Sylvia Plath: una historia de amor, locura y poesía | Cultura
Sylvia Plath: una historia de amor, locura y poesía
Sylvia Plath: una historia de amor, locura y poesía

Sylvia Plath: una historia de amor, locura y poesía

Letras
Efemérides
Este 27 de octubre, la escritora norteamericana cumpliría 88 años, pero las obsesiones y la depresión no dejaron que pasara más allá de los 30. Sin embargo, dejó una literatura poética deslumbrante y a la que siguen llegando admiradores de todo el mundo. En esta nota, repasamos parte de su vida y obra, y compartimos algunos de sus poemas para celebrarla.

Al principio de su carrera literaria, hubo quienes la ubicaban a la sombra de su marido, el poeta laureado Ted Hughes. Sin embargo, Sylvia Plath supo trascender con sus poemas poderosos, confesionales, en los que las palabras, muchas veces, jugaban con el doble y hasta el triple sentido. Libros como El coloso; Árboles en invierno, y, sobre todo, Ariel, retrataron angustias, obsesiones y reflexiones acerca de su vida personal, el amor y la depresión, la libertad y el sofocamiento, la pérdida y la muerte. La parca fue una de sus alegorías más recurrentes a lo largo de su obra; la cual, finalmente, buscó y encontró de manera literal, cuando puso fin a su vida apenas siendo una treintañera. Hoy, a 88 años de su nacimiento, Sylvia Plath continúa siendo una de las poetas norteamericana más celebradas de la lengua inglesa.

Nacida el 27 de octubre de 1932 en Boston (Massachusetts, Estados Unidos), logró publicar su primer poema a los 8 años en una revista literaria de la ciudad. Seguramente, fue un momento especial que marcó el comienzo de una producción imparable. Pero también fue el inicio de sus problemas emocionales, a raíz de la temprana muerte de su padre. 

Cursó sus estudios superiores en el prestigioso Smith College y, con una beca Fulbright, en la Universidad de Cambridge. Durante los años cincuenta, tuvo sus primeros intentos de suicidio y sesiones de terapia con electrochoques. Sin embargo, la escritura era su refugio para transformar y repensar todo aquello que sentía y padecía. Algunos de sus textos más tempranos aparecían poco a poco en el periódico universitario, Varsity

Sylvia Plath con el también poeta Ted Hughes.

Durante su estadía en los campus de Cambridge, en 1954 conoció al poeta Ted Hughes. Según algunos de sus conocidos y compañeros en común, el magnetismo fue inmediato y la pareja contrajo matrimonio dos años después. Tuvieron dos hijos y no dejaban de escribir. Sin embargo, la felicidad conyugal no duraría demasiado. Hughes comenzó un amorío con la también poeta Assia Wevill, con quien tuvo una hija extramatrimonial, Shura. Sylvia, quien había logrado cierta estabilidad emocional, volvió a caer en la depresión, y sus poemas y textos se internaron en una oscuridad cruda, aunque de una lírica bella y luminosa.  

Ted Hughes con Assia Wevill y su hija, Shura.

Finalmente, a sus 30 años, se quitó la vida el 11 de febrero de 1963, luego de una profunda depresión que ya no pudo superar tras separarse de Hughes. Y la tragedia no terminó allí: seis años más tarde, Assia Wevill asesinó a su propia hija y se suicidó, poniendo fin a aquel triángulo amoroso que solo consiguió desesperación, locura, muerte y un puñado de poemas de sus protagonistas. A partir de entonces, Hughes no solo tuvo que lidiar con su propia historia, sentimientos y fantasmas, sino también con una condena social, sobre todo, de parte de grupos feministas y admiradores de Plath.

Sylvia Plath dejó una obra notable, celebrada por críticos y público de distintas lenguas. En 1982 se convirtió en la primera poeta en ganar, de forma póstuma, un Premio Pulitzer por la edición completa de sus poemas. Y no solo escribió poesía, también fue autora de relatos, ensayos, textos para niños y de una única novela autobiográfica, La campana de cristal, la cual había publicado originalmente con el seudónimo de Victoria Lucas. 

