unida a la implicación de sus obispos y a la maestría de las indicaciones legadas por Vandelvira a sus discípulos para la continuidad de su obra en el templo.

El compromiso de los obispos con la Catedral de Jaén (Francisco Juan Martínez Rojas)

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En abril de 1575 fallecía, en Jaén, el arquitecto Andrés de Vandelvira, dejando prácticamente acabada la zona sureste de la nueva catedral renacentista.

En su testamento, Vandelvira recomendó al cabildo que prosiguiera la obra, como nuevo arquitecto, su aparejador Alonso Barba, que debió luchar para que el proyecto vandelviriano no fuese modificado sustancialmente con el objetivo de ahorrar gastos ante la crisis económica que marcó la historia de España en la segunda mitad del siglo XVI.

El pontificado del obispo de Jaén Francisco Delgado, que rigió la diócesis del Santo Reino de 1566 a 1576, estuvo marcado por dos hechos que revelan las complicadas circunstancias en las que entonces se hallaba inmersa España. Por un lado, la rebelión de los moriscos en las Alpujarras granadinas y, por otro, el encargo que Francisco Delgado recibió de Felipe II para llevar los cuerpos reales al panteón del Escorial, edificio emblemático no solo de las directrices artísticas del Rey Prudente, sino de su ambiciosa política internacional, que tanto pesó en la realidad económica y social de los reinos de la monarquía hispana.

La fuerte presión fiscal que provocaba la política internacional de Felipe II, con las repetidas bancarrotas de la hacienda castellana (1557, 1576, 1596), repercutió en el flujo de capitales para la construcción de la catedral de Jaén, por lo que se hizo necesario buscar nuevas fuentes de financiación.

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Arcos de medio punto y columnas estriadas en la logia de la portada sur de la catedral. FOTO: PARTAL.

En la reunión capitular, celebrada el 29 de diciembre de 1574, el cabildo catedralicio dio poder al canónigo obrero, Dr. Matías Rodríguez Melgar, para que tratase con el obispo Delgado «el aumento de la fabrica desta sancta yglesia y hagan lo que más convenga»; pero poco pudo hacer Francisco Delgado.

El ritmo de edificación de la nueva iglesia mayor sufrió un proceso de ralentización que culminó definitivamente con la paralización de los trabajos de construcción de la Catedral de Jaén, como atestiguan las inscripciones que señalan los últimos años de este primer periodo de la obra: 1577 (la bóveda de la Sacristía mayor) y 1579 (encima de la segunda capilla de la nave de la epístola).

El sucesor del obispo Francisco Delgado, Diego Deza, postrado en Sevilla por una seria enfermedad, nunca llegó a residir en Jaén. Sin embargo, tanto el provisor que nombró el obispo Deza como el cabildo intentaron buscar una nueva solución para suplir la falta de fondos que amenazaba con interrumpir la construcción de la nueva catedral giennense.

Desde Sevilla, el 27 de abril de 1577, el prelado respondía a una carta del cabildo catedralicio sugiriendo que, para socorrer a la fábrica de la catedral de Jaén, las iglesias rurales del obispado podrían prestarle sus rentas. Después de examinar la propuesta del obispo, el 31 de mayo de 1578, con la autorización del mismo Diego Deza y con el acuerdo del cabildo, el provisor del obispado Miguel González de la Prida firmó un decreto por el que unió las rentas de las parroquias rurales del obispado de Jaén a la fábrica de la catedral. Estas parroquias eran: el Salvador del Alcázar de Jaén, Otíñar, Magdalena de Castro, Tobaruela, San Bartolomé de Estiviel, Belmez y Recena, Torregarcifernández, Torre de San Juan y Villarpardillo.

Sesenta años para avanzar con las nuevas obras en la catedral de Jaén

En 1580, Francisco Sarmiento de Mendoza, obispo de Astorga, fue trasladado a Jaén por Gregorio XIII, previa presentación de Felipe II. Con unas ideas muy austeras sobre las construcciones eclesiásticas, el obispo Sarmiento se oponía a cualquier gasto suntuario, pero eso no fue un obstáculo para que intentase reiniciar las obras.

Para ello, convocó en Jaén a un grupo de arquitectos, entre los que estaban Francisco del Castillo y el jesuita Juan Bautista Villalpando, para recabar su opinión sobre la viabilidad de los trabajos de edificación de la nueva catedral, siguiendo fielmente la traza que había dejado Vandelvira. Pero, con los recursos con que entonces contaba se hacía casi imposible la prosecución de las obras, tal y como estaba diseñado el nuevo edificio en el proyecto vandelviriano.

