The Voyeurs puede ser un poco decepcionante si no sabes lo que estás mirando. Como revisión de La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock y de la mirada voyerista adolece de los mismos problemas que La mujer en la ventana: la película se toma demasiado en seria a sí misma, cerca del final se suceden los truculentos giros de guión sin sentido -hay, por lo menos, cinco finales seguidos en que piensas que va a acabar la película- y tiene un serio problema con la verosimilitud.

Hay que mirar a The Voyeurs con buenos ojos. Nada más comenzar, un trávelin avanza con suavidad por la calle y gira la esquina hacia un local de lencería, atraviesa el escaparate y mira hacia el fondo a través de las cortinas entreabiertas de un probador: una mujer increíblemente atractiva en un bodi íntimo se contempla en el espejo. De pronto, nos advierte en el espejo. Nos ha visto, y cierra las cortinas con enfado. Saltan los créditos. El director Michael Mohan ha presentado sus mejores armas. El juego de espejos y de miradas en que consiste el film, el recordatorio de que tú y yo -a este otro lado de la pantalla- formamos parte de ello y aquello que la convierte en un placer culpable, a saber, los momentos de intimidad de vamos a poder atisbar. The Voyeurs está muy lejos de figurar entre las mejores películas eróticas y no tiene la perversa inteligencia de un psicothriller como Instinto básico, pero al menos viene con moraleja. Aunque bien pensado puede que ese sea el problema.

La mujer de la tienda de lencería es Sydney Sweeney, y en el juego metaficcional que propone Mohan no queda claro si en esta primera escena se trata de la actriz o del personaje. The Voyeurs es ella, que sostiene toda la película en un papel que debería transformarla de la magnífica actriz secundaria de series como Euphoria y The White Lotus en una estrella protagonista. Aquí está radiante como una joven algo ingenua que ha pasado toda la vida estudiando para llegar a donde está y, ahora que lo ha conseguido, no sabe vivir si no es a través de los demás.

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Durante las dos horas que dura la película hay mucho sexo y mucho cunnilingus, pero apenas un polvo entre la pareja protagonista. Ellos son Pippa (Sydney Sweeney) y Thomas (Justice Smith). Son jóvenes y bellos y encantadoramente cándidos. The Voyeurs comienza cuando ambos se mudan a vivir juntos en un piso de Montreal en un barrio donde desconocen las cortinas. En su primera noche ellos descubren que pueden ver todo lo que hacen sus vecinos de enfrente -jóvenes y bellos también, en un estilo radicalmente distinto, como salidos de un anuncio o un psicothriller-, lo que incluye sexo salvaje, y nosotros descubrimos que Pippa y Thomas se quieren tiernamente, pero pasión lo que se dice pasión como la de los vecinos… pues no. Nada más acostarse Pippa aparece con el sexi bodi de la lencería… para encontrar que Thomas se ha quedado dormido con las gafas puestas. Se las retira con mimo.

La única escena apasionada en que veremos a Thomas y a Pippa será gracias a lo que despierta en ellos la sensación de espiar a los vecinos. Una noche, en la que Pippa ha comprado unos prismáticos, se animan a (tratar de) imitar lo que ven en la ventana de enfrente. Os podéis imaginar que la tentación de mirar sin ser visto irá a más. Incluso se colarán en una fiesta de Halloween en casa de sus vecinos para colocar un micro (en realidad, se trata más bien es un sistema de escucha por láser; pero puestos a colarse nadie puede entender porque no simplemente ponen un micro. Cosas como estas son las que debes evitar preguntar a la película si quieres disfrutarla).

A partir de ese momento, los protagonistas descubren que el vecino engaña y manipula a su mujer y el juego se convierte algo progresivamente chungo. Thomas querrá detenerlo allí, pero Pippa necesita ir a más. El desastre. De tanto mirar la vida de los otros han desatendido la suya.

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Llegado a este punto la película comienza una espiral de degradación, vueltas de tuerca, golpes de efecto y sorpresas disparatadas que no vamos a desvelar. Es el punto en que The Voyeurs se convierte en una fábula muy insistente con su moraleja, como una de esas fantasías de castigo de Black Mirror en las que el mundo es tan tan malo y las personas tan perversas que se merecen que les pase de todo. ¡Incluso cuentan una fábula de Esopo y comentan su moraleja!, que ya no sucede ni en la escuela.

La figura del voyeur plantea preguntas interesantes sin necesidad de volverse tan discursiva. ¿Dónde están los límites de la mirada? ¿Está mal simplemente mirar o no comienza a ser perverso hasta que te proyectas en lo mirado? ¿El límite es sencillamente pasar al allanamiento y a intervenir en la vida del otro? ¿Cómo de grave tiene que ser lo que estás viendo para decidir intervenir? ¿Puedes aprovechar tu información y anonimato para jugar con la vida de los demás… por su bien, claro?

En la primera mitad del film todo esto está allí, en la progresiva obsesión de Thomas y Pippa. Y ellos son tan encantadores, actúan tan bien, y tienen tanta química, que es irresistible. Tienen una intimidad que no necesita ser erótica para fascinarnos. Michael Mohan, que también escribe la película, se ha esforzado en que formen un arquetipo con el que uno pueda identificarse, una versión idealizada de lo que es una pareja corriente. Es parte del juego de espejos de The Voyeurs, que se dirige tanto a la mirada como a la identificación.

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Sin embargo, llega el momento en el que Mohan se propone aprovechar esa identificación para acosarnos a acusaciones y preguntas, aun a costa de la verosimilitud, y todas las preguntas sobre los límites y la perversión se vuelven explícitas. La moraleja de The Voyeurs es clara: "deja de mirar las redes sociales y de preocuparte tanto por la vida de los demás y cuida la tuya". Ah, y lee la letra pequeña del contrato cuando alquiles un piso.

Personalmente me encanta que jueguen conmigo cuando soy parte del juego, como en las películas de Brian de Palma, que no son precisamente verosímiles, como en Doble cuerpo, pero no me resulta nada agradable cuando una historia manipula al espectador y controla su mirada para poder soltarle un sermón.

En cualquier caso, no hay mal que por bien no venga, y a medida la película avance por sus derroteros finales se adentrará más y más en los terrenos del thriller erótico. Sólo hay que mirar The Voyeurs con buenos ojos.