Además, muy conocidas son las ediciones de sus diarios personales, en las que Plath relató con maestría todo cuanto fue parte de su vida; incluso lo que no llegó a ser. Las primeras ediciones habían estado a cargo del propio Hughes; pero luego llegó otra versión, más íntima y personal, y tal como Plath las había ordenado. Las páginas que referían a los últimos meses de su vida no llegaron a ver la luz, ya que Hughes admitió haberlas quemado. 

Este 2020, llegó a las librerías uno de los relatos de Plath que había permanecido inédito: Mary Ventura y el noveno reino. Se trata de un texto muy simbólico en el que la protagonista experimenta las posibilidades de continuar o no con un viaje en tren, en el que no sabe muy bien hacia dónde se dirige. Durante aquella incertidumbre, conocerá a una misteriosa mujer que la ayudará a tomar una decisión, aun llena de dudas, matices y significados. Para los lectores y seguidores de su obra, no hay dudas: aunque el viaje de su vida haya durado muy poco, se convirtió en uno de los más intensos y apasionantes de la literatura estadounidense.  

        

A continuación, compartimos cinco de sus poemas para seguir celebrando su obra y legado:

  1. Espejo

    Soy plateado y exacto. No tengo prejuicios.

    Todo lo que que veo lo trago de inmediato

    tal como es, sin que me empañen ni el amor ni el disgusto.

    No soy cruel, soy sincero,

    el ojo de un pequeño dios de cuatro ángulos.

    La mayor parte del tiempo la paso meditando sobre la pared de enfrente.

    Es rosada, con manchas. Tanto la miré que

    me parece que ya forma parte de mi corazón. Aunque con intermitencias.

    Las caras y la oscuridad nos separan una y otra vez.

    Ahora soy un lago. Una mujer se inclina sobre mi,

    buscando en mi extensión su verdadero ser.

    Después se vuelve hacia esas mentirosas, las velas o la luna.

    Veo su espalda y la reflejo fielmente.

    Ella me recompensa con lágrimas y agitando las manos.

    Soy importante para ella. Ella viene y va.

    Es su cara, cada mañana, la que reemplaza la oscuridad.

    En mi, ella ahogó a una muchacha, y en mí, una vieja

    se alza hacia ella día tras día, como un pez terrible.

  2. Gigoló

    Reloj de bolsillo, bien tictaqueo.

    Las calles, reptíleas rendijas,

    a plomo, con huecos donde esconderse.

    La mejor cita, un callejón sin salida,

    un palacio de terciopelo

    con ventanas de espejos.

    Allí se está segura,

    sin fotos familiares,

    sin anillos nasales, sin gritos.

    Relucientes anzuelos, sonrisas de mujeres

    hambrean mi volumen

    y yo, elegantona con mis calzas negras,

    desmenuzo pechos como medusas.

    Para nutrir

    violonchélicos gemidos como huevos:

    huevos y pescado, lo básico,

    el calamar afrodisíaco.

    Mi boca ríndese,

    la boca de Cristo

    cuando mi motor llegue a su fin.

    El charloteo de mis articulaciones

    doradas, mi forma de convertir

    perras en pizzicatos argentinos

    desenrolla una alfombra, un silencio.

    Y no hay fin, no tiene fin.

    Nunca envejeceré. Ostras nuevas

    estriden en el mar y yo

    reluzco como Fontainebleau

    contenta,

    toda la cascada un ojo

    sobre cuya agua tiernamente

    inclínome y véome.

  3. Carta de amor

    No es fácil expresar lo que has cambiado.

    Si ahora estoy viva entonces muerta he estado,

    aunque, como una piedra, sin saberlo,

    quieta en mi sitio, mi hábito siguiendo.

    No me moviste un ápice, tampoco

    me dejaste hacia el cielo alzar los ojos

    en paz, sin esperanza, por supuesto,

    de asir los astros o el azul con ellos.