El parecer de algunos de los especialistas convocados era remodelar y simplificar notablemente el diseño de Vandelvira para ahorrar gastos, pero Alonso Barba, su fiel continuador al frente de las obras, defendió tenazmente la necesidad de no alterar el modelo vandelviriano, siendo preferible que se suspendiesen las obras hasta que hubiera una financiación suficiente para seguir con fidelidad el plano que había dejado el maestro; de ahí que surgiesen nuevas propuestas para allegar fondos.

El 25 de noviembre de 1591, el Dr. Cristóbal de Villanueva, procurador del cabildo en Roma, advertía de la dificultad para que la Santa Sede consintiese en la aplicación de las rentas de los beneficios vacantes para la obra nueva. Su sucesor, Juan de Bargondia, comunicaba asimismo al cabildo, en carta del 19 de abril de 1592, su intención de solicitar a Clemente VIII la concesión de los frutos de los primeros años en que vacasen los beneficios del obispado de Jaén para la obra nueva de la catedral, como sucedía en varias diócesis españolas.

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El obispo Francisco Sarmiento de Mendoza. FOTO: ASC.

Pero las gestiones de los sucesivos procuradores del cabildo en Roma no surtieron los efectos deseados y la interrupción de las obras fue un hecho. Así se cerraba el siglo XVI, una centuria que había conocido la realización del último proyecto gótico, el del obispo Alonso Suárez, y la edificación de la primera fase de la catedral renacentista de Jaén, según el diseño de Andrés de Vandelvira, un proyecto que la escasez de fondos parecía condenar a la paralización total.

Casi sesenta años duró la suspensión de las obras, hasta que el cardenal Baltasar de Moscoso y Sandoval, obispo de Jaén de 1619 a 1646, decidió proseguir la edificación, recabando nuevos fondos según un acuerdo que firmó con el cabildo. El jesuita Alonso de Andrade, primer biógrafo del purpurado, describe así la iniciativa del cardenal: «Quando entró en la Iglesia de Jaén, sintió mucho verla tan corta, y deslucida como estaba, así por ser casa de Dios y la metrópoli de todo el Obispado, como por ser depósito de tesoro tan inestimable como es el Sagrado Rostro de Christo nuestro Señor, estampado en el lienço de la muger piadosa Berónica el día de su passión con manifiesto milagro [...]. Movido, pues, el religioso Cardenal de su santo zelo y viendo comenzado en la catedral un sumptuoso edificio, con admirable planta y totalmente olvidado, por falta de medios para proseguirle [...] trató muy de veras con su cabildo de proseguir la obra començada, venciendo con ánimo valeroso mares y montes de dificultades».

De 1630 a 1633 el cardenal Baltasar de Moscoso y Sandoval formó parte de la legación cardenalicia que, por orden de Felipe IV, marchó a Roma para intentar que Urbano VIII fuese más proclive a los Habsburgo en la guerra de los Treinta Años. Este viaje a Italia le llevó también a Nápoles, Loreto, Milán —donde veneró los restos de su admirado San Carlos Borromeo— y Venecia.

El cardenal Moscoso aprovechó su estancia en Roma, y su presencia en la curia, para establecer relaciones con los cardenales nepotes de Urbano VIII con el fin de conseguir uno de sus proyectos más acariciados: la continuación de las obras de la catedral de Jaén. Y esas gestiones, pasado poco tiempo, surtieron efecto.

Las actas capitulares reflejan fielmente las gestiones realizadas por Baltasar de Moscoso y Sandoval para relanzar los trabajos de construcción de la iglesia mayor. En el cabildo celebrado el 25 de enero de 1634, el canónigo Pedro de Losada, en nombre del cardenal, comunicó al cabildo que el prelado tenía una propuesta para proseguir la obra nueva.

Tras nombrar una comisión, el 3 de febrero de 1634, con asistencia del cardenal, se celebró otro cabildo en el que el purpurado expuso su plan para recabar nuevos recursos económicos para la construcción del templo catedralicio: don Baltasar de Moscoso y Sandoval, en nombre propio y de sus sucesores, se comprometía a entregar 2000 ducados anuales de las rentas episcopales, igualmente proponía que el cabildo catedralicio contribuyese con 1500 ducados de la mesa, mientras que la fábrica de la catedral podría entregar 500 ducados, con lo que se completarían los 4000 anuales que se estimaban necesarios para reiniciar las obras.

