¿Suicidio o crimen de estado?

La misteriosa muerte del hijo de Sissi Emperatriz y Francisco José

El príncipe Rodolfo era el tercer hijo, y único varón, de Francisco José e Isabel de Baviera (Sissi) lo que le convertía en el heredero del Imperio austrohúngaro. Desgraciadamente, junto con su amante María Vetsera, aparecieron muertos en la residencia real de Mayerling en circunstancias poco claras…

El emperador y la emperatriz Sissi en el lecho de muerte de Rodolfo, el heredero al trono.

El emperador y la emperatriz Sissi en el lecho de muerte de Rodolfo, el heredero al trono.

El emperador y la emperatriz Sissi en el lecho de muerte de Rodolfo, el heredero al trono.

Foto: CC

El 21 de noviembre de 1916, la muerte de Francisco José I señaló el fin de una época. El anciano emperador había sido testigo y protagonista de excepción de casi setenta años de historia de Europa, desde la revolución de 1848 hasta la Primera Guerra Mundial. Gobernante metódico, reflexivo y conservador, hizo frente a los crecientes desafíos de su época de modo aparentemente imperturbable. Sólo en una ocasión esa firmeza estuvo a punto de quebrarse: cuando su hijo y príncipe heredero, Rodolfo, se suicidó junto con su joven amante María Vetsera en la residencia de Mayerling. Una tragedia que, dadas las circunstancias que la rodearon, marcó el declive del Imperio y, con él, el de su soberano.

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Un heredero conflictivo

Rodolfo había nacido en Viena el 21 de agosto de 1858. Era el tercer hijo, y único varón, de Francisco José e Isabel de Baviera, Sissi. Inteligente, apasionado de la ciencia e inconformista, su talante liberal era muy diferente del que la conservadora corte vienesa esperaba de su kronprinz o príncipe heredero. En 1881 contrajo matrimonio con Estefanía de Bélgica, una joven de dieciséis años, católica, conservadora y tradicional. No tardó en evidenciarse el abismo ideológico y temperamental que les separaba, y Rodolfo empezó a buscar nuevas emociones lejos del tálamo conyugal. Las consecuencias de su vida galante fueron terribles. Poco después del nacimiento de la única hija del matrimonio, Isabel María, en 1883, Estefanía quedó estéril a causa de una enfermedad venérea que le contagió su esposo. Nunca le perdonó y, desde ese momento, el matrimonio de los herederos se convirtió en simple ficción. Tampoco le perdonó su padre. En el Imperio continuaba vigente la ley sálica, que impedía a las mujeres el acceso al trono, y la frivolidad de su hijo había dado al traste con las esperanzas de Francisco José de tener un heredero directo.

Las últimas fotos de Rodolfo de Habsburgo.

Las últimas fotos de Rodolfo de Habsburgo.

Las últimas fotos de Rodolfo de Habsburgo.

Fotos: CC

Tras su mal paso, el príncipe heredero, acosado por los conservadores, relegado a un segundo plano político y sumido en un matrimonio que no le satisfacía, acabó por sentirse un extraño en el mundo al que pertenecía. Fue precisamente entonces cuando apareció en su vida una atractiva joven de apenas diecisiete años: la baronesa María Vetsera.

María había nacido en una familia próxima a la corte imperial y muy relacionada con María Larisch, sobrina de la emperatriz Sissi, que fue quien la presentó al príncipe heredero en una carrera de caballos. María quedó prendada de Rodolfo, hasta el punto de que empezó a coleccionar fotos y noticias sobre él. A principios de noviembre de 1888 tuvo lugar el primer encuentro personal entre ambos, al que seguirían otros veinte en el plazo de unos tres meses. Hasta el día del drama, el 29 de enero de 1889, cuando, mientras los dos amantes se hallaban en la residencia real de Mayerling, muy cerca de Viena, Rodolfo de Habsburgo disparó contra la baronesa y luego volvió el arma contra sí mismo.

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Un amor destinado al fracaso

Informado el emperador de la terrible noticia, olvidó su condición de padre y se aprestó a tomar decisiones de gobernante. Rápidamente se reunió con quienes habían descubierto los cadáveres y les hizo jurar que nunca contarían nada de lo que habían visto, mandó sepultar clandestinamente a María y, a fin de poder enterrar a su heredero en lugar sagrado, redactó un comunicado en el que se decía que el archiduque había muerto de un ataque de apoplejía, aunque al poco tiempo las autoridades cambiaron la versión: el príncipe heredero se había suicidado en un «ataque de locura».