    No fue eso. Dormí: una serpiente

    como una roca entre las rocas hiende

    el intervalo del invierno blanco,

    cual mis vecinos, nunca disfrutando

    del millón de mejillas cinceladas

    que a cada instante para fundir se alzan

    las mías de basalto. Como ángeles

    que lloran por la gente tonta hacen

    lágrimas que se congelan. Los muertos

    tenían yelmos helados. No les creo.

    Me dormí como un dedo curvo yace.

    Lo primero que vi fue puro aire

    y gotas que se alzaban de un rocío

    límpidas como espíritus. y miro

    densas y mudas piedras en tomo a mí,

    sin comprender. Reluzco y me deshojo

    como mica que a sí misma se escancie,

    igual que un líquido entre patas de ave,

    entre tallos de planta. Mas no pienses

    que me engañaste, eras transparente.

    Árbol y piedra nítidos, sin sombras.

    Mi dedo, cual cristal de luz sonora.

    Yo florecía como rama en marzo:

    una pierna y un brazo y otro brazo.

    De piedra a nube iba yo ascendiendo.

    A una especie de dios ya me asemejo,

    hiende el aire la veste de mi alma

    cual pura hoja de hielo. Es una dádiva.

  4. Lady Lazarus

    Lo logré otra vez,
    Me las arreglo —
    Una vez cada diez años.

    Especie de fantasmal milagro, mi piel
    Brillante como una pantalla nazi,
    Mi diestro pie

    Es un pisapapel,
    Mi rostro un fino lienzo
    Judío y sin rasgos.

    Descascara la envoltura
    Oh, mi enemigo,
    ¿Aterro acaso? —

    ¿La nariz, las cuencas vacías, los dientes?
    El apestoso aliento
    Se desvanecerá en un día.

    Pronto, muy pronto, la carne
    Que la tumba devoró
    Se sentirá bien en mí

    Y yo una mujer que sonríe.
    Tengo sólo treinta años.
    Y como gato he de morir nueve veces.

    Esta es la Número Tres.
    Qué desperdicio
    Eso de aniquilarse cada década.

    Qué millón de filamentos.
    La multitud mascando maní se agolpa
    Para verlos.

    Cómo me desenvuelven la mano, el pie —
    El gran desnudamiento.
    Damas y caballeros.

    Estas son mis manos
    Mis rodillas.
    Soy tal vez huesos y pellejo.

    Sin embargo, soy la misma, idéntica mujer.
    La primera vez que sucedió tenía diez.
    Fue un accidente.

    La segunda vez pretendí
    Superarme y no regresar jamás.
    Oscilé callada.

    Como una concha marina.
    Tenían que llamar y llamar
    Recoger mis gusanos como perlas pegajosas/

    Morir
    Es un arte, como cualquier otra cosa.
    Yo lo hago excepcionalmente bien.

    Lo hago para sentirme hasta las heces.
    Lo ejecuto para sentirlo real.
    Podemos decir que poseo el don.

    Es bastante fácil hacerlo en una celda.
    Muy fácil hacerlo y no perder las formas.
    Es el mismo

    Retorno teatral a pleno día
    Al mismo lugar, mismo rostro, grito brutal
    Y divertido:

    “Milagro!”
    Que me liquida.
    Luego una carga a fondo

    Para ojear mis cicatrices, y otra
    Para escucharme el corazón –
    De verdad sigue latiendo.

    Y hay otra y otra arremetida grande
    Por una palabra, por tocar
    O por un poquito de sangre

    O por unos cabellos o por mi ropa.
    Bien, bien, está bien Herr Doktor.
    Bien. Herr Enemigo.

    Yo soy vuestra obra maestra,
    Su pieza de valor,
    La bebé de oro puro

    Que se disuelve con un chillido.
    Me doy vuelta y ardo.
    No creas que no valoro tu gran cuidado.

