Sobre sir Thomas Picton. Del ayer al hoy de la Batalla de Waterloo. (1815-2020) | El correo de la historia >
Carlos Rilova

El correo de la historia

Sobre sir Thomas Picton. Del ayer al hoy de la Batalla de Waterloo. (1815-2020)

Por Carlos Rilova Jericó

Este lunes pensaba escribir sobre la Batalla de Waterloo, pues este jueves se cumplen 205 años de ese hecho que, qué duda cabe, cambió la Historia del Mundo.

Así que, probablemente, habría escrito aquí única y exclusivamente de esos hechos. Por ejemplo, de la toma de la granja de Hougoumont a golpe de hacha por unos heroicos soldados de Infantería franceses, de su defensa por las tropas aliadas, de la muerte épica de muchos personajes anónimos en las sucesivas cargas y contracargas que se dieron ese día… O de los olvidados de aquellos hechos. O de cómo lo vivió el vizconde de Chateaubriand. O de los cuadros de Infantería británicos y de la carga desesperada de Ney contra ellos. O de que Wellington no quiso disparar sobre Napoleón, aunque sus baterías lo tenían a tiro al comienzo de la batalla. Favor que los franceses le devolvieron bombardeando a placer -y con fúnebres resultados- el puesto de mando británico hasta que, al final de la batalla, tan sólo quedaban ilesos dos oficiales: el propio Wellington y uno de sus enlaces, el general español Álava.

Podría también haber hablado de que aquella batalla fue, en realidad, una campaña, en la que, a veces, se ganó la guerra sin disparar un sólo tiro. Como les ocurrió a las tropas españolas desplegadas en los Pirineos. O de cómo se vio todo esto en películas como la magnífica “Waterloo” de Sergei Bondarchuk.

Sin embargo, como vivimos en tiempos anómalos, en lugar de centrarme en tan atractivas cuestiones históricas, este lunes voy a tener que hablar sólo -o casi- de un único protagonista de los hechos: el general británico sir Thomas Picton. Seguro que les suena mucho a fecha de hoy, porque hay ahora por todo el Mundo gente pidiendo su cabeza -con efecto retroactivo- por esclavista y presunto brutal racista…

La polémica ya saben de dónde viene. Las muy legítimas protestas por la muerte de un ciudadano negro estadounidense -George Floyd- a manos de agentes de la Policía de Mineápolis -ciudad bajo control del Partido Demócrata que ahora carga, por si acaso, contra Donald Trump – han derivado en la exigencia de algunos demagogos de que se quiten de en medio ciertas estatuas. Por ejemplo la de sir Winston Churchill o la de Thomas Picton. Las de Colón también han sido víctimas propiciatorias. Sin embargo, incomprensiblemente (perdón por el sarcasmo), mientras escribo este nuevo correo de la Historia, nada han dicho esos indocumentados demagogos de aniquilar estatuas como las de Thomas Jefferson o las de George Washington, que también fueron notorios esclavistas… Tampoco han dicho nada sobre demoler los monumentos nacionales erigidos en Estados Unidos a los llamados “soldados búfalo”. Tropas de raza negra del 9º y 10º de Caballería estadounidense que masacraron a miembros de las naciones sioux, cheyenne y otras entre 1866 y 1890. En claras agresiones racistas de blancos y negros unidos contra esos americanos nativos cuyas vidas, al parecer, nada importan. O quedarían revindicadas haciendo pagar la cuenta a las estatuas de Cristóbal Colón que, para 1866 -eso es históricamente innegable- llevaba bastante tiempo muerto…

Así pues, con algo de resignación y esperando a que vengan tiempos mejores, más democráticos y libres, nos centraremos hoy en la Batalla de Waterloo, pero para hablar, sobre todo, de sir Thomas Picton, devenido enemigo público número 1 de gentes que -eso no hace falta mucho esfuerzo para verlo- no tienen mucha idea de en qué consiste realmente la Historia. Algo que, sin duda, es lo que les lleva a valorar en tan poco, también, la democracia y las libertades públicas básicas de las que ellos usan y abusan.

Empecemos pues a hablar del Picton real, no del imaginado. Sir Thomas nació en Gales en 1758 y murió en Waterloo. Esa fue su última acción y fue ciertamente flamante. Así es. Thomas Picton murió al frente de una carga en esa batalla de Waterloo, a caballo y vestido con ropas de civil de esa época. Es decir, con sombrero de copa alta, frac… y, dicen, con un paraguas en lugar de con el sable de oficial reglamentario.

No era la primera vez que eso le ocurría al general Picton. Como veterano de la Guerra de Independencia española (la que los británicos llaman “Peninsular War”) hubo otros enfrentamientos con los franceses a los que acudió con un atuendo nada militar. Incluso tocado con su gorro de dormir…

Todo esto, que podría parecer anecdótico, no es sino una serie de pinceladas que tratan de mostrar lo complicado que es un personaje histórico y lo inadmisible que es que masas enfurecidas -¿tal vez también convenientemente manipuladas por determinados poderes totalitarios con afanes de conquista mundial?- se crean con derecho a impartir lecciones de Historia con una piqueta de demolición en la mano y mostrando un nauseabundo desconocimiento de una ciencia compleja como la Historia.

Centrémonos, así pues, en lo que realmente hizo el general Picton un 18 de junio de 1815 en los campos de Waterloo. Allí sir Thomas y muchos otros oficiales y soldados de distintas nacionalidades -británicos, austriacos, alemanes, españoles, belgas, holandeses…- formaron en línea. Para jugarse la vida -y perderla, como fue el caso de Thomas Picton- a fin de derrotar a un dictador. El dictador en concreto era Napoleón Bonaparte.

