Literatura

De monos y hombres, la antología de relatos que analiza la fascinación de la literatura por la figura del mono

La semejanza física, su capacidad de imitación y la potencial peligrosidad de los primates han hecho que muchos escritores conviertan a los monos en los protagonistas de sus historias.
de monos y de hombres
Un día más en el planeta de los simios.Sunset Boulevard/Getty Images

Los monos han estado siempre presentes en la literatura. Aparecen ya en el siglo VI antes de Cristo en las Fábulas de Esopo. Y aunque el mundo medieval asociaría su imagen con el Diablo en los bestiarios, las fábulas o los exempla, hasta la aparición de la teoría de la evolución de Darwin los monos se vieron más bien como algo gracioso, una curiosidad o un adorno”, comenta Marta Salís, que destaca cómo esa fascinación por los monos presente en la literatura pasó posteriormente a otros medios. “El cine, por supuesto, recogió esta mina de distopía y aventuras. Por ejemplo, King Kong (1933) se basó en la novela publicada un año antes por Delos W. Lovelace, y El planeta de los simios (1968) en una novela publicada cinco años antes por Pierre Boulle”.

Escritora y traductora, Salís acaba de publicar De monos y hombres (Alba, 2022), una antología en la que recopila diecisiete relatos sobre monos de la que forma parte Yzur, un cuento del argentino Leopoldo Lugones, que fue el que dio origen al proyecto.

“Después de leer ese precioso cuento de Lugones, me di cuenta de que en la literatura de la época se repetía la figura del mono como protagonista. Al tirar del hilo, comprendí que todo se debía a las recientes formulaciones de Charles Darwin sobre la evolución. Su teoría había destruido las ideas establecidas sobre la identidad humana y fue tal la conmoción que… ¿cómo no iba a reflejarse eso en la literatura? Por eso me pareció interesante recopilar una serie de relatos que mostraran este cataclismo existencial”.

Organizado de manera cronológica, De monos y de hombres se abre con un cuento de E. T. A. Hoffmann fechado a principios del siglo XIX y se cierra con otro de Roberto Arlt de mediados del XX. Entre medias, se suceden textos de otros quince autores entre los que destacan los latinoamericanos y anglosajones.

“Esto es muy curioso. Al buscar relatos de monos para la antología, ya sabía que la influencia del darwinismo había sido enorme en la literatura anglosajona, llena de hombres-bestia, de monstruos de aspecto simiesco, de primates feroces que acosaban a los cazadores victorianos… Piensa, entre otras muchas novelas, en Las minas del rey Salomón de H. Rider Haggard, El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde de Stevenson, La Isla del Doctor Moreau de H. G. Wells, Tarzán de los monos de Edgar Rice Burroughs o El mundo perdido de Arthur Conan Doyle. Sin embargo, me sorprendió que el mono hubiera sido una obsesión, por ejemplo, en el Río de la Plata. Y ahí están para demostrarlo los relatos del uruguayo Horacio Quiroga y de los argentinos Leopoldo Lugones y Roberto Arlt. Los alemanes también le habían dado vueltas al tema, pero otras nacionalidades no. No me preguntes por qué”.

Jane, Cheetah y Tarzán: trío inseparable.

LMPC/Getty Images
Monos y humanos, primos hermanos

Una de las obras más famosas de Alberto Durero es el grabado de un rinoceronte realizado en 1515. Más allá de su innegable calidad artística, la pieza destaca porque el artista alemán nunca en su vida alcanzó a ver un ejemplar de ese animal. Para dibujarlo, cosa que logró con bastante acierto, tuvo que basarse en una descripción escrita, pues no eran los rinocerontes animales demasiado frecuentes en la Europa de la época. Lo curioso es que, en contra de lo que se pudiera pensar, tampoco lo eran los primates, como explica Salís en el prólogo que abre la antología.

Hasta finales del siglo XVII muy pocos europeos conocían la existencia de los grandes simios: gorilas, chimpancés, bonobos y orangutanes. Hasta entonces solo se conocían las especies pequeñas y con cola, animalitos traviesos y graciosos que imitaban a los humanos, pero no resultaban inquietantes. Los grandes simios antropomorfos eran otra cosa… De hecho, formarían parte de la familia de los homínidos junto a los humanos y sus ancestros, de modo que ¿cómo no iban a resultar perturbadores?”, se pregunta Salís, que recuerda cómo gracias a las descripciones de los viajeros del siglo XVIII, “los filósofos franceses empezaron a discutir sobre estas nuevas especies, que parecían medio bestias, medio humanas. Jean-Jacques Rousseau, por ejemplo, se preguntaba si eran simples animales o monstruos, hombres salvajes o un cruce entre mujeres y monos macho; y dicen que llegó a proponer que se pusiera esto último en práctica para ver el resultado”.

La tensión sexual entre simios y humanos es otro de los temas que aparecen con frecuencia en este tipo de historias. Ejemplo de ello es Quidquid Volueris de Gustave Flaubert, narración de 1837 también recogida en el libro. “Dado que el mono simboliza nuestras turbias pasiones y nuestra animalidad, no puede faltar esa carga sexual en los relatos. En el libro se incluyen dos cuentos que abordan el tema, aunque desde puntos de vista muy diferentes. El ya mencionado de Flaubert y el de M. P. Shiel, en los que vemos al mono presa de un amour fou. Son historias que abordan el erotismo acompañándolo de violencia, degradación, crueldad, locura, elementos que también aparecen en El mono, narración de Isak Dinesen de 1934”.

Otro de los conflictos que suelen estar presentes en las historias de monos es la tensión que se produce entre el humano que quiere civilizar a un animal que considera muy semejante a él y las dificultades del simio para encajar en un entorno normativo como la sociedad humana. Un deseo que tiene su reverso en aquellas narraciones que fantasean, entre la admiración y el terror, con la posibilidad de un bebé humano criado por un grupo de monos.

“Efectivamente, busqué una historia de algún humano criado por simios. Tenía el Tarzán de Edgar Rice Burroughs en la cabeza, claro, pero lo que encontré era demasiado largo para una antología de relatos que no podía ser interminable. Siempre se quedan cosas en el tintero”, concluye Salís.

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