    Ceniza, ceniza —
    Ustedes atizan, remueven.
    Carne, hueso, nada queda 00

    Una barra de jabón,
    Una alianza de bodas.
    Un empaste de oro.

    Herr Dios, Herr Lucifer
    Cuidado.
    Cuidado.

    Desde las cenizas me levanto
    Con mi cabello rojo
    Y devoro hombres como el aire.

  5. Papi

    Ya no, ya no,
    Ya no me sirves, zapato negro,
    En el cual he vivido como un pie
    Durante treinta años, pobre y blanca,
    Sin atreverme apenas a respirar o hacer achís.

    Papi: he tenido que matarte.
    Te moriste antes de que me diera tiempo...
    Pesado como el mármol, bolsa llena de Dios,
    Lívida estatua con un dedo del pie gris,
    Del tamaño de una foca de San Francisco.

    Y la cabeza en el Atlántico extravagante
    En que se vierte el verde legumbre sobre el azul
    En aguas del hermoso Nauset.
    Solía rezar para recuperarte.
    Ach, du.

    En la lengua alemana, en la localidad polaca
    Apisonada por el rodillo
    De guerras y más guerras.
    Pero el nombre del pueblo es corriente.
    Mi amigo polaco

    Dice que hay una o dos docenas.
    De modo que nunca supe distinguir dónde
    Pusiste tu pie, tus raíces:
    Nunca me pude dirigir a ti.
    La lengua se me pegaba a la mandíbula.

    Se me pegaba a un cepo de alambre de púas.
    Ich, ich, ich, ich,
    Apenas lograba hablar:
    Creía verte en todos los alemanes.
    Y el lenguaje obsceno

    Una locomotora, una locomotora
    Que me apartaba con desdén, como a un judío.
    Un judío que va hacia Dachau, Auschwitz, Belsen.
    Empecé a hablar como los judíos.
    Incluso creo que podría ser judía.

    Las nieves del Tirol, la clara cerveza de Viena,
    No son ni muy puras ni muy auténticas.
    Con mi abuela gitana y mi suerte rara
    Y mis naipes de Tarot, y mis naipes de Tarot,
    Podría ser algo judía.

    Siempre te tuve miedo,
    Con tu Luftwaffe, tu jerga pomposa
    Y tu recortado bigote
    Y tus ojos arios, azul brillante.
    Hombre-panzer, hombre-panzer: Oh Tú...

    No Dios, sino un esvástica
    Tan negra, que por ella no hay cielo que se abra paso.
    Cada mujer adora a un fascista,
    Con la bota en la cara; el bruto,
    El bruto corazón de un bruto como tú.

    Estás de pie junto a la pizarra, papi,
    En el retrato tuyo que tengo,
    Un hoyo en la barbilla en lugar de en el pie,
    Pero no por ello menos diablo, no menos
    El hombre negro que

    Me partió de un mordisco el bonito corazón en dos.
    Tenía yo diez años cuando te enterraron.
    A los veinte traté de morir
    Para volver, volver, volver a ti.
    Supuse que con los huesos bastaría.

    Pero me sacaron de la tumba,
    Y me recompusieron con pegamento.
    Y entonces supe lo que había que hacer.
    Saqué de ti un modelo,
    Un hombre de negro con aire de Meinkampf,

    Y un amor por el potro y al garrote.
    Y dije sí quiero, sí quiero.
    De modo, papi, que por fin he terminado.
    El teléfono negro está desconectado de raíz,
    las voces no logran que críe lombrices.

    Si ya he matado a un hombre, que sean dos:
    El vampiro que dijo ser tú
    Y me estuvo bebiendo la sangre durante un año,
    Siete años, si quieres saberlo.
    Ya puedes descansar, papi.

    Hay una estaca en tu negro y grasiento corazón,
    Y a la gente del pueblo nunca le gustaste.
    Bailan y patalean encima de ti.
    Siempre supieron que eras tú.
    Papi, papi, hijo de puta, estoy acabada.