Desde entonces, la tesis del doble suicidio ha sido la explicación dominante del drama de Mayerling.

Y lo cierto es que se encuentran varios indicios que apoyan esta versión, en particular respecto a las tendencias suicidas de Rodolfo, que quizá se relacionaban con un tratamiento con morfina al que se sometió después de contraer la sífilis. Por ejemplo, en una carta a su amiga Herminia Tobis, María Vetsera relató del siguiente modo su primer encuentro con Rodolfo: «Llegamos al Hofburg. Junto a una puerta de hierro nos esperaba un viejo criado que, después de habernos conducido por escaleras y habitaciones oscuras, nos hizo cruzar una puerta. Allí, un pájaro negro, parecido a un cuervo, me rozó la cabeza. Desde una habitación vecina llegó una voz: “¡Señoras, pasen aquí!”.

María Vetsera en un retrato de perfil realizado en 1889.

María Vetsera en un retrato de perfil realizado en 1889.

María Vetsera en un retrato de perfil realizado en 1889.

Foto: CC

María [Larisch] me presentó y comenzamos a conversar. Al fin, él me dijo: “Tengo que hablar a solas con la condesa”. Y pasó a una sala contigua con María. Me entretuve mirando la estancia. Sobre un escritorio había una pistola y un cráneo. Lo cogí en mis manos y lo examiné atentamente. Cuando él volvió, me lo arrebató con un gesto de pavor. Al decirle que yo no tenía miedo, sonrió». María Vetsera añadía que, de hacerse pública su relación, «no habría más solución que darnos muerte en un lugar desconocido, después de unas últimas horas de felicidad».

Sin embargo, en los días que siguieron a la tragedia surgieron otras versiones que contradecían la oficial. Es significativo que la Iglesia se negara a dar al heredero cristiana sepultura hasta que se hizo llegar al nuncio vaticano una documentación secreta que obligó a la jerarquía eclesiástica a dar su consentimiento. ¿Qué información poseía el emperador que había conseguido que el Vaticano admitiera en suelo sagrado el cadáver de un suicida?

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Rumores locos

Se empezó a hablar de un asesinato promovido por el mismo emperador, alarmado ante las alianzas políticas de su hijo o para evitar el escándalo de un divorcio. De hecho, un día antes de la tragedia ambos habían mantenido una fuerte discusión, al parecer porque el padre quiso prohibir a Rodolfo que volviera a ver a su amante. Por las cortes europeas corrió la noticia de que el embajador alemán en Viena había comunicado al káiser que el nuncio apostólico, Luigi Galimberti, negaba el suicidio y apuntaba la posibilidad de un magnicidio.

Se dijo que el cuerpo de Rodolfo mostraba claros signos de lucha, cortes en los brazos y golpes.

Su versión coincidía con las informaciones de que disponían los servicios secretos británicos. Se dijo que el cuerpo de Rodolfo mostraba claros signos de lucha, que tenía diversos cortes en la muñeca y golpes en otras partes de su cuerpo e incluso que presentaba un hundimiento en la parte posterior de su cráneo, algo inexplicable en un suicida. Se sabía, además, que el informe de la autopsia había sido entregado por el emperador al presidente del Consejo, el conde Taaffe, hombre de su absoluta confianza, apartándolo así de los archivos oficiales.

Años después, el ayudante de campo de Rodolfo, el primero que entró en el escenario del drama, aseguró que en la estancia donde se hallaron los cadáveres había señales inequívocas de un fuerte enfrentamiento. Además, una ventana había sido abierta desde el exterior. En 1983, Zita de BorbónParma, última emperatriz de Austria, afirmó al periódico Krönen Zeitung de Viena que la tragedia de Mayerling fue un crimen de Estado. En cualquier caso, suicidio o asesinato, el heredero del Imperio austrohúngaro fue un hombre demasiado frágil para afrontar su destino. No andaba desencaminada la princesa Luisa María de Bélgica cuando en sus memorias concluyó que «Rodolfo murió de asco».

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