En su lista de logros dictatoriales (por si no lo saben esos airados manifestantes que han pasado de defender una causa justa a reescribir la Historia faltando a la verdad) estaban los de cerrar los periódicos que le criticaban, encerrar en manicomios a posibles opositores a su régimen y, ya que estamos en ello, restaurar la esclavitud en las colonias de las Antillas francesas, después de que fuera abolida por la revolución de 1789 con no poco debate. Del cual, por cierto, salen bastante mal retratados -para el gusto de esos manifestantes demoledores- algunos individuos que hoy disfrutan, tranquilamente, de calles y estatuas a las que nadie ha echado el ojo inquistorial encima. Seguramente por esa ignorancia en la materia bien demostrada durante toda esta semana…

Vistas así las cosas, la estatua de sir Thomas Picton, sería la de un auténtico héroe que, jugándose la vida, como muchos otros oficiales y soldados aliados, nos libró de la evidente amenaza que suponía un autócrata que, llenándose la boca con la retórica incautada a la revolución francesa, no tenía problema, en cambio, en decretar que la esclavitud negra siguiese campando por sus respetos en sus dominios imperiales…

Así pues, ¿qué vamos a hacer este 18 de junio de 2020, cuando se cumplan 205 años de la muerte de sir Thomas Picton? ¿Recordarlo como el acusado de brutalidad racial llevado ante los tribunales británicos por esta causa, en 1803, para ser exonerado después? ¿Que torturó legalmente a la mulata Luisa Calderón de acuerdo a la Ley española en Trinidad? ¿O que Picton era amante de otra mulata, la traficante de esclavos Rosetta Smith, señalada como la principal inductora de muchos actos cuestionables del general?

La insensatez en torno a esta cuestión de la supresión de la estatua de Picton, es evidente pues. Si comenzamos a andar sobre semejante terreno, si autoridades legítimamente elegidas -como el Ayuntamiento de Cardiff- empiezan a ceder ante esa visión plana y torticera de la realidad, lo que puede venir es un mundo de pesadilla.

Uno en el que plataformas de Cine como HBO tendrán que empezar a pensar no sólo en eliminar de su catálogo -o subtitular en neolengua orwelliana- películas como “Lo que el viento se llevó” o “Fahrenheit 451”, sino también la versión cinematográfica de George Pal de “La máquina del tiempo” de H. G. Wells (socialista militante, por cierto). Pues en ella -y en el libro- se cuentan cosas que podrían llevar a terribles asociaciones de ideas hoy día. Por ejemplo, que en el futuro la clase obrera -revolucionaria, progresista en su día…- evoluciona hasta convertirse en una casta de señores -los Morlocks- que, a golpe de látigo, dominan a una élite inerte -los Eloi- que ha permitido que las bibliotecas se pudran y sólo sirven para quedar hipnotizados por unas sirenas de alarma que avisan de un peligro que ya pasó hace mucho tiempo… Las mismas que los conducen de cabeza a los mataderos donde los Morlock los convierten en carne picada para alimentarse con ella en una forma de siniestro canibalismo…

Así pues ¿empezamos por aniquilar las estatuas de sir Thomas Picton este 18 de junio de 2020, en el 205 aniversario de su muerte en Waterloo y seguimos después con las de H. G, Wells? ¿Quemamos también sus libros? ¿Y por qué detenerse ahí? ¿No habría que borrar también de la existencia y del recuerdo libros sobre la Batalla de Waterloo como el “Napoleón y Wellington” del historiador Andrew Roberts?

Tengamos presente que ese libro de Historia tiene la desfachatez de recordar que en Londres, en junio de 1815, cuando iban llegando noticias como la de la muerte de Picton, los liberales británicos creyeron que Napoleón había ganado la batalla y se dedicaron a celebrar por todo lo alto el triunfo de aquel tirano militar. El mismo que restauró la esclavitud negra en las Antillas… Así las cosas, alguien podría sentirse ofendido, de nuevo, por tal asociación de ideas históricas. Pues en buena lógica ese alguien, por su inquina hacia Picton, se vería en compañía histórica de Napoleón. Lo cual lo retrataría como un antifascista amigo, después de todo, de dictadores esclavistas…

El 18 de junio de 1815 muchos dieron su vida para que Europa no acabase bajo la tiranía napoleónica, que arruinó miles de vidas disfrazando afanes depredadores bajo la bandera de la revolución francesa. Gracias a esos soldados y oficiales, en apenas quince años, la monarquía parlamentaria británica sobrevivió y avanzó hacia la democracia tal y como la hemos conocido hasta este año 2020. No sólo eso. Ayudó también, derramando más sangre, a que en España, Francia, Bélgica y Portugal se asentasen nuevas monarquías parlamentarias que también avanzaron en esa dirección.

Sir Thomas Picton, al margen de los sucesos de las Antillas, fue uno de esos hombres que, finalmente, dio la vida por esa causa. Cuidado pues con atacar estatuas de personas con una historia personal tan compleja como la que he reseñado aquí.

El resultado podría ser una pavorosa distopía en la que el Fascismo sería impuesto ahora por vía de un presunto antifascismo y entre las ruinas humeantes de archivos y bibliotecas. Entre los restos de todo lo que significa hoy, todavía, la palabra “civilización”. Esa que ha ido evolucionando para impedir abusos tales como la esclavitud -tanto de blancos como de negros o asiáticos- y para mostrar que las dictaduras -sean del signo que sean- no son la solución a nada. Y menos aún a una organización de la vida en común que merezca el calificativo de verdaderamente humana …

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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