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Tomás de Aquino: modelo de vida, como hombre y hombre de Dios

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Por: María Esther Gómez de Pedro

Directora nacional de Formación e Identidad

Instituciones Santo Tomás


Este 18 de julio recordamos un hito importante en la vida de Tomás de Aquino: los 700 años de su canonización. ¿Es relevante? Sí, porque los santos, encarnaron el ideal evangélico, son propuestos como modelos de vida que lograron ser la mejor versión de sí mismos. La persona santa es siempre muy humana que, con sus gestos concretos, muestra que es posible la santidad

En concreto, la Iglesia propone como ideal de excelencia humana a este italiano del siglo XIII. Destacó porque potenció y enriqueció su capacidad intelectual y su comunicación, posiblemente gracias al estudio y la oración serias al servicio de la verdad científica y teológica. Fue un hombre de voluntad firme y constante que supo vencer las dificultades que iban surgiendo cuando quería realizar su vocación, era incansable en la constante búsqueda de respuestas a las grandes preguntas de la vida y del sentido último. También fue modelo de afabilidad y de cortesía, como le describen los testigos del proceso, que sabía tocar el alma sensible en sus prédicas y exhortaciones al llevar al pueblo a las lágrimas, como atestiguan otros, que se abstenía no corregía en público a aquellos estudiantes que erraban para no crear desconfianza en sus fuerzas, y que en sus relaciones fraternales acudió a resolver problemas familiares cuando fue necesario y estaba disponible para viajar a cualquier lugar de Europa para el bien de sus hermanos frailes. Fue un hombre que vivió desprendido de los bienes terrenos y libre para las cosas de Dios, porque buscaba Su voluntad y la vivía en su vida de manera alegre y coherente.

Al proclamarle santo, la Iglesia le propone como modelo de santidad para los fieles como una válida interpretación del Evangelio, no sólo para su tiempo. Se cuentan algunos milagros en vida y otros tras su muerte. Era un hombre de profunda oración y vivía la unión con Dios con una naturalidad pasmosa; varias de las elevadas doctrinas de sus escritos las aprendía o veía en la oración, y llegó a afirmar que el conocimiento de Dios en esta vida es imperfecto, aunque a algunos se les concede por pura gracia un conocimiento directo: místico. Los análisis que hace en la Suma Teológica de la Pasión de Cristo parecen los de un testigo, por su profundidad y verdad.

Un alma grande

Sus capacidades, que eran tan notables, nunca las utilizó para su beneficio propio sino para alabar a Dios y edificar y elevar a los demás. Su fino análisis de las virtudes y vicios humanos siguen siendo un auténtico tratado de psicología humana aún no superado por el que van desfilando fenómenos como el temor, el sufrimiento, la alegría o la esperanza, la desconfianza, la prudencia y la precaución o, por el contrario, precipitación o la pusilanimidad, y muchos más. Cuánta delicadeza en sus distinciones entre los actos que embellecen nuestra personalidad y los que la afean, amén de sus efectos en la vida social. Su tratado sobre la ley y sobre las virtudes sociales podrían tener el derecho a figurar entre las páginas más leídas por su utilidad.

Un hombre que ordenó todo para orientarse al fin último de la vida y que hizo de su vida un disparo a la eternidad, como siglos después vivió el santo chileno P. Hurtado, descubriendo en todo lo creado la huella del Creador y obrando en cada momento para que sus acciones reflejaran la luz que recibía de lo alto y de su inteligencia.

La de Santo Tomás ha sido un alma grande, magnánima, que vivió eso que escribió: “Es propio del sabio hacer agradable la vida de quienes le rodean”. En efecto, ayudó a muchos, entonces y ahora, a avanzar en la comprensión de la humanidad, en los misterios de Dios en lo que tienen de inteligible y que por eso invita a elevar la mirada al fin último que ya en esta vida puede vivirse de manera incoada: vivió y su doctrina recuerda que somos hechura de Dios y solo conociéndolos y amándole lograremos esa felicidad cabal que anhelamos todos. Por eso apuesta por un uso de la libertad conforme a la verdad del ser humano: es decir, habituándola a escoger siempre el verdadero bien para uno mismo y para la sociedad, en la medida en que ese bien perfecciona.

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Esta celebración de los 700 años puede ser una oportunidad estupenda de redescubrir los tesoros de este hombre que vivió la aventura humana iluminando a su alrededor, como una luz apacible que recibe su fuerza de otra luz mayor y que la entrega a otros.

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