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Agar, Sara y Abraham, conflictos de familia

El fuego estaba ya encendido en aquella casa. La guerra entre las dos mujeres, declarada.

11 DE JULIO DE 2019 · 15:00

Toa Heftiba, Unsplash,mujer sola, mujer desierto
Toa Heftiba, Unsplash

Los episodios de Agar corresponden perfectamente a la época en que se sitúan. El Código de Hammurabi, colección jurídica redactada por Hammurabi, soberano de Babilonia entre los años 1792 y 1750 antes de Cristo, valioso documento citado continuamente por especialistas en la interpretación de la Biblia, establecía que una esposa estéril podía entregar a su marido una criada, pero los hijos habidos tenían derecho a heredar como si fueran de la propia esposa.

En contra de Agar hay que constatar que después de dar a luz un niño, al que pone el nombre de Ismael, no se mostró tan grande como lo exigía la dignidad a la que había sido elevada.

Viéndose más feliz que su señora la miraba con desdén. Lo dice la Biblia: “cuando vio que había concebido la miraba con desprecio” (Génesis 16:4). Ocurrió lo que tenía que ocurrir. Peleas de mujeres. Y el hombre en medio.

Celosa y furiosa, Sara culpa al marido: “yo te di mi sierva por mujer, y viéndose encinta, me mira con desprecio” (Génesis 16:5). Abraham, retratado aquí como hombre débil, falto de autoridad, claudica y dice a Sara: “tu sierva está en tu mano; haz con ella lo que bien te parezca” (Génesis 16:6).

Tímido Abraham. Medroso y miedoso. Aún cuando por ley Agar era también esposa suya, él se quita de en medio. En su defensa: ¿qué podía hacer el hombre cuando la esposa le culpaba continuamente de lo que ella misma era culpable?

El fuego estaba ya encendido en aquella casa. La guerra entre las dos mujeres, declarada.

Nace Ismael.

Después nace Isaac.

Los niños crecen juntos. Otra vez la guerra. La quisquillosa Sara cree que Ismael se burla de Isaac. Sólo eran peleas y juegos de niños. La verdad era que no aguantaba más a Agar. Y ordena al sumiso esposo: “echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo” (Génesis 21:9-10).

¡Te retrataste, Sara! Ya no era cuestión de celos entre dos mujeres, ni afligida por las burlas de juego entre los niños. Le preocupa lo material, la herencia, el dinero, los títulos. La mujer no había leído a San Pablo, quien escribió que el amor al dinero es la raíz de todos los males.

El hombre “se levantó muy de mañana, y tomó pan, y un odre de agua, y lo dio a Agar, poniéndolo sobre su hombro, y le entregó el muchacho, y la despidió. Y ella salió y anduvo errante por el desierto de Beerseba” (Génesis 21:14).

El final de la historia es conocido. Dios interviene por medio de un ángel y salva de la muerte a la madre y al hijo.

Cuando Ismael hubo llegado a los treinta años Agar le dio por esposa una mujer egipcia. Desde ese instante no aparece más en el Antiguo Testamento.

La existencia de Agar, sirvienta y mujer del padre de los creyentes, es elevada a la altura de tres religiones. Esposa de segundo orden y madre en la esclavitud, es reconocida por cristianos, judíos y musulmanes.

A su hijo, Ismael, Dios promete hacer de él una nación fuerte (Génesis 17:20). Tuvo doce hijos, está considerado padre del pueblo árabe, Mahoma lo colocó a la cabeza de su genealogía.

Actualmente es venerado por dos mil millones de musulmanes que siguen a Ismael en todo el mundo.

Dios cumplió las misericordias prometidas a Isaac y a Ismael. Dios siempre cumple. A Dios lo hacen malo los hombres y también las mujeres. Pero Dios es bueno.

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