El cardenal Baltasar de Moscoso y Sandoval se comprometía, también, a aplicar las rentas de las vacantes de los prioratos, o beneficios curados, de los beneficios prestameros y la octava parte de las rentas de cada parroquia del obispado, para lo que sugería que se pidiera confirmación al papa.

Ese mismo día, obispo y cabildo se comprometieron mediante una escritura pública, otorgada ante Salvador de Medina, y en jornadas sucesivas se entablaron negociaciones con el arquitecto Juan de Aranda Salazar para que se hiciese cargo de la dirección de las obras, rubricando el acuerdo mediante escritura notarial ante el mismo escribano público.

La elección de Aranda Salazar no fue gratuita, ya que el plano que presentó al cabildo y al cardenal Moscoso era el más fiel a la traza que había dejado años atrás Andrés de Vandelvira.

Después de recabar el consentimiento de Felipe IV, como patrono de las Iglesias de España, para esta operación económica, el abad Domingo Passano, agente del cardenal Moscoso y Sandoval en Roma, presentó la súplica del obispo y cabildo de Jaén a Urbano VIII, y el papa Barberini confirmó el acuerdo entre el purpurado y el capítulo catedralicio mediante unas letras apostólicas en forma de breve, fechadas en Roma el 8 de enero de 1635.

El documento pontificio, después de hacer una historia de la construcción de la catedral resaltando la interrupción durante sesenta años, especificaba el acuerdo suscrito entre el cardenal y el cabildo ratificándolo por espacio de veinte años. Además de ello, y por propia iniciativa, el papa contribuía a la obra añadiendo otros recursos económicos, ya que, habiendo escuchado el parecer de la Congregación del Concilio, ordenaba que se aplicasen también las rentas provenientes de las vacantes de los beneficios simples y de las prebendas y dignidades del obispado de Jaén, igualmente por espacio de veinte años.

El 6 de marzo de 1635, el canónigo Pedro Losada, en nombre del cardenal Baltasar de Moscoso y Sandoval, presentó al cabildo el breve de Urbano VIII y, apenas un mes más tarde, se mudó ya el Santísimo Sacramento y se empezó a derribar la capilla mayor de la antigua catedral gótica. Se retomaban así las obras con un ritmo que fue casi continuo hasta su finalización.

El mismo biógrafo citado del cardenal, Alonso de Andrade, refleja también en su obra el interés que demostró Moscoso por el ritmo de los trabajos de construcción: «Puso manos al edificio y prosiguió la fábrica, y como si no tuviera otra cosa que atender, era como sobreestante por tarde y mañana, asistiendo a labrar las piedras, y a ponerlas, y a traer los materiales, advirtiendo lo que juzgaba conveniente, y animando a todos con su presencia y sus palabras, y con dádivas y regalos, que son espuelas y acicates para hazer caminar a semejantes personas: en tanto grado fue esto, que jamás dexó de solicitar esta fábrica, hasta que estuvo acabada, y siendo Arçobispo de Toledo embió un buen beneficio al Maestro Mayor para un hijo suyo[...]».

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Hoja del plano general de la Catedral de Jaén, del Libro de cortes de piedra de Alonso de Vandelvira. FOTO: ARTURO ARAGÓN MORIAGA

El ritmo fue continuo y bajo la dirección de Aranda se edificó la cabecera de la nueva catedral, que aprovechaba los cimientos de la antigua mezquita y de las precedentes catedrales góticas en Jaén. Y que, al ser plana, permitía acoger a más fieles en las naves laterales, de la misma longitud que la central.

Aranda continuaba así la disposición espacial señalada por Vandelvira, al colocar la Sala Capitular con su eje longitudinal en dirección perpendicular al de la Sacristía Mayor, lo que obligaba a evitar una cabecera semicircular.

La fidelidad de Aranda al plano de Vandelvira se puso de manifesto también en la adopción de la bóveda vaída para cubrir las naves, aunque más tarde hubo un cambio en el gusto decorativo que, siendo escueto en las de Vandelvira, en esta fase se enriqueció con motivos geométricos y vegetales manieristas. Quizás, la mayor novedad del diseño de Aranda fue la inclusión de una gran cúpula barroca cubriendo el crucero.

La construcción fue tan constante que, cuando falleció Aranda, en 1654 se había levantado ya la cabecera de la nueva catedral y las naves centrales del evangelio y de la epístola, hasta el crucero. De manera que, en 1660 se pudo consagrar al culto la parte construida, que materializaba el proyecto original de Andrés de Vandelvira excepto algunas variaciones.

Idiosincracia del cardenal Baltasar de Moscoso y Sandoval

Tras su vuelta de Italia, en 1633, don Baltasar de Moscoso y Sandoval puso especial empeño en fomentar la piedad eucarística y la devoción mariana del pueblo, especialmente a la Inmaculada, en cuyo honor levantó la portada norte de la nueva catedral de Jaén.

En su estancia romana costeó un «triunfo» de la Inmaculada para la iglesia de Santiago de los Españoles, que realizó el pintor Louis Cousin —Luigi Primo Gentile— y que, en la actualidad, se conserva en la capilla del Pilar de la Iglesia Nacional Española de Santiago y Monserrat de Roma.

El 8 de diciembre de 1645, Baltasar de Moscoso y Sandoval, junto con el cabildo catedralicio y el municipal, realizó el voto inmaculista en la catedral de Jaén. El cardenal obispo de Jaén celebró, de pontifical, la misa de la solemnidad de la Inmaculada y, según estaba previsto, se leyó el juramento y voto de defender «que la Purissima Reyna de los Angeles María nuestra Señora fue concebida sin la mancha del pecado original».

En el espléndido marco de la celebración, el cardenal Moscoso prestó juramento. Y, tras él, todos los prebendados, canónigos extravagantes, capellanes y ministros de la catedral, así como el Cabildo municipal al completo, que también había asistido a la ceremonia. Igualmente, juraron todos no pedir, ni al papa ni al nuncio, la relajación o dispensa del juramento que habían prestado, por el riesgo de ser tenidos por perjuros y de incurrir en penas.

Era esta la última prueba del fervor inmaculista del cardenal Baltasar de Moscoso y Sandoval quien, unos meses más tarde, fue trasladado como arzobispo primado a Toledo.

Desde la primera dignidad de la Iglesia española, siguió impulsando la devoción a este misterio mariano, como Presidente de la Real Junta de la Inmaculada Concepción. También se distinguió por pertenecer a la Hermandad de Defensores de la Purísima Concepción, fundada en Madrid por la madre Luisa de la Ascensión y de la que fueron miembros, entre otros, Tirso de Molina y el jesuita Rivadeneira.

Por otro lado, el cardenal Baltasar de Moscoso y Sandoval también promovió la investigación histórica y arqueológica de los orígenes del cristianismo en Jaén, apoyó la publicación de varias obras sobre la historia eclesiástica de la provincia, como las del maestro Rus Puerta (1632) y de Martín Ximena Jurado (1654) y continuó favoreciendo la búsqueda de pruebas arqueológicas y documentales que avalasen el origen casi apostólico de la Iglesia en Jaén y el testimonio martirial de muchos de sus miembros.

En Arjona, las reliquias de san Bonoso y san Maximiano, junto con las de otros mártires que sufrieron tormentos en Arjona, aparecieron el 14 de octubre de 1628 y los años subsiguientes, entre los muros del antiguo Alcázar.

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El cardenal Baltasar Moscoso Sandoval. FOTO: ASC.

En 1634, y bajo la dirección de Juan Aranda Salazar, empezaron las obras del santuario que albergaría las reliquias, cuya historicidad se basaba en documentos poco fiables, a pesar de los impresos que defendían su autenticidad, como el Memorial del pleito sobre el reconocimiento, aprobación y calificación de los milagros, veneración y colocación de las reliquias de los Santuarios, que se descubrieron en la villa de Arjona, y el Memorial sobre la calificación de las reliquias de los Santos Martyres de Arjona, que el jesuita Bernardino de Villegas dedicó a Moscoso.

Un proceso similar se produjo en Baeza y en la entonces conocida como Villanueva de Andújar, con Santa Potenciana: en 1628 se abrió su sepulcro y las reliquias fueron llevadas a Villanueva, mientras se construía una nueva ermita; algunas se enviaron a Andújar y otras a la catedral de Jaén. En 1636 se oficializó el culto, por decreto del cardenal obispo Moscoso, y fue canonizada en 1638 durante el papado de Urbano VIII. Las reliquias se instalaron en la nueva ermita el 15 de abril de 1640.

Moscoso abrió, en 1627 el proceso de beatificación de San Juan de la Cruz, fallecido en Úbeda en 1591.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Interesante o Muy Historia.

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