Diez lugares que pueden provocarte síndrome de Stendhal
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28 de abril de 2024

Diez lugares que pueden provocarte síndrome de Stendhal

Temblores, vértigos, alucinaciones, elevado ritmo cardiaco... Es difícil asociar estos síntomas con la riqueza artística de un lugar, pero una sobredosis de belleza puede causarlos. Es lo que se conoce como síndrome de Stendhal, un cúmulo de sensaciones que pueden sufrir los viajeros cuando están expuestos a los escenarios más extraordinarios del planeta

Cristina Blanco Vázquez
Cristina Blanco Vázquez

Madrid Actualizada 05:11

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Florencia (Italia)

«Experimentaba una especie de éxtasis por la idea de estar en Florencia… Me sobrecogió una feroz palpitación del corazón… El manantial de la vida se secó dentro de mí, y caminaba con el miedo constante de caer al suelo». Stendhal describió así su viaje a Florencia sin saber que con su nombre bautizaría a este síndrome. La ciudad italiana siempre ha sido una fuente inagotables de arte, así como la cuna y plataforma de grandes genios como Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel o Brunelleschi.

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Taj Mahal (India)

En la ciudad de Agra se encuentra una autentica belleza de mármol capaz de despertar un gusto estético por lo bello sin igual. El Taj Mahal fue mandado construir en el siglo XVII por un sultán mogol, Shah Jahan, a quien juró hacerle a su esposa fallecida, Mumtaz Mahal, un mausoleo digno del amor que le profesaba.

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Angkor Wat (Camboya)

Un imperio devuelto por el tiempo y la arqueología para regalar la posibilidad de caminar por infinidad de galerías abrazadas por la vegetación. Con Angkor Wat a la cabeza, los conocidos como templos de Angkor se trata, sin duda, del conjunto monumental más impresionante del Sudeste Asiático.

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Petra (Jordania)

Una ciudad excavada o, más bien, modelada directamente sobre la arenisca. Sus muchas vetas permiten distribuir las tonalidades cromáticas según la manera en que el sol incide sobre los acantilados, permitiendo que los atardeceres siempre sean rosados.

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Valle encantado Jiuzhaigou (China)

Se lo conoce como el «Valle de los Nueve Pueblos» o simplemente como Jiuzhaigou Valley. El paisaje incluye cientos de colores, cascadas y lagunas en una gama de tonalidades increíbles. El nombre de cada lago roza la poesía, ya que encontrarás desde el «lago de los Cisnes» a el «lago espejo» o incluso el de las hadas. No te pierdas, tampoco, los bosques de bambú así como los bosques de coníferas en la zona superior de la reserva.

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Jerusalén (Israel)

Esta laberíntica red de calles sin planificación ninguna desprende una energía y un magnetismo difíciles de explicar. Paseando por la Ciudad Vieja es posible ver iglesias, mezquitas y sinagogas repartidas por los cuatro barrios de Jerusalén. Aquí los ojos del turista se cruzan con la mirada de los apresurados judíos ortodoxos, los alegres musulmanes del zoco y los solemnes peregrinos cristianos.

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Capadocia (Turquía)

En plena meseta de la Anatolia, en el corazón de Turquía, está una región mágica, con un paisaje más propio de la Luna que de la Tierra. Unas formaciones rocosas de tonos blanquecinos, con estrías verticales que se asemejan a hojas de cuchillos, valles espectaculares, ciudades subterráneas y peñascos que parecen esculpidos en el principio de los tiempos por seres fabulosos.

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Machu Picchu (Perú)

Ubicada en el corazón de los Andes peruanos, la sagrada ciudadela inca construida alrededor de 1450 y descubierta en 1911, esconde aún enigmas y misterios sobre su real propósito continuando ocultos hasta el día de hoy y que despiertan el interés tanto de visitantes como arqueólogos de todo el mundo.

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Capilla Sixtina (Italia)

Tildada como la auténtica maravilla del Renacimiento, la capilla Sixtina fue encargada a Miguel Ángel en 1508 con resultados descomunales. Después de haber compuesto La piedad, descargó la belleza sublime de su talento y sus pinceles en estos frescos con los que demostró su dominio técnico. Todas sus escenas guardan brillantez pictórica y complejidad iconográfica, pero es especialmente destacable la creación de Adán.

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Lago Tekapo (Nueva Zelanda)

Uno de los mayores tesoros de Nueva Zelanda es, sin duda, su naturaleza. Llama realmente la atención cómo en dos islas puede haber tanta variedad de paisajes y de lugares mágicos. Desde montañas a costas interminables, acantilados, volcanes, fiordos, lagos… Uno de los más conocidos por sus colores y belleza natural es el de Tekapo, que destaca por sus hepas, las flores típicas malvas, y sus aguas de color azul turquesa claro, fruto de la harina glaciar de las lenguas de hielo que lo alimentan el resto